… y otras tantas de la segunda parte:

Arriba, el primer día de «En buena lid» junto a su hermano mayor en Oletvm. A la izquierda, la publicación en manos de Moré y sobre estas líneas en las de Borja
Con Retamero y a la izquierda, Fernando Redondo
El libro ya en poder de Ricardo Albis en Málaga y a la izquierda, con Juanjo Aragón.
Arriba y a la derecha, el libro en manos de aficionados (de lo mejor de este club, sin duda)
Durante la aparición de AúpaPucela2 en Televisión Castilla y León (La 8).
A la derecha y arriba, en la nueva Sala 20 (una presentación que la 😷 ómicron abortó).
Más abajo, con Luis Miguel Gail durante el pasado verano (el jugador más joven de la historia en debutar con la blanquivioleta)
Con mi santa, durante las firmas en la Feria del Libro 2022
Con el exseleccionador Javier Mínguez, ya primer protagonista de mi próximo libro «Ciclismo en vena»

Once imágenes de un sueño cumplido…

A la izquierda, con Rusky y Llacer. Sobre estas líneas el día que los primeros ejemplares llegaron a las librerías

Necesariamente tenían que ser 11

Mucho antes de las redes sociales, lo que no se cuenta… no existe. De ahí el nombre de este blog. Al margen de la actualidad, una de las obligaciones de un periodista es «salvar» las historias y, a poder ser, hablando con los protagonistas. Es obvio que cuando todo este lío comenzó a gestarse en mi cabeza no había prevista ninguna pandemia ni tantos problemas para sacarlo adelante, pero de las MUCHÍSIMAS imágenes que hay de este «sueño cumplido» qué mejor que poner 11 fotos cualquiera de la intrahistoria de la primera parte (si hablamos de fútbol, 11 es el número perfecto). 

Agradezco a compañeros de la Cadena Ser, Televisión Castilla y León, Diario As, Cadena Cope, Radio Marca, Es.Radio, El Día de Valladolid, Diario ABC, La Vanguardia, Mundo Deportivo, El Norte, Tribuna de Valladolid, Eurosport, Asociación de la Prensa Deportiva, exjugadores, colegas de Latinoamérica y… tantos otros su interés y su difusión. Gracias eternas a Javier Campelo, a Jokin Robledo y, por supuesto, también a mi compañero Carlos de Torres, quien me hizo una entrevista para EFE a la que yo me negaba, pero cómo decir «no» a quien ha compartido conmigo tantas horas de coche e interminables jornadas de curro en Tour o Vueltas a España.

Y todo esto es solo la primera parte porque #AúpaPucela2 ya está en camino (Navidad 2021). Siempre me interesó la historia de los deportistas tras su retirada, cuando ya no los «alumbra» una cámara o los retrata una portada. Esa costumbre mía de mirar detrás del trampantojo del deporte y de la vida. Siempre fue así desde niño. Le tengo mucho respeto al crío que fui, aquel que empezó a ayudar en las tiendas de sus padres con diez años y que hallaba en el Pucela una válvula de escape aunque le pusieran mil obstáculos. No fue fácil. Uno no nació en la tribu que le tocaba, mi vocación no correspondía a cuanto me rodeó y nadie quiso que fuera lo que soy. Envidio a quienes su padre llevaba al fútbol, pero el agua siempre busca su cauce y la rebeldía me impulsó. También para estos libros ha influido el hecho de que en los últimos años haya tenido que hacer más información general que deportiva: «como no pude impedir el viento… hice un molino». Es obvio que en esa rebeldía, fruto de la denominada psicología inversa, ha germinado la necesidad de contar historias del Pucela.

¡Cuántas por contar!

Al contrario de lo que recomienda el periodismo, las conversaciones con los protagonistas nunca son fruto de preguntas preparadas, ya que eso no facilita un diálogo natural. Son charlas sin guión, que te obligan a escuchar más y a repreguntar acerca de lo que te llama la atención. No se trata ya de «rascar» una noticia o un titular para el día siguiente, se trata de llegar al fondo y al ámbito más humano, por eso MUCHOS pasaron a ser mis amigos. Sin duda, y casi sin pretenderlo, eso ha sido lo más agradable o edificante de estos libros.

El objetivo final es una trilogía que me haría ilusión publicar «todo junto» un año antes del centenario del club (2028), con más medios, más tiempo y sin pandemia. Si ese libro preludia la efeméride habrá que currar mucho más y mejor. En resumen, será un libraco que no podréis llevar a la playa como muchos habéis hecho con esta primera parte de Aúpa Pucela, pero… vayamos «partido a partido».

Durante la entrevista en televisión (CyLTV) y a la derecha, en la aplazada Feria del Libro del año 2020 
En Radio Marca. Toda la promoción de la primera parte se concentró en julio del 20, no mucho después del estricto confinamiento
Con el gran capitán Luis Minguela en su despacho de la Diputación
Con Jorge Enrique Alonso, el primer goleador del nuevo estadio José Zorrilla
Daniel Gilé con su libro en Águilas
Uno de los días en que firmamos a lectores tras la salida del libro, el 20 de junio (92 aniversario del Real Valladolid)
Pepín con su libro en Córdoba
Tras una entrevista en la Cadena Cope
Esta imagen es ya en el contexto de la segunda parte, con las mil historias de Retamero por medio mundo


CONTINUARÁ….
Pasados los tiempos de las mascarillas, con el internacional argentino Osvaldo Cortés y ambos libros (recientemente estuvo en España para visitar a excompañeros)

Hijo, son malos tiempos para la lírica pero… hay que seguir

Imagen cedida por El Norte de Castilla. Padre e hijo en un partido con lluvia y con derrota

José Anselmo Moreno

Pues sí, como cantaron Golpes Bajos y antes había escrito Bertolt Brecht: «son malos tiempos para la lírica». Me ha dado una pena brutal el descenso del Real Valladolid esta temporada (más de lo normal). Hay muchos factores pero, sobre todo, por el ambiente que hay en Zorrilla en los últimos años. Sigo sin aceptar que con más apoyo social que nunca, más ingresos atípicos y mejor economía (aparentemente) estemos en unos tiempos de mediocridad nunca vistos en los 80 y 90. De 1980 a 2004 sólo militamos una temporada en Segunda, y el nivel de exigencia era muy superior al actual. La gente que ahora apoya sin condiciones no se merece lo que pasó el domingo y, sobre todo, los más de 20.000 fieles de cada partido (hubo tiempos de 8.000) NO se merecían este descenso y la poca o ninguna empatía que tuvieron que soportar al día siguiente. Este club vivió un descenso en 24 años y lleva cinco en 19. Pese a todo, fueron más de 26..000 seguidores a echar el resto este domingo. Como obviamente no conozco a todos y cada uno, voy a focalizar este texto en una sola persona aunque eso, y la mayor carga de sentimiento y crítica, lo dejaré para el final.


Es cierto que hubo errores arbitrales, incluso mala suerte y fallos puntuales de dos porteros (Asenjo y Masip) que han costado puntos de los que nos acordamos cuando ya no hay remedio. Al margen de todo, y de los entrenadores, es obvio que hubo muy mala planificación deportiva.
Los fichajes de verano fueron calamitosos y los fichajes de invierno se lesionaron casi todos. Además no vino Cabral y tuvo que jugar muchos partidos Óscar Plano en la banda izquierda porque no había otro. Hemos jugado con varios futbolistas que ya habían descendido, con algunos de ellos nos jugamos la vida el domingo cuando (en algún caso) ya sabían que no iban a continuar.

Momentos previos al partido ante el Getafe

También es cierto, insisto, que hubo varios arbitrajes de esos que te hacen enfadar y despiertan tu lado oscuro. Con todo, a mi juicio, fue el partido de Valencia el que dio la vuelta a todo. Ganar ese día era sellar la salvación pero sucedió de todo: error garrafal de Masip, lesión de uno de los mejores en ese momento (Amallah) y gol encajado en el último suspiro. Nada de esto es extraño, este club y la Ley de Murphy suelen ir de la mano. Este año hasta nos anularon un gol cuando el balón estaba a punto de besar la red. Todo esto lo hablaba el domingo en la grada con un amigo que había cambiado el turno de trabajo para ir al partido, y que entró al campo diciendo: «sé que vamos a bajar, pero tenía que estar aquí». Ese amigo, como yo, jamás recibió dinero de su padre para ir al fútbol cuando era un chaval. Lo cual hace todavía más incomprensible esa entrega a los colores.

Un ejemplo bien cercano

No es en ese aficionado en el que quería focalizar este descenso sino en alguien mucho más cercano, y que ha sufrido en los últimos tiempos lo que es querer al Pucela. Eso que se mete dentro y que es un puto veneno para toda la vida. Escuché decir una vez a un argentino que a veces la derrota congrega a más incondicionales, pero no estoy de acuerdo. Es mejor ser de un equipo que gana. Y mucho más fácil.
Los años te hacen relativizar un poco, pero hay una edad en la que todo afecta más, las alegrías y las penas. Todo te parece tremendo. Y voy a hablarles de alguien que ha vivido esta temporada en esa fase de la vida, alguien para quien el partido del domingo, que vivió a mi lado en el estadio, era «ganar o morir». Voy a intentar mirar lo que ha sucedido con los ojos de Raúl.
A Raúl Moreno, de pequeño, no le gustaba el fútbol, pero en su adolescencia (casi de un día para otro) se convirtió en un friki del Pucela aunque, además, conoce a jugadores de todo el mundo con una profusión de detalles que no alcanzo a entender. Sí, se trata de mi hijo, y justo cuando se enganchó al fútbol irremediablemente, el Pucela nos da a todos más disgustos que alegrías.


Me da mucha pena por él y por la gente joven que se ha incorporado, y que ahora casi llena el estadio, día sí y día también. Mucha pena por ellos porque, al fin y al cabo, la gente de mi generación ha disfrutado con este equipo. Yo he visto, y he escrito, del Europucela, del Real Valladolid de la década prodigiosa (los 80), he visto a Moré levantar la Copa de la Liga, he vivido una final de la Copa del Rey, he visto (y contado) el gol más rápido de la historia, he disfrutado de aquel Pucela-Barca con Cantatore en el banquillo (el partido perfecto), vi al Pato Yáñez hacer cosas imposibles, a Gilberto meter goles desde Honduras, a Víctor ser el más listo de la clase, a Fenoy disparar a los balones que se iban a Continente, a Edú Manga hacer rabonas, y tantas y tantas cosas que no caben en este texto porque, aunque a veces tenemos complejo de «pupas», el Pucela nos ha dado también grandes satisfacciones.

Sin embargo, ese no ha sido el caso de Raúl. Cuando voy al fútbol con él y veo esa cara de sufrimiento a veces me espanta. En algunos momentos hasta me siento culpable y le digo que sólo es futbol, que no es importante (me siento como un pájaro disparando a una escopeta). Raúl ha conocido casi tantos descensos en sus 20 años de vida como su padre en casi 58. Y es que verlo sufrir llama a la compasión. Un padre, por el mero hecho de serlo, prefiere que todo lo malo le pase a él primero pero… que gane el Pucela, no depende de uno.

En el Fondo Sur, el sitio de Raúl en Zorrilla (y el mío a su edad)

A veces me pregunto cómo es posible salir indemne de una «castaña» de partido, de esos que hemos vivido esta temporada con goleadas en contra. Raúl, como tantos otros, está en esa fase de transformar un 0-3 en un disgusto de tal calibre que le amarga el fin de semana. Pero vuelve a la carga. Siempre con su camiseta y dispuesto a ilusionarse antes de cada partido cuando unos tipos de blanquivioleta saltan al campo. No se pregunta demasiado el porqué de las cosas. Sólo quiere que gane su equipo. Mi sensación es otra, lleva impresa la deformación profesional de más de tres décadas militando al otro lado, en ese donde pones «distancia» porque hacer bien tu trabajo es lo primero, Y claro, por defecto, tiendes a analizar los «detalles», esa palabra fetiche de Pezzolano.

Las cosas que nos pasan

En esas tres décadas he visto cosas que solo le pasan al Pucela. Como encajar gol tras un saque de banda nuestro, como ser el primero en perder 0-3 por tener un extranjero más sobre el campo, como que te venga un japonés sin ligamentos, como pillar un virus en una gran efeméride, como que se destroce la rodilla el mejor extranjero de tu historia (Gilberto) o que arrolle a tu plantilla un tren de mercancías (eso fue en 1949). Son solo algunos ejemplos, hay mil.


Todo esto, las desgracias y las alegrías, se lo he ido contando a mi hijo hasta que se formó un cóctel explosivo. Sí, es del Pucela a muerte y en la camiseta que se pone cada partido no está el nombre de una estrella sino el de un jugador que también es «a muerte» de este club: Anuar Tuhami. Mientras nuestro Real Valladolid le ha ido dando disgustos, y muchos, yo me he sentido responsable de su sufrimiento pero ¡ay, señores! cada vez que se deja la garganta cantando el himno o cuando un gol a favor en el minuto 93 le convalida una noche de juerga. En momentos así, por ejemplo, yo soy un padre orgulloso.


Sin embargo, lo admito, salí el domingo del estadio dudando de que todo esto compense. Y ya no hay remedio. Espero que Raúl nunca tenga mis filias y mis fobias, que en todo caso sea una versión corregida y que nunca le irriten mis demonios, pero… en eso de ser del Pucela ya no puedo hacer nada. Ya es tarde. Es ese puto veneno. Y ya es para siempre. No se merece este sufrimiento, ni se lo merecen las más de 20.000 personas que han acudido cada jornada a Zorrilla. Y ahora las lágrimas de Pezzolano no me valen, tampoco las explicaciones NADA convincentes de Ronaldo, abriendo frentes innecesarios en un día especialmente sensible para todos y, menos aún, las excusas de algunos jugadores. Los aficionados han estado MUY por encima de todo y de todos y es impresentable lo que ha pasado. Hay que seguir, pero no nos tomen el pelo, son dos descensos en tres años: aprendan, pidan perdón y háganselo mirar.

Gail, jugador bueno se ve pronto

En una imagen de 2012 en Zorrilla
El día que fue capitán, con 18 años, en un partido de Copa en Sarriá
Gail, tercero por la derecha y de pie (entre Gilberto y García Navajas)

José Anselmo Moreno

Cuando Gail llegó al Betis le preguntaron si era bético y respondió que no, que su equipo era el Real Valladolid. De ese modo, tan simple, se ganó de entrada al Sevilla y al Betis porque la prensa dijo: «Este no es un pamplinas de esos que fichan y dicen que son béticos de toda la vida». Los comienzos son muy importantes y, además, su caso de notable precocidad futbolística responde a ese dicho en el deporte de «jugador bueno se ve pronto». En efecto, Gail no es ningún pamplinas ni suele hablar mucho de sus cosas. Como ejemplo, valga la sorpresa de Jorge Alonso cuando le mostré el boceto de su amigo: «me acabo de enterar de que jugó en el Real Madrid».

Luis Miguel Gail Martín (Valladolid, 23 de febrero de 1961) es pucelano hasta la médula, sufre con el equipo y sigue diciendo «nosotros» cuando habla del Pucela. En este contexto, recalca siempre la política de cantera que tuvo el Real Valladolid de su época y que considera «la clave» de sus éxitos. Es de los pocos exjugadores que he conocido, y he hablado con muchos en la elaboración de este libro, que guardan un montón de fotos y de recortes de periódico, además de estadísticas y resultados, todo ello aderezado con una buena memoria. No es lo habitual.


Hay tanto por contar de Gail, el jugador más joven de la historia del club en debutar (16 años), el autor del último gol del viejo Zorrilla… que iniciamos la conversación por orden cronológico, desde 1976 hasta bien entrado el siglo XXI, cuando estuvo entrenando al juvenil del club, después de pasar por otras entidades.

Empieza por relatar su historia con el Real Madrid cuando tenía solamente 14 años. Entonces no era muy normal fichar a esas edades a jugadores de fuera, pero a Gail le captó el club merengue y se fue a Madrid con esos años en que el acné hace acto de presencia o a la misma edad en que otros chavales siguen yendo a misa con sus padres. Era una perla del fútbol español de la que se hablaba a distancia y, obviamente, fue internacional en categorías inferiores. En Madrid vivió, igual que Camacho y Vitoria, en una pensión cerca de El Retiro, pero «la ciudad se me hacía muy grande, lo del metro y demás me parecía al principio bastante complicado, yo nunca había salido de mi casa y estar lejos de la familia con 14 años fue muy duro».

Paradójicamente, Gail ni siquiera había pasado una prueba. El Madrid le fichó directamente y sus padres recibieron un dinero, pero como él no se adaptaba volvió a Valladolid con la condición de que lo hiciera para jugar en el equipo del Instituto Zorrilla. «La verdad es que me trató muy bien el Madrid, pero yo echaba mucho de menos Valladolid, así que al final llegó un día Fernando Redondo a un entrenamiento en el instituto, allí me ofreció un contrato para jugar con el juvenil del Valladolid y entrenar al año siguiente con el primer equipo». Era el año 1976 y tuvieron que romper el acuerdo con el Real Madrid porque el Valladolid pagó al club merengue, pero es que no querían el dinero sino al jugador. El caso es que, al final, Gail se quedó aquí y se convirtió con el tiempo en un futbolista total. Jugó de todo.

He tenido que mirar el dato, aunque seguramente lo recordaría él mismo de carrerilla si se lo hubiera preguntado. El once con el que debutó y batió el récord de precocidad del club un 6 de noviembre de 1977 estaba formado por Llacer, Nicolás, Puig Solsona, Jacquet, León, Toño, Moré, Borja, Díez, Gail y Rusky. «Es factible que el récord de debutar con 16 años me lo puedan quitar con el tiempo, pero eso del último gol en el viejo Zorrilla es imposible, eso ya es mío para siempre». Tan grabado lo tiene, que una imagen de ese tanto es la foto de perfil de su whatsapp.

Siendo delantero, y muy goleador, un día Pachín le dijo que tenía que jugar de líbero en aquel partido en Sarriá, donde la mayoría eran juveniles y eliminaron a un Primera de la Copa del Rey. Como sería el equipo que Gail era el capitán con 17 años. Volvió después a jugar de delantero o de centrocampista en aquella plantilla en la que sobraban chavales. Además de Gail, estaban Borja, Jorge, Lolo, Minguela, Lorenzo, Julio etc. En puertas del Mundial de España, había que jugar con dos futbolistas sub 20 por normativa. En Pucela, no solo jugaban más y no les cambiaban a la media hora, como en otros equipos, sino que los jóvenes eran los máximos goleadores (Gail y Jorge).

Luismi era muy grande y por lo tanto no era rápido, pero su velocidad mental y de ejecución eran impresionantes. El mejor partido que yo le recuerdo es un 3-2 al Real Madrid en Zorrila en el que marcó dos goles a un equipo en el que ya asomaba la Quinta del Buitre. Sin embargo, él me recuerda otro que considera más completo. Fue un 2-2 ante un Barcelona en el que la estrella era Archibald (temporada 85/86).

Respecto a su último gol en el coliseo del Paseo Zorrilla hay una anécdota curiosa. En el partido postrero ante Osasuna, había una minicadena musical en juego que ofrecía un hipermercado para aquel que echara el telón goleador al viejo estadio. Su amigo Jorge también pudo ser el último goleador del desaparecido recinto pero cuando iba a marcar, casi a puerta vacía, llegó por detrás un extremo argentino de la época, Fernando Alí Navarro, que también quería la minicadena para él y pasar a la historia. Los dos se fueron al suelo con el público riéndose por la comicidad de la jugada y Gail se quedó con el honor de ser el último «artillero» del viejo estadio.

Recuerda que en aquella época ganar en Zorrilla para cualquier rival era dificilísimo. «A mi me decían cuando iba a la AFE que éramos muy pesados y que venir aquí era un castigo divino porque se encontraban siempre a un equipo que salía a por todas».
Considera que después de la temporada 78/79 hubo un antes y un después en la historia del club. Fue el germen de la década prodigiosa, como me gusta decir a mi y a Ramón Martínez. Gail dice que había un ambiente impresionante en la plantilla. «Todos éramos amigos, y el que llegaba debía impregnarse de aquel ambiente. Éramos un equipo en todos los sentidos y donde no llegaba uno llegaba el compañero, así llegamos a ganar esa Copa de la Liga, además de los méritos de Redondo que también fueron muchos».

Repite las mismas frases de Pepe Moré al referirse a aquel torneo: «La confianza que teníamos era impresionante, y como estábamos físicamente muy bien la verdad es que hubiéramos ganado en aquel momento al que se hubiera puesto por delante, daba igual».

TRASPASO AL BETIS

Una historia no muy conocida es la de su traspaso al Betis. Aquel verano no habían renovado Minguela y el propio Gail porque no estaban de acuerdo con las condiciones, así que se quedaron los dos solos a entrenarse en El Pinar, mientras el equipo se iba a Suances. Paradójicamente, los dos fueron traspasados a un Betis que buscaba recambio para el veterano Antolín Ortega, pero cuando Vicente Cantatore se enteró, amenazó con dimitir. Gonzalo Alonzo dijo que al menos uno tenía que irse y ese fue Gail.


Cuando acabó su carrera de jugador con unos años impresionantes en el Betis, que allí todavía se recuerdan (sus tres primeras temporadas fueron brutales) fue entrenador del Diter Zafra (donde empezó en los banquillos), Sabadell, Xerez, Zamora y fue también seleccionador de fútbol de Castilla y León, aunque también estuvo dos años dirigiendo al juvenil del Real Valladolid.
Los dos partidos más espectaculares que yo recuerdo del Valladolid son con Gail en el campo o merodeando la escena. Es el referido 3-2 al Real Madrid de la 85/86 y el 3-1 al Barcelona de Ronaldo, en el que Gail estaba en el banquillo porque era ayudante de Cantatore, con quien también trabajó en Portugal.


De su etapa en Pucela destaca sobre todo esa época ya relatada en que la base eran canteranos y subraya que los que venían de fuera venían a marcar las diferencias, como Gilberto, Da Silva o Pato Yáñez. Dice también que el fútbol ha cambiado mucho porque la alimentación y los entrenamientos permiten a los jugadores retirarse más tarde, pero hay algo de Gail que llama mucho la atención: una polivalencia deseada, y no hay muchos casos de arietes que hayan mutado a centrales: Loren, Urban, Araujo y pocos más.


Además de defensa central y delantero centro, jugó de interior, de medio centro, de extremo derecho y de media punta y en todos las demarcaciones se sentía cómodo. Todas le gustaban y en todas destacaba. Su dominio del espacio y su forma de sacar el balón con una limpieza impecable le hicieron jugar más de central. Y su juego de cabeza, también. No solo era grande, es que iba con todo. En un partido en el Bernabéu remató en un córner al balón y a Fonseca al mismo tiempo. Fue gol, pero al final se anuló porque el remate fue tan descomunal que el árbitro vio faltas por todas partes cuando, en realidad, el damnificado había sido su propio compañero.


Como rival del Pucela, relata que en un partido en Valladolid, defendiendo ya la camiseta del Betis, forzó una tarjeta para poner nervioso a Eusebio y que fallara un penalti. «Recuerdo que era un partido de Ferias y me metí en el área para molestar y dilatar el lanzamiento, Me decían de todo desde la grada, pero ese es el otro fútbol y cuando uno es profesional se trata de ganar. De eso va el fútbol».
Efectivamente esa frase tan recurrente de Luis Aragonés define el fútbol: ganar, ganar y ganar. Las ganas de ganar de aquella generación de jugadores hicieron que el Pucela estuviera consecutivamente en Primera más años que en toda su historia. Cuando Gail habla de la amistad, del ambiente en aquel vestuario, de los roles, de los jugadores veteranos, de los valores que se transmiten y tú, ajeno a todo, solo ibas en aquella época a ver ganar a tu equipo con doce años reparas en una cosa: como decía Kapuscinski aplicado a los periodistas, para ser buen futbolista también hay que ser una buena persona.

Y cuando cuelgas el teléfono y te emplaza (aprovechando que vive cerca) para ver un día su galería de recuerdos del futbol, te da la sensación de que sobre esta gente, que siempre suma, aporta y tira del carro, se forjó la historia de este club. Él era el más veterano de la defensa y tenía 24 años en la temporada 85/86. Para entonces ya había pensado en la vida después del futbol, del que le retiró una lesión en el tendón de aquiles, y había montado la Cafetería Gail. Siempre adelantándose a los acontecimientos y haciendo las cosas antes de lo que tocaba, como debutar con 16 años, ser también un entrenador joven o planificar la vida tras el fútbol siendo aún futbolista.

De pie: Da Silva, Díez, Gail, Santos, Richard, Fenoy. Agachados: Navajas, Yáñez, Pepín, Sánchez Valles y Duque
Saludando a Eusebio Ríos en presencia de Bebic, Laguna y Ramón Martínez.
Luis Miguel Gail en la actualidad

Pepe Moré, cuando fuimos los mejores

Imagen de Moré levantando la Copa de la Liga y a la derecha, en los talleres de reminiscencia
Durante la presentación de la plantilla a Eusebio Ríos en la temporada 79/80

José Anselmo Moreno

El Real Valladolid fue líder de la liga en el arranque de la temporada 1988/89 tras golear al Elche en Zorrilla con una exhibición portentosa de Jankovic. Ese partido deparaba otro detalle histórico, era el primero en que no estaba en la plantilla, tras más de una década de entrega admirable, don José Moré Bonet, el jugador que levantó una copa al cielo de Pucela aquel día en que, lideratos fugaces al margen, sí fuimos y nos sentimos los mejores.

El Real Valladolid, en ocasiones, ha pintado su historia a brochazos pero otras veces nos ha hecho sentir orgullo. Y hablando de orgullo, el exjugador catalán está «muy orgulloso» de haber vestido la blanquivioleta y de haber entrenado al Pucela. Vamos con su historia.

Pepe Moré es una leyenda indiscutible del club y apenas se le nota. Ni él quiere que se note. Como jugador ofreció un rendimiento constante y extraordinario, culminado con esa imagen gloriosa de la historia del Valladolid. Sin embargo, levantar el único trofeo en los 92 años de vida del club no fue lo más importante que hizo, ni siquiera él considera que lo sea. Moré ya había sido importante mucho antes y en muchísimos momentos olvidados, como (por poner solo un ejemplo) en un golazo en Cádiz desde fuera del área en el último minuto de un partido que fue decisivo para el ascenso de la temporada 1979/80. Según él, aquel ascenso sí fue el momento más importante de su carrera, aunque no haya una foto memorable para ilustrarlo. Para Moré, aquel salto a Primera División fue mucho más trascendente de lo que entonces se pensaba porque, tal y como recuerda 41 años después, «el club volvió a formar parte de la élite tras haber estado mucho tiempo en Segunda, aquello nos cambió a todos más que la Copa de la Liga».

En efecto, ahí arrancó todo… El Real Valladolid, durante las décadas de los 80 y 90, fue campeón de la Copa de la Liga, subcampeón de la Copa del Rey, hubo tres clasificaciones europeas y tuvimos un pichichi de Primera División. En esas dos décadas, 19 de 20 temporadas estuvimos en Primera División. Y todo empezó con ese ascenso que recuerda Pepe.

Vayamos, antes de continuar, con una semblanza de Moré y después con sus recuerdos de jugador que, como él subraya ahora, es lo más bonito del fútbol porque eso de entrenar tiene un pequeño componente de «suplicio». Precisamente porque hablaremos menos de su faceta de técnico, empezamos con su perfil como entrenador. Moré fue durante años algo así como el Vicente Del Bosque del Real Valladolid. Y también, como en el caso, del salmantino, se le valoró más con el paso del tiempo. De hecho, fue irse y el equipo descendió tras varias temporadas salvándose con muchos cedidos y fichajes modestos. Sin levantar la voz. Sin pedir nada. Como hombre de club, nunca lo hizo.

Moré está en todas, como dicen muchos de sus excompañeros. Es, sin duda, uno de los iconos del Real Valladolid y puede presumir, por ejemplo, de haber ganado al Real Madrid en Zorrilla tanto de jugador como de entrenador. En la temporada 1985/86 como jugador ganó 3-2 al Madrid de la Quinta del Buitre, y en la campaña 2001/02, ya como técnico, consiguió la victoria por 2-1 frente al conjunto merengue.

Recuerda Moré que su peor momento fue una lesión en los ligamentos de la rodilla, con 34 años, la más grave de su carrera y que tal vez pudo precipitar su retirada. No le dolió tanto como aquel percance dejar el club de su vida porque sabía que en cuanto dejara de ser primer entrenador ya no se podría quedar aquí y, tras marcharse, tuvo buenas experiencias en Tenerife y, sobre todo, en Castellón.


Hablando de lo bueno surge esa sorpresa ya referida en la conversación. Para él su mejor momento no fue la Copa de la Liga sino su primer y único ascenso como jugador. «El club llevaba 16 años lejos de Primera, nosotros llevábamos varios años juntos y pasamos de ser jugadores de Segunda, y que no conocía nadie, a ser futbolistas de Primera División». Recuerda que el viejo estadio tuvo que ampliarse y que fue un momento «irrepetible» para la ciudad que todos vivieron «con cierto alborozo». También mantiene en la memoria que «la gente era inmensamente feliz con el equipo y nos apoyaba de manera incondicional».

No obstante, quiere precisar que la Copa de la Liga también fue MUY importante y valora en su justa medida la foto con el trofeo. «Parece que pasan los años y da la impresión de que cada vez es más importante para la gente esa foto», subraya. Sobre esa Copa de la Liga afirma que se dieron un montón de circunstancias para acabar la temporada «como motos» y la confianza «impresionante» que se fue adquiriendo con las eliminatorias les hizo sentir invencibles. «Además es que estábamos físicamente muy bien, la verdad es que hubiéramos ganado en aquel momento al que se hubiera puesto por delante».

Hace la precisión de que no fue sólo el título, «aquello nos permitió ir por primera vez a Europa y eso es también muy valioso, haber vivido todo aquello es un orgullo», asevera.

PARTIDOS Y MUCHA HISTORIA

El catalán sumó un total de 448 partidos como jugador, en los que marcó 58 goles. Es el segundo jugador de la historia del Pucela con más partidos y me corrige el dato porque yo pensaba que era el tercero (la memoria y sus trampas). Actuó hasta de defensa central y eso que no iba nada bien de cabeza. «Se las ingeniaba a veces para evitar golpear con la cabeza», según recuerda Llacer.

Como entrenador, sus números tampoco son desdeñables. Dirigió al Real Valladolid en 159 ocasiones y en alguna de ellas cogió al equipo en momentos muy comprometidos, como tras la salida de Josip Skoblar, la de Víctor Espárrago o después de la destitución de Felipe Mesones, salvando al equipo en la promoción contra el Toledo. Carlos Suárez decidió en junio de 2003 que Pepe Moré no renovase como entrenador. Las últimas temporadas había cumplido los objetivos sobradamente, pero el desgaste y la búsqueda de nuevos proyectos decantó la decisión. Suárez se arrepintió de aquello tanto como del cese de Mendilibar, pero hay veces que a los de la casa no se les valora. Eso lo digo yo.

Moré tenía cierto perfil didáctico y hacía crecer a los futbolistas. De eso hay muchos ejemplos. Con él, el malagueño Fernando Fernández volvió al Real Madrid con 15 goles, revalorizado y traspasado al Betis. Moré fue el primero que puso a Caminero de líbero en un partido en Sevilla. Tote ofreció su mejor rendimiento aquí bajo sus órdenes y hasta Amavisca llegó a jugar partidos de lateral zurdo con defensa de cinco (recuerdo un entrenamiento dándole consignas defensivas y que Emilio agradeció después).
Moré diseñaba siempre el sistema de juego según los jugadores que tuviera a sus órdenes, tal y como hacía Vicente Cantatore, quien precisamente le escogió de ayudante tras su retirada. Un año antes Moré había tenido la referida lesión de rodilla al chocar con Rubén Bilbao en el Calderón (se lesionaron los dos) pero ya se había recuperado y no descartaba seguir, aunque Don Vicente le convenció para ser su colaborador más directo. Después lo fue también de Maturana, entre otros, antes de coger definitivamente el cartel de primer entrenador. Y ahí triunfó. Le costó, pero triunfó. Es indiscutible que la marcha de Moré no fue una decisión acertada en su momento pero, aún así, se despidió como un caballero.

Se fue satisfecho con su trabajo. Podía hacerlo. Se marchó con casi todo el público a favor y con la prensa aplaudiéndole, entre ellos yo. Dice que no se esperaba ese aplauso de los medios de comunicación pero en mi caso era el reconocimiento al trato ejemplar del entrenador y, por qué no decirlo, también a un ídolo de la infancia. Lo admito.

A Pepe le daba igual que le llamaras de noche o muy temprano y le pillaras afeitándose, él te atendía igual. Esa anécdota la recordábamos los dos hace unos días. Yo tenía que entrar a fichar en mi particular mili y le llamé a las 8,30 porque no podía a otra hora y me pedían del As la alineación ideal de cada entrenador de Primera. Había que entregarla antes de mediodía. Recuerdo que me dijo al deportivista Nando de lateral izquierdo y no quiso poner a ningún jugador suyo. Tampoco quiso mandarme a paseo, que es lo que hubiera hecho yo con un periodista que me llamara a esas horas. Lo dicho, un buen ser humano.

Además de todo esto, por contextualizar su trabajo, hay que subrayar como un inmenso mérito que en su época como técnico se vendía cada año a los mejores jugadores de la plantilla y él no pedía, a cambio, un solo refuerzo. Al menos, yo nunca se lo escuché públicamente. Entrenaba lo que le llegaba y punto. Incluso al día después de ser presentado un jugador, como sucedió con Gonzalo Colsa, lo ponía porque no tenía mucho más… Todo esto también lo digo yo, él no hace valoración alguna al respecto por propia voluntad. Sin embargo, es de justicia recordar la historia tal y como fue porque el tiempo, muchas veces, cambia la percepción de las cosas. En este caso, amplifica los méritos. Y de qué manera.

Para el recuerdo del Moré entrenador, quedan aquellas lecciones de profesionalidad a Gustavo Matosas o a Iván Kaviedes. Al ecuatoriano le sustituyó en un partido como escarmiento y eso le picó el amor propio, lo cierto es que funcionó. Vaya si funcionó. Acabó siendo decisivo en la permanencia de 2001, con goles al Deportivo, aquel espectacular de chilena al Barça y otro en el Bernabéu al Real Madrid. «Le dije delante de todos sus compañeros que si no corría como los demás le quitaría a la media hora». Lo cierto es que consiguió el propósito de sacar la mejor cara de Kaviedes, quien se ha retirado recientemente, por cierto.

Como entrenador también se siente orgulloso de haber hecho algo en cierto modo «revolucionario», como haber puesto a Jonathan y a Mario de centrales porque medían 1,73 y 1,77 respectivamente, pero les veía que iban bien de cabeza y detrás ponía al boliviano Peña para formar una defensa infranqueable por arriba. «Todos eran muy valientes, para ir bien de cabeza hay que ser valiente y lo dice uno que no iba nada bien de cabeza», ironiza.

Moré manejaba perfectamente los registros a la hora de leer el carácter de los jugadores. Por manejar, manejaba perfectamente el francés y el inglés e incluso podía haber ido a trabajar a otros países, pero tras el Valladolid le llegó el Tenerife y después el Castellón, donde yo mismo pude comprobar durante la Vuelta a España 2015 que es un ídolo. Aquí se quedó por un tiempo más su hijo Xavi Moré Roca, con quien también coincidió después en ese CD Castellón. Xavi, independiente del apellido, hizo su propia carrera en el fútbol y le ha dado dos nietos, uno recientemente. Es curioso, era un niño que me cogía el teléfono cuando llamaba a casa de su padre y, con los años, acabé haciéndole una entrevista por aquel gol suyo que eliminó al Real Madrid galáctico de la Copa del Rey.

Por supuesto, Pepe Moré sigue siendo socio del Valladolid y un buen aficionado, aunque no vaya al estadio porque ahora su prioridad es disfrutar de sus nietos y, como es su costumbre, dar largos paseos entre Parquesol y Arroyo. Al equipo le ve todos los partidos pero ya no tiene esas ganas de ir al estadio porque sufre. «Me recuerda todos los momentos en que yo sufría allí como entrenador. Vas allí y te afloran esos recuerdos. No es lo mismo entrenar a otro equipo que al club en cuya ciudad sabes que te vas a quedar de por vida, la responsabilidad es máxima».

Recordamos entre risas que yo me sabía de memoria la matrícula de su Seat 131 Supermirafiori color naranja de finales de los 70 y admito que para mi hablar con él, tras muchos años sin querer situarse bajo los focos, es una satisfacción notable porque si alguien debe estar en un libro de la historia del Pucela es Don José Moré Bonet (L’Ametlla del Vallès, Barcelona, 29-1-1953). Precisamente para equilibrar las entregas de este libro en dos partes, reservé su presencia para la segunda. «Compré tu libro y apenas me vi», me comentó. La respuesta es que él salía desde el banquillo… Por cierto, salvo la última temporada en activo no era el banquillo un lugar que frecuentase como jugador.

FÚTBOL DE ANTES Y DE AHORA

Piensa que el fútbol cambió con el premio de tres puntos por victoria y el hecho de que los porteros no pudieran coger el balón con la mano tras una cesión, lo que permitió una presión más alta al rival. Además, el juego ya no es ahora tan duro como antes. Eso hace que el mérito de los jugadores ofensivos sea diferente al estar mucho más protegidos por los árbitros. Sobre su etapa como futbolista hay un dato muy poco conocido de Moré, y es que empezó como ariete en las categorías inferiores del Barça pero se encontró con la competencia en el puesto de Pep Munné (quien luego fue actor) y acabó jugando por la izquierda, de ahí su dominio con la zurda desde el medio centro puro. Siempre jugó ahí en Pucela porque lo del doble pivote fue posterior. De aquí se pudo marchar porque ofertas tuvo (una muy importante del Espanyol), pero el derecho de retención lo impidió. Sus recuerdos como futbolista en la época del viejo estadio evocan una época bien diferente a la actual.

«Una prueba de cómo eran aquellos tiempos es que algunos días sacábamos la manguera del vestuario por la ventana y lavábamos nuestros propios coches», rememora con la sonrisa en la boca. Con los años, ha ganado en facilidad para reír y bromear, también la ausencia de bigote le resta severidad.
Recuerda con frecuencia aquella plantilla de la 78/79 que acabó en sendos fracasos en Liga y Copa por un gol, pero que es más recordada que muchas campañas gloriosas. «Allí había gente con carácter y también muy alegre, como Daniel Gilé, que era un tío muy animoso y con una moral tremenda, también teníamos ese año a Poli Rincón, que era otro tipo pleno de moral y que llegó el primer día, cuando estábamos concentrados en el hotel Felipe IV, y parecía que llevaba toda la vida con nosotros».

También, como no, recuerda a Enrique Pérez Pachín y sus mil anécdotas incontables y menos ahora, ya fallecido. «Se ponía a jugar con nosotros y cuando le dabas mal el balón se cabreaba y siempre la pedía al pie». Obviamente, recordamos la anécdota del Interviú, pero es que al final no había uno sino varios. Era la revista de moda en la época y… «nosotros no éramos mucho de libros, así que qué ibas a leer en una concentración en Bulgaria».

Son recuerdos que nos llevan precisamente a los talleres de reminiscencia para personas mayores. Asegura que son muy edificantes. Le metió en ello Javi Torres Gómez y dice que es «muy bueno» ver como en las residencias la gente mayor recuerda cosas a través del fútbol. «Yo me siento muy bien cuando me voy de allí, no sabes si tú en el futuro vas a necesitar algo parecido».

Al final sale el lado humano del protagonista. Ese que se preocupa por los malos momentos de sus excompañeros y celebra sus éxitos. El mismo que sigue celebrando los goles del Real Valladolid como si estuviera en el campo o en el banquillo, aunque siempre prefirió lo primero. Como él dice, «lo mejor del fútbol es cuando eres futbolista». Sin embargo, aunque no quiere comentar nada, analiza los defectos desde el sofá y sufre con los goles en contra. Hablar con Moré de fútbol, con la pausa que siempre le pone a su conversación, es de esos placeres que te deja la profesión de «juntaletras» al cabo de los años. Pasa más de una hora y te parece un minuto. Dicen que el éxito de una persona es, sobre todo, poder estar a gusto con su propia vida al cabo de los años. Si es así, Moré puede considerarse un triunfador. Un día levantó una copa. Es el momento que da sentido a nuestro himno, el de los goles y las gestas y el que dice que con grandes triunfos se hace la historia. Si hablamos del Real Valladolid, Moré e historia deben ir en la misma frase.

Del blanco y negro al color, siempre aquí

Durante una cena, junto a Santos, Llacer y Osvaldo Cortés
Desde la izquierda: Moré, Díez, Santos, Pastor, Fenoy, Jorge, Da Silva, Pepín, Navajas, Sánchez Valles y Fortes.
Con su hijo Xavi, con quien coincidió en Valladolid y Castellón
Moré, capitán en el primer partido europeo del Valladolid tras ganar la Copa de la Liga. A la izquierda aparece Mauro Ravnic.
Moré, en el Barcelona Atlético, junto a otros cuatro jugadores que vistieron la blanquivioleta (Nicolás, Rusky, Botella y Fortes)

Ricardo Albis, un hijo de emigrantes bajo los focos

Albis en la actualidad. Arriba, durante la temporada 88/89.
Albis, en la campaña 89/90

José Anselmo Moreno

Su nombre de usuario en Twitter @RichiMardel es por Ricardo+Mar del Plata, pero una parte de su corazón es pucelano. Muchas fotos hay en su despacho (algunas acompañan a este texto) de su etapa en Valladolid, donde hace mucho que no viene y tiene ganas de hacerlo para estar con su amigo Luis Minguela, que era su compañero de habitación en las concentraciones.
Con la perspectiva de más de 30 años, destaca la fuerza del grupo en aquella plantilla del Real Valladolid que le tocó vivir y dice que había «mucho pegamento» ahí. «Gente como Tico Gómez, Camilo Segoviano o Aramayo nos unían a todos con un auténtico líder como don Vicente Cantatore (con el don por delante) un hombre que siempre sabía lo que tenía que decir y cómo decirlo».


En este contexto, recuerda una charla en la que Cantatore le dijo:

«Tú de pequeño guardabas las botas de fútbol bajo la cama y era lo primero que mirabas al levantarte, ¿no es cierto?

Sí, míster. No sé cómo puede saberlo…

Pues recuerda eso y sal al campo con esa imagen en tu cabeza».

Tal cual. Albis dice que no sabe exactamente qué hacía aquel tipo pero los mentalizaba de una manera que salían al campo a por todas. Así lo recuerda y lo manifiesta muchos años después Ricardo Albisbeascoechea, conocido en algunos lugares como «el vasco» por razones evidentes.

Estuvo en una época gloriosa para el Real Valladolid, aquí volvió a demostrar que es una especie de talismán, porque ya había subido al Logroñés a la máxima categoría por primer vez en la historia y después de pasar por el Valladolid ascendió al Deportivo de la Coruña. Eso no sucede por casualidad aunque él no se considere talismán, una condición que los hechos sí le atribuyen.

Llegó al fútbol español de un modo peculiar y, como les decía, estuvo en la última temporada verdaderamente brillante del Real Valladolid antes del Europucela. Ese año marcó uno de los goles más cantados de la historia del club, el que abría la puerta de la final de Copa cuando el partido de vuelta contra el Depor en semifinales ya agonizaba. Ese gol lo hubiera anulado el VAR a día de hoy, pero no es por eso que Albis es contrario al vídeo arbitraje. «Me parece bien el ojo de halcón, por ejemplo, pero el VAR desvirtúa el futbol y los jugadores, a mi juicio, deberían decirlo». Insiste en que no tiene nada que ver su opinión con cuestiones particulares o aquel referido y polémico gol al Deportivo que acabó concediendo Soriano Aladrén.

Paradójicamente de aquí se fue a La Coruña para ascender a los gallegos cuando estaba germinando el Superdepor. Con esa ciudad tiene una especie de idilio, llegó allí para jugar en un equipo de migrantes e hijos de emigrantes y de esa manera empezó su historia en España. Él siempre dice que aquí no es suficientemente español ni en Argentina, suficientemente argentino aunque siga llamando «barbijos» a las mascarillas, por ejemplo.

Ricardo Raúl Albisbeascoechea jugó y vive en Málaga, por allí se encuentra de vez en cuando con Goyo Fonseca, también residente en la Costa del Sol. Sin embargo, Albis llegó primero a La Coruña para jugar con Argentina un Mundialito de la Emigración que tuvo lugar en Galicia. Lo disputaban nietos e hijos de españoles, en definitiva jugadores que podían ser oriundos y no ocupar plazas de extranjero, que entonces estaban limitadas a dos.

LLEGADA A ESPAÑA

Hijo de padres españoles, nació en Mar del Plata (Argentina) el 18 de agosto de 1960 y comenzó en el Cadetes de San Martín, hasta llegar a uno de los grandes del fútbol argentino: el Independiente. Vino a España en 1982 a disputar el citado Mundialito y fichó por el extinto CD Málaga. A mediados de los 80, pasó al Logroñés, donde estuvo tres temporadas (1985-1988). Allí es un ídolo, aún hay alguna foto suya en bares de la calle Laurel o incluso en tiendas de deportes. De ahí, al Pucela.

En aquel torneo de descendientes de emigrantes también conoció a su mujer (Adriana), una de esas jugadas completas y redondas que, a veces, depara el destino. En aquella competición estuvieron concentrados en Ordes, la localidad natal de Ricardo Mohar, Richard, y la final fue en el estadio de Riazor. Allí vivió años después ese ascenso del Deportivo como protagonista en 1991, aunque no jugó ese año todo lo que merecía.

«Cuando uno es profesional a veces solo se mira el ombligo y hay cosas que solo se entienden con el tiempo», así explica que su relación con Arsenio Iglesias no fuera del todo idílica. Y si lo fue con el mencionado Vicente Cantatore, que era otro tipo de entrenador. Más conciliador. Los buenos psicólogos suelen transitar por esa senda… «Cantatore escuchaba, te escuchaba mucho», recuerda Albis.

Con ese Valladolid de Cantatore de la 88/89 vivió la recordada semifinal de Copa contra el Deportivo, uno de los partidos más calientes y agitados que yo recuerdo del Real Valladolid en Pucela. Dentro y fuera del campo. Aquel era un fútbol muchísimo más duro, Albis aguantó ese día alguna que otra tarascada y al final del partido marcó el gol que forzaba la prórroga tras varias ocasiones que habían tenido los gallegos a cargo de Raudnei, Fran y Chuchi Hidalgo.

El Deportivo se veía aquella noche con un pie en la final pero llegó ese gol histórico, en el que Hierro saca de banda con un pie dentro del campo, Fonseca da el balón con la mano hacia atrás en un salto de cabeza y allí llegó Ricardo Albis, al segundo palo, para empujarla. No hacía falta más.

«Fue el gol más raro del mundo, se iban cayendo todos por delante de mí y yo solo llegué por inercia y la empujé». El estadio se volvió loco porque el partido se empezó a ganar ahí, y la prórroga ya fue totalmente del Valladolid, Manolo Peña marcó el 2-0. «Fue un partido duro, aunque yo no participé en ninguna trifulca, pero a Hierro siempre le pitaban en Riazor, no tanto al Valladolid».

Albisbeascoechea «El vasco» empezó su carrera en el Independiente de Avellaneda en 1978 y la terminó en la Balompédica Linense en 1994. Era medio centro, también un mediapunta fino pero a la vez bregador e hiperactivo. Cantatore le puso de interior izquierdo porque aquel equipo jugaba con cinco defensas, no tenía media punta y de pivote jugaba Minguela. Era un 5-3-2, con ese traje el Valladolid llegó a la final copera, donde Albis tuvo una oportunidad de marcar que se marchó al limbo. Tras el lanzamiento de una falta se encontró con el balón a un metro de Buyo. Parecía de nuevo el destino y sus caprichos. Ese sí hubiera sido su instante de gloria, fue un segundo, apenas un pestañeo, pero ese día no tocaba… Poco después, fue sustituido por Fonseca y hasta tuvo que pasar el control antidopaje mientras le daba vueltas a esa oportunidad perdida. El balón le cayó por sorpresa, era prácticamente imposible reaccionar pero, aún así, se lamentaba. Ese partido le había llegado ya con mucha experiencia y en uno de los mejores momentos de su carrera deportiva.

Y es que Albis atesoraba una trayectoria ya notable cuando llegó al Valladolid, fundamentalmente Málaga, Logroñés y Argentina, Allí alimentó la rivalidad Independiente-Racing, clubes en los que militó: «me odian los dos», asegura a la vez que recuerda que en Argentina se vive el fútbol con mucha pasión, no se entienden fichajes entre eternos rivales pero «yo tuve la suerte de jugar en los dos grandes de Avellaneda».

Admite que el fútbol de ahora es distinto, de su época se queda con los códigos del vestuario, con las cosas sagradas, el respeto y una serie de cosas que se han ido perdiendo. De la época actual reconoce que hay más medios, con el cuidado al que están sometidos los jugadores y los adelantos de todo tipo en recuperación de lesiones, dietética y entrenamientos.

Sobre su carrera, lamenta no haber jugado más en Europa, solo lo hizo con el Valladolid en una Recopa pero está satisfecho por ello. Aquella competición se jugó con notable éxito, siendo el Pucela único equipo español superviviente en Europa al llegar el mes de marzo de aquel 1990. Los vallisoletanos fueron eliminados por el Mónaco de Arsene Wenger en la tanda de penaltis. Albis metió el único del Pucela. Una derrota dura y honrosa a partes iguales.

En Pucela, Albis solía llevar el número 8, jugó un total de 53 partidos de liga en dos temporadas y marcó dos goles, ambos decisivos ante el Zaragoza y el Castellón, este último con anécdota incluida. Tuvo como entrenadores a Cantatore, Skoblar, Moré y Fernando Redondo. La segunda temporada no fue tan buena, aunque empezó con un triunfo en Zorrilla ante un Barcelona en el que debutaba un tal Ronald Koeman. Aquel día Cruyff «innovó» sacando a Lucendo y a Koeman en medio campo por la derecha, de modo que el holandés se las tuvo que ver con Albis.

LA RETIRADA

Tras dejar el fútbol, Albis ha sido, entre otras cosas, representante de futbolistas y entrenador o director deportivo de varios clubes, como Málaga, Elche o Algeciras. Una de sus últimas funciones ha sido integrante de la dirección deportiva del Granada (allí coincidió con Sergi Guardiola cuando éste era un chaval) y lo dejó con el cambio de propiedad del club para montar una empresa de paquetería, aprovechando la eclosión de las compras por internet. Antes había tenido también una empresa de representación de jugadores denominada G2 Sport.

Al actual Real Valladolid lo ve bien, a su juicio es un club histórico e importante en España y es fundamental que se asiente entre los grandes con una clave «esencial» en este tipo de equipos: acertar en los fichajes con los recursos que tiene. Y volviendo al pasado, acaba recordando aquel histórico gol al Deportivo, que recalca que fue «el más fácil y sencillo» que marcó en toda su vida. Asegura que es «emocionante» para un jugador ya retirado comprobar que la gente recuerda momentos como aquel y está esperando a que le inviten a una cena en Pucela con motivo de una final, tal y como hicieron en 1989 con los finalistas de la Copa del Rey de 1950. «Le comenté a Minguela que al cabo de unos años nos invitarían a nosotros también por una final». Ojo, que eso lo dijo un talismán…

Mauro Ravnic, Moreno, Gonzalo, Minguela, Albesa, Jankovic, Peña, Albis, Lemos, Fonseca y Gabi Moya
Ravnic, Moreno, Alberto, Lemos, Ayarza, Hidalgo, Albis, Minguela, Damián, Valverde y Miljus
Dos de las fotos que figuran en las paredes de su despacho

Juan Carlos, un galgo que llegó a lo más alto

En la temporada 85/86 y en una imagen reciente
Juan Carlos Rodríguez en una formación del Real Valladolid de la temporada 1995/96

José Anselmo Moreno

«El brazalete lo llevará quien tú quieras pero el capitán voy a ser yo», eso le dijo a Rafa Benítez en su regreso a Pucela. Tal vez desde ese momento se quedó con lo de «capi» para siempre y comandó un grupo fuerte de vestuario que, como aquí dicen Ricardo Albis o Gail, resulta «imprescindible» en los malos momentos. A Juan Carlos ya le llamaban «galgo» en el Promesas y eso que aún jugaba de centrocampista no de incansable carrilero. En realidad el mote se lo puso su abuelo por la afición que ambos compartían por la caza. Sin embargo, el galgo de verdad, el que subía y bajaba la banda izquierda como una bala siendo diestro, surgió cuando Vicente Cantatore le puso de lateral en Primera División. De ahí al Atlético de Madrid, Barcelona, Valencia y de nuevo Pucela. También fue una vez internacional con la Selección Nacional, el 17 de abril de 1991 cuando España perdió en Cáceres, por 0-2, ante Rumanía.

Otra historia curiosa de Juan Carlos tuvo lugar en Wembley después del gol de Koeman en la final de la Champions. El jugador de Puente Castro acabó medio tuerto los últimos minutos del partido tras recibir un puñetazo sin querer de Nando en la celebración del tanto. «No podía abrir el ojo derecho y para colmo me tocó el control antidoping con Chapi Ferrer, todos celebrando el título en el vestuario pero allí estábamos Chapi y yo, con dos italianos amargados y mi ojo a la virulé», evoca el jugador.

Esa es solamente una de las muchas anécdotas como profesional de Juan Carlos y… vamos a pasar de puntillas por la más gorda porque ya está contada. Él fue uno de los responsables de llevar una vaquilla al estadio Zorrilla. El animal acabó cayendo al foso, pero antes alguno se había tirado allí «motu proprio» por el miedo a un revolcón.

Juan Carlos Rodríguez Moreno (Puente Castro, León, 19-1-1965), con quien yo comparto apellidos en orden alterado y también la fecha de nacimiento, trabaja actualmente en la Fundación de Eusebio Sacristán, uno de sus grandes amigos, con quien hasta hace poco solía jugar al pádel y al padbol en las instalaciones indoor de Dragan Isailovic.

Las carreras futbolísticas de ambos son prácticamente gemelas, desde las categorías inferiores del Real Valladolid hasta la retirada en el mismo Pucela después de pasar por el Atlético de Madrid y el Barcelona en ambos casos. La única diferencia es que Eusebio debutó antes en Primera y que se fue al Celta antes de regresar aquí, mientras que Juan Carlos jugó en el Valencia. El debut de Juan Carlos en Primera fue un poco accidental, ya que jugó solo un partido de la temporada 84/85 por la huelga de futbolistas, ganando al Racing (1-0). Por entonces, Eusebio ya estaba en el primer equipo pero él hubo de aguantar una temporada más en aquella Tercera División durísima. Se jugaban algunos partidos en pueblos y con la gente muy encima. «A veces sacabas de banda un metro dentro del campo y el árbitro lo daba por válido porque sabía que más atrás era arriesgado, hasta te podía caer un paraguazo».

PASO POR LA CANTERA

Recuerda el galgo de Puente Castro que «Eusebio y yo nos conocimos en 1981, cuando éramos juveniles, y vivíamos juntos en un piso junto a otro compañero de equipo. Comíamos en un restaurante próximo a nuestra casa, uno de los que tenían acuerdos con el club pues todavía no se estilaban por aquella época las residencias de jugadores».

El restaurante era la bodega Aragón de La Rubia, y alli «había lentejas muy ricas dos días por semana», rememora Juan Carlos al tiempo que dice que aprovechó esa época para dejarse el pelo largo, esa melena rockera que era el terror de las nenas antes de que Julen Guerrero irrumpiera en el fenómeno fan. «Aproveché que estaba lejos de mis padres porque en casa no me dejaban tener el pelo largo, ni de coña», ironiza.

Por cierto, que en aquel Valladolid Promesas había un portero que ahora es actor y que ya por entonces apuntaba maneras: el murciano Ginés García Millán, conocido por sus papeles en la serie Isabel, Herederos y Periodistas, entre otras muchas. Ginés fue fichado a cambio de un millón de pesetas, que para un juvenil era una barbaridad. Le recuerda como un portero ágil y palomitero pero enseguida le dio por el arte dramático. «Ya hacía sus pinitos en los viajes».

Ginés y Juan Carlos viveron junto a Rodri en un piso del Cuatro de Marzo próximo al viejo estadio, pero su gran «colega» del fútbol y de la vida fue siempre el referido Eusebio Sacristán o Chicha, como le llaman los amigos porque en una concentración en Sevilla contó un chiste malo de un chicharrón y con Chicha se quedó para siempre entre sus allegados. Cuando se produce esta conversación, Juan Carlos acaba de recibir noticias de Eusebio desde Barcelona que confirman su buena evolución tras el percance y posterior intervención quirúrgica por un coágulo cerebral.

Como está dicho, Eusebio subió antes que Juan Carlos al primer equipo del Real Valladolid y fue García Traid quien le dio la oportunidad, aunque después no le gustaba que jugara tan bien al fútbol. El de La Seca se estrenó en Primera División en la temporada 1983/84, pero después ambos coincidieron en la selección sub 21 y jugaron la final que España le ganó a Italia en un estadio Zorrilla abarrotado, proclamándose campeona de Europa en octubre de 1986. Aquella noche Pucela vivió uno de los mejores ambientes que se recuerdan en el coliseo vallisoletano.

Ese partido también tiene su historia. Juan Carlos salió en la prórroga, mientras que Eusebio fue titular y participó en el primer gol. En aquella selección había otro jugador que ese año militaba en el Real Valladolid: Genar Andrinúa y aunque Torrecilla había participado en las eliminatorias previas, no fue convocado para la final. Sí, han leído bien, cuatro jugadores del Real Valladolid en la selección española sub 21.

Recuerda que tras el empate final en la eliminatoria (2-1 en ambos partidos) nadie quería tirar los penaltis. Después de enfadarse Luis Suárez y de gritar: ¿Queréis que los tire yo? Juan Carlos se ofreció a tirar el cuarto, aunque en su vida había lanzado uno. No hizo falta porque Ablanedo estuvo inspirado y con tres fue suficiente. El gol del sevillista Ramón decantó el titulo en aquella tanda de penas máximas que Zorrilla celebró rompiendo cualquier registro de decibelios. Por cierto, el quinto penalti, que tampoco hizo falta lanzar, lo iba a tirar Eloy Olaya que venía de fallar el decisivo en el Mundial de México ante Bélgica «y no sabía ni donde meterse cuando Luis Suárez buscaba voluntarios, creo que se puso a buscar setas», recuerda con ironía Juan Carlos.

En 1987 nuestro galgo firmó por el Atlético de Madrid. después de dos temporadas en el primer equipo del Real Valladolid. Al margen del jugoso traspaso, el Atlético (meses antes de la llegada de ciclón Jesús Gil) cedió al lateral vizcaíno Rubén Bilbao. En el club del Manzanares, Juan Carlos hizo muy buenas migas con otro vizcaíno: Andoni Goikoetxea. Allí en Madrid, por cierto, también compartió piso con Eusebio durante unos meses.

No mucho después, Johan Cruyff le reclutó para formar parte del «dream team». Era aquel Barcelona en el que estaban Laudrup, Koeman, Romario, Guardiola, Txiki Begiristain, Bakero y Stoichkov, entre otros. Es la etapa que más le marcó junto a sus dos fases en el Real Valladolid, ambas plagadas de éxitos y buen fútbol, con Cantatore al mando de las operaciones. Del Barça sacó una Champions y de la segunda etapa en Pucela, las vivencias del mítico Europucela.

TRAS COLGAR LAS BOTAS

Después de la retirada, Juan Carlos siguió ligado al fútbol, ocupó el cargo de secretario técnico del Real Valladolid, entre otras funciones. También fue seleccionador de Castilla y León. Hoy es director de la escuela de futbol de la Fundación Eusebio Sacristán y es gerente de la bodega de vino de Toro que Eusebio tiene en esta localidad zamorana. También llevó la relación institucional de la referida Fundación y fue su patrono.

Ahora entrena a chavales en una labor impagable y «muy agradecida» con el fútbol inclusivo. Además es presidente de la Asociación de Veteranos del Real Valladolid, cargo que «heredó» de Manolo Llacer. Hablando de herederos, Juan Carlos tiene un hijo futbolista (Alberto), que jugó en el Valladolid Promesas y que fue convocado por Juan Ignacio Martínez para el primer equipo en un partido ante el Barcelona en el Camp Nou.

Para acabar este boceto de la vida de El Galgo, hay que recordar que fue una de las primeras personas conocidas en pasar por el trance de la covid 19 en Valladolid. Sucedió en el mes de marzo, en pleno inicio de la pandemia. Su hija, que entonces residía en Estados Unidos también pasó la enfermedad. En el caso del padre apenas hubo síntomas. Y es que no se conocieron casos de «galgos» afectados seriamente por coronavirus.

Con una formación del Promesas en la que está Ginés García Millán, primero por la derecha agachado. Abajo, en la presentación de la temporada 1985/86
Con sus chavales de fútbol inclusivo
Juan Carlos, segundo por la izquierda y agachado, en una formación del Promesas

Amarillo y un productivo cambio de cromos

Amarillo posa en el viejo estadio Zorrilla al comienzo de la campaña 1975/76

José Anselmo Moreno

El Real Valladolid debe mucho a Alfredo Amarillo, con su fichaje por el FC Barcelona se llevó un buen dinero (12 millones de la época) y, a cambio, vinieron en propiedad jugadores que fueron decisivos en la historia del club.
El entonces técnico del Barcelona Rinus Michels pidió su fichaje tras verle en un partido del Trofeo Ciudad de Valladolid, y Amarillo ingresó en el Barça en junio de 1976 a cambio de esos 12 millones más los servicios de los jugadores del Barcelona Atlético Pepe Moré, el guardameta Oswaldo Santos (cedido), Rusky, Costa y el entrenador catalán Luis Aloy. Con ambas entidades tan «afines», a punto estuvo de venir después el Lobo Carrasco (aún juvenil) pero al final se fue cedido al Tarrasa.
Alfredo Amarillo Kechichian nació en Montevideo en 1953, y allí vive actualmente. Recuerda su etapa en Valladolid como «una de las más felices de su vida». Vivía junto al antiguo mercado de Portugalete y comía a diario en el restaurante Cuberito. El café lo tomaba en el bar del hermano de Manolo de Vega, con quien a veces jugaba a las cartas.
Su memoria en Pucela tiene mucho de gastronómica:

Recuerdo ir también a otro restaurante.

¿Cómo se llamaba? En la Avenida de Gijón…

Los Chopos o algo así. Los Chopos, sí.

Y allí iba con Docal o los concuñados Cardeñosa y Manolo Llacer a comer conejo en salsa y unas chuletillas «bárbaras». Entonces no se medía tanto el índice de grasa. Sí había que darse un homenaje en Los Chopos, la cosa pasaba inadvertida. Además, Alfredo siempre estaba fino.

Me cuentan algunos excompañeros, como Pérez García y el propio Llacer, que era un jugador extraordinario, capaz de recorrer toda la banda, físicamente un portento y no exento de calidad y disparo. En el Barcelona anotó el que fue elegido mejor gol de Europa en una temporada, una volea al Valencia en un partido en el que Manolo Clares anotó cinco goles. Era el Barcelona de Cruyff, su gol de aquel día fue un latigazo desde fuera del área que dio la vuelta al mundo. La imagen está en unos archivos de Barcelona y le cobran por verlo así que Alfredo, por puro orgullo, no lo ha visto: «No voy a pagar yo, que fui el que metí el gol». Un argumento demoledor.

En Valladolid dejó buenos amigos porque era un tipo alegre y de buen trato. Aún recuerda que fue a la boda de Julio Cardeñosa en su Seat 127 color mostaza lleno de gente. «Es el día que más calor he pasado en mi vida». Dice que aquí pasó el mayor frío y el mayor calor, aunque eso no es novedad, le ha pasado a mucha gente de fuera. Pucela y sus cosas.
A Valladolid llegó en 1973, temporada en la que Biosca era entrenador y Amarillo fue aquel año el principal asistente de Manolo Álvarez, goleador del equipo. De hecho, en un partido contra el Cádiz le puso en bandeja las asistencias de los tres tantos que marcó en aquel partido (3-0).
Más tarde, cuando Héctor Núñez cogió al equipo, Amarillo iba retrasando su demarcación y, ya en el Barcelona, acabó jugando de lateral zurdo tomando el relevo de otro exblanquivioleta, el leonés Toño de la Cruz. En Valladolid concidió también con Rudi Gutendorf, aquel entrenador alemán que hacía madrugar a los jugadores para que vieran entrar a trabajar a los empleados de las factorías del Polígono de Argales. Una iniciativa más populista que ejemplarizante.


Amarillo tiene muchas historias antes y después de su paso por el Real Valladolid. Comenzó jugando en el Nacional de Montevideo donde destacó muy pronto y, tras una gira por España, fueron varios los equipos interesados en ficharle, pero al final fue el Real Valladolid el que se hizo con sus servicios y firmó un negocio redondo con su venta. La temporada de su llegada al Barcelona fue espectacular y rindió a un altísimo nivel. Después fue perdiendo protagonismo para ser cedido al Salamanca en 1978. Tras la UD Salamanca se fue a un emergente Espanyol.

A PUNTO DE SER INTERNACIONAL

Jugaba como oriundo al tener ascendencia española, algo abierto a la polémica como otros sudamericanos de la época. Sin embargo, consiguió la nacionalidad española (el mismo día que Zubiría o Heredia) y estuvo a punto de ir al Mundial de Argentina 78 con España, pero se descubrió que había llegado a ser internacional juvenil uruguayo con solo 18 años, mientras jugaba en el Nacional de Montevideo. Eso le impidió ser convocado por Kubala para la selección cuando prácticamente ya tenía la maleta hecha para irse a una concentración en Madrid.
«La idea de Kubala era que jugara Camacho como lateral derecho y yo de lateral izquierdo». Eso fue antes de la grave lesión de José Antonio Camacho, pero como ni uno ni otro pudieron ir a Argentina, al final fueron De la Cruz y Uría los laterales zurdos de aquel Mundial.

Tras una segunda temporada en el Espanyol, donde coincidió con el también exblanquivioleta Paco Fortes, se fue a jugar a México, concretamente al Toros de Neza, pero no aguantó mucho allí debido a la inseguridad que había por entonces en aquella ciudad. De un día para otro decidió regresar a Uruguay y jugar en el Danubio de Montevideo. Allí apadrinó a un jovencísimo Rubén Sosa y jugó hasta que se retiró, volviendo a adelantar su demarcación porque ya le costaba más defender.

Aunque afincado en Uruguay, dice que parte de su corazón está en España pues tiene una nieta en Barcelona y a sus dos hijos, Alfredo y Darío, que viven y trabajan en la capital catalana. Hasta no hace mucho llevó el bar de un club social en Piedra Honda, del barrio de Buceo, en Montevideo. A sus 67 años sigue devorando partidos de fútbol y pendiente de sus equipos en España: Real Valladolid y Barcelona los que más y mejor marcaron su memoria.

Con el pasaporte español y en su último año en Valladolid
Real Valladolid de la temporada 74/75. Alfredo Amarillo es el primero por la derecha, debajo de Santos

La fantasía juega con el cuatro, Jorge Alonso

Jorge Alonso con el once que se proclamó campeón de la Copa de la Liga
El jugador leonés en la campaña 85/86

Conduciendo el balón con las medias bajadas, una peculiaridad suya
Jorge, en el centro, junto a Rusky, Lucas, Javi y Julián López (ya fallecido)

José Anselmo Moreno

En junio de 2019, si abríamos «el libro» del nuevo estadio Zorrilla por detrás nos encontrábamos con la obra del foso pero si lo abríamos por delante aparecía, como aparecerá siempre, el nombre de Jorge Enrique Alonso Mantilla, un centrocampista talentoso y que gestionaba el éxito de los demás pero que el día de la inauguración del recinto se situó bajo los focos, aunque excepcionalmente no fue titular. Pasó a la historia del Real Valladolid por ser el primer goleador de Zorrilla pero Jorge Alonso fue mucho más que eso. Llegó esa temporada en que había que alinear a dos Sub 20 por obligación y el Pucela llegó a alinear un día a cuatro. Se acabó ascendiendo cuando, al principio, Gonzalo Alonso había ofrecido una prima por no descender a lo que Llacer respondió: ¿Y si ascendemos?. Hombre, claro (respondió el presidente). Pues fírmelo también, que nunca se sabe…

Jorge vino de puntillas y se fue de puntillas, tanto en su etapa de jugador como de entrenador, ya que estuvo en el cuerpo técnico del Promesas y fue también ayudante de Javier Clemente en el primer equipo. Hoy, uno de esos futbolistas que dejaron huella, regenta «Caprichos Jorge Alonso», al lado de la catedral. Curiosamente el número del portal que hay frente a su negocio coincide con el dorsal que él llevaba a la espalda, el cuatro.

Leonés de nacimiento, con 15 años estuvo a prueba en la Cultural Leonesa y comenzó a jugar en el Atlético León. Su padre Lucio, el Pana, jugó en la Cultural durante la temporada 49/50. También jugó como culturalista su tío Pito Mantilla (le apodaban cabeza de oro porque era extraordinario con la cabeza) y su hermano Lucio, que dice que era mejor que él. En aquel tiempo, cuando Jorge tenía 17 años, Ramón Martínez y Santi Llorente vigilaban de cerca todo el fútbol próximo a Valladolid y Jorge no se les escapó. Fue captado con esas 17 primaveras y para aquí se vino. A pesar de la rivalidad, la mezcla León-Pucela ha cuajado varias veces, como en los casos de Juan Carlos Rodríguez o de Manolo Peña.

Jorge era casi un adolescente cuando llegó pero ya entonces hablaba poco, vivía con otros siete chavales (sí, ¡siete!) en un piso próximo al viejo estadio. «Dormíamos en literas, es la etapa en que mejor me lo he pasado en mi vida», evoca Jorge. Enseguida hizo buenas migas en la plantilla con Luis Miguel Gail, que fue el último jugador en marcar en el viejo estadio. Precisamente Gail le dijo al oído, tras «quitar el precinto» al marcador del Nuevo Zorrilla, que merecía ese primer tanto. Eso demuestra el compañerismo que había entonces entre los jugadores que germinaban en la casa.
No tanto con algunos foráneos porque Jorge cuenta una anécdota muy curiosa respecto al último gol en el coliseo del Paseo Zorrilla. En el partido postrero ante Osasuna, había una minicadena musical en juego que ofrecía un hipermercado para aquel que echara el telón goleador al viejo estadio. Paradójicamente, Jorge también pudo ser el último goleador del desaparecido recinto pero cuando iba a marcar, casi a puerta vacía, llegó por detrás un extremo argentino de la época, Fernando Alí Navarro, que también quería la minicadena para él y pasar a la historia. “Los dos nos fuimos al suelo y la gente hasta se reía porque la situación realmente fue para ello”, recuerda.

Por esas cosas del fútbol, precisamente Alí le dió el pase de su memorable primer tanto quince días después para batir al Athletic Club de Javier Clemente, de quien Jorge sería segundo entrenador en Valladolid durante la temporada 2009/10 en la que el técnico vasco casi salva al equipo con alineaciones, charlas y sesiones de entrenamiento muy peculiares pero efectivas. Jorge recuerda que un día le preguntó cómo veía él a Antonio Barragán de lateral izquierdo con cinco defensas y su respuesta fue: «no acabo de verlo, mister». Pues bien, Barragán jugó siempre en ese puesto, a pie cambiado, con Clemente. Genio y figura.

JORGE «MARADONA»
Al margen de ese dato histórico del primer gol en Zorrilla, el de Puente Castro era un jugador grande y, como tal, pudo ir a un equipo grande. Jorge «Maradona» le llamaba la prensa en aquella época cuando hacía alguna de las suyas. Era una joya por la que hoy se pegaría cualquier agencia de representación pero entonces no se estilaba tener agente así que él mismo fue a hablar con Gonzalo Alonso cuando un equipo ofreció casi 70 millones por su fichaje. “Gonzalo era muy duro negociando, me dijo que si llegaban a cien millones me traspasaría, pero nunca llegaron”, recuerda Jorge. 
El club en cuestión era el Atlético de Madrid, que entonces presidía el doctor Cabeza, lo cual da una medida de la calidad de Jorge Alonso, que era un pelotero impresionante. Sus “slalom” con el balón cosido al pie son inolvidables para los aficionados de aquella época. Visto desde los fondos, Jorge se acercaba con la pelota a la portería como si fuera el séptimo de caballería acometiendo a los sioux en Little Big Horn. Imparable en carrera.


Aún en la retina del seguidor de toda la vida hay un gol al Murcia en el viejo estadio, aunque ese día (cosas del destino) tampoco salió de titular. Sustituyó a Minguela y tuvo tiempo de sobra para hacer dos goles, uno de ellos para enmarcar. Fue en la temporada 79/80, el equipo estaba en segunda y subiría ese mismo año pero aquel tanto hubiera tenido mucho tirón mediático de haberlo conseguido en el escaparate de Primera. Por desgracia, Estudio Estadio solo pasaba resúmenes de la máxima categoría. Ya había metido otro gol de bandera el día de su debut, contra el Racing de Ferrol. Fue aquella temporada (79/80) en que había que jugar con dos Sub 20 y el Pucela, más chulo que ninguno, sacaba tres y una vez, hasta cuatro.


Jorge también fue internacional juvenil, precisamente en ese combinado coincidió con Andoni Zubizarreta, el primer portero que recogió un balón del fondo de las redes en el actual coliseo vallisoletano. Su trayectoria de blanquivioleta fue impecable hasta que un año no renovó por falta de acuerdo en lo económico y en la duración del contrato. Después entraron ingresos no previstos y le ofrecieron más, pero él ya había dado su palabra y tuvo que irse.

No era fácil entonces negociar contratos. A comienzos de aquellos ochenta los clubes vivían básicamente de los abonados, no de la televisión o del marketing, ni siquiera había publicidad en las camisetas. Por contextualizarlo, el Real Valladolid hizo una gira al acabar la temporada 80/81 por tres países de Latinoamérica, con el refuerzo del jugador del Palencia Santi Bakero (hermano del delantero internacional) y consiguió un ingreso extra de… poco más de un millón de pesetas. Y eso, aprovechando el tirón de contar con el hondureño Gilberto en sus filas. Un millón era entonces una cantidad notable pues no había mucho de donde sacar ingresos atípicos. Las taquillas hoy son una partida quasi residual y entonces salvaban una temporada.

SALIDA DISCRETA
Así las cosas, no se hacían grandes dispendios, no se podían hacer, y en un verano difícil para cuadrar las cuentas, pues se venía de un año sin traspasos, Jorge recibió una oferta de renovación a la baja y por una sola temporada. La rechazó, básicamente porque no se sintió valorado en la que era su casa, y se marchó al emergente Logroñés de Lotina y «Tato» Abadía. Sin hacer ruido. Como vino, se fue. Paradojicamente fue la temporada (1986/87) en la que más había jugado, hasta cuarenta partidos.
Más tarde jugó en la Unión Deportiva Salamanca, en el Avilés Industrial y en el Real Avila. Nunca se marchó muy lejos de casa porque Jorge es muy familiar, su mujer y sus dos hijas eran lo prioritario y no quería alejarse demasiado de Valladolid o de León. 


Como referencia para los aficionados actuales, Jorge Alonso se podría equiparar a Toni Villa, pero el leonés con más gol que el murciano. Jorge llegó a meter un gol hasta cojo en Sevilla, un tanto que selló la salvación para el equipo en una campaña muy complicada, la 84/85. Fue un partido de infarto y de ello puede dar fe el entonces presidente, Gonzalo Alonso, quien hubo de ser atendido por una indisposición.


Jorge lo arregló cuando ya había pedido el cambio pero el entrenador (Fernando Redondo) prefirió que siguiera y marcó a falta de cuatro minutos. Se le tiraron todos encima y casi le asfixian. Inolvidable es la imagen rabiosa de Pepe Moré dando un puñetazo al suelo mientras celebraba ese tanto. Había costado mucho, al equipo ese año le faltó gol aunque el número 4 marcó once. Y es que Jorge era un jugador de una calidad inmensa, ni sus compañeros a veces sabían si era zurdo o diestro. Modeló su pierna mala, la izquierda, pegando patadas al balón contra una pared durante horas. “Recuerdo que un día mi compañero Ito se sorprendió al verme tirar un penalti con la derecha porque pensaba que era zurdo”, relata. 
Y el 20 de febrero de 1982 logró ese tanto más recordado de su carrera, precisamente con la izquierda. Además, fue un gol ganador porque el partido acabó 1-0. Eso pasó hace treinta y ocho años, en puertas del Mundial de España. De hecho, Naranjito junto a Estrenos TV, Remington Steele o Dinastía eran algunos de los programas que entonces copaban la parrilla televisiva. En las carteleras de cine, Conan el bárbaro, Víctor o Victoria, Blade Runner y Rocky III eran los éxitos de público.
Jorge (mediapunta que jugaba con ese número 4 por deseo de su entrenador, Paquito) no solo fue protagonista de aquel partido histórico, también lo fue en el equipo que logró la Copa de la Liga en la 83/84, el único título ganado por el Real Valladolid.


Siempre estuvo en momentos especiales. Especial fue incluso el partido de su debut, porque se eliminó al Espanyol de la Copa en un encuentro que tuvo mucho de improvisación, ya que el Valladolid jugó con varios juveniles que eran desconocidos para algunos de los profesionales. Allí estaba Jorge Enrique Alonso Mantilla, que nació hace 58 años en Puente Castro y que defendió la camiseta blanquivioleta durante nueve temporadas (siete en Primera) en las que acumuló 205 partidos y 53 goles.
Nunca tuvo un homenaje, ni lo pidió, ni lo reclama, ni lo quiere, pero es justo que lo tenga de una u otra manera pues ha sido un grande, más incluso de lo que él piensa porque tiende a darse poca o ninguna importancia. Siempre dijo de sí mismo que es un poco raro, tal vez porque era (y es) un tipo tan sencillo o discreto que en su momento no parecía ni futbolista. Nada que ver con los egos actuales. 
El mencionado Paquito, un entrenador que le marcó muchísimo, le dio el cuatro y con ese número, más propio de un defensa central, se quedó para siempre en Pucela. En aquella época se marcaba mucho al hombre y su dorsal llegó a volver loco a algún contrario porque si algo tenía Jorge era mucha movilidad.

Jugaba partiendo desde la izquierda pero una vez que se metía hacia dentro cualquier cosa podía pasar, como pasó en el referido partido con el Real Murcia y aquel espectacular gol, tan olvidado como inolvidable. Aquella tarde de domingo, muchos adolescentes escogieron ídolo. Ese viejo Zorrilla, el del marcador simultáneo, el del vendedor de pipas y soberano, el del olor a Farias vio jugar a un fenómeno discreto que hoy, visto lo visto, podría pasar de los 70 millones. No los de pesetas que un día ofrecieron por él, probablemente hasta podríamos hablar de euros. Solo le faltaría algún tatuaje, pendientes y el pelo teñido aunque si hablamos SOLO de fútbol, claro que los podría valer. Jorge era un tipo muy normal pero… la fantasía hecha fútbol y ese prodigio, como el buen jamón de su tienda de caprichos, barato nunca fue.

Jorge el día que se cumplieron 30 años de la inauguración del estadio Zorrilla
Desde la izquierda: Santos, Gail, Moré, Richard, Gilberto, Fenoy, Pepín, Sánchez Valles, Jorge, Joaquín y Rusky
Con Patricio Yáñez en los Anexos

Óscar Sánchez, siete años de coraje

Óscar Sánchez en su etapa en el Valladolid. A la derecha, en una imagen reciente
Inusual alineación del Real Valladolid durante una pretemporada: Ricchetti, Mateo, Figueredo, Peña, Bizzarri, Rafa, Iñaki, Oscar Sánchez, Pachón, Sousa y Aduriz, que llegó ese verano (2004)

José Anselmo Moreno

Ahora Óscar Sánchez “El Ñapas” está en Murcia tras dejar Marbella, donde trabajó la pasada temporada en su cuadro técnico. Cuenta desde allí que en Valladolid le pusieron Ñapas porque “llegamos muchos nuevos a la vez y había que poner cortinas en las casas, colgar cuadros, apliques etc, y yo iba con mi taladro para hacer lo que podía, lo instalaba todo y luego en algún caso no duraba mucho tiempo pero bueno, yo ya me iba porque había hecho mi trabajo”, ironiza el ex jugador. Está confirmado, según diversas fuentes, que su bricolaje voluntarioso y bienintencionado no duraba mucho.

Sin embargo, cuántos amigos dejó por aquí y qué bien se habla de él. Sin excepción. Es de esas personas que ponen de acuerdo a todo el mundo, un gran tipo. En Pucela le fue bien, salvo una lesión grave de rodilla en un partido de Copa en Riazor. No obstante, desechó una oferta de renovación del Real Valladolid, donde estuvo siete años, para jugar en el equipo de su ciudad. Allí le metió dos goles al Pucela un 25 de febrero de 2012 para una victoria local (2-0). Era el Valladolid de Djukic que terminó ascendiendo.

Óscar, que se había marchado tres años antes, no los celebró y eso que uno de ellos fue el mejor gol de su vida en un disparo brutal. Dejó Pucela al final de la temporada 2009/10. Casualidad o no, fue marcharse y bajar el equipo a Segunda División. Carlos Suárez siempre valoró la labor impagable de Óscar en el vestuario, incluso lo dijo en su despedida. Por cierto, en aquella época estuvo tentado por la MLS norteamericana y, de hecho, estuvo varios días probándose en Toronto, pero al final lo rechazó todo para volver a Murcia.

LLEGADA A PUCELA

A Valladolid llegó en el verano de 2002, procedente de Badajoz. Su primer entrenador en Pucela fue Pepe Moré, quien le hizo debutar en Primera División un 18 de septiembre de 2002, nada menos que contra el Real Madrid en el estadio Zorrilla.

Jugó de extremo izquierdo y realizó una buena actuación, poniendo muy buenos centros ese día. Aquel año, con un equipo de currantes, se ganó en Zorrilla al Barça, al Atlético o a la Real Sociedad subcampena, pegándola un meneo de 3-0 y pudieron ser muchos más. Visto con la perspectiva del tiempo fue muy meritorio lo que consiguió aquel equipo, salvándose holgadamente con Pepe Moré al mando de las operaciones.


Insiste en que tras venir del Badajoz (qué dirían ahora si el Pucela fichara del Badajoz) se encontró con un plantel que era una familia como no ha vuelto a ver otra desde entonces, Eran los tiempos de la Casa Vasca, donde quedaban y se decían de todo. “Allí encerrados salían los trapos sucios, pero sin ánimo de hacer daño a nadie y mirando exclusivamente por el bien del club”.


“Pasábamos mucho tiempo juntos, solos o con nuestras mujeres, pero nos apetecía estar juntos, eso nos daba puntos también. Recuerdo que quedábamos en casa de Marcos, que cocinaba como el culo, pero nos ponía unas patatas fritas y generaba un ambiente buenísimo que era clave del vestuario. Ahora igual se reúnen en un restaurante bonito, pero nosotros en casa de Marcos y con unas cervezas éramos felices “, evoca Óscar.


Lo peor para él en Pucela fue la referida lesión de rodilla que le paró en enero y que le impidió gozar de aquella mítica temporada de Mendilibar. Para quedarse con lo mejor vuelve otra vez a la familia que se forjó entre jugadores y el cariño de la gente hacia ellos, que sigue percibiendo por la calle cuando viene a Valladolid.

Tras siete años en Pucela, Óscar Sánchez Fuentes (Murcia, 19-12-1979) tomó un nuevo rumbo en su carrera deportiva después de habitar en ese Pucela que pasó por el infierno de Segunda hasta alcanzar la Primera División con aquel primer equipo de sello Mendilibar (el año que se batieron todos los registros). Y ahí estaba este murciano, lateral izquierdo y extremo, el alma de aquel vestuario junto a amigos como Alberto Marcos, Víctor Fernández, García Calvo o Borja Fernández. Ellos (no sabe quién) le pusieron el sobrenombre de El Ñapas. Pues probablemente Borja, con quien discrepa de sus gustos musicales pero eso también me pasa a mi y se sobrelleva.

En 2014 se retiró del fútbol con 34 años. En su rueda de prensa de despedida tuvo palabras conmovedoras hacía el Pucela. Atrás quedaban 257 partidos en Segunda División más 65 en Primera, todos con el Real Valladolid y 36 de ellos como titular. Sus comienzos fueron en el fútbol sala, deporte que practicó hasta los diez años.

Más tarde, estuvo cuatro temporadas en el Cordillera, antes de que se fijase en él el Atlético de Madrid, después de jugar varios partidos con la selección murciana. Se fue a Madrid con solo 16 años, como juvenil de primer año y promocionó hasta el filial. También hizo algún entrenamiento con el primer equipo e incluso fue en una convocatoria de 19 a un partido en Primera.


En 2001 se fue al Jaén pero no llegó a debutar y tras la primera jornada acabó en el Badajoz, disputando 34 partidos en Segunda y llamando la atención de varios clubes, entre ellos el Real Valladolid. Cuando quedaba un mes para acabar esa temporada firmó, aunque antes habló con Gaspar, excompañero en el Atlético y también vino a Valladolid a conocer la ciudad.

Dice que en 2006 llegó Mendilibar y les hizo aún más familia de lo que eran. A Valladolid, además, le une el hecho de que sus dos hijas, Carla y Celia, son de aquí. Su etapa en Pucela, donde disputó un total de 160 partidos, anotando siete goles, comenzó con anécdota porque le tocó en la habitación, de compañero, José Luis Pérez Caminero. Se quedó impresionado. Había estado en las categorías inferiores del Atlético y estaba al lado de un jugador que allí había sido Dios.

HASTA DE PORTERO

En el Real Valladolid le fue todo rodado menos la referida lesión de rodilla en Riazor tras una entrada de Antonio Barragán durante un partido de Copa. La verdad es que Riazor siempre le marcó. De allí salió Óscar con el ligamento cruzado de su rodilla derecha roto y allí mismo reapareció seis meses después.

También de Riazor salió Óscar con los guantes de Sergio Asenjo en 2008 después de defender, y con notable acierto, la portería del Pucela tras una expulsión del guardameta palentino. Se puso su equipación y como Asenjo estaba “mazao” a Óscar le sobraba camiseta por todas partes.

Así pues, Óscar puede decir que jugó hasta de portero. Tras retirarse de subir la banda izquierda, aunque en sus últimos años también llegó a jugar de defensa central, ha sido técnico y ayudante de José Manuel Aira, en varios equipos españoles y en el Sochaux francés. “Me retiro del fútbol porque la rodilla volvió a darme guerra, y sigo a José Manuel como ayudante, trabajar con amigos siempre es edificante”.

En esa etapa, estuvo en la Cultural Leonesa, en el Albacete, en Francia y en el Marbella entre otros equipos. En Marbella dimitieron porque vieron que no se cumplía el objetivo pese a tener en plantilla a jugadores de la clase de Granero que, según Óscar, era el más profesional de todos. Ahora Óscar vive entregado a su familia y viendo fútbol. Recientemente hizo un paréntesis en su vida para pasar una buena temporada en Cabo Verde y vivir allí experiencias vitales inolvidables: «Duchas de agua fría con un barreño, gallos a las 6 de la mañana despertándote, y muchas más cosas que con el paso de los días te das cuenta de que podemos quitarnos la mochila de las excusas y que podemos ser capaces de adaptarnos a cualquier situación, sólo es cuestión de actitud y valorar lo realmente importante».

Y cuando terminamos de hablar, se sigue ocupando de sus hijas y pregunta por excompañeros a quienes no ve hace mucho pero que siguen siendo su familia. Ese punto de cohesión puede parecer anecdótico pero en varios capítulos de este libro ya se refleja que un buen vestuario otorga un mínimo de diez puntos por temporada. Óscar, el Ñapas, era uno de los que aportaban el cemento para que un grupo de amigos salieron a jugar al fútbol y donde no llegaba uno llegaba el de al lado. En definitiva, el concepto de equipo en el más amplio sentido de la palabra. Así se salvaba sin apuros aquel Valladolid de Moré, y ganando siempre algún partido a los grandes. Ahí nació el lema que actualmente sigue rigiendo en las paredes del vestuario. “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”.

En la temporada 2008/2009 y, a la derecha, con Borja Fernández en Murcia.

Emilio Amavisca o la rebeldía para triunfar

Con Benjamín y Manuel Pablo, en una imagen reciente
En una formación de la temporada 1993/94
Getxo en 1989. De izquierda a derecha: Peña, Óscar, Manolo, Cuesta, Pablo, Juan Carlos, Cela, Amavisca, César, Piti y Víctor

José Anselmo Moreno

Nunca lo tuvo fácil José Emilio Amavisca Gárate. En Pucela tuvo que irse cedido al Lleida para ser visto con otros ojos y en el Madrid ya es conocida su historia con Valdano, que quiso prescindir de él y de Zamorano para acabar siendo titulares, ambos. Lo que nos importa aquí es su etapa en el Valladolid. Vamos con ella.

Antonio Santos no acabada de decidirse, quería verle en más partidos pero fue un domingo Fernando Redondo a verle a Laredo, aprovechando que su mujer quería ir a Cantabria a visitar a unos amigos, e hizo un partidazo el conocido como “puñal” laredano. Bastó con medio partido y Redondo se lo trajo de inmediato para el Valladolid Promesas de Piti Sanjosé, César Esteban, Pedro Peña, Cela, etc (foto de arriba, cedida por Justino Salamanca). Tras los hermanos Docal, fue otro laredano inolvidable en Pucela.

Amavisca era un extremo de zancada imponente y muy listo para leer los espacios. Tan rápido era que su compañero Alberto recuerda que, a veces, no le daba tiempo a llegar al remate. Ya en el primer equipo, durante su segunda etapa, Pepe Moré llegó a probar con él de lateral izquierdo en una defensa de cinco. Fue precisamente con Moré, al término de la temporada 93/94, cuando mejor jugó en Pucela e inmediatamente fichó por el Real Madrid. Era aquel año de la promoción con el Toledo que Emilio recuerda ahora con especial cariño pese a haber sido antes oro olímpico en Barcelona 92 y, años después, campeón de Europa o de la Intercontinental con el Real Madrid.

GOLES PARA DECIR ADIÓS

Dos goles suyos en su último partido de blanquivioleta sirvieron para dejar en Primera al Real Valladolid. Fue un 29 de mayo de 1994, en el Estadio José Zorrilla, durante la vuelta de la promoción por la permanencia con un emergente Toledo, que dirigía Gonzalo Hurtado.
Pepe Moré alineó ese día (último partido de blanquivioeta para nuestro protagonista) a Lozano; Cuaresma, Najdoski, Juli, Iván Rocha; Gracia, Chuchi Macón, Miguelo, Amavisca, Alberto (Castillo, min. 79) y Marlon Brandao (Correa, min. 46).
Para Emilio Amavisca fue una de las jornadas más felices de su carrera hasta entonces porque el Pucela ganó 4-0 (remontando el 1-0 de la ida), con un doblete suyo, un gol de Chuchi Macón (el primero) y otro de Juli. Por entonces tenía 22 años y recuerda más la alegría de la gente que sus dos goles. También la tranquilidad de que, si tenía que irse, dejaba al equipo en Primera.


Se marchó al Real Madrid, de ahí al Racing y después a un Deportivo que vivía entonces días de vino y rosas. Allí coincidió, por cierto, con Sergio González, amigo suyo. También llegó a ser internacional con la selección española, pero en su corazón aparece ese Real Valladolid que “fue el equipo que me dio la posibilidad de darme a conocer y de jugar en Primera”. De bien nacidos es ser agradecidos, eso piensa este cántabro nacido en Laredo, que llegó al club blanquivioleta con 18 años para jugar con el Promesas en Tercera División, donde permaneció dos años en los que ya tuvo tiempo de debutar con el primer equipo, concretamente en Vigo. Una vez más, Moré aparece en su biografía. Fue el entrenador que le hizo debutar ante la insistencia de un Fernando Redondo, que confiaba ciegamente en Amavisca. Con Redondo, relevo de Moré, jugó su ultimo partido aquella temporada. Fue en Zorrilla ante el Sporting y ese día debutaron Piti San José y Santi Cuesta.


En su tercera campaña en Pucela fue cedido al Lleida, donde de hartó a hacer goles y comenzó a destacar para acabar logrando la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Tras los focos de los Juegos regresó al Real Valladolid en Segunda con el objetivo de devolverle a la máxima categoría, algo que se logró en buena parte gracias a su aportación, con 9 goles marcados en 36 partidos y muchas asistencias. “Fue un año muy difícil en el que no empezamos bien con Boronat, pero acabó con uno de mis mejores recuerdos, el ascenso en Palamós”, evoca con una foto que acompaña a este texto y en la que es levantado a hombros por una afición que le adoraba. Fue la primera gran celebración de un ascenso en la Plaza Mayor.


Su padre (Emilio Amavisca Albo) también fue jugador de fútbol, aunque defensa. Jugó en el Burgos, Pontevedra y, como no, en el Laredo. Él le metió el fútbol en las venas y recuerda que, cuando todavía era juvenil, el Laredo le subió al equipo de Tercera con futbolistas mucho más veteranos. Era dura entonces aquella categoría. Ahí fue donde le vio el Valladolid para captarle.

No era fácil la decisión para él, entonces no había autovía y Pucela estaba a cuatro horas de carretera, aunque Emilio no tenía (ni tiene) coche ni carnet de conducir. Siempre fue un futbolista especial y con una personalidad notable. Estaba conviviendo con la Quinta de los Ferraris, pero él tenía sus propias ideas y siempre fue coherente con ellas. Amavisca y un Ferrari Testarossa no mezclan bien. Los valores que aprendió en casa no le hicieron cambiar mientras era portada de periódicos nacionales o jugaba (y ganaba) la anhelada séptima Copa de Europa. Pies en el suelo y siempre el mismo tipo. Su melena, camino de los 50 años, ya define un estilo de vida. En realidad, de no ser por la mili no habría fotos de Amavisca peinado impecablemente.

Volviendo a sus inicios en Pucela, siempre dice que “fue un gran cambio porque yo era un chico muy hogareño y disfrutaba mucho estando en familia”, pero enseguida se acopló a Pucela, concretamente al barrio de Parquesol. Allí vivían entonces varios compañeros y ellos le bajaban a entrenarse a los Anexos. Se hizo íntimo amigo de Alfonso Serrano, de hecho se casó el mismo día que el centrocampista de Santovenia y se fueron juntos con sus respectivas parejas de viaje de novios.

CESIÓN AL LLEIDA

Califica de gran acierto aquella cesión al Lleida, donde explotó. “Tuve suerte, el equipo hizo muy buena temporada mientras, por desgracia, el Real Valladolid iba bastante mal. Me contaron que hubo un partido contra el Betis en el que yo marqué tres goles con el Lleida y la gente se enfadaba al verlo en el marcador del estadio. Ganamos 6-2 aquel día y, de hecho, casi subimos aquel año mientras el Real Valladolid descendió”, recuerda en alusión a una temporada del Pucela que terminó con la marcha de todos los colombianos y el descenso consumado, ya de la mano de Javier Yepes. Mientras todo eso sucedía a orillas del Pisuerga, Vicente Miera citó a Amavisca para una estadía en Cervera de Pisuerga, en la que también estuvo al principio Santi Cuesta, de cara a preparar los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.

Esa llamada llegó cuando Amavisca acababa de empezar el servicio militar. “Durante el mes y medio de la concentración, entrenaba dos días en Cervera y después venía otros dos días al cuartel en Valladolid”, recuerda. A Emilio le chocó que algunas personas de Valladolid se ofendieran porque cuando fue a la selección olímpica figuraba como jugador del Lleida. En realidad él había llegado allí por su temporada en el club ilerdense pero, a día de hoy, no le da más importancia y siempre se ha mostrado agradecido al Pucela y a su afición. Esa temporada siguió acudiendo al cuartel con disciplina castrense y hubo de olvidarse de su inseparable melena mientras con Onésimo y Alberto formaba el triplete ofensivo de un Real Valladolid que por detrás de ellos tenía a Javi Rey, Walter Lozano y Rachimov o Castillo. Aquella delantera era brutal en Segunda, combinaba velocidad, habilidad y pegada. Abrazado a ese triplete subió el equipo en un solo año. Siempre le dice Onésimo a Amavisca que le hizo internacional con sus pases, pero Emilio ironiza al recordar que había partidos en que no veía ni el balón…

“La verdad es que fui muy feliz en Valladolid y más cuando en mi segunda temporada mi hermano se vino a vivir conmigo para estudiar en la Facultad de Económicas”. Eso fue después porque, al principio, yo le recuerdo viviendo con una señora y allí le llamé una vez cuando me dio su teléfono (obviamente un fijo) durante el calentamiento de un partido del Promesas que tuve la osadía de interrumpir. Mal hecho. «En realidad tengo más contacto con los excompañeros del Promesas que con los del primer equipo, a veces organizan cenas y yo me apunto, fueron años muy bonitos, aunque fuera duro subir y bajar desde el primer equipo a Tercera División”. En el Promesas era extremo, pero después incluso llegó a jugar de lateral izquierdo en una defensa de cuatro, concretamente en un partido internacional disputado en Valladolid ante la República Checa. “Clemente me dijo que tenía que tapar a un jugador checo y salí de lateral zurdo, sin problema”.

AL MADRID

Su fichaje por el Real Madrid fue un tanto extraño, ya que había firmado un precontrato, pero Valdano al principio no le quería. “Me preguntaban mucho por el tema durante la celebración del ascenso, pero yo estaba muy tranquilo porque si me quedaba en Valladolid estaba tan contento, aunque al final me fui”. Y se fue para volar muy alto, aunque subraya que siempre ha tenido claro que, sin su estancia en el Real Valladolid, difícilmente habría llegado como llegó al Real Madrid en un momento que el tiempo evidenció oportuno.

Hubo una época en que sus goles llevaban adherido un ritual. Una rodilla en el suelo, cabeza inclinada y su dedo índice de la mano derecha señalando al cielo, recordando a un amigo fallecido. Tras jugar en el Madrid cinco temporadas, lo hizo también en el Rácing de Santander (tres años), el Deportivo de La Coruña (otros tres) y en el Espanyol de Barcelona, donde al término de la temporada 2004-95 se retiró con 33 años. Desde entonces, ha seguido vinculado al fútbol como comentarista radiofónico (RNE) y director de la Escuela Municipal de Fútbol del Ayuntamiento de Santander. “El fútbol de ahora se ha hecho muy físico, no es el de antes, pero siempre me encanta verlo y comentarlo”.

Sobre el Valladolid dice que la afición y la ciudad se merecen un equipo en Primera División. Respecto a la llegada de Ronaldo como presidente y máximo accionista se muestra convencido de que va a poner al Real Valladolid mucho más arriba y, mientras tanto, él observa en la distancia y anima al Pucela desde su casa en Cantabria. El fútbol y la vida le trataron muy bien después, pero recuerda que todo empezó entre Laredo y Pucela. Lo proclama con la misma fuerza que sopla el viento cuando se pone a ello en la playa de la Salvé. Laredo y Valladolid no solo tienen en común a los veraneantes, también a Emilio Amavisca. Acabamos hablando de esos jugadores, algunos excompañeros suyos que tras el fútbol no han podio adaptarse a la vida posterior, al momento en que giran los focos. «Algunos siguen necesitando la fama y yo no, a veces hasta agradezco la mascarilla». Emilio, que tiene un polideportivo con su nombre en Laredo, tiene muchas inquietudes y muchas cosas que hacer, todas ellas apegadas a su tierra, donde se baña cada 1 de enero en el Cantábrico, una tradición que empezó con unos amigos y que sigue cumpliendo cada año.

Estuvo dos temporadas en el primer equipo y dos en el Promesas, él mismo me rectifica el dato porque la memoria traiciona y yo había registrado solo una en el filial, asimilando una campaña en que jugó varios partidos en Primera como integrante de la primera plantilla. Como ha dicho, no fue fácil para él debutar con los grandes y bajar de nuevo al Promesas, cuya puerta acabó tirando a empujones para escribir después esta historia aquí resumida. Pucela y Laredo son palabras que podrían contraerse en un recurso morfológico porque tal y como acaba una empieza la otra. Amavisca consiguió unirlas mucho antes de que se hiciera realidad la Autovía de la Meseta.

En la temporada 93/94
Durante un partido contra el Mallorca en 1992 en Zorrilla
Con su perro, Balú.
Celebrando el inolvidable ascenso de Palamós

Asier, blanquivioleta por el mundo

Con el Pucela en la campaña 2009/10 en Primera
En un partido del Valladolid y a la izquierda, junto a su padre en una peña del club blanquivioleta

José Anselmo Moreno

Tiene una gran historia este blanquivioleta de corazón aunque apenas jugó 20 partidos con el primer equipo del Real Valladolid, en cuya cantera se crió desde niño. Fue Mendilibar quien le puso de titular en su primer partido en Gijón. Es ambidextro y por eso, entre otras cosas, le gustaba muchísimo a Mendi. Ese año, pese a lesionarse, jugó un total de 17 partidos de Liga y toda la Copa.
En el encuentro de su debut estuvo a un altísimo nivel, como todo el equipo. Se ganó con una exhibición brutal de fútbol y de ambición aquel partido en El Molinón (1-3) con susto incluido de Jacobo, quien recibió un rodillazo de Barral y perdió el conocimiento. Desde entonces, Asier ha jugado en todas las posiciones del fútbol, absolutamente en todas, menos la de portero: de lateral, de central en defensa de cinco, de delantero, de extremo, de mediapunta. Ahora, a sus 34 años, juega de medio centro en Finlandia.

Cuenta desde allí que cuando les dice a sus compañeros que un día fue extremo le miran como si estuviera loco. Es el típico caso de jugador que apunta a figura y se adapta a ser un obrero del fútbol, pero que agradece todas las experiencias que el deporte le ha deparado tras jugar en dos etapas en Valladolid, Alavés, Numancia, Sestao, Xerez o Pontevedra, entre otros equipos españoles, más Chipre y ahora Finlandia. Ahí es nada, Finlandia. Lejos pero feliz. El 20 de marzo se celebra el Día Internacional de la Felicidad y según los resultados del Informe Mundial de la Felicidad y su encuesta global este país vuelve a ser el ganador en 2021, tras serlo también en 2020. Precisamente los dos años que Asier lleva en el país. Puede que tenga que ver la escasísima incidencia de la covid en la zona.
Asier Arranz Martín se crió en la cantera del Real Valladolid a la que llegó desde su Segovia natal (Campo de Cuéllar, 20-3-1987) y en el club blanquivioleta vivió sus mejores momentos, pues debutó en Primera y vivió algo que le dejó huella, el ascenso con Mendilibar de la campaña 2006-07. Tiene casa en Valladolid y unos estudios universitarios con lo que piensa establecerse aquí tras dejar el fútbol. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha convertido en un trotamundos. Tras jugar en varios equipos en España afrontó dos aventuras en el extranjero, una en Chipre y la otra, la que está viviendo en estos momentos en Finlandia en el KTP Kotka.

EL AÑO DE MENDILIBAR

Empieza por recordar el año de Mendilibar y aquella pretemporada en Austria, que dice que fue un premio para varios jugadores del filial. «Para un niño de un pueblo de 200 habitantes era un sueño el poder entrenar con jugadores profesionales como Víctor, Marcos, García Calvo o Borja». Para Mendilibar no había canteranos o profesionales, ya que el trato era el mismo para todos. «Comprendí con él lo que era la intensidad competitiva de la que tanto había oído hablar a la gente, que me decía que el fútbol profesional era otra película».
Según Asier, Mendi no se casaba con nadie, siempre venía de frente y no le importaba la edad que pusiera en el DNI, solo miraba el rendimiento y para él fue «como un padre deportivo». Cuentan todos, y Asier también, que la clave de aquel ascenso fue crear un clima familiar que hizo aún más «insuperable» al equipo. Para él fue una temporada de ensueño pero tuvo «muchos altibajos» en gran medida por las lesiones.
Tuvo que salir cedido en varias ocasiones a clubes de Segunda División con distinta suerte. «En el Alavés mi paso fue testimonial en cuanto a lo deportivo ya que no se dieron las circunstancias para que un jugador joven pudiera disponer de minutos allí». Al año siguiente acabaría en el Xerez con la fortuna de vivir otro ascenso a Primera y participando y disfrutando. Fue entonces cuando volvió al Valladolid para poder cumplir el sueño de debutar en Primera, algo que consiguió. Sin embargo, acabó en diciembre despidiéndose de su etapa en Pucela y fichando por el Numancia, con un comienzo espectacular pero tuvo la desgracia de caer lesionado en el pubis y estuvo de baja dos meses.
Durante las siguientes temporadas jugó en equipos como Pontevedra, Teruel y Sestao pero con la mala fortuna de sufrir la cara amarga del fútbol, otra vez las lesiones. «Aquel jugador que prometía en el Valladolid, estaba mermado física y psicológicamente, algo que se hizo muy duro para mi», recuerda.
Eso le hizo valorar otros aspectos que tenía un poco aparcados como los estudios y se decidió a sacar una carrera y un máster pensando en que el fútbol profesional sería complicado volver a disfrutarlo, algo que a día de hoy confirma que fue una decisión muy acertada.

SEGOVIA Y AVENTURAS EUROPEAS

«Me vine a jugar cerca de casa durante varias temporadas para poder terminar la carrera, el máster y estar cerca de la familia y fue cuando pude disfrutar de un equipo como la Gimnástica, Segovia me devolvió las ganas de competir y disfrutar otra vez con el fútbol».

Es ahí cuando, con 32 años, le llegó la posibilidad de tener una experiencia fuera de España. «Inicialmente tuve muchas dudas pero en consenso con la familia decidimos emprender esa aventura y firmé por temporada y media en un club chipriota, el Alki Oroklini».
Todo empezó muy bien tanto a nivel deportivo como personal pero la llegada del covid lo cambió todo. A partir de ese momento se suspendió la liga, empezaron los impagos, las mentiras y a Asier le tocó vivir unos meses bastante complicados. «De forma unilateral me rescindieron el contrato y todo quedó en manos de la FIFA aunque hasta la llegada del virus la experiencia había sido positiva.»La ciudad donde nos tocó vivir (Lárnaka) era tranquila, con buen clima y playas así que cumplía con creces para poder disfrutar de la experiencia».
De manera imprevista llegó la oportunidad de viajar a Finlandia para disputar los últimos meses de competición con un club de Segunda División, el referido KTP de Kotka, que estaba luchando por ascender a Primera. «También tuve dudas pero al final lo acepté y fue un acierto ya que deportivamente tuve protagonismo desde el primer día y como equipo logramos el ascenso».
«Con 33 años era impensable volver competir a esos niveles y renové una temporada más para poder disfrutar de la Primera División de Finlandia con la ilusión de un chaval».

EL SEÑOR DE LOS ASCENSOS

Asier es una especie de talismán, ha coleccionado cinco ascensos de categoría con el Promesas, Real Valladolid, Xerez, Palencia y KTP de Kotka y, además, siempre podrá contar esa anécdota de que ha tenido la suerte de jugar en todas las posiciones de un jugador de campo, absolutamente todas a excepción de portero. No hay muchos casos.
Desde la distancia ve la evolución del Real Valladolid como algo brutal. «La llegada de Ronaldo ha supuesto un crecimiento notable en todo lo que rodea al club, es un lujo ver cómo están los Anexos y el estadio actualmente».

Sobre su vida en Finlandia, adonde llevó también a la familia, dice que es una cultura distinta a España, pero le ha sorprendido para bien y se ha encontrado un tipo de fútbol que le gusta y en el que se siente valorado.
«La vida es muy tranquila, en el aspecto social no tiene nada que ver con España, los compañeros van a entrenar, te ves en el vestuario y luego cada uno a lo suyo».
En cuanto al fútbol, ha sido una sorpresa porque se esperaba un fútbol más físico pero en su equipo está casi prohibido jugar al pelotazo. «Es una liga muy profesionalizada, cumplen y te ayudan siempre, lo televisan todo y es una cultura muy seria», asegura Asier que mantiene siempre un ojo en el Pucela porque son los colores que lleva en el corazón aunque el Pisuerga, sobre el que un día navegó para celebrar un histórico ascenso, quede muy lejos de Finlandia.

Con la camiseta del Real Valladolid en 2009 y a la derecha, con la de su actual club en Finlandia

Tori Serrat y el Barsadolid

Serrat durante la temporada 78/79 y arriba Calderé, tercero por la izquierda (junto a Paquito)
Partido jugado a puerta cerrada en el Bernabéu. Serrat es el segundo por la derecha, de pie.
Calderé en Valladolid y sobre estas líneas: Serrat, Botella, Moré, Mir, Rusky y Estella

José Anselmo Moreno

Reconozco que había perdido totalmente la pista a Adjutori, Serrat Giró, y su contacto me lo facilitó Juanjo Estella. Necesitaba a alguien que me sirviera de «percha» para hablar del Barsadolid, una vez gastadas «las balas» para otras cosas de Rusky, Moré, Paco Fortes o el propio Estella.
Serrat era un jugador que igual podía jugar de central o de lateral izquierdo, aunque casi toda su carrera lo hizo en banda. Tan bueno era que después de pasar por el Valladolid en Segunda al año siguiente jugó 24 partidos de titular con el Barcelona de la 79/80, el año que subió el Real Valladolid a Primera y allí lo celebraron Estella y él como si hubieran formado parte de aquella plantilla.


Serrat vive actualmente en Sabadell, hablamos por teléfono cuando el percance de Eusebio Sacristán y enseguida salieron a relucir las anécdotas de su año en Pucela. Probablemente el entrenador de aquella temporada Enrique Pérez Pachín tenga para uno o varios capítulos completos de esas historias pero es que algunas ni se pueden contar. Precisamente sobre Pachín, Serrat dice que era un tipo «muy peculiar, que nos contaba historias personales y que nos hacia reír mucho».

Subraya además que había una piña de unión entre todos en aquella plantilla, un grupo de compañerismo y amistad muy fuerte, mientras pone el acento en unos veteranos que cohesionaban constantemente al grupo como Llacer, Jacquet, Cortés, etc.

Tras el fútbol, Serrat montó una tienda de Deportes en su tierra y con 65 años ya está jubilado. Durante la conversación pregunta por compañeros de profesión como Javier González o Javier Ares y se interesa por Jacquet, que era el jefe de aquel vestuario. Insiste Tori Serrat en que había muy buena gente en aquella plantilla y también en su entono (la directiva y la prensa). «Por algo estuvimos a punto de conseguir un bombazo, no subimos a Primera por un gol y no jugamos la final de Copa del Rey, estando en Segunda, por otro gol», subraya con cierto pesar. «Yo estuve poco tiempo pero viví cosas muy fuertes en Valladolid, como aquel partido que jugamos contra el Espanyol en Sarriá con Estella, Gilé, Bebic, yo y el resto eran juveniles. Aquello fue una de las mayores gestas de mi carrera», evoca Serrat.

EL AMBIENTE DEL VIEJO ESTADIO

Destaca muchísimo, y lo recuerda con cierta añoranza, el ambiente de fútbol que había entonces en Valladolid, y echa de menos aquellas vivencias. «Era un ambiente especial y hay cosas que se valoran con el tiempo, lo cierto es que he perdido un poco la relación con gente como Rusky, Moré o Toño, con los que mantenía contacto». Señala, en este contexto, que quiere pasar por Valladolid un día a saludar a la gente porque todo sus recuerdos de Pucela son buenos. «No hay ni una sola excepción», recalca.

Serrat, que también triunfó en el Valencia y en el Hércules, antes de retirarse con el Sabadell en Primera, fue uno de los muchos culés que acabaron militando en el Real Valladolid, La «veda» la abrió el traspaso de Alfredo Amarillo, pero después y antes de Serrat hubo varios más porque también vinieron Ramón María Calderé, o Andrés Ramírez. A este último se lo llevó Helenio Herrera a mitad de temporada, precisamente la del referido ascenso. Entró al vestuario, sin decir ni buenas tardes, y mientras Andrés Ramírez (el goleador del equipo) se cambiaba le dijo: «usted se viene conmigo para Barcelona», A la semana siguiente ya estaba jugando en el Camp Nou.

Antes de aquel Barsadolid de Serrat, la historia tiene un principio marcado por el nombre del referido Amarillo. Dicho está en otro capítulo que el Barcelona no solo pagó 12 millones de las antiguas pesetas sino que provocó el primer desembarco en Zorrilla de cinco integrantes del entonces llamado Barcelona Atlético. Para el siguiente desembarco, en algunos casos preguntaron a Rusky, que conocía a algunos de los que venían por detrás de él en la cantera. Con el traspaso de Amarillo vinieron el entrenador Lluís Aloy (que no acabó la temporada), el portero argentino Osvaldo Santos (cedido y que apenas jugó), los centrocampistas Costa, Moré y el delantero centro Rusky. Según todos, Costa era el mejor, una especie de Xavi Hernández, pero tenía una lesión y no pudo triunfar en el fútbol. Poco después, según recuerda Serrat, también se incorporó Juan Ramón Puig Solsona.

De aquellos jugadores todos eran buenos, hasta el que no triunfó en Pucela ya que Osvaldo Santos, tras no poder con la competencia de Llacer, regresó a Argentina y allí siguió jugando en Boca Juniors, con el que ganó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental.
Costa, como queda dicho era el de más clase de todos, no dispuso de muchos minutos por su lesión y Lluís Aloy fue relevado del cargo por José Luis Saso, mediada la temporada 76-77. De aquel «lote» se quedaron aquí para siempre Pepe Moré y Rusky, y ninguno de ellos necesita presentación porque, además, tienen sitio aparte en esta publicación, tanto en la primera como en la segunda parte.

Moré se convirtió en capitán del equipo y tuvo el honor de alzar el único título oficial de la historia del club: la Copa de la Liga 83-84. Aún estaba aquella temporada en aquel Valladolid campeón Antonio García Ramos, Rusky pero salió en enero cedido al Sabadell. Después de esta etapa es cuando entra en escena nuestro protagonista en este capítulo y se acentuó, aún más, la leyenda del Barsadolid.

EL BARSADOLID DE SERRAT

Y es que en la temporada 78-79 recalaron en el Valladolid otros cuatro futbolistas procedentes del Barca Atlético: Además de Adjutori Serrat, Juanjo Estella y los delanteros Miquel Mir y Botella, todos ellos a las órdenes del célebre Pachín, que les contaba de vez en cuando esas historias personales a las que alude Serrat.

Sólo una muestra: cuando fue a verle el Madrid a Pamplona para ficharle, esa noche Pachín se preguntó: ¿Para qué me quiere a mi el Madrid al lado de Di Stéfano, Puskas o Gento? Pues para dar patadas. Ese día dio patadas hasta en el cielo de la boca, le expulsaron. Al día siguiente firmaba su contrato por ese Madrid con el que se proclamó campeón de Europa. Así era ese Pachín que dirigía al Barsadolid de Tori Serrat.
Ninguno de los cedidos aquella temporada se quedó para la campaña 79-80, la del ascenso con Eusebio Ríos de entrenador, pero sí otros dos culés. Fueron el defensa Pedro Gratacós, a quien Gonzalo Alonso fue a buscar a toda prisa después de que Santos y Jacquet hubieran quedado fuera de combate en el primer partido de liga en Granada, y el mencionado extremo Andrés Ramírez, un jugador buenísimo que pese a no acabar la temporada aportó sus goles y su juego para que un equipo que partía como modesto opositara al ascenso.

Ramírez después hizo muy buenos partidos contra el Real Valladolid en el Camp Nou vistiendo de azulgrana. Con el Valladolid ya en Primera, llegó Ramón María Calderé a un Real Valladolid que vivía sus últimos partidos en el viejo Zorrilla. Calderé (entonces Calderer) era en aquella época extremo y no el centrocampista de éxito que acabaría siendo internacional con España. No tuvo suerte aquí, en una ocasión mientras calentaba en la banda le tiraron algo desde la grada y él se llevó la mano a sus partes. La gente le cogió un poco de manía y tuvo que irse al Alcalá a mitad de temporada porque recibía pitos y abucheos en un viejo Zorrilla que cuando se ponía era implacable. Calderé solo jugó 37 minutos y tres partidos con el Valladolid.

Él fue el último de aquel Barsadolid que hoy hemos querido recodar. Después vino alguno más, el último Matheus Fernandes, pero ya no volvió a ser ni de lejos aquella descomunal concentración de blaugranas que ni tiene precedentes en la historia. Lo hemos recordado con Tori Serrat, que aún tiene que hacerme llegar una foto del presente después de dejar recientemente su tienda de material deportivo. Dice que «son 65 años y me hice viejo, cullons, el único que se mantiene es Estella, a todos los demás el tiempo no nos trató tan bien». Lo dice como si 32 años que han pasado de estas historias no debieran dejar su marca en cada uno de nosotros. Exceptuando, obviamente, a Estella y su pacto con el diablo.

Campaña 78/79 y en la actualidad.
Cuatro exblanquivioleta en ese once del Barcelona At. La otra imagen es de la campaña 80/81 en Valladolid, con varios exblaugrana. Entre ellos, Moré, Rusky, Calderé y Laguna.

Pepe Lemos y el fútbol a banda cambiada

Arriba, Pepe Lemos en su primer año en Valladolid (temporada 1986/87). A la derecha, en una imagen de mayo de 2021
Mauro Ravnic, Moreno, Gonzalo, Minguela, Albesa, Jankovic, Peña, Albis, Lemos, Fonseca y Gabi Moya

José Anselmo Moreno

Es el lateral a pie cambiado más recordado de la historia del Real Valladolid. Era también de los que se pasaba las tardes en El Portón, con el resto de la cuadrilla. Le quedaba cerca de casa, ya que Pepe vivía en Santa Clara, concretamente en la calle Gondomar. Es curioso como en tranfermark aparece su puesto preferente el de lateral derecho cuando de los seis años que estuvo en Valladolid, salvo el primero y el último, tuvo que jugar por la izquierda y aquí emprendió una vida «a banda cambiada» que vamos a resumir en este boceto de AupaPucela2.


José Lemos Rodríguez lo puso todo para venir a Pucela. Tras el descenso del Celta en 1986 compró su carta de libertad y vino para doblar el puesto de lateral derecho con Torrecilla, que al final se quedó cuando estaba casi hecho su traspaso al Atlético. Todo empezó a cambiar para él en un Valladolid-Cádiz jugado un 19 de octubre de 1986. En la primera parte se lesionó Juan Carlos y su suplente natural (Martín Sáez) no estaba convocado. Otro lateral zurdo, Sánchez Valles, salió ese día como central ante las bajas del equipo en esa demarcación (solo estaba disponible Quique Moreno). Así las cosas, Lemos tuvo que jugar ese partido de lateral zurdo siendo diestro cerrado. Le cogió el gusto y los siguientes temporadas jugaría casi siempre ahí hasta que, en el último año de Maturana, un emergente Santi Cuesta (entonces internacional sub 21) le desplazó a la banda derecha y ya no se le veía cómodo ahí.


Fue Cantatore quien pidió su fichaje porque Torrecilla, como está ya contado, se iba a marchar, cosa que sucedió en la siguiente temporada. En la segunda etapa, el entrenador chileno ya le había visto jugar algún partido en la izquierda (como el referido ante el Cádiz) así que en un amistoso de pretemporada en Laguna de Duero le probó de lateral zurdo e hizo un partidazo. Ahí se quedó.
Se acostumbró al perfil izquierdo tras muchos años de esfuerzo para acomodar su profundidad y su verticalidad al lado contrario, incluso jugando con cinco defensas el año en que el equipo se metió en la final de la Copa del Rey. Como él dice, «éramos un grupo de amigos jugando al fútbol» y en ese grupo de amigos Lemos jugó a un gran nivel e incluso fue el máximo asistente del equipo una temporada. Fonseca, Peña y Alberto sabían muy bien lo que Lemos iba a hacer una vez que llegaba arriba, sus centros se iban cerrando y hasta era mejor para el rematador. Con el tiempo, el gallego se hizo imprescindible y, de hecho, aquel año de la Copa había dos laterales diestros (Miljus y Patri) y solamente él para jugar en la otra banda.

RESPETADO POR LA AFICIÓN

Era un jugador respetado por la afición porque se dejaba todo en el campo y un defensa «muy pesado» como se dice ahora de los buenos marcadores. Realmente se tomaba siempre muy en serio lo de competir. Recuerdo que fue expulsado en aquel famoso «no penalti» de Mauro Ravnic a Butragueño porque casi se come al árbitro ese día (Díaz Vega).
Al igual que Pepín con el Córdoba, Lemos dejó el Valladolid joven y en Primera (bajó esa temporada) para regresar a su tierra, en este caso para militar en el Porriño Industrial, donde acabaría retirándose e incluso entrenando. Había empezado muy joven su carrera, debutó en el Celta con solo 17 años y, en cierto modo, ayudado por la normativa de los jugadores sub 20 de la temporada 79/80. Entonces era extremo, obviamente derecho. En concreto, debutó un 14 de octubre de 1979 en Castellón. Dos años y medio después, el jugador de Salvaterra de Miño se estrenó en Primera con los gallegos.


Antes de hablar con él, tras la mediación de un amigo, hay que recordar su pinta de defensa serio y aguerrido y eso que tenía dificultades a la hora de subir la banda. Era muy rápido y muchas veces llegaba mucho antes que el rival y tenía que perder un segundo en recortar para ponerla con la derecha. Los contrarios lo sabían y le tapaban su lado bueno, pero él se buscaba la vida. Incluso a veces se veía obligado a centrar con al zurda y la precisión no era la misma, pero el pundonor lo tapaba todo.

El 26 de noviembre del 89 marcó uno de los goles más espectaculares de su carrera. Ese día jugó excepcionalmente en su demarcación natural porque Moré decidió poner a Ramón en la izquierda. Era un partido ante el Athletic Club (3-1) y en el medio de un aguacero, Moya hizo un partidazo y tras hartarse de regatear contrarios le pasó un balón a Lemos. Aún no se sabe cómo, éste lo clavó en la escuadra contraria en una acción que contravino todas las leyes de la ciencia. No había ángulo para que aquello acabara en gol, pero las cosas sucedieron así. De esos tantos que si mete Cristiano se repiten en todas las televisiones.

CON LA SELECCIÓN

En Valladolid Lemos llegó a ser internacional, aunque en un partido no oficial porque fue contra un club y no contra otra selección nacional. El caso es que fue convocado por Luis Suárez, junto a Minguela, para la selección española con el fin de jugar un partido de homenaje a Alvelo, quien había sufrido una lesión medular irreversible. Lemos vistió la Roja, por lo tanto.
Fue su mejor época en Pucela, pero cuenta que nunca lo tuvo fácil y antes vivió etapas y episodios duros en el fútbol. Un año antes de fichar por el Valladolid, al regresar de la estadía del Celta en Cabeza de Manzaneda, sufrió un accidente de trafico que le tuvo mucho tiempo de baja, ya que se rompió el esternón. También me relata la cara B de una historia que ha pasado por los años como una anécdota graciosa, pero nunca se supo la versión del damnificado.


«Cuando Azkargorta alineó a Óscar Wirth (portero) como defensa central en Sevilla yo dije que no me cambiaba porque consideraba que era una insulto quedarme yo en el banquillo siendo precisamente defensa, y le insinué que por qué no me ponía a mi de portero, pero entre Camilo Segoviano y el presidente (Pérez Herrán) y me calmaron», así lo cuenta muchos años después Pepe Lemos, la versión de la parte «humillada» en aquel episodio.


También fue duro el momento de su retirada porque al haber fallecido alguien de su familia, su hermana le pidió que no se marchara otra vez de su tierra. Él escogió las raíces a la itinerancia del fútbol profesional. Para entonces ya había rechazado una oferta cuantiosa del Mérida y decidió quedarse cerca de casa para jugar en el Porriño. En su tierra acabó montando una empresa de distribución de suministros industriales. Le va bien. Es de esos futbolistas que supieron afrontar la vida tras el fútbol.


Sobre su partido más grande, aquella final de Copa dice que el cuerpo se le quedó muy mal «porque si no ganamos ese partido, no sé qué más hay que hacer». Además dice que él no quedó contento con su rendimiento porque hacía mucho calor y no rinde igual con el calor: «La verdad es que no subí tanto como tenía que haber subido y me limité a defender lo mejor posible mi banda, con Michel y compañía».
Precisamente cuando se encuentra con Míchel, éste le dice: «Espera gallego, que no tengo las espinilleras puestas». Se llevan bien pero Pepe tiene clavada aquella derrota ante el Real Madrid. Ravnic le escribió hace poco, cuando Lemos le informó de que estaban reponiendo en Teledeporte la final de Copa durante el confinamiento: «Mira a ver si perdemos otra vez o ganamos en la reposición, Pepiño». 


Y ya que hablamos de Míchel, saltamos en la conversación a la famosa anécdota entre el centrocampista madrileño y Valderrama. Lemos estaba al lado del palo en el córner y escuchó la conversación: «No me toques las pelotas», dijo El Pibe. ¿Cómo que no?, respondió Míchel. «Toca y disfruta», le respondió el colombiano.


Otro partido grande fue el 2-4 en el Camp Nou con dos asistencias suyas a Peña. Cuenta que en Barcelona el público le odiaba porque años antes había lesionado a Marcos Alonso jugando con el Celta y a la hora de poner las fotos en el marcador con las alineaciones la suya estuvo ese día medio minuto y todo el estadio pitando.
Reconoce que su peor año fue el segundo de Maturana porque «estropeó» el ambiente y enfrentó a jóvenes y veteranos: «Si un chaval del Promesas hacía una frivolidad en el campo y tú le decías que con lo que nos estábamos jugando eso no lo debía hacer, el entrenador te quitaba la autoridad y eso no podía acabar bien».
Admite que tuvo un encontronazo fuerte con él y que ese año fue una pesadilla. Aunque reconoce la riqueza táctica de Maturana como entrenador dice que Cantatore fue el mejor que tuvo. «Con él nos sentíamos invencibles, éramos un equipo muy machacón y muy difícil de ganar».
Hubo una etapa en que le decía: «Galleguín no me subas tanto» para que el equipo estuviera más equilibrado y no le cogieran la espalda a Gonzalo, que era muy bueno por arriba y sacando el balón pero no era rápido. «Así nos ayudábamos unos a otros, yo con Gonzalo al lado no tenía que disputar un balón de cabeza y cuando había que echarle una mano con mi velocidad yo le ayudaba a él». Cada uno hacía lo que mejor sabía hacer. Un equipo, en definitiva.
«Vicente Cantatore te convencía de las cosas hablando tranquilamente y te animaba siempre, te hacía sentir un jugador importante», recuerda Pepe.


Su hijo David ha jugado en las categorías inferiores del Celta y a menudo le cuenta el cariño que su padre recibió en Valladolid por parte de la afición. «A veces voy por allí porque Gonzalo, Minguela, Juan Carlos, Ravnic, etc nos juntamos para comer y cuando nos reconocen por la calle la verdad es que notas que la gente nos recuerda con muchísimo cariño y eso es un orgullo para nosotros». Probablemente de orgullo va la cosa. Aquel equipo tenía orgullo y la gente está orgullosa de aquel equipo. Valga el juego de palabras.

Onésimo, el quiebro de La Pilarica

En 1986 y, arriba, durante su etapa de entrenador
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Presentación del Real Valladolid de la temporada 87/88

José Anselmo Moreno

Lo suyo era el regate, el quiebro. Lo hacía con una naturalidad asombrosa. Sin miedo a fallar, era consciente de que estaba en su terreno y volvía a intentarlo aunque no le hubiera salido bien. Es ahí donde se establecía la diferencia entre Onésimo y los demás. Pasa mucho en baloncesto, deporte en el que su hija destacaba. Aquel que falla dos triples ya no lanza en todo el partido, se le encoge la muñeca y ve un aro diminuto e imposible. One seguía percutiendo. No era tanto obstinación como valentía y además, con la pelota pegada a su bota derecha, no se le iba ni medio metro y eso desesperaba a los contrarios. Si las cosas sucedían sobre la línea de cal aquello mezclaba fútbol y funambulismo. Y a veces no salían, es cierto, pero One volvía a la carga. El defensa lo sabía, de modo que era imposible dar por terminado aquel juego de engaño y atrevimiento a partes iguales.

Así es como Onésimo se divertía y divertía pero, tal y como sucede con el lince ibérico, su especie está en extinción. No quedan apenas jugadores con ese fútbol de la calle trasplantado a estadios gigantescos. En realidad, como Onésimo no hay ninguno. Él no veía mucha diferencia entre el vado de un garaje de La Pilarica o la portería del Camp Nou. Lo que hacía con sus amigos a la hora de la merienda se podía hacer delante de 90.000 espectadores. ¿Y por qué no? Tal vez, ahí radicaba su grandeza, y aunque nunca fue por la vida de intelectual parecía consciente de que dominaba ese guión, por eso lo escribía una y otra vez, con mínimas variantes.

A todo esto, vaya por delante que los mejores partidos que yo le vi jugar a Onésimo nunca fueron como profesional, ni en el Valladolid, ni en el Cádiz, ni en el Rayo. Tras una conversación telefónica Valladolid-Vigo, no me quedó claro si él estaba de acuerdo en eso. Yo mantengo que las mejores jugadas que hizo en su vida fue en un destartalado viejo Zorrilla, ya parcialmente demolido en aquellos domingos por la mañana cuando jugaba el juvenil dirigido por Javier Yepes. Era aquel equipo de los Cano, Cundi, Juan Albero, Vaquero, Pereira, Bernal y, como no, con Onésimo Sánchez González. De hecho yo iba a esos partidos exclusivamente a ver jugar a Onésimo. Era impresionante cómo se iba de los contrarios como si fuera un adulto jugando contra niños. Él dice ahora que «jugaba con ventaja, ya me entrenaba a veces con el primer equipo y de estar con Pato Yáñez y compañía algo se me pegaba».


Onésimo Sánchez (Valladolid, 14-08-68) comenzó a destacar como futbolista en aquel equipo juvenil de ensueño. Con sólo 18 años, dio el salto a Primera División y debutó como titular en un partido ante el Real Zaragoza en Zorrilla, en el que sufrió el implacable marcaje de Rafa García Cortés. Le dio patadas hasta en el cielo de la boca pero no pudo parar sus diabluras. La cara de desesperación del pobre García Cortés era un poema. Un veterano, que había jugado una final de Copa de Europa con el Real Madrid, tuvo delante ese día a un tipo que le rompió todos los esquemas.

REGATEADOR TENAZ

Como futbolista, Onésimo ha sido uno de los mejores regateadores del fútbol español. Sin duda. Comenzó su carrera en el Valladolid de Azkargorta. En Pucela jugó en dos etapas diferentes (86-88 y 90-93). También lo hizo en el Cádiz (88/89), el Barcelona (89/90), el Rayo (93-96), el Sevilla (96/97), el Burgos (99/00) y en el Palencia (00-02).
Cuenta que empezó jugando de portero, pero salía con el balón regateando como hacía Higuita. Su fútbol era el de los callejones donde se crió entre los barrios Belén y La Pilarica, donde vivía. Jugó con latas, botellas de aceite y las porterías eran piedras o lo que pillaban. Cuenta que también probaban con las puertas de los garajes hasta que les llamaban la atención por el ruido y los balonazos porque era la hora de la siesta.

Onésimo no era rápido, de haberlo sido tengo para mi que hubiera marcado una época en el fútbol. Pero en espacios cortos ha sido el último Garrincha. Con el balón pegado al pie se escapaba en acciones inverosímiles. Yo le recuerdo en la referida etapa de juveniles hacer un regate y volver hacia atrás para volver a regatear al mismo. Para justificarse, cuando le recuerdas esto dice que, como no tenía velocidad, le volvían a coger tras el regate y tenía que regatear al mismo dos veces pero, en ocasiones, no era exactamente así. Lo de hacer un recorte para volver para atrás y hacer un caño al mismo lo han visto mis ojos.

La verdad es que por ese camino de los regates, el descaro y el atrevimiento, One se llevó muchas patadas, y aquellas eran otras defensas. Y otros defensas… Le recuerdo una vez verme bajar las escaleras del estadio en muletas y decirme: ¿Qué te pasa Moreno, que te has encontrado a Giner por el Paseo Zorrilla? Los zagueros de su época eran duros, pero él tenía la habilidad de irse en un metro y llegar cuanto antes al área, una vez allí sabía que era casi intocable. De hecho, provocó infinidad de penaltis.

No era un goleador, sus mayores registros fueron con el Rayo Vallecano: siete y seis goles en dos temporadas consecutivas (ambas en Primera). Con el Real Valladolid marcó un gol inolvidable, el de la primera victoria del equipo en San Mamés en toda su historia ante el Athletic Club. Fue un 20 de enero de 1991, con Maturana en el banquillo, y el gol de Onésimo en la segunda parte fue el tanto ganador (0-1)

LA ANÉCDOTA CON CRUYFF

De su año en Barcelona cuenta una anécdota muy jugosa. Él dice que el fútbol con Cruyff parecía otro deporte distinto. «Era un partido ante el Anderlecht belga y yo no estaba ni convocado, me llamaron el día antes, cuando estaba entrenando con el Barcelona B».
«Habíamos perdido 2-0 allí y en el Camp Nou íbamos 0-0 al descanso, Johan me llamó y me dijo: ‘Vas a salir en la segunda parte y les voy a decir a todos que todos los balones a ti, resuelves esto o te quito y pongo a Alexanco arriba», así lo recuerda Onésimo.
No entró ni en el vestuario, salió directamente a jugar la segunda parte y al sacar de centro le dijo a su paisano Eusebio: ¿Os ha dicho ahí dentro que me paséis a mi todos los balones? Se lo confirmó y le soltó al instante: «Pues ya sabes lo que tienes que hacer, el primero ya». One hizo un gran partido y se igualó el 2-0, pero el Barcelona cayó en la prórroga.
No se lo podía creer, ahí estaban Laudrup, Eusebio, Koeman, y se las daban todas a él. Para un jugador salido de la calle, no precisamente de una academia de fútbol, aquello fue algo inolvidable. Igual que jugar contra el Milán en Europa y tirarle un caño a Maldini, que entonces era Dios.

Así era Onésimo, puro descaro, un jugador que ya no existe. Como decía el periodista uruguayo Eduardo Galeano: ‘Cada vez hay menos carasucias descarados que se salen del libreto y cometen la desfachatez de gambetear a todo el equipo rival buscando la libertad’. Aunque no le conoció, definió a One de manera impecable.

Una de las frases de la filosofía de Onésimo Sánchez es «haz lo que tú quieras pero en eso tienes que intentar ser el mejor». Eso le dijo a su hija periodista, escritora e influencer, bajo el nombre de Lae Sánchez, cuando le manifestó su vocación: «Ella quería ser periodista pero era y es la más futbolera de toda la familia, jugaba muy bien y, sobre todo al baloncesto, era espectacular», recuerda un orgulloso progenitor que ironiza sobre el éxito de su hija: «Ahora la famosa de la familia es ella».

Una característica de Onésimo es su atrevimiento, lo era como futbolista y lo es como entrenador. Siempre ha odiado ese miedo que tienen algunos jugadores a perder el balón. One estuvo con los mejores a las órdenes de Johan Cruyff como entrenador y con el salvadoreño Mágico González de compañero en el Cádiz. El atrevimiento le viene de serie pero estar con ellos lo acentuó. Y el miedo a fallar de los jugadores actuales le pone de mal humor. «El puto miedo», le escuché en un partido como entrenador.

ENTRENADOR VALIENTE

Sin embargo, la carrera de Onésimo como técnico no ha sido tan espectacular como sus regates. A veces le faltó suerte y otras, llegó a los equipos en temporadas complicadas por diversos factores. Ser valiente como entrenador tal vez conlleve mayor peaje que serlo como futbolista. Primero pasó por la dirección deportiva del Palencia, aunque en la campaña 05/06 volvió a ligarse al club de Zorrilla, como entrenador del Valladolid B. En la temporada 06/07 repitió en el cargo, consiguiendo la permanencia en una promoción con el Valencia Mestalla.
A mitad de la temporada 07/08 se hizo cargo del Huesca, cuando Manolo Villanova fichó para intentar salvar al Zaragoza del descenso. El técnico vallisoletano consiguió ascender al equipo oscense en una durísima promoción. Fue uno de sus mayores logros hasta ahora, pero sorprendentemente no fue renovado.
Más tarde «One» tuvo que hacerse cargo del filial vallisoletano tras la destitución de Paco de la Fuente. Consiguió cambiar la dinámica de derrotas, pero no logró la misión de la permanencia. Después le llegó su oportunidad en el primer equipo del Real Valladolid con un vestuario «muy complicado» y fue sustituido por Javier Clemente. De lo que sucedió esa temporada se habla en otro capítulo.

Onésimo volvió a entrenar al Huesca, y Murcia en Segunda y al Toledo en Segunda División B, antes de hacerse ayudante de Eusebio en el Girona y de coger las riendas del Celta B, donde actualmente se encuentra. Días antes de escribir este capítulo, su equipo ha ganado 0-5 al Valladolid Promesas en los Anexos. Sus equipos son descarados y capaces de «recolectar» un resultado así. Mientras tanto, One sigue inculcando a sus jugadores una de sus instrucciones más recurrentes: «No tengáis miedo». Y es porque ese miedo a fallar no lo tenía él. Precisamente, le faltaba velocidad y le faltaba miedo, el resto iba incluido en un pack que deparó tardes (y mañanas dominicales en el viejo Zorrilla) que yo nunca olvidaré. Gracias por tanto.

Durante la temporada 1990/91, yéndose de un contrario, y a la derecha en el año de su debut, con 18 años.

Landáburu, un cerebro entregado a causas sociales

En un acto oficial del Real Valladolid
Landáburu, segundo agachado por la izquierda, en 1974
Landáburu con la camiseta del Real Valladolid en 1973

José Anselmo Moreno

Famosos eran sus goles olímpicos y ahora se dedica a ayudar a los demás. Chus Landábaru, Guardo (Palencia) 1955, fue un fino estilista con el balón, por algo el fútbol era para él poco más que un juego y lo definía como «salir al recreo». Con la jubilación laboral se buscó otro «recreo» y se hizo voluntario de Red Íncola y de Entreculturas. Acabó siendo presidente de la primera de las organizaciones. Precisamente, en ruedas de prensa dedicadas a causas sociales empecé a coincidir con él tras haberle perdido la pista después de dejar el fútbol, aunque yo le recuerdo en el Rayo, el Barcelona y en el Atléético, nunca le vi en directo con el Real Valladolid.

En una conversación telefónica sin desperdicio empezamos, como debe ser, por el principio. Llegó al colegio San José desde su Guardo natal porque allí no había instituto. Jugó en el equipo del colegio y debutó con la blanquivioleta en Segunda División, con solo 17 años. Fue visto y no visto. Llegaba del equipo juvenil del Colegio San José, donde estaba en régimen de internado, y en cuestión de días pasó del patio del colegio a los estadios.

Tras seis temporadas en el Real Valladolid fichó por el Rayo Vallecano, que entonces acababa de subir a Primera División. Antes pudo ir al Sevilla pero su problema de corazón, detectado en Valladolid por el doctor Martín Luquero, y que no tenía importancia, le paró el fichaje por el club hispalense. Le hicieron hasta un cateterismo, que en aquella época no era ninguna broma.
Tras frustrarse lo del Sevilla destacó en muchísimo en el equipo de Vallecas y, de ahí, al FC Barcelona y a la selección española de Ladislao Kubala. Más tarde, ficharía por el Atlético de Madrid y allí estuvo hasta los 33 años, cuando llegó un ciclón llamado Jesús Gil y bajó el pulgar. La cosa acabó muy mal porque despidieron de forma ilegal al propio Landáburu, a Quique Ramos y a Juan Carlos Arteche, entre otros, para hacer sitio a los nuevos. Más tarde ganaron aquel litigio en los tribunales.
Sin embargo, él se había preparado para el final de su carrera deportiva de manera muy concienzuda. Su vida tras dejar el fútbol estaba ya perfectamente diseñada porque su padre le puso como condición para jugar al fútbol que no aparcara nunca los libros
Mientras jugaba, terminó la carrera de Ciencias Físicas, superó un máster de ESADE y, en sus últimos años en el Atlético, trabajó a tiempo parcial en una empresa de postproducción de vídeo. Tras ser consultor y residir en Madrid durante varios años, en 2007 regresó a Valladolid donde, ya jubilado, ocupa sus días colaborando en ONGs. Siempre disponible. Siempre dispuesto.

DEL SANJO A ZORRILLA

Durante la conversación incidimos en ese paso supersónico de un colegio al profesionalismo. Estando en el juvenil del Colegio San José, le llamaron para completar un partido de entrenamiento de los jueves en el Real Valladolid de Héctor Martín. De la Plaza Santa Cruz al viejo estadio del Paseo Zorrilla en un pis pas.

De cantar las alineaciones del Pucela por la cale a vestirse al lado de ellos. Lo hizo tan bien en la prueba que inmediatamente le ofrecieron fichar por el primer equipo y debutó en Mestalla ese mismo año ante el filial del Valencia. Corría el año 1972. «Fue inesperado, yo nunca me plantéé dedicarme seriamente al fútbol pero me dieron todo tipo de facilidades. El Valladolid me ayudaba con los libros y con las clases, que me ayudasen con los estudios fue la única condición que impusieron mis padres». También le impusieron a él acabar la carrera y lo hizo sin dejar de lado nunca los estudios, que acabaría en la Complutense de Madrid, cuando ya jugaba en el Rayo Vallecano.

Tiene la espina clavada de no haber jugado con el Real Valladolid en Primera, aunque recuerda que en la campaña 1975-1976 «estuvimos cerca de ascender». Landáburu era un centrocampista con llegada, buen disparo y goleador, 49 goles marcó en sus 164 encuentros de blanquivioleta.

Como ya está contado, con 22 años recién cumplidos intentó ficharle el Sevilla pero una arritmia, que se quitaba con el esfuerzo, se lo impidió aunque él no considera eso un golpe de mala suerte y lo recuerda con toda la naturalidad del mundo.
«Habíamos llegado a un acuerdo con el Sevilla, pero no pudo ser e inmediatamente se puso en contacto con nosotros el Rayo Vallecano, que acababa subir a Primera y, precisamente, lo dirigía Héctor Núñez, que me conocía del Valladolid», recuerda.


Los de Vallecas pagaron 15 millones de pesetas, bastante menos que el acuerdo cerrado con el Sevilla. No salió tan mal la cosa. Era aquel Rayo denominado matagigantes de Tanco, Uceda, Guzmán, Fermín, Rial… Ganaron a todos los equipos grandes y precisamente eso le permitió acabar en un grande porque llamó mucho la atención en esos partidos.

Con la carrera de Ciencias Físicas bajo el brazo y su especialización en Cálculo Automático e Informática se fue al Barcelona en 1979. Fue de blaugrana cuando entró en varias de convocatorias de Ladislao Kubala. Debutó como internacional en Vigo, en un partido amistoso ante Holanda.
«En Barcelona coincidí con grandes jugadores y pasé a pelear por la Liga y por jugar en Europa, pero aquello era muy grande, había mucha presión, mucha prensa y los resultados no acababan de llegar», rememora.

LA PRESIÓN DE UN GRANDE

Chus notaba la presión de un equipo grande pero, sin embargo, triunfó en sus dos primeros años en el Barca en los que jugó 68 partidos y marcó 16 goles cuando ya había retrasado su posición en el campo. Más entregado a la tarea de defender y distribuir que de atacar.

Sus compañeros de entonces eran Olmo, Artola, Alexanco, Rexach, Migueli, Quini o Schuster y con ellos logró en 1981 su primer título: la Copa del Rey. El seguía estudiando y acabó un Máster de ESADE cuando decidió trasladarse a Madrid. Siempre en paralelo la formación y el fútbol.
Acabó en el Atlético de Madrid a las órdenes de Luis Aragonés y con él alcanzó su mejor rendimiento. Como medio centro organizador dio auténticos recitales y se convirtió en un especialista a balón parado. Consiguió la Copa del Rey de 1985 ante el Athletic Club.

Tiene precisamente una leyenda que me desmiente con Luis Aragonés. Dicen las malas lenguas que en una ocasión dio la noche libre a la plantilla para que se «limpiara la cabeza» porque no ganaban. El equipo estaba concentrado y Chus Landáburu se quedó en el hotel estudiando. Cuentan que El Sabio de Hortaleza entró en su habitación y le echó de allí para que saliera a divertirse. El mundo al revés. Sin embargo, eso no fue así. Chus llevaba los libros a las concentraciones, eso es cierto, pero Luis nunca le quitó la intención de estudiar.

El de Guardo admiraba a Luis Aragonés porque, entre otras cosas, dice que siempre defendía a sus jugadores y decía las cosas a la cara. En el Atlético fue muy feliz hasta que llegó Gil con sus fichajes de campanillas para, entre otras cosas, ganar las elecciones (Futre, Eusebio, López Ufarte, etc). Como no cabían tantos en la plantilla, despidió de forma improcedente a cinco jugadores. Mientras la cosa acababa en los tribunales, Landáburu decidió retirarse y fue casi un alivio porque era el momento más oportuno y él ya se había formado para ese instante de la vida, para cuando giran los focos del fútbol profesional

Fue de los primeros afiliados a la AFE y nunca entendió lo del derecho de retención, «ni siquiera podíamos ir a los tribunales porque te quitaban la licencia». Lo dice alguien que ahora lucha por la desigualdades y las discriminaciones, que siempre estuvo preocupado por las injusticias y que, además, tiene un hermano entregado al sacerdocio y a las necesidades de los demás. Visto con la perspectiva del tiempo, aquel derecho de retención pasaba por ser una especie de «secuestro» deportivo. Inimaginable en los tiempos actuales.

LA FORMACIÓN Y SUS VENTAJAS

Es curioso sus padres le avisaron de que estudiara porque una lesión podía acabar con la carrera de un futbolista en cualquier momento. Landáburu me dice que no se lesionó en su vida, «no tuve ni un tirón en 17 años de carrera», subraya. Y aprovechó su formación para tener una vida plena tras dejar el fútbol. Como en otros muchos casos, no hubo traumas ni falta de adaptación «al día después».

Con la incipiente informática asomándose al mundo, Chus Landáburu tuvo éxito en su vida profesional al margen del deporte profesional. Escogió bien su formación. Trabajó en una consultoría de empresas y cansado de la vida frenética de Madrid, regresó a Valladolid. Mucho más cerca de su pueblo.

Entreculturas y Red Incola le ocupan ahora su vida. Le obsesiona defender el derecho a la educación que, a su juicio, es el mayor arma para luchar contra la pobreza.

Tras abrochar su trayectoria profesional, todos sus consejos van en esa línea: la preparación es clave en el futuro de una persona. Chus Landáburu es un inmenso ejemplo de vida. Acaba diciendo: «mejor no me pongas de ejemplo de nada, que no me gusta». Vale, pues no incidiré en ello. Lo dejamos aquí.

En un acto de la Diputación y en la sede de Red Incola
En el centro, con Llacer y Amavisca.
Landáburu, agachado y con el balón en una foto cedida por mi amigo Chechu Acero (el niño de la imagen)

Cuando la fortuna suelta la mano

Germán Hornos y Ariza Makukula protagonizaron dos de las historias de mala suerte para el Real Valladolid a las que se alude en el texto.

José Anselmo Moreno

En un ejercicio de memoria y de fustigamiento uno llega a la conclusión de que son muchas las veces que la Ley de Murphy se ha cebado con el Pucela: Ha habido cosas graves e irreversibles como la muerte del presidente Marcos Fernández o el accidente de Germán Hornos en Navidad, que le dejó fuera de un equipo que ya había cogido la onda.
Además, el Valladolid debe ser de los pocos que perdieron un partido por meter a un futbolista que apenas tocó el balón en cinco minutos pero que propició una alineación indebida. Fue en aquel encuentro ante el Betis, en el que la salida de Harold Lozano al campo provocó un 0-3 en los despachos. También hubo un tiempo en que aquí venían estrellas de otros países, como el japonés Shoji Jo o el mexicano Cuauhtémoc Blanco y, al poco, se rompían la rodilla.
Algunos jugadores no pudieron inscribirse en tiempo y forma (eso no fue mala suerte) pero sí cuando el equipo se fue a jugar a Barcelona la permanencia en la última jornada de la 09/10 y resultó que, tras una carambola, el Barça se jugaba ese día la Liga.

También hay que recordar otras graves lesiones de jugadores, casi siempre delanteros. La de Makukula, con el equipo en puestos de UEFA y cuando se acababa de ceder a Pachón, o la más reciente de Roger, que era el único delantero nato del equipo. De las últimas cosas surrealistas que le han pasado al Real Valladolid, fueron un gol del Valencia tras un saque de banda que el árbitro había señalado a favor o el gol del guardameta sevillista Bono, el único en toda la historia de la liga española marcado por un portero rival en jugada. Para colmo era el minuto 94 de un partido decisivo.

Muchísimo más grave y más lejano en el tiempo, en la madrugada del 29 de agosto de 1949, el autocar en el que viajaban los jugadores del Real Valladolid fue arrollado por un tren de mercancías a ocho kilómetros de Burgos. En fin, Murphy y su ley inexorable.

EN DETALLE

Vamos por partes. «Cada segundo es tiempo para cambiar todo para siempre», la frase es del genial Charles Chaplin quien, a buen seguro, nunca pensó en aplicarla al fútbol. Y es que, en efecto, hay hechos, momentos, minutos o segundos en la vida de un club que cambian su destino invariablemente. Pasa con las personas y, al fin y al cabo, un club está formado por una serie o sucesión de personas. El componente aleatorio del fútbol, en el caso que nos ocupa, se pone a favor o en contra y, con ello, gira el carrusel del destino. Como la vida misma. A veces lo hace de forma abrupta. A veces, de forma amable. A veces la fatalidad golpea sin remedio. Otras, solo un tropiezo. Un susto. En cualquier caso, para nuestro Real Valladolid las cosas nunca fueron fáciles… Y dicen que cuanto mayor es la dificultad mayor es la gloria, tal vez por eso Pucela celebra tanto los éxitos de su equipo de fútbol que, a veces, parece tener un «idilio» con el infortunio.
Cuando Joaquín Sabina canta al Atlético de Madrid aquello de… «qué manera de sufrir», la estrofa le encaja al Valladolid como un guante. Pese a todo, el club ha cumplido ya los 93 años con las constantes vitales aceptables y unos mínimos de salud. Y por la salud empezamos esta galería de fatalidades del Real Valladolid porque, sin duda, la enfermedad y posterior fallecimiento de Marcos Fernández Fernández ha sido lo que más ha podido cambiar la biografía reciente del club. Tras su desaparición, ya nada fue igual. Se adivinaba un futuro esplendoroso, con Cantatore al frente del equipo y las ideas claras por parte del entonces dirigente y máximo accionista. De hecho, el equipo se había clasificado para la Copa de la UEFA aquella temporada, era el Europucela y tenía toda la pinta de «romper» a ser en cualquier momento un nuevo Súper Dépor.
Al margen de este golpe en plena mandíbula a la historia del club, lo cierto es que al Real Valladolid no le ha agarrado la suerte de la mano en las últimas décadas. Casi nunca. La Liga de 22, por el descuido contable de dos clubes (Celta y Sevilla), ha sido de las pocas ocasiones en que el carrusel de la fortuna o de la providencia «viró» a favor de los vallisoletanos.
Al Valladolid le ha pasado de casi todo. Desde el referido accidente gravísimo durante la Navidad de un jugador como Germán Hornos, que se había convertido en pieza clave, hasta perder 0-3 un partido que había ganado claramente después de los 90 minutos.
Lo de Hornos, por ejemplo, marcó el devenir de aquella plantilla de la temporada 2004/05 porque el entonces entrenador, Sergio Kresic, que había dado con la tecla del funcionamiento del equipo, perdió el rumbo y con ello, se diluyeron las opciones de ascenso de un club que hubo de permanecer en Segunda dos campañas más.

CONCATENACIÓN DE LESIONES

Antes de eso, con el equipo en Primera, había sucedido lo del japonés Shoji Jo o lo del mexicano Cuauhtémoc Blanco. Ambos llegaron como delanteros provenientes de destinos poco habituales pero cuando habían empezado a rendir se lesionaron gravemente de una rodilla. Rotura del ligamento cruzado. Lo mismo en ambos casos. Insólito.
Como insólito fue lo de aquella alineación indebida. Era la primera vez en Liga que se daba por perdido un partido a un equipo en los despachos. Lo que había sido una buena victoria ante el Betis con dos goles del croata Alen Peternac se convirtió en un 0-3 por haber alineado a un extranjero más durante apenas cinco minutos. No influyó para nada en el partido pero, por primera vez en la historia, se cumplió la reglamentación y un partido ganado se fue al limbo. Hasta hubo una manifestación popular en Pucela, algo más propio de movilizaciones sindicales que del fútbol.
Otro caso poco habitual, esta vez de dopaje, también afectó al Real Valladolid. En el periodo de fichajes invernal de la temporada 93/94, el club había firmado como incorporación estrella a Antonio José Gomes de Matos ‘Toni’, un delantero del Valencia. Sin embargo, al poco de llegar, el jugador brasileño se vio implicado en un caso de dopaje. Se habló entonces de un colirio que contenía nandrolona, la sustancia en cuestión, pero aquello nunca se aclaró del todo.
Y otra historia peculiar es la del delantero francés Dagui Bakari, un jugador que llegó para suplir a Ariza Makukula, quien también se lesionó en un momento de dulce, y que finalmente no pudo inscribirse. Unas horas antes de la lesión del congoleño se había cedido a Sergio Pachón al Getafe y solo quedaba en la plantilla el argentino Martin Cardetti como delantero nato y Roberto Losada como apoyo. El equipo se fue a segunda, precisamente por su falta de pegada, y de un delantero de referencia. Cosas del destino.

Tal vez el último momento en que la historia del Valladolid pudo virar bruscamente fue en mayo de 2014. Pasado el tiempo reglamentado un Betis, sin nada en juego, consiguió un gol desde medio campo que suponía el 4-3 para los sevillanos en un partido revolucionado y loco. Más tarde, se descubrió que había prima para los verdiblancos. La cosa acabó en los juzgados.
El caso es que un empate en ese partido, el 3-3 vigente hasta el minuto 92, hubiera podido dar la permanencia al Real Valladolid porque en la última jornada llegaba el Granada a Zorrilla y ambos equipos se salvaban con un reparto de puntos, lo cual hubiera propiciado tal vez «un cambalache» fácil de adivinar.
Entre esas cosas que le pasan al Valladolid está también lo sucedido durante la celebración de su 75 aniversario. En una comida multitudinaria, que tuvo lugar en el Museo Patio Herreriano, entre insignias de oro y reencuentros inolvidables decenas de personas resultaron intoxicadas con uno de los postres. Aquello se recuerda como el «Día de la Chirimoya» más que como la importante efeméride que pretendía ser. Episodios privativos de este club…

Incluso en momentos de gloria hubo desgracias, como el accidente de un aficionado en la fuente de la Plaza de Zorrilla durante la celebración del ascenso de 2007. De lo último que recuerdo es el chaparrón apocalíptico que cayó durante una cena sobre el césped del estadio con motivo de la celebración del ascenso de 2018, que coincidía con el 90 aniversario. Había un concierto preparado de Café Quijano, que tuvo que suspenderse. Hasta eso.

EN LOS OCHENTA, TAMBIÉN

Mucho más atrás en el tiempo, en una espléndida década de los ochenta con todos los años en Primera División, también hubo casos de decisiones tomadas bajo la influencia de la inexorable Ley de Murphy. Hasta la celebración del ascenso que iniciaba esa época no fue tal porque una derrota (0-2 ante el Palencia) convirtió la fiesta en bronca. Ni eso.
Para empezar, en la temporada 81/82, hubo dos delanteros a prueba, el venezolano Gaby Suárez y el argentino Mario Luna pero solo se podía fichar a uno. El entonces entrenador, Paquito, acabó diciendo tras un partido amistoso que los dos eran buenos, que ambos podían quedarse y que escogiera el club. Y el club eligió a Luna pero el jugador tuvo problemas con la nacionalización y solamente jugó algunos partidos amistosos con la camiseta blanquivioleta. No llegó a alinearse en ningún partido oficial, como también sucedió años después con Pablo Amo, Chavo Díaz, Razak, Félix «El Gato» Hernández o Cristiano, que tampoco llegaron a jugar nunca partidos de verdad con el club, aunque por diferentes razones.
El tal Mario Luna, eso sí, marcó dos goles (uno de bandera) en un partido por el tercer y cuarto puesto del Trofeo Ciudad de Valladolid. Y ese fue todo su bagaje. Su nombre reapareció en los periódicos décadas después al poner su título de entrenador a disposición de Dimitri Piterman cuando éste ejercía «de todo» en el Deportivo Alavés. Luna hacía el trabajo de campo con los jugadores y Piterman tomaba las decisiones técnicas. Por cierto, el otro jugador a prueba, Gaby Suárez hizo carrera en su país y acabó siendo internacional. Murphy y su ley… Otra vez.

En los ochenta, esa década prodigiosa, también hubo más ejemplos de infortunio, como la última lesión (ya definitiva) de Francisco de Borja Lara Adánez. Esa fue otra historia de verdadera mala suerte. Era un futbolista destinado a marcar una época en el club y, de hecho, el Real Madrid ya tenía una opción de compra sobre él, lo que hubiera permitido crecer en lo económico a un Real Valladolid siempre modesto. Complicaciones de una lesión de ligamentos acabaron propiciando su retirada del fútbol tras varias recaídas. La última de ellas tras un entrada del defensa españolista Secundino Ayfuch.
Otra lesión acabó también con la carrera de uno los mejores extranjeros que han vestido la camiseta blanquivioleta, el hondureño Gilberto Yearwood. Una entrada en Mestalla le produjo también la temible «triada» y aquel defensa, que aún hoy sería elegido en una alineación histórica de cualquier aficionado veterano, ya no volvió a ser el mismo. Llegó del Elche con un contrato largo y a cambio de 28 millones de pesetas (una fortuna para la época) pero su aportación apenas duró dos temporadas.
Hay un cómico que dice que el Real Madrid o el Barcelona no saben lo que es celebrar un ascenso. Probablemente, para un modesto sea lo más equivalente a un título y de esos, el Valladolid tiene muchos. Así pues, cuando la sufridora afición de Zorrilla canta aquello de «vamos mi Pucela, vamos campeón» es porque, de alguna manera lo quiere ver así. A pesar de todo.

Shoji Jo durante su presentación en diciembre de 2000 y en la actualidad

Borja FF, tocado por el destino

Durante la temporada 2008/2009
En la celebración del ascenso de 2018
Con Aramayo el día de su despedida
Durante un programa en la Ser

José Anselmo Moreno

«Llegué aquí y sentí que era mi lugar», así define el jugador orensano su relación con Pucela. Admite que antes de fichar su ilusión no había sido jugar en el Real Valladolid, y menos venir estando el equipo en Segunda División, pero «así es la vida». ¿Saben contra qué equipo debutó Borja con el Real Madrid en el Bernabéu? Pues contra el Pucela. La vida y sus cosas.

Durante su primera etapa aquí dice que pasó cuatro años muy buenos pero se le metió en la cabeza eso de los nuevos retos o lo de cambiar de aires y, además, había un director deportivo que no le quería. Llegó una oferta del doble o el triple de buena y se marchó al Getafe, aunque estuvo a punto de volver al cabo de unos meses, en enero. Pudo dejarse ir al acabar la temporada 2009/10 porque ya había firmado con el Getafe pero fue titular con Javier Clemente y lo dio todo, incluso en partidos cuyos resultados podían perjudicar a su futuro club.

El destino le marcó. Aquel famoso lema del Real Madrid de «Zidanes y Pavones» pudo ser «Zidanes y Borjas» pero se dio una circunstancia curiosa.  Borja empezó de central y pasó en el Castilla a jugar de medio centro. Eso sucedió unas semanas antes de ser convocado junto a Pavón para el primer equipo. Del Bosque puso a calentar a los dos en un partido. Al final tuvo que sustituir a un central y se decantó por Pavón al ser el central que jugaba en el filial. Borja tuvo que esperar dos años más para debutar con el Real Madrid y jugar partidos de mucha responsabilidad, sobre todo en la etapa de Carlos Queiroz.  

A partir de ahí, su ir y venir de Pucela ha sido una constante en su carrera. «Pude volver también antes de 2015, pero el Getafe no me dejaba aquí y me fui al Deportivo para ascender el mismo año que sube el Valladolid con Djukic»

Años más tarde, tras media temporada en el Eibar y otra media en la India le llamaron para venir, esa vez sí fue Carlos Suárez y no en su último regreso, como algunos pensaron. Cuando habla de la temporada 2015/16 dice que «fue un año difícil y hubo que tirar mucho del carro aunque se consiguió salvar el desastre», pero lo cierto es que Braulio Vázquez no le quería y, pese a tener contrato, renunció y se marchó de nuevo a la India.

Allí vivió experiencias altamente enriquecedoras. En opinión de Borja, la gente de la India es “encantadora”. Aunque estuvo como en una «burbuja», también vio la pobreza de una parte del país. “Viví la miseria de cerca a veces porque hay mucha, pero todo lo compensa el cariño de la gente y su sonrisa ante las dificultades. La gente es de lo mejor que tiene ese país”.

TRES ETAPAS Y MUCHA HISTORIA

No pensaba volver pero tras una buena temporada en Almería «vino el Valladolid a por mi y yo no podía decir que no». Esta vez sí fue el cuadro técnico, «pensaban que faltaba ese puesto específico tanto en el campo como experiencia en el vestuario y volví por tercera vez, algo que parecía imposible y contra la opinión de Suárez, me han enseñado mensajes en los que incluso desaconseja mi fichaje».

«Salió todo genial y me pude retirar de una forma muy muy bonita aunque después pasó lo que pasó». Lo que pasó es curioso porque se ve envuelto en una trama de apuestas cuando Borja era un «antiapuestas» nato, nunca apostaba y, es más, instaba a no hacerlo. Tampoco el dinero le llama excesivamente. Como ya ha contado, perdonó un año de contrato en aquella temporada en que el club estuvo a punto de irse a Segunda B. Es más, aquel año Suárez estaba enfermo y le encomendó que se implicara en todo porque él no podía estar cerca y el equipo estaba en caída libre. Al final, con Borja en el campo, el club se salvó del descenso y de una muerte segura. «Aquel equipo era un poco desastre, empezaban los partidos y nos entraban por todas partes y cada uno hacía la guerra por su cuenta», recuerda. Fue cuando empezaron a pitarle en Zorrilla y él lo sentía como un puñetazo en plena mandíbula. Era Valladolid. Su casa. Los haters y sus cosas, pero él sabe lidiar con ellos (lo demuestra con frecuencia en redes sociales).

Sin embargo, la vida le regaló esa penúltima etapa en Pucela y Borja se fue en el mejor momento posible. Si hubiera esperado un año más se hubiera despedido ante un estadio vacío, como consecuencia de la pandemia. En su cuenta de Twitter tiene fijado el momento de su despedida. El equipo ya estaba salvado. Pocas cosas pueden ser tan perfectas. Media un abismo entre haber dejado Valladolid al final de aquella temporada 15/16 que admite «muy complicada» con aquel sórdido partido ante el Mallorca a irse en loor de multitudes, con el equipo en Primera, tras haberlo ascendido, y en medio de una gran fiesta.

El gallego ha sido el último gran capitán que se ha apeado del barco tras Álvaro Rubio. Los dos formaron aquella dupla memorable con Mendilibar en la que el riojano ponía la seda y Borja, el músculo. Ambos, la entrega a unos colores y la honradez profesional. Tal vez Borja no era leyenda porque lo dijeran unas cifras espectaculares sino porque lo dicen quienes compartieron con él momentos de extrema dificultad, como quien le despidió en su última foto camino del vestuario y que acompaña a este texto, Joseba Aramayo. Los abrazos de El Pibe marcaron siempre la línea donde en Pucela comienzan los mitos. Borja había anunciado su adiós previamente, antes de la rueda de prensa de su despedida, a través de la canción de un gran futbolero, Leiva. La pista era evidente: «Hazlo, como si fueras a morir mañana». Su sana y recurrente costumbre de poner banda sonora a las cosas. En esa despedida hubo llanto. Sus emociones licuaron en lágrimas, pero se fue rodeado de amigos y toda la plantilla acabó abrazándole y revolviendo su flequillo, algo que saben que le importuna

HUMOR HASTA EN EL DRAMA

Puede que sea, entre otras cosas por la música, pero Borja tiene un carácter que le permite tomarse las cosas  casi siempre con humor. Así por ejemplo, sobre su estancia en el calabozo recuerda que «cuando salimos de los juzgados en Huesca nos fuimos a una cafetería de un bar de carretera y allí yo ya estaba haciendo bromas con la situación, aunque después me llamaba gente de mi familia y me pusiera a llorar». También empezó a llorar cuando le llegó la comunicación del juzgado por la que le sacaban del caso Oikos, «estaba yo solo en casa y era inconsolable». Dice que nadie de los medios le ha pedido perdón pero, en parte, lo compensa el cariño de la gente por las calles de Valladolid. Sin las caretas de internet, en directo, la gente le aprecia sinceramente y Pucela fue la «zona cero» desde donde se proclamó su inocencia. 

El fútbol le ha hecho llorar muchas veces, no sólo en su adiós. Por ejemplo, cuando con 15 años recién cumplidos tuvo que dejar a su familia para irse a vivir a Madrid y llamaba a casa algunos días desconsolado. Sus padres le animaban como podían. Con el tiempo se volvió valiente y fue uno de los primeros españoles en irse a la Liga India. En esa etapa, y antes de dejar el fútbol, ya había invertido en negocios de hostelería y vino, también después en una casa rural en la Ribera Sacra. Además de la referida pasión por la música, está su menos conocida pasión lectora, a lo que contribuye su cuñado, el novelista César Pérez Gellida.

Es muy fácil y muy habitual encontrarle por el centro de la capital. Cuando la mayoría de los futbolistas prefieren irse a zonas alejadas, más tranquilas o más residenciales, él prefiere el centro de Valladolid, aunque tardó más de tres meses en encontrar una casa a su gusto. Borja forma parte del paisaje urbano de Pucela y recientemente se ha incorporado al cuerpo técnico del club, primero como segundo técnico del Promesas y después como primer entrenador del Juvenil. Así es como sigue siendo uno de los nuestros. En alguna ocasión le han dicho que parece un gallego de La Rondilla o de La Pilarica. Tal cual.

Celebrando la permanencia en Vallecas y un gol en Zorrilla

Benjamín Zarandona y Pucela en el corazón de África

Entregando ropa del Real Valladolid a niños guineanos y en la izquierda durante un partido de la campaña 95/96
La marca Real Valladolid vuelve a Guinea de la mano de Benjamín

José Anselmo Moreno

Benjamín decidió que tras el fútbol hay muchas cosas que hacer. El segundo traspaso más caro de la historia del Real Valladolid (tras Salisu) continúa con su labor solidaria en Guinea Ecuatorial, el país de su madre. Periódicamente hace entrega de ropa donada por el club pucelano (entre otros) y la última vez fue a los niños del colegio Salesianos de Bata.

Trazar un resumen de la historia de Benjamín para mi es bastante fácil. Le conozco desde crío y, tras su retirada, le he escuchado hablar con verdadera pasión de esta labor humanitaria con la que lleva muchísimo tiempo. Así por ejemplo, desde hace una década edita un calendario solidario, organiza partidos para recaudar fondos y recoge esa ropa deportiva, de modo que muchos niños guineanos son del Pucela. También se llevó césped artificial desechado en los Anexos hace algunos años y lo instaló en el referido colegio, pero vayamos primero con el jugador antes que con el «misionero».

El Titi, como se le conocía desde niño en los Anexos tuvo dos años de verdadera eclosión en el Real Valladolid. Fue brutal su rendimiento y hasta fue preseleccionado por Javier Clemente para el Mundial de Francia 98 pero acabó jugando, igual que su hermano Iván, con el combinado de Guinea Ecuatorial, con el que tuvo un problema serio de salud en un partido ante Ruanda. Fue en marzo del año 2007 y pensó que se moría. Como él dice «me dio un chungo». La verdad es que aquello resultó ser un susto muy grande para todos. Debido al calor y a la presión que el jugador se metía a sí mismo sobre todo lo relacionado con la selección (allí tenía que hacer hasta de utilero) perdió el conocimiento en el mencionado partido y se vivieron momentos dramáticos hasta que volvió en sí. Allí Benjamín es un ídolo. Como no había debutado con España pudo jugar con el país del que procedía su madre, ya que su padre (José Manuel) era vizcaíno.

FICHAJE FRUSTRADO

En una cena que organizó Marcos Fernández padre, con motivo de la salvación de 1996, nos tocó a mi compañero José Ignacio Tornadijo y a mi con Benjamín y Rubén Baraja, los cuatro en la misma mesa. A Benjamín yo le conocí a finales de los ochenta, obviamente destacaba por el color de piel y su poderosa zancada. Empezó jugando de delantero cuando era benjamín (valga la redundancia). En aquel momento sacaba dos cabezas a sus compañeros pero, poco a poco, fue retrasando su posición.

En esa cena junto a Rubén Baraja nos dijo que su padre (fallecido en 2018) era vasco y que podía jugar en el Athletic Club de Bilbao. La verdad es que nos sorprendió, pero aquello cogió forma con el tiempo. Precisamente el color de piel pudo influir en su no fichaje. Recuerda que Arrate era el presidente del Athletic y hubo una oferta de traspaso. «Mi padre era de Portugalete y podía fichar pero, por lo que fuera, hubo una parte importante del club que no vio claro ese fichaje y yo creo que pudo influir el hecho de que un jugador negro nunca hubiera jugado allí. Actualmente no hubiera habido ningún problema con eso», explica.

Hasta Mohamed Salisu, su traspaso fue el más caro de la historia del Real Valladolid, algo más de 1.700 millones de pesetas. Una barbaridad para la época. No parecía apuntar tan alto, pero el jugador criado en la calle Granada de Las Delicias dio un salto de calidad enorme de la mano de Vicente Cantatore, quien le motivaba diciendo que era el mejor que tenía en la plantilla, aunque a veces también le picaba el amor propio para sacar lo máximo que llevaba dentro.

Precisamente cuenta que la destitución de Cantatore le supuso un golpe brutal. «Recuerdo que estábamos García Calvo y yo en la habitación y cuando lo escuchamos por la radio salimos a los pasillos del hotel para preguntarnos si había sido tal cual lo habíamos escuchado porque no nos lo podíamos creer».

Al principio él no lo recordaba, pero Benjamín participó activamente y jugó contra Ronaldo Nazario en uno de los mejores partidos que se han visto en Zorrilla en toda su historia. Al menos, el mejor que yo he visto y eso lo he hablado con él aunque en un contexto más festivo que deportivo (en Ferias). Casi recuerdo yo mejor que el propio protagonista ese partido tan memorable. Fue un 3-1 al Barcelona con Vicente Cantatore al mando de las operaciones. Aquello resultó ser un espectáculo de primer nivel. Nunca visto desde entonces.

RECUERDO DE CANTATORE

Precisamente del entrenador chileno destaca que «era un motivador extraordinario, siempre me decía que yo era el mejor de los 22 que jugábamos en cada partido y me decía al oído: de ti depende si quieres que te ponga el próximo día». Recuerda que a cada uno le daba un mensaje al oído y era su manera de motivar. «Para mí fue muy importante, una clave en mi carrera deportiva», evoca Benjamín.

Y así fue, porque Benji creció mucho con Cantatore y después con Kresic. Tan es así que Lopera se encaprichó de él al comienzo del verano de 1998. Le hizo un contrato larguísimo que cumplió y cobró religiosamente, aunque también estuvo cedido en el Cádiz y en el Xerez. Ya para entonces se había hecho famoso, no solo por su buen rendimiento durante varias temporadas en el Real Betis, también por la famosa fiesta de Halloween en su chalet de Sevilla. La interrumpió el propio Lopera y hubo quien quiso desaparecer en cuanto supo que su presidente estaba entrando por la puerta. No es una leyenda, fue así. El presidente, el entrenador (Juande Ramos), el gerente y el director deportivo estaban fuera, en un coche, y Benjamín los vio cuando salió a comprobar si todo estaba en orden o molestaba la música a los vecinos. Lopera y sus cosas.

Benjamin es hermano de Iván y de José Manuel Zarandona Esono «Yoyo», este último ya fallecido. Yoyo era un jugadorazo impresionante pero no llegó nunca a la elite. Jugó, entre otros equipos, en el Laguna, casi siempre como líbero. Por esas cosas del fútbol nunca tuvo la opción de dar el salto y trabajó de muchas cosas hasta que falleció en un accidente laboral mientras cargaba un camión en Belorado (Burgos), con solo 48 años de edad. Eso sucedió en 2012. Conocí a Yoyo, otra buena persona que dejaba entrever los valores y el ejemplo de vida que debió dar a sus hijos el matrimonio Zarandona-Esono. No es casualidad que los tres hermanos que yo he conocido tengan similares virtudes y parecidas cualidades. Esas que se adquieren en casa antes de que la vida las ponga a prueba. De eso hablé con Iván tras una tertulia en la Ser. Por cierto, aquel día le dije que me parecía mejor futbolista que su hermano. Puede que me equivocase pero sigo pensando que a Iván Zarandona no le deparó el fútbol lo que en justicia merecía.

ÁFRICA ATRAPA

Aprovechando el contexto de la labor solidaria de Benjamín, hay que subrayar que no es el único que propicia que los colores blanquivioletas estén presentes en África. Los habitantes de una aldea de Sierra Leona usan camisetas del equipo como uniforme para los momentos más importantes, como un funeral. La imagen, altamente impactante, acompaña este texto. Todo empezó después de que un misionero del colegio San Agustín solicitara hace años unas camisetas al club, y la elástica blanca y violeta se ha convertido en el uniforme de los miembros de una comunidad en las celebraciones solemnes. La de la foto es el entierro de una adolescente.

El resto de camisetas blanquivioletas que se ven en África es probable que tengan como «mediador» a Benjamín Zarandona, que actualmente vive en Valladolid, pero que de vez en cuando viaja a Guinea donde pasa largas temporadas y ha montado un campo de fútbol en un orfanato en Malabo, la capital del país. Esa labor en Guinea le ha «atrapado», podría vivir cómodamente de las rentas y dedicarse a sestear pero no parece que eso entre en sus planes, ni siquiera a largo plazo.

Además de las colaboraciones en periodismo deportivo nacional, su día a día tiene que ver con la educación de los valores en los chicos de fútbol base, algo que siempre le apasionó. Como hace tantas cosas, hasta ha participado en un reality show televisivo. Era puro espectáculo, pero el Benjamín de verdad, el que no está revestido de nada, fuera de su personaje, es un ser humano excepcional. Una persona sencilla y extraordinariamente humana, que nunca olvida sus orígenes y los pasos que ha dado hasta ser lo que es. Disfruta todo lo que puede de sus 45 años y, de paso, ayuda a los demás porque eso le hace feliz.

Qué mejor plan de vida.

Benjamín mira su calendario solidario durante una tertulia en la Cadena Ser.
Camisetas del Real Valladolid durante un funeral en Sierra Leona
De izquierda a derecha: Edu Manga, Benjamín, César Sánchez, Peña, Gutiérrez, Santamaría, Víctor, Juan Carlos Gómez, Marcos, Juan Carlos Rodríguez y Quevedo

Celebrando la permanencia del 96.

Los pucelazos y sus historias

Manolo Peña, autor de tres goles en una victoria ante el Barcelona en el Camp Nou (diciembre de 1987)
Zorrilla antes de un choque contra el Madrid
Gonzalo estuvo en un pucelazo ante el Barça

José Anselmo Moreno

Vamos con los pucelazos, término que acuñó mi compañero Tomás Guash en la antigua cabina siete del estadio Zorrilla. Tal vez el mayor fue aquel 3-8 de Oviedo pero Guash aplicó el término a un Valladolid que durante algunas temporadas fue el «matagigantes» de la liga, ganando a los grandes en varias ocasiones.

El Valladolid, por ejemplo, ha ganado seis veces a «ilustres» equipos del Barcelona en los últimos 30 años, cuatro de ellas en Zorrilla, aunque si hay que personificar esos triunfos el más indicado es el actual director de cantera del club, Alberto Marcos, presente en tres de esos «pucelazos».

Hace más de 30 años, en septiembre de 1989, el Barcelona cayó en Valladolid en la primera jornada de Liga. Aquel partido tuvo un nombre propio: Lucendo, un extremo que acabó siendo internacional por Andorra y que Cruyff, entonces en el banquillo culé, decidió subir ese día al primer equipo junto a Delfi Geli.

Ronald Koeman salió de titular por la banda derecha y Lucendo por la izquierda. El Barca exhibió un «dibujo» extraño, jugó descompensado y nervioso por lo que acabó perdiendo 2-0 ante un Valladolid dirigido por el croata Skoblar y en el que Damián y Janko Jankovic marcaron los goles. De Lucendo ya nunca más se supo, se diluyó en el Barcelona B y acabó cedido en la Balompédica Linense.

Dos años antes hubo otro «pucelazo», esta vez en el Camp Nou, con un histórico triunfo vallisoletano por 2-4, en el que el jugador lucense y berciano de adopción Manolo Peña firmó tres de los cuatro goles del conjunto vallisoletano.

Fue un 19 de diciembre del año 1987 y aquella era la primera victoria en Barcelona de un Real Valladolid, cuya alineación estuvo compuesta por Fenoy, Torrecilla, Lemos, Moreno, Gonzalo, Manolo Hierro, Moya, Fernando Hierro, Endika, Minguela y Peña.

En los otros tres de los seis triunfos vallisoletanos ha estado presente Marcos, quien dice que las claves para ganar al Barcelona o al Madrid son «correr mucho, ser solidarios y estar muy juntos».

Marcos estaba en otro de esos Valladolid-Barça con triunfo local, probablemente el más recordado en la capital del Pisuerga. Fue el enfrentamiento de la temporada 96-97, en la que el Valladolid acabaría clasificándose para la UEFA de la mano de Vicente Cantatore

PUCELAZO A RONALDO

El Barcelona de Ronaldo Nazario visitaba aquel año Zorrilla con la vitola de equipo invencible y se llevó un 3-1, con tantos para el Valladolid de Fernando Sánchez Cipitria y dos de Víctor Manuel Fernández. El gol blaugrana lo marcó precisamente Ronaldo, pero ese partido ya está «retratado» en otros capítulos.

Otra victoria pucelana, aunque sin tanto brillo, se produjo en la campaña 2002-2003 con sendos tantos de David Aganzo y de Sergio Pachón para los pupilos dirigidos entonces por Pepe Moré. El argentino Javier Saviola marcó para el equipo catalán.

Un encuentro que estuvo a punto de suponer otra derrota blaugrana fue el de la campaña 00-01 cuando un gol de chilena del ecuatoriano Iván Kaviedes le otorgaba el 2-1 a un Valladolid que peleaba por eludir el descenso. El holandés Overmars marcó en el tiempo añadido propiciando un 2-2 aunque ese empate le dio la permanencia al Pucela pese a caer derrotado en el Bernabéu en la última jornada (2-1).

Y otro triunfo sonado fue el del Camp Nou de la temporada 97/98. Al Valladolid lo dirigía Sergio Kresic y aquel día se dio la paradoja de que un exazulgrana, el vallisoletano Eusebio Sacristán, marcó el gol del triunfo blanquivioeta. Eusebio no lo celebró «por respeto» a los culés y salió aplaudido.

La última victoria ante el Barcelona fue un 8 de marzo de 2014 en Zorrilla, donde el Real Valladolid sorprendió a un Barcelona desconocido por un juego tan gris como ramplón y que acabó perdiendo 1-0, con tanto para el Valladolid del italiano Fausto Rossi.

Aquello alejó a los azulgranas del liderato y sacó a los locales del descenso, aunque al final de temporada acabarían bajando. Ese día el Valladolid, entrenado por Juan Ignacio Martínez, jugó con Mariño; Rukavina, Valiente, Mitrovic, Peña, Rueda; Bergdich, Alvaro Rubio, Rossi; Manucho y Javi Guerra.

Hernández Hernández, un colegiado que tradicionalemte no se le ha dado bien al Valladolid, dirigió aquel partido y, desde entonces, el Valladolid no ha vuelto a ganar a ninguno de los grandes, aunque las temporadas consecutivas en Segunda lo hicieron inviable.

Por su parte, el Real Valladolid en el Santiago Bernabéu solamente ha ganado tres veces en los 42 partidos de Liga disputados en el coliseo del distrito de Chamartín (once veces en Zorrilla). Las victorias en campo madridista han llegado con «cuentagotas» y las derrotas, algunas con goleadas estrepitosas.

La última vez que el equipo vallisoletano ganó allí (0-1) fue hace más de veinte años, en la temporada 99/00 con un gol de Víctor Fernández, delantero que aún permanece en el club pero en el cuadro técnico. Al frente de aquel equipo estaba Gregorio Manzano.

Paradójicamente, las dos ultimas ocasiones en las que el Valladolid ha ganado en el Bernabeú ha sido con un sistema de tres centrales, la primera vez con Felipe Mesones en el banquillo y la segunda con el mencionado Goyo Manzano.

El once vallisoletano del último triunfo en el Bernabéu estaba integrado por Ricardo; Torres Gómez, Santamaría, Peña, Turiel, Marcos; Márquez (Chema), Vizcaino (Caminero), Eusebio; Víctor y Shoji Jo (Dragan Isailovic).

También ha habido reparto de puntos, concretamente cuatro veces. El primero en la temporada 49/50, cuando un tanto de Vaquero equilibró el del madridista Pahiño. El segundo, durante la temporada 1980/81, también fue un empate a uno gracias a un gol de Jorge Alonso que igualaba otro de Juanito. Paquito era el entrenador vallisoletano.

Y la penúltima igualada fue durante la campaña 2001/02, con un 2-2. Desde ese empate, solo se arrancó un punto en la temporada 19/20 con un postrero 1-1. El Valladolid de aquel penúltimo punto recolectado en el Bernabéu estaba dirigido por el argentino Francisco «Pancho» Ferraro. La última igualada fue con Sergio González en el banquillo y gol de Guardiola para el Pucela.

Dos jugadores albivioletas con experiencias contrapuestas en el Bernabéu son Alberto López Moreno, exdelantero del equipo y actual médico del club, quien ganó 1-3 allí marcando dos goles, y Santi Cuesta, exdefensa del equipo de Zorrilla y que siendo internacional sub-21 hizo su «presentación» en Chamartín perdiendo 1-0 en un partido «histórico e inolvidable», aunque por circunstancias extradeportivas.

Alberto evoca aquel 1-3 de la campaña 93-94 con especial alegría. «Jugamos un gran encuentro con varios jugadores de la cantera, incluso Cuaresma, que jugó de lateral izquierdo, metió un golazo y yo marqué dos. Terminé jugando como central por expulsióón de Najdoski. Fue inolvidable para todos».

Dos años antes, el Valladolid había caído por 1-0 con la llamada «quinta» de los colombianos, integrada por Higuita, Valderrama y Leonel Álvarez, y encabezada por el técnico «Pacho» Maturana.

El asturiano Santi Cuesta rememora que aquel encuentro pasó a la historia por un insólito «toque» del jugador madridista Míchel al centrocampista blanquivioleta Carlos «Pibe» Valderrama.

«Recuerdo que fue en un córner y esa jugada acabó con un disparo mío. De aquello entre Míchel y Valderrama yo no me di cuenta en el campo pero sólo se habló de esa anécdota. A Zorrilla llegaron medios de todas partes para preguntar a Valderrama qué había sentido. Fue mediático, pero el caso es que perdimos», evoca Cuesta que esa noche había compartido habitación precisamente con Valderrama.

Y del primer triunfo blanquivioleta en el Bernabéu se cumplen ahora sesenta años, ya que se produjo en el año 1953. Los goles de Antonio Morro y de Jesús Domingo contrarrestaron un tanto del argentino Alfredo Di Stéfano. Fue la primera coronación del Valladolid ante el Real.

Algunos de los últimos precedentes de los partidos entre Real Madrid y Valladolid, tanto fuera como en casa, están marcados por historias memorables. Una de ellas es el silbido del colombiano Lozano en el Bernabéu, imitando el silbato del árbitro, o el extraordinario gol de Pedro López en Zorrilla y que, a juicio de Iker Casillas, es uno de los tres mejores tantos que ha encajado nunca.

El famoso silbido de John Harold Lozano en la temporada 2001-2002, sólo reconocido con el paso de los años, deparó un sorprendente empate que «rompió» un pleno al quince en la quiniela que aquella semana elaboró la plantilla vallisoletana, entonces dirigida por el argentino Francisco «Pancho» Ferraro.

Y es que, los jugadores decidieron apostar por un «1» fijo en ese partido ante los madridistas y, tras su meritorio empate (2-2), hubieron de conformarse con sólo trece aciertos y el consiguiente recorte en los premios.

El estadio Santiago Bernabéu también ha sido escenario de derrotas tan humillantes e históricas para el Real Valladolid como el 7-2 encajado en la temporada 2003-2004, con el técnico gallego Fernando Vázquez en el banquillo del equipo vallisoletano y el portugués Carlos Queiroz en el madridista.

El último tanto ganador de un jugador blanquivioleta en el estadio Santiago Bernabéu tuvo efectos «fulminantes», ganador porque propició ganar una eliminatoria de Copa aunque solamente supuso un 1-1 en el marcador. Lo marcó Xavi Moré en las postrimerías de un partido de copa en la temporada 2004-2005 y sirvió para eliminar al Real Madrid del brasileño Vanderlei Luxemburgo de aquel torneo del KO con el Real Valladolid militando en Segunda División.

Al margen de los enfrentamientos en el terreno de juego, la relación institucional Real Madrid-Valladolid ha sido siempre fluida. El de Zorrilla, es uno de los conjuntos de primera división que más ex jugadores madridistas ha tenido en sus filas.

Torres Gómez, Sousa, Víctor, Javi Sánchez, Tote, Javi Jiménez Alberto Marcos, José Antonio García Calvo, José Luis Capdevila, Víctor o Borja Fernández o Albano Bizzarri, entre otros muchos, han militado en el equipo de la capital el Pisuerga, varios de ellos pucelanos de adopción.

Por último, hay que recordar una efeméride sumida también en el capítulo de curiosidades. Y es que, el Real Madrid fue el club invitado y el rival elegido para «coronar» los actos del 75 aniversario de la fundación del Real Valladolid. Era un 11 de noviembre del año 2003 y aquello tuvo también su pequeño «enredo».

Una multitudinaria comida oficial, previa al partido conmemorativo disputado por la noche en Zorrilla, «se remató» con un postre elaborado a base de chirimoyas que provocó un brote de salmonelosis a casi un centenar de personas.

Entre los principales damnificados, hubo varios dirigentes y ex jugadores del Real Madrid, invitados al acto, que no olvidarán nunca el 75 aniversario del club vallisoletano.

EL PRIMERO DE CANTATORE

Contra el Atlético de Madrid se produjo el primer pucelazo de la primera etapa de Cantatore. El equipo se plantó en la quinta jornada de la temporada 85/86 y le dio un repaso mayúsculo al equipo rojiblanco entonces dirigido por Luis Aragonés y con ex blanquivioletas como Da Silva o Landáburu. Nada menos que un 1-4, acabó aquello con un partidazo de Jorge que metió dos goles y participó en los otros dos. Ahí ya se pudo ver lo que era el espíritu de aquel equipo al que el técnico chileno le decía que había que jugar igual fuera que en casa.

En el siguiente partido a domicilio el equipo salió aplaudido en San Mamés tras empatar a tres y encajar el último gol en el tiempo añadido a través de un remate en propia puerta de Jorge Aravena. Cantatore preguntó cómo era posible que aplaudieran a un equipo que había empatada en el último minuto y de gol en propia meta. Le dijeron: No míster, nos aplauden a nosotros. Don Vicente no había visto eso nunca, no se lo podía creer, pero tampoco la afición podía creerse el fútbol que vio ese año desempeñar a su equipo.

Sin duda, y de largo, el mejor de las últimas décadas. Quédense con este once: Fenoy; Torrecilla, Gail, Andrinua, Juan Carlos; Eusebio, Minguela, Aravena, Jorge; Yáñez y Víctor o Peña (los dos últimos ya fallecidos). Nunca he visto a un equipo de blanco y violeta jugar tan bien al fútbol. Ni siquiera el Europucela.

Al margen del siempre espectacular Pato Yáñez, llamaba la atención en aquel equipo la novedad del chileno Jorge «Mortero» Aravena, apodado «El cañón de América». Probablemente, entre Gilberto, Daniel Gilé y Aravena esté el jugador que más fuerte le ha pegado a la pelota en la historia del Valladolid. Según Luis Minguela, que jugó con los tres, el que más y mejor fue Gilberto. «Nadie le pegaba a la pelota como él». Nada que añadir.

Formación del Real Valladolid con Jacinto Cabrera, Moré, Minguela, Víctor, Lemos, Fenoy, Jorge, Juan Carlos, Sánchez Valles, Torrecilla y Eusebio. En la imagen de la izquierda, Jorge Aravena

García Calvo, el jefe rockero

Junto a Óscar Sánchez, celebrando una permanencia y en la campaña 08/09

José Anselmo Moreno

José Antonio García Calvo era un jefe del vestuario, un tipo respetado dentro y fuera del campo. Sus entrenadores también le tenían por un líder. Manzano, por ejemplo, sentía verdadera devoción por su juego y hasta le colocaba en el centro del campo. Muchas veces le puso de ejemplo, algo que lejos de despertar el recelo del vestuario le otorgó galones porque era de los que siempre apretaba los dientes. Se dio a conocer cuando era solo un chaval, al tener la osadía y la «desvergüenza» de hacer una rabona desde la línea de fondo con el primer equipo del Real Madrid. Fue en un amistoso en Málaga ante el Hamburgo.

Decidió retirarse del fútbol en Valladolid, adonde volvió desde el Atlético de Madrid, como él dice «por el cariño al club». Lo dejó tras aquel famoso y dramático partido ante el Betis de la parada de Asenjo, que ya jugó infiltrado y físicamente muy tocado, hasta tuvo que pedir el cambio porque ya no podía más. Entonces pasó a ser un «viejo» rockero. En este caso literalmente, pues en ocasiones actúa formando parte de una banda de rock compuesta por unos amigos. Dejó el fútbol a los 34 años por esas molestias crónicas en un dedo del pie derecho pero eso no le impedía saltar a un escenario y cantar a sus «héroes».

MADRID, PUCELA Y ATLÉTICO

José Antonio García Calvo (1-4-1975) se formó en la cantera del Real Madrid y jugó en el Real Valladolid en dos etapas, interrumpidas por su periodo en el Atlético de Madrid, adonde fue traspasado en verano de 2001. El defensa madrileño siempre ha evocado con emoción los años que pasó en el conjunto colchonero, una etapa que rememora con especial cariño y que le hace sentirse «atlético de corazón, aunque no de nacimiento» pues de niño era madridista, por su abuelo. Se estrenó con el primer equipo del Real Madrid el 2 de marzo de 1996, en un partido jugado en el Bernabéu ante el Salamanca (5-0), Arsenio Iglesias le dio la «alternativa». Esa misma temporada jugó hasta diez partidos con el primer equipo merengue y parecía destinado a ocupar un sitio en el centro de la zaga junto a Fernando Ruiz Hierro o, al menos, aparentaba ser digno de permanecer en una primera plantilla madridista huérfana entonces de centrales de plenas garantías. Él también lo veía así y, de hecho, llegó al Real Valladolid en septiembre de 1997 «picado» en su orgullo, con muchas ganas de demostrar sus cualidades. Pronto fue un líder en la plantilla y su raza se contagió al resto de compañeros. Junto a él jugaron entonces zagueros bravos también como el argentino Gabriel Heinze, el boliviano Juan Manuel Peña, el brasileño Julio César Santos Correa o el madrileño José Luis Santamaría.

Cuando García Calvo «aterrizó» en Valladolid vivió una etapa convulsa. Nada más llegar, el entonces presidente del Real Valladolid, Marcos Fernández Fermoselle, destituyó a Cantatore, en un programa de radio y le costó entrar en el equipo con la llegada del hispano-croata Sergio Kresic. Cuando entró ya no salió y, tras ser traspasado al Atlético de Madrid y vestir tres veces la camiseta de la selección española, volvió al Real Valladolid como tantos otros futbolistas: Caminero, Eusebio, Víctor, Fonseca, Alberto o Juan Carlos. Su traspaso al Atlético fue un salvavidas para poder garantizar la viabilidad del club en su momento. Cuando «el jefe» regresó a Pucela en Segunda División fue con el 16 por ciento del sueldo que tenía en el Atlético. No le importó. Dice que venía a su casa.

Recuerda que en los últimos años sufrió mucho y tuvo que hacer cosas muy «heavys» para poder jugar. y admite que se entablaron negociaciones para continuar e, incluso, se llegó a un acuerdo económico. «En vacaciones empecé a entrenar y las sensaciones no fueron buenas, me di cuenta de que tenía que dejarlo y que no podía engañar a la gente». Antes de eso, el central vistió la blanquivioleta en Liga en 195 ocasiones, siempre que estuvo bien físicamente fue titular indiscutible. Ya antes de llegar, había sido campeón de Europa sub 21 en 1998 y también fue campeón de Liga con el Real Madrid en la temporada 1996/97.

DIRECTOR DEPORTIVO Y ENOLOGÍA

Se asentó en la capital de Pisuerga e incluso se vinculó a la bodega Cepa 21, un proyecto vitivinícola de Ribera de Duero que preside la familia Moro en Castrillo de Duero. De la mano de José Moro regresó al Real Valladolid de manera fugaz, la temporada del último ascenso, y con la marcha de Moro él también abandonó el club donde ocupó el cargo director del área de Desarrollo de Negocio. Antes había sido también, en otras etapas, director deportivo (en una época de vacas flacas) y responsable de las Relaciones Externas (cargo no remunerado). En la faceta de director deportivo fichó a jugadores como Marc Valiente, Jofre, Peña o Javi Guerra, entre otros.

Carlos Suárez intentó que su labor tuviera continuidad dentro del nuevo organigrama técnico, pero él no quiso y dejó el cargo junto a Chuti Molina. El presidente creó entonces una comisión deportiva con técnicos de la casa, pero decidía él junto a varios asesores. La llegada de Djukic propició ese año el ascenso tras una política de fichajes un tanto extraña aquel verano. Bien está lo que bien acaba.

Lo del vino no le viene de ahora. Siempre recuerda que «cuando era un niño acompañaba a mi abuelo a los viñedos y me ha interesado este mundo toda la vida», dice el exfutbolista. Su abuelo le acompañó muchas veces al Santiago Bernabéu pero el caso es que el fútbol, y sus vivencias, le hicieron más colchonero.

Jose fue internacional con España en tres ocasiones. Su debut se produjo en agosto de 2002, siendo jugador del Atlético de Madrid, en un partido contra Hungría (1-1). Hoy en día está alejado de los focos del fútbol y declina cualquier entrevista, pero no aparecer en una relación de jugadores del Pucela que dejaron huella. Se dejó mucho por ese escudo y el tiempo coloca el armario de la vida para situar lo bueno en los estantes más visibles.

SU IDILIO CON LA MÚSICA

El fútbol no era la única inquietud de García Calvo. Apasionado de Enrique Bunbury, muchas veces cantaba por los pasillos del estadio algún tema del zaragozano o de Héroes del Silencio, devoción que compartimos aunque él tienda más al negro en su vestimenta habitual.

Tras muchísimas horas de ensayo junto a los integrantes del grupo Happening, fieles seguidores del Real Valladolid y protagonistas del homenaje donde el jugador recibió la insignia de oro, decidió embarcarse en una aventura que se llamó «La influencia de Baco», precisamente en un tributo al gran Bunbury.

Para el madrileño, Enrique Bunbury es un artista que significa mucho. «Su música me trae muchísimos recuerdos de mi infancia y de mi vida. Me transmite muchas cosas y me permite hacer más llevaderos los malos momentos». Del fútbol, prefiere quedarse con lo bueno y no mirar mucho al pasado, en el que hay cosas que se empiezan a valorar con el paso del tiempo. A veces se ha sentido «entre dos tierras», como cantaron sus héroes del… silencio.

Durante su homenaje en Zorrilla
En la campaña 08/09
En una actuación con su banda La influencia de Baco, con la que hacía un tributo musical a Héroes del Silencio.

Fernando Redondo: sencillez, instinto y un título

Fernando Redondo como jugador, junto a Ramallets. A la derecha, en una imagen reciente
Once tipo de Fernando Redondo para salvar al equipo en la temporada 83/84. Después vendría la Copa de la Liga

José Anselmo Moreno

El primer balón que tuvo se lo cambió su madre a una gitana por legumbres, hasta entonces jugaba en el pueblo con la vejiga de un cerdo inflada hasta que uno la pisaba más fuerte de la cuenta y se acababa el partido. Tiene mil historias Fernando Redondo Barcenilla (Renedo de la Vega, Palencia, 1944) es imposible hablar con él y abarcarlo todo. Hemos hablado muchas veces pero de la última conversación, de más de una hora al teléfono, nace este resumen porque todo no tiene cabida. Ni es posible ni tampoco sería ético desvelar algunas cuestiones.
Redondo fue de los primeros técnicos que yo conocí en este mundillo del fútbol como periodista. Recuerdo a finales de los ochenta una cena «a cuatro» en el Mesón San Pedro, con Mínguez y Redondo a un lado de la mesa y Tornadijo y yo (amigos desde críos) en el otro. Pocas veces he disfrutado tanto de una cena, exceptuando que a Redondo le gusta la tortilla de patata poco hecha. En serio, era una delicia hablar de fútbol en ese contexto. Fernando nos citaba a veces a jugadores que no conocía nadie y que con el tiempo se convirtieron en estrellas. Uno de ellos (hubo varios) era el exmadridista Fernando Redondo y lógicamente, nos hizo gracia la coincidencia. Por cierto, aprovecho para contar también que a Redondo ya se le escuchaba hablar de Kylian Mbappé cuando su nombre no sonaba para nadie. También le oí decir que Calero iba a llegar a la élite y que era un central de doce millones de euros (casi lo clava). Y todo eso sin recurrir al big data ni a adelantos informáticos, ahora muy de moda.

Dos de las tres finales que ha jugado el Pucela en su historia estaban protagonizadas por Fernando. La primera como entrenador, con más del cincuenta por ciento de jugadores de cantera, fue la Copa de la Liga. En la segunda era director deportivo y con una plantilla en la que sólo se gastó 6 millones de pesetas por el pase de Jankovic. El resto, Ravnic, Miljus, Albesa, Damián, Albis, etc llegaron a coste cero. Cuando va a ver a un jugador en directo en un partido no mira el partido, solo a ese jugador.

Lo suyo era la sencillez y el instinto, es un hombre sencillo en todas las vertientes de la vida. Redondo veía fútbol y sacaba sus conclusiones, no necesitaba más. Ni estadísticas, ni bancos de datos, ni mapas de calor. Le encantan los jugadores listos, esos que tiran desmarques, que rompen al espacio, que buscan la espalda al defensa. Y sí, le gustan los delanteros por encima de los defensas aunque, paradojas de la vida, no ponía a un lateral zurdo amigo mío porque decía que era demasiado ofensivo y que lo primero de un defensa es defender. Al final me convenció y le di la razón porque cuando Fernando se pone a tirar de argumentos es imparable. Y agotador. Así convencía a los jugadores que fichaba: «Aquí vas a jugar y te vas a revalorizar». Lo hacía con tales dotes de persuasión que, al final, algunos venían cobrando menos dinero.

Redondo tuvo fichados para el Valladolid a Vicente (el exvalencianista) y a Oscar de Paula pero no se pudieron culminar las gestiones. Llegaron a prohibirle entrar en la Ciudad Deportiva del Real Madrid porque de allí se llevaba a lo mejor. Según unos números que no engañan, fichó a jugadores por valor de 400 millones que el Valladolid vendió por un montante global de 4.600. Cuando los Fernández se dieron cuenta de estos y de otros detalles le ofrecieron firmar en el Hotel Sofía de Parquesol un suculento contrato pero ya no quiso. Les dijo que el Real Valladolid siempre sería el club de su vida pero que no volvería a trabajar para ellos.

Fernando es un libro abierto, sabe mucho de fútbol o, al menos, tiene una especial intuición para detectar talento temprano. De hecho, puso sus ojos en un imberbe Mario Kempes cuando fue a Argentina a fichar a Palacios y a Rubén López, pero Pasieguito y el Valencia se lo levantaron.También quiso a Boban pero no podía fichar porque le faltaba mucho para cumplir los 25 años y no le dejaban salir del país.
Es verdad que no siempre ha acertado, hubo de todo, pero sus experimentos eran con gaseosa y aquellos que no llegaron a la elite no costaron nada. Como demuestran las cifras antes apuntadas, sus fichajes para el Pucela han sido casi siempre rentables. Además, es el único entrenador que tiene un título con el Real Valladolid, donde jugó en los años sesenta antes de militar también en el Sevilla. Por cierto que actualmente, camino de los 78 años, jugaba cada semana al fútbol sala antes de las restricciones por la pandemia. Y volverá a retomar esos partidos cuando todo acabe.

Redondo tenía (y tiene) la virtud de ver futbolistas aprovechables donde no los veía casi nadie. Y los fichaba cuando otros no se atrevían a hacerlo. No se decidían. Un ejemplo de su instinto es José Emilio Amavisca (le bastó media hora para decidir su fichaje) o el negocio que hizo en el traspaso de Fernando Hierro trayendo a Caminero, a quien se volvió a traspasar después. Tenía a toda la plantilla del Castilla para escoger pero firmó al mejor y, a la vez, al menos mediático. También hizo buenas operaciones con jugadores extranjeros, se fue de viaje y por cuatro perras se trajo a Jankovic, Ravnic y Miljus. Es un amante del fútbol de la antigua Yugoslavia y un firme convencido del rendimiento de esos jugadores «trasplantados» a la liga española.
También tenía el hábito de captar jugadores jóvenes que no eran conocidos cuando los fichó pero que dieron un buen rendimiento y venían a coste cero, como César Gómez o José Luis Soto por poner solamente dos ejemplos. El año que llegó Soto también lo hicieron Alberto Marcos, Fernando Sánchez Cipitria, Alen Peternac, Santamaría, Gutiérrez etc. Dejó el banquillo de forma voluntaria en 1994 para ver futbolistas y preparar la siguiente temporada. Fue la del milagro de Cantatore quien, prácticamente con los mismos jugadores, metió al equipo en la UEFA.

Hay muchísimos casos de futbolistas fichados por Fernando y que acabaron deparando notables ingresos a la tesorería del club. De las pocas veces que yo recuerdo que no acertó fue con el extremo Roberto Valverde y con el ariete Kiko Aranda (tío de Carlos Aranda), dos apuestas personales suyas que no salieron bien. Nunca fichaba a jugadores de más de 30 años porque, a su juicio, eran mucho más difíciles de revalorizar.

MAGICO Y SUS COSAS

Tampoco salió bien la mezcla de Fernando Redondo con el mejor jugador que ha vestido de blanquivioleta: Mágico González. A mi siempre me interesó especialmente la historia del salvadoreño en Pucela. Se las tuvo tiesas el entrenador palentino con las indisciplinas del delantero, incluso llegó a apartarle del equipo e intercedieron los compañeros para que jugara un partido contra el Barcelona, aquel día en que metió un golazo de falta y falló un penalti que elevó a los altares a Urruti.
«Apareció media hora tarde y decidí no convocarle. El presidente me pidió explicaciones y propuso que votasen los propios futbolistas si querían que fuese convocado o no, el sí ganó por mayoría», afirma el técnico, a quien no le quedó más remedio que acatar aquella votación.

Sin embargo, Redondo lo ha tenido siempre claro: «Mágico era tan bueno como Maradona, entonces, o Messi en este momento» ya que, a su juicio, era un futbolista técnicamente perfecto. «Tenía una visión de juego y un desequilibrio brutal además de un cambio de ritmo y entendimiento del juego impresionantes».
Fernando Redondo recuerda que Mágico «eliminaba rivales con regates únicos y definía con perfección absoluta ante la portería contraria. Verle jugar era un escándalo y, además, también era capaz de ser de los más rápidos o el que más aguante tenía de toda la plantilla pero, a la hora de la verdad, no quería echar el resto».
El entrenador intentó picarle el amor propio, provocarle y empujarle siempre a mejorar. «Yo le decía que Dios le había dado un don maravilloso, esa genialidad para jugar al fútbol y que tenía que aprovecharla». Mágico respondía que «cada uno es como es». Redondo siempre se preguntó si pudo hacer «algo más» con este genio del fútbol. La respuesta la dio el tiempo, era imposible.
En este contexto, el técnico recuerda una anécdota en un partido en La Condomina ante el Murcia. El salvadoreño recogió un saque de puerta de Fenoy e hizo una jugada maravillosa, con un control impresionante, yéndose de dos rivales y batiendo a Mora con un balón picado. «Tras celebrar el gol, me miró y me pidió el cambio, era el minuto nueve de partido y aguantó hasta el 26. Tuve que quitarle».

Como ha quedado dicho, Redondo fue jugador del Real Valladolid y del Sevilla. Listo y de calidad. Eso dicen. Como entrenador comenzó la relación con el club vallisoletano en la temporada 1973-74, en sustitución de Gustavo Biosca. En la temporada 1983-84 reemplazó al fallecido José Luis García Traid y consiguió la Copa de la Liga tras vencer en la final al Atlético de Madrid y, por primera vez en la historia del club, una plaza europea (todo lo de aquella Copa tiene aquí un capítulo propio).
En la temporada 1989-90, Fernando Redondo reemplazó a Pepe Moré en el banquillo, cuando el equipo jugaba de nuevo en competición europea. Era la Recopa de Europa, tras haber quedado la temporada anterior finalista de la Copa del Rey ante el campeón de Liga, el Real Madrid.

LEJOS EN EUROPA

También Redondo ha sido quien «más lejos» ha dirigido al Real Valladolid en Europa. En la temporada 89/90 el Pucela fue el único equipo español superviviente en Europa al llegar hasta los cuartos de final de aquella Recopa y ser eliminado por el Mónaco sin haber perdido un sólo partido. No obstante, fueron Moré y Skoblar quienes afrontaron las primeras eliminatorias de aquel torneo.
La última vez que Redondo entrenó al Real Valladolid fue en la referida temporada 94/95, que empezó con Víctor Espárrago, siguió con Pepe Moré y continuó con el propio Redondo para acabar Antonio Santos, ya que se daba el descenso por amortizado y el propio Redondo (también director deportivo) decidió dedicarse a viajar y a ver jugadores para planificar la siguiente temporada. Antes de irse dejó la genialidad de colocar a un ariete como el polaco Urban de defensa central. Redondo y su costumbre de no eludir los riesgos. Precisamente arriesgó también al fichar esa campaña a Rafa Benítez. El tiempo demostró que era un buen entrenador pero el ojo clínico de Redondo esa vez se precipitó unos cuantos años. Llegó aquí demasiado joven e inexperto. El riesgo salió mal y la destitución de Benítez llevó aparejada también la de Redondo. La misma noche, tras caer en Zorrilla contra el Valencia.

Como entrenador, Fernando tampoco se cortaba en poner a los jóvenes, aún a riesgo de enfadar a los más veteranos. Con él debutaron en Primera División Santi Cuesta, Amavisca, Piti San José, Benjamín, Rubén Baraja, César Sánchez y tantos otros. Respondía a esa máxima de «jugador bueno se ve pronto» y pensaba que a los jóvenes había que ponerles. De otro modo, «nunca se sabe si valen para esto».

Más tarde se hizo representante de jugadores porque al margen de sus negocios fuera del fútbol (una céntrica academia en Valladolid) él no sabía vivir sin ver partidos y tomar notas. En su última faceta tuvo algún desencuentro con el club y con Carlos Suárez por defender los intereses de sus futbolistas pero, a la hora de la verdad, también se puso algunas veces en el lugar del club de su vida, aunque eso no trascendiera.

Mis valoraciones en este capítulo son subjetivas porque a Fernando Redondo siempre le consideré un amigo, alguien a quien aprecio sinceramente y que me trató muy bien cuando yo empezaba en esto. Del mismo modo, admito que me cuesta mucho ser objetivo con los amigos. Lo digo por honestidad con el lector y porque sé que una parte de la prensa nunca fue amable con Redondo. Y respeto los motivos, pero no los comparto. El tiempo le ha dado la razón en muchas cosas. Además, siempre podrá presumir de ser el único entrenador que tiene un título con el Pucela, el primero, y eso ya no se lo va a quitar nadie. Eso siempre se lo decía Vicente Cantatore no es que lo diga él, que es muy poco dado a presumir de nada. El primer coche que yo le conocí fue un 600 de color amarillo. Eso ya define una de sus grandes virtudes: la sencillez (de ahí el título de este boceto). Tal vez porque a mi enseñaron desde niño a valorar la sencillez de las personas y de los métodos aprecio tanto a Redondo. En cierto modo, siempre me recordó a la persona que me inculcó esos valores: mi padre. Nunca se lo dije, pero la filosofía de trabajo de Redondo fue la misma de mi progenitor trasplantada al fútbol. Poca gente me puede convencer de que no es la buena.

Fernando Redondo
Durante la campaña 1973/74, en la que acabó sustituyendo a Gustavo Biosca
En su época de sevillista (agachado y a la derecha en la imagen)
De las pocas fotos que conserva Redondo de su primera etapa en el Valladolid
Con la camiseta del Sevilla en 1968. En la otra imagen, en una formación del Real Valladolid en 1966 (segundo por la derecha, de pie)

Un Duque sencillo y bueno

A la izquierda, en su primer año en el Real Valladolid y sobre estas líneas, en la actualidad

José Anselmo Moreno

Pedro Pérez Duque formó parte activa de la Copa de la Liga, aunque no jugó la final. Lo de «Pérez» es bastante desconocido porque en el colegio era Pedro Duque y así se quedó para el fútbol. Recuerda con todo detalle aquel año en una conversación tras volver de su pueblo, Piña de Esgueva, al que identifica ya con la España vaciada.
Que Duque no apareciera en la final tras ser importante en las semifinales bien podría parecer una pequeña injusticia pero es que aquella plantilla exigió al entrenador escoger entre lo bueno y lo mejor. Si no sales en la foto parece que nadie supo que andabas por allí, pero para eso está la historia de aquel mítico 1984.
«En el 84 nos salvamos al final, entró Fernando Redondo por García Traid y el equipo reaccionó. Entonces la Liga acababa pronto y en mayo empezó nuestra historia en la Copa de la Liga, que era la segunda que se jugaba», afirma Duque. antes de tirar de una memoria prodigiosa.
«En la primera eliminatoria nos tocó en Zaragoza y aquí ganamos 1-0. No valían los goles dobles nos ganaron en la vuelta 2-1 y tuvimos que jugar una prórroga en la que me acuerdo que Moré, se salió y ganamos 2-4», recuerda Duque y… omito detalles porque lo cuenta como si el partido hubiera sido ayer.
Recuerda que la siguiente eliminatoria el Real Valladolid quedó exento y después le tocó el Sevilla. «Allí perdimos 2-0 y en la vuelta tuvimos que llegar a los penaltis», evoca el jugador, que enlaza ya con la semifinal donde el rival fue el Real Betis.
«Perdimos allí y fue la única vez que me expulsaron en mi vida, pero como eran dos amarillas pude jugar el siguiente partido Me acuerdo que ese día Redondo me mandó marcar a Cardeñosa, cuando me echaron íbamos 0-0 y cuando me estaba duchando me dicen que hemos perdido 2-0. Jugué el partido de vuelta y remontamos 3-0 en una segunda parte increíble», agrega.

La gran final

Evoca ya la final donde tocó el Atlético Madrid, que ese sí era «un hueso duro» y tenía mucho mérito porque se cargó a todos los favoritos: el Barcelona, Athletic, Bilbao, Real Madrid, Espanyol.
«A mí Redondo no me convocó esos dos partidos, aunque jugué las semifinales pero es que había un equipazo y más en medio campo, La verdad es que no lo esperaba y me hubiera venido bien por muchas cosas. Entonces se ganaban 65.000 pesetas de sueldo y la prima de la final eran 200.000. Yo me había comprado una casa entonces me hubiera resuelto la hipoteca», dice con ironía.
Duque era un centrocampista goleador hasta que llegó al primer equipo y tenía que currar para los demás.»En el Promesas y en el juvenil yo metía muchos goles, pero llegué al primer equipo y con Yáñez y Polilla tenías que ir al medio campo a trabajar. Claro que entonces se marcaba mucho al hombre y entonces te decían: sigue a este por donde vaya y eso no cambió mucho hasta que no llegó Cantatore», afirma.
Lamenta que el servicio militar hizo mucho daño a su carrera. Le afectó tres temporadas, una de ellas entera. «Venía de jugar mucho con Paquito y nos mandaron a Juan Manuel y a mí al Ferral. Ya esa temporada no la terminamos, la siguiente me pilló entera y la tercera, hasta Navidades. Recuerdo que estaba Felipe Mesones de entrenador y yo chupando cuartel».
Tras el fútbol dice que se empezó a sacar los cursos de entrenador. «Primero empecé en una escuela de fútbol y luego rápido me llamó el Valladolid y estuve 3 años ahí con el juvenil, luego ya me reclamó el Betis y le ascendí a Tercera».
Tras ese año empezó una buena época porque luego fue a la Medinense y tuvo muy buenos años en Tercera, casi jugando play off. Más tarde le llamó el Íscar en Tercera, donde también hizo un buen trabajo.
«Volví a ir otra vez al Betis y luego estuve bastante tiempo en escuelas de fútbol, muy vinculado al colegio San Agustín. Estuve allí 15 o 20 años y ahora ya lo he dejado», dice un día antes de cumplir 62 años.
Su vida actual está entre Piña de Esgueva y el sur de Valladolid. Dice que el año pasado murió su padre, le dejó la casa y alguna tierra y vamos bastante a Piña, aunque se está quedando vacío y la gente que hay se está haciendo mayor.

El fútbol de antes

Cuando pasea por Covaresa, donde vive, mira con envidia los campos e césped artificial y recuerda los de tierra donde jugaba el juvenil, concretamente en San Pedro Regalado.
Al ver los campos de los hermanos Lesmes, cerca de su casa, cae en la cuenta de que el fútbol actual no es comparable con el de su época, porque hay más medios aunque lamenta que se hayan quitado los partidillos de los jueves porque ahí se competía mucho y bien.
Lo dice alguien que a los 18 años estaba estudiando y quería ser futbolista. Triunfó en Pucela menos de lo que se merecía y después se fue al Málaga dentro de la operación de Manolo Hierro
Jugó en el Nou Camp (no sólo con el Pucela) en el Bernabéu y, sobre todo, en el José Zorrilla. Tiene fotos jugando contra Maradona, Schuster, Butragueño y cuando acaba la conversación, está pensando en preparar mañana el terreno para unos tomates. Un Duque sencillo y bueno.

Con Rafa García en Tordesillas y a la derecha, entre Rojo y Esteban en el Camp Nou

Juanjo Aragón y el primer gol en directo

Juanjo Aragón en la actualidad y en una imagen de 1979
Junto a Borja en 1977
Viejo estadio José Zorrilla visto desde el fondo norte

José Anselmo Moreno

El Pucela también tuvo su Quinta del Buitre, con Minguela, Gail, Borja, Jorge y Juanjo Aragón. Precisamente, el primer gol del Pucela que yo viví en directo fue de alguien con quien hoy en día comento cada partido del equipo. Se trata del último jugador referido en esa quinta: Juanjo Aragón. Tiene una buena historia, aunque no muy conocida.

Aquel gol fue un sábado por la noche de un agradable mes de abril de 1978. Curiosidades de la vida, la fecha de ese indeleble recuerdo coincide con la del nacimiento de mi hijo Raúl. Un Real Valladolid-Granada, ese fue el primer partido que yo viví en el viejo Zorrilla y… cómo olvidar ese primer gol de tu equipo que has cantado desde la grada. Eso se fija para siempre en tu disco duro. Fue un contragolpe llevado por Moré, Aragón rompió al espacio y aprovechó el pase interior del catalán para batir a Izkoa, a quien yo tenía en los cromos porque había jugado con el Granada en Primera. Un chaval de 11 años guarda el catálogo de recuerdos de su primer partido bajo siete llaves, como si fuera un tesoro, que, de hecho, lo es. La sensación que te asalta la primera vez que entras a un estadio es equiparable a muy pocas cosas. 

Aquel Granada ya no era el de los llamados «carniceros», el de esos paraguayos y argentinos que sembraban el pánico al punto de que varios jugadores se negaban a jugar en Los Cármenes. Baste recordar que Aguirre Suárez llevaba alfileres para utilizar en los corners. Eso, tal vez, era lo de menos. Lo grave es que allí cayeron varios lesionados, pero la cosa se amplificó con la entrada de Fernández a Amancio. La herida necesitó de 150 puntos de sutura y se comparó con una cornada, le destrozó el cuádriceps. Entonces entradas escalofriantes y algunas lesiones, que hoy se curan, apartaban del fútbol a un jugador con harta frecuencia.
Fue el caso de Juanjo Aragón, que era un segundo punta o un extremo derecho buenísimo, con una velocidad descomunal y a quien solo los problemas físicos le alejaron de ser un grande en aquella generación en la que germinaba talento a patadas en Pucela: Borja Lara, Jorge o Gail. De esos cuatro nombres, dos se quedaron por el camino. A punto estuvo de suceder con Minguela. Juanjo, cuya rehabilitación entonces era llevar a cuestas a un imberbe Luismi Quintana, no tenía menos clase que cualquiera de ellos pero tuvo que dejar el fútbol por una rodilla que dijo basta, aunque al final le operó el doctor Guillén e hizo una rehabilitación mucho más ortodoxa en la clínica del doctor Ibáñez (médico del Atlético de Madrid) al lado de Ratón Ayala y Leivinha, que los tenía entre los pósters de su habitación. Curiosamente, Juanjo se retiró en el Granada con solo 23 años y, tras la lesión, ya sólo jugó un partido en Primera con el Real Valladolid, en el Sánchez Pizjuan ante el Sevilla. Ahora vive en Simancas y es Director Comercial Nacional del Grupo Valdecuevas Agro. En este caso la lesión no fue un golpe definitivo, aunque dice que estuvo un tiempo sin poder ir a ver partidos en directo porque sufría.

Y hablando de lesiones, ese día, el de mi primer partido en Zorrilla, se lesionó de gravedad en un tobillo (justo delante de mí) el gran Toño, con quien también comenté ese percance mientras él me ponía un café en la cafetería del colegio de abogados, y contaba las burradas que tenía que hacer para montarse en un avión. Sus peripecias de cuando fichó por el Mallorca, con su fobia a volar, dan para otro capítulo.

FELIX Y NACHO, EL DEL BANCO

Aquel mi primer día, el del gol de Juanjo Aragón, fue un partido nocturno de los que a mí me gustan, aunque el Valladolid ya no tenía opciones de ascenso. Me llamó la atención lo extraordinariamente bonita que era aquella camiseta en vivo. A ese primer partido fui con un policía amigo de mi padre que se llama Félix Flecha. Era el marido de una clienta y me daba muchísima bola hablando de fútbol cuando iban a comprar. Lo único, que era del Barça, y a mi me llevaban los demonios, pero al menos podía discutir de fútbol con alguien de más de diez años. Mi padre nunca me llevaba al fútbol, incluso no sabía cómo quitármelo de la cabeza, así que yo me buscaba la vida como podía. Félix, el Policía Nacional, y yo nos ubicamos ese partido debajo de aquel lateral donde ponía Banco de Castilla, al lado de la tribuna que daba la espalda a la hípica. Allí había como un microcosmos, todos se conocían y el vendedor de pipas y Soberano hasta se sabía los nombres de cada uno. Yo abría los ojos como platos en medio de aquel ambiente en el que predominaba el olor a Farias.

Había puros que no «morían» con el partido y que se consumían camino de casa por esa romería que era el Paseo Zorrilla los días de fútbol. Eso es lo que nunca podrá tener nuestro actual coliseo, podrá exhibir fantásticas luces LED y otros encantos pero jamás presentará esos ambientes de tener un campo de fútbol metido en el corazón de la ciudad, y latiendo con ella. Desde dentro. Lástima que muchos de los actuales aficionados no lo hayan vivido y no sé si consigo que se lo puedan imaginar. Eran otros tiempos. Ni mejores ni peores. Eso sí, aquel equipo de principios de los 80 no tenía gran cosa (cantera y fichajes baratos) pero nadie le echaba para atrás en su vetusto estadio. De hecho, se agigantaba jugando en aquel recinto tan pequeño y cerca de su gente. Allí fraguó la permanencia de la temporada 80/81, en la que sólo ganó un partido lejos de su particular bastión. Su fortaleza era hacer sentir al contrario que lo iba a pasar muy mal si quería ganar allí. Y sin «carniceros», no hacían falta, aunque si jugaba Mario Jacquet, que jamás lesionó a nadie, hacía una entrada fuerte y al balón durante el primer minuto para marcar la línea. Esa línea en la que los sudamericanos decían: «de aquí para allá comen mis hijos». Mario pensaba, y decía a sus compañeros, que un árbitro nunca iba a expulsar a nadie en el minuto uno. Lo comentaba antes de cada partido, y acertaba. Era otro fútbol.

Cuenta Aragón una anécdota buenísima precisamente de Jacquet, quien un día les echó una bronca impresionante a Borja y a él por pedir un autógrafo al jugador azulgrana Johan Neeskens en Barcelona, y eso que el paraguayo era un buen consejero de los más jóvenes: «Si tenéis que perder el balón, que no sea con un pase, que sea intentando una jugada vuestra, nunca tengáis miedo a nada». Un buen consejo, sin duda.

EL REGRESO A ZORRILLA

Bien, pues tras ese primer gol (único de Aragón pues metió otro al Sabadell y se lo dieron a Rusky) ya fui captado para la causa blanquivioleta irremediablemente. Sin embargo, hasta la temporada siguiente, la 78/79, no volví a pisar el viejo Zorrilla. Esta vez fue un partido copero, también nocturno. En aquella ocasión me busqué la vida con el interventor de un banco al que yo, siendo un crío, llevaba cada día la recaudación de las tiendas. Se llamaba Nacho, y nos acompañaba Castaño, el director de la sucursal. Nos pusimos los tres debajo del marcador del fondo sur, el simultáneo Dardo. Creo que también podría recordar cada minuto de aquella noche en la que llovía como si fuera el fin del mundo. Me pillé un buen refriado, ¿y qué? Merecía la pena. A mi hermano pequeño le hice aprenderse de memoria la alineación de aquel partido y, posteriormente, la relación de fichajes de cada verano. Aún hoy los recuerda. De esas cosas inútiles que permanecen en la cabeza.

Por cierto, el Pucela también ganó ese encuentro, como no. Yo entonces, sin pretenderlo, era una especie de talismán pero tal cualidad se fue con la adolescencia. Tardé bastante tiempo en ver perder a mi equipo en directo. De hecho el primer año que conseguí hacerme socio, el Pucela subió a Primera División, tras 16 años. Pero aquella noche en que Nacho, el del banco, me invitó al fútbol era Copa del Rey, esa Copa en la que el Valladolid estuvo a punto de culminar una de las mayores gestas de su historia. Fue el partido de vuelta de la eliminatoria ante el Málaga y el héroe de aquel encuentro también es, a día de hoy, un gran amigo: el argentino Daniel Gilé. Marcó tres goles (golazos) y él fue el gran artífice de que aquella temporada casi llegáramos a la final estando en Segunda. Cuarenta años después me contó que durante aquel partido contra el Málaga en el que hubo prórroga (4-1), le dieron tantas patadas que hubo de recorrer en el coche de Pachín (su entrenador) los 200 metros que separaban el viejo estadio de su casa en Las Mercedes

EL PRIMERO FUERA

Y el primer partido que yo vi fuera de Valladolid en Primera División también fue con otro amigo de la familia y director de sucursal del Banco Español de Crédito: Ángel Verdejo. Otra vez fútbol y entidad bancaria. Ambos aparecieron pronto en mi vida, y de ese modo: mezclados, no agitados (como los Martini de James Bond). Ir con Ángel Verdejo por Salamanca era un espectáculo. Su parecido físico con el entrenador José Luis García Traid hacía que le pararan en cada esquina. Lo de este partido en Salamanca no tuve que currármelo tan a conciencia. Era diciembre de 1980, aquel fue mi regalo de Reyes y de cumpleaños al mismo tiempo. Nací cuando el año 1966 apenas emprendía su camino, y siempre se me juntaron los obsequios (si me los ganaba, claro)

¿Qué quieres este año de Reyes y de cumpleaños, Jose?

Ir a ver al Pucela a Salamanca, y no quiero más. Ya lo tengo hablado con Ángel, el de Banesto…

Ángel era salmantino, pero lo cierto es que casi lo lié también. Bueno, igual sobra el «casi». Una vez encajadas todas las piezas, para Salamanca nos fuimos los dos un domingo por la mañana en su flamante Peugeot 504 azul. Había que salir pronto, el partido era a las cuatro, quería visitar antes a su familia y teníamos que transitar por una carretera en la que circulaban camiones a manta. El trayecto que hoy dura una hora (o menos) se hacía entonces eterno. Daba tiempo a memorizar cada matrícula de cada camioneta, y hasta familiarizarse con su aspecto.

Aquel partido invernal en Salamanca fue una dolorosa derrota (2-1). Era el Real Valladolid de los Gilberto, Rusky, Gail, Pepín… Un tal Corchado nos amargó la tarde. Se subió a cantar el segundo gol encima de la valla donde estaban detrás los aficionados pucelanos. Cuánto aborrecí ese gesto de alegría. Yo estaba en Tribuna, rodeado de la gente fina de Salamanca. De buena gana me hubiera ido con los míos.

Más tarde de mis primeros partidos y de mi primer año de socio (el carnet también gracias a Nacho, el del banco), llegaron aquellas gradas metálicas del fondo norte en el viejo Zorrilla. Por ellas trepaba en plan furtivo tras escaparme de casa porque yo tenía el fútbol quasi prohibido y era como «El Vaquilla» del balompié. También recuerdo que un día nos colamos cuatro a la vez, a la carrera, para que solamente pudieran parar a uno o como mucho a dos. Es curioso, visto desde mis cincuenta y tantos, conmueve que cuanto más me querían apartar del Pucela yo más forofo me volvía o cuanto más me escondían la radio yo más quería dedicarme a cantar goles. Aquel mocoso de 12-13-14 años era una especie de diablo con una tenacidad futbolera tan brutal que, con el tiempo, hasta le dio por escribir libros. Según la Psicología de la Motivación, así funcionan algunas personas, a base de rebeldía. Es lo que decía mi abuelo, él no estudió Psicología pero decía algo muy sencillo, simple y elemental: «el agua siempre busca su camino». Y ya que hablamos de agua o de abuelos, y metidos en este tono intimista, he de admitir que precisamente el abuelo Antonio tenía razón. Aquel hombre, que reñía a mi tío para que fuera a por agua a la fuente y que después tenía que volver a reñirle para que dejara de ir, me dijo un día: «Jose, eres como tu tío pero en pequeño». Pues igual no andabas desencaminado, Antonio.

Foto facilitada por Aragón (en el centro, agachado). Es de unos días antes del gol al que alude el texto.

Leonel y cuando Pucela miró a Colombia

Una formación del Real Valladolid de los colombiano en el Bernabéu y una imagen de Leonel como entrenador del Cerro. A la izquierda en su segundo año en Pucela

José Anselmo Moreno

Leonel de Jesús Álvarez Zuleta fue el único colombiano que cuajó en Valladolid hasta que llegó Harold Lozano. También fue el más discreto de aquella primera remesa de colombianos. Álvarez, no llamaba tanto la atención pero fue el mejor, el que más dio la cara y, probablemente, el más recordado por la afición.

Sin embargo, el más mediático de todos fue René Higuita, pero se marchó a mitad de temporada porque, entre otras cosas, no cobraba. No obstante su rendimiento fue altamente decepcionante. Recuerdo ver un partido en mi cabina de Zorrilla junto al exguardameta del Atlético Pacheco, entonces locutor de la Cadena Ser en Logroño, y comentaba que las deficiencias técnicas de Higuita como portero eran notables. De hecho, hasta los once años jugó de delantero. Sin embargo, su llegada revolucionó la ciudad e hizo al Real Valladolid un club mediático que abría páginas de diarios deportivos. Es más, mi compañero Antoni Daimiel vino un día expresamente de Madrid para hacer un reportaje al peluquero de Higuita. Antoni, un vallisoletano oriundo y orgulloso de serlo (nació en Ciudad Real), estaba entonces de becario en Canal Plus.

El idilio de Valladolid y Colombia empezó entonces pero, más tarde, continuó en el tiempo. Hasta diez de los 53 colombianos que han jugado en Primera lo hicieron en el Real Valladolid. A escala, Pucela ha sido para el fútbol colombiano lo que fue el equipo Kelme supuso para “los escarabajos” que irrumpieron en el ciclismo europeo en la década de los ochenta.
Todo empezó en la temporada 1990/1991, cuando llegó al equipo de Zorrilla Francisco “Pacho” Maturana tras haber llamado mucho la atención en el Mundial de Italia. El año siguiente, la campaña 1991/1992 se inició también con Maturana en el banquillo más tres jugadores colombianos: Carlos Valderrama y los referidos Leonel Álvarez y René Higuita. Aquella “apuesta” dejó una huella notable pero no acabó nada bien, ya que el equipo descendió y Maturana fue sustituido por Javier Yepes antes de acabar la temporada. El entonces presidente, Andrés Martín, había empeñado su palabra si Maturana dejaba de ser entrenador y se marchó con él. Esto es solo un boceto, así que después volveremos con detalle a aquella temporada y a uno de sus protagonistas.

EL IDILIO CON COLOMBIA

Hasta una docena de jugadores colombianos, contando al delantero del filial Luis Suárez, que fue convocado dos partidos con el primer equipo, han vestido en alguna ocasión la camiseta blanquivioleta con distinta suerte.

Han sido, sin establecer un orden cronológico, desde el centrocampista Harold Lozano, a los delanteros Edwin Congo, Jairo Castillo y Humberto Osorio o los defensas José Julián de la Cuesta, Johan Mojica y Gilberto Alcatraz. También estuvo a punto de hacerlo hace años el mediocentro Abel Aguilar, pero a última hora se rompieron las negociaciones cuando ya todo estaba acordado.
Para empezar, el centrocampista John Harold Lozano jugó en el Real Valladolid durante seis temporadas tras fichar desde el América de Cali y ha sido, con 111 partidos en su haber, el colombiano más “rentable” para el Real Valladolid, hasta se empató un partido en el Bernabéu gracias a su habilidad para imitar el silbato del árbitro. Precisamente recomendado por Lozano llegó a Pucela un defensa joven, potente y con mucho recorrido, Gilberto “Alcatraz” García. Fue el octavo “pasajero” colombiano de la historia blanquivioleta pero no llegó a cuajar. Se le recuerda por un golazo en Valencia y un accidente de tráfico. Poco más.

El siguiente a Alcatraz fue Humberto Osorio, delantero de 25 años, que tras descender con el San Martín de San Juan (Argentina) descendió también con el Real Valladolid de Juan Ignacio Martínez. Marcó un gol al Real Madrid que parecía casi salvador, pero después falló una ocasión ante el Betis en aquel partido que acabó 4-3, marcado por un error del guardameta Jaime. Mejor ni recordarlo.

LEONEL Y LOS DEMÁS

Vamos con Leonel y compañía. A tal punto dejó rastro en la capital del Pisuerga la “quinta” colombiana de la mencionada campaña 91/92 que la serie televisiva “La Selección’, que emitió en Colombia el canal Caracol Televisión, estuvo durante un mes en Valladolid para recrear el paso de aquellos jugadores que llegaron de la mano de Pacho Maturana.

Maturana, por cierto, estuvo a punto de entrenar al Real Madrid tras su primera temporada en Pucela. Mendoza cerró su llegada para la temporada 91-92 pero Radomir Antic, que cogió al Madrid en mitad de la liga, no paraba de ganar partidos y Mendoza rompió su compromiso para mantener a Antic al año siguiente. El técnico colombiano, odontólogo de formación, se mordió la lengua no dijo nada y renovó por el Real Valladolid con la petición expresa de fichar a dos compatriotas más que se unirían a Leonel.

Leonel Álvarez fue el que menos llamó la atención de aquel desembarco de colombianos que vivió Pucela a principios de los noventa. Aquello fue un «em-pacho» en toda regla que no fue bien digerido por casi nadie. De hecho, Gonzalo Gonzalo en su huída hacia adelante auguraba un récord de abonados que estuvo muy lejos de producirse. Y es que solamente Leonel, que llegó procedente del Nacional de Medellín a cambio de 30 millones de pesetas, mostró hasta el último día de blanquivioleta una entrega incondicional al escudo, como lo hizo siempre con su selección porque ese era su principal rasgo: la entrega. De hecho, continúa siendo el tercer jugador con más internacionalidades por Colombia, con cuya camiseta disputó cuatro Copas de América y dos Mundiales, el de Italia 90 y el de Estados Unidos en 1994.


En su primera temporada en Pucela jugó 21 partidos y fue el alma del equipo tras llegar a mitad de liga en el lugar del brasileño Alexi Stival «Cuca», hoy entrenador de éxito en Brasil. Maturana, que pidió insistentemente su fichaje, le ponía junto a Andoni Ayarza como doble pivote, con Eduardo Vílchez y Gaby Moya por delante. Siempre jugaba el colombiano con dos medios defensivos, dos ofensivos y dos delanteros, dejando las bandas para los laterales.

En su segunda campaña en Pucela, Leonel tiró del carro, del suyo y del de sus compatriotas pues, pese a las expectativas creadas con los fichajes de Higuita y Valderrama, aquello fue un fracaso estrepitoso que culminó con el descenso a Segunda División. También es verdad que el club tampoco cumplió sus compromisos económicos con ellos. Así las cosas, Álvarez, que fue traspasado al América de Cali a precio de saldo, jugó aquel año solamente 14 partidos y fue expulsado hasta tres veces porque recurría con frecuencia a la dureza ante la impotencia que el equipo mostraba sobre el campo.

Tuvo que irse en invierno por los problemas económicos de la entidad y tampoco algunos directivos simpatizaban precisamente con los colombianos. Sin embargo, Leonel nunca se borró y hasta el último día metió la pierna, al punto de que fue expulsado en su último partido en España con el Valladolid en el Camp Nou por doble amarilla.

Hasta el último día el público de Valladolid aplaudía a Leonel mientras pitaba a Higuita o a Valderrama. No tenía nada pues contra los colombianos por el hecho de serlo. La cosa iba de rendimiento y la gente de Pucela no suele perdonar la falta de implicación. Maturana llegó a plantearse no alinear a sus compatriotas en los partidos de casa. A ese punto llegó la situación con la grada, aunque los compañeros (sobre todo los más jóvenes) siempre hablaron maravillas de todos ellos como personas. En eso también destacaba Leonel Álvarez, siempre ayudando al jugador que subía del Promesas y tuvo tarea, ya que en aquella temporada debutaron once del filial con el primer equipo. Mientras algunos veteranos no lo veían del todo bien, Leonel los aconsejaba bien y los recibía con los brazos abiertos.

REGRESO A COLOMBIA

Tras pasar por el Real Valladolid, Leonel volvió a su país dejando muchos y buenos amigos en Pucela con los que todavía mantiene contacto. Futbolísticamente su carrera aún dio muchas vueltas. En enero de 1996 se fue al Dallas Burn de Estados Unidos y en 1997 jugó unos meses en el Veracruz mexicano. Regresó a Dallas en 1998 y después jugó en los New England Revolution. Ya con la retirada en el horizonte, en 2002 jugó en el Deportivo Pereira y en 2003 en el Deportes Quindío, donde colgó las botas un año después.

Fue entonces cuando comenzó una dilatada carrera como entrenador y dirigiendo, entre otros grandes equipos, al Cerro Porteño de Paraguay. Ha entrenado también en Colombia, México y a otros equipos paraguayos, siendo sus clubes más representativos el Once Caldas, el Deportivo Cali, el Independiente de Medellín o el referido Cerro Porteño. Lleva un año sin entrenar pero dice, con la ansiedad y la pasión de quien lleva dentro el fútbol, que ya está deseando hacerlo y sigue al Real Valladolid en la distancia porque su etapa aquí le marcó «mucho» y, aunque breve, le dejó una huella imborrable. Esa huella es recíproca.

Aquí sigue teniendo amigos y uno de ellos es César Lomas, un exdirectivo de la época con especial capacidad para calar entre los futbolistas (Yáñez le dejó su vehículo Mercedes cuando se marchó). En la etapa de los colombianos, Lomas tenía el restaurante Los Tarantos en Boecillo (allí iban a veces los jugadores) y actualmente regenta varios negocios de hostelería en el Polígono San Cristóbal. Tanto él como Andrés Martín eran afines a los colombianos y muy amigos de Pacho Maturana. De hecho, contado está que el segundo de ellos dimitió con su salida y el primero siempre se solidarizó con su situación en Valladolid. Lomas y la solidaridad van de la mano, ahora vive entregado a la cooperación con el Sahara Occidental, adonde acude cada verano. Eso da para otro capítulo y otra temática…

Foto del inolvidable Agustín Vega que fue portada del diario AS cuando el Real Valladolid de los colombianos jugó en el Bernabéu.
Portada de As con las dos primeras páginas del Pucela (el diario solo tenía entonces edición nacional)
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Carlos Valerrama y Maturana (izquierda)
Higuita y Maturana en la actualidad

Ravnic, el rival que se hizo mito

Con el exportero del Valladolid Kepa
Durante una cena con excompañeros del Valladolid: Luismi, Aramayo y Javier Mínguez
En la formación de un partido de la temporada 1988/89

José Anselmo Moreno

Conoció al Real Valladolid como rival, concretamente como portero del Rijeka. Fernando Redondo le tomó la matrícula en aquella primera eliminatoria europea del Pucela y le captó con otro trío de balcánicos formado por Skoblar (entrenador), Jankovic y Branco Miljus. Fue a fichar al delantero, pero al descanso del partido que estaba viendo en Croacia le dijeron que Ravnic quedaba libre ese verano y lo firmó rápidamente, no se lo fueran a quitar.

Quien más huella dejó de ese grupo de croatas fue Ravnic que pasó de rival a ídolo en muy poco tiempo. En mi opinión, Fenoy, César, Asenjo y él forman el grupo de mejores porteros que yo he visto en el Real Valladolid. Ravnic era muy bueno con el balón en los pies y, además, era un líder del vestuario, de esos que tiraban siempre del carro. En una ocasión, Pérez Herrán convocó a los capitanes de la plantilla (Minguela, Albis y Ravnic) para solventar el mal rendimiento del equipo, que se iba a Segunda la temporada posterior a jugar la final de Copa. Eran casi los mismos, pero la cosa no funcionaba. Ese grupo fuerte del vestuario, del que formaba parte Ravnic, solucionó los problemas de puertas para adentro con una profesionalidad digna de elogio. En realidad, como siempre recuerda Mauro, aquella plantilla «era una pandilla de amigos que jugaban al fútbol».

Ravnic nunca lo tuvo fácil. Cuando llegó a Pucela ya había sido internacional con Yugoslavia (no lo fue con Croacia). Siempre, cuando parecía que le iba a ir bien, pasaba algo pero finalmente él ganaba la batalla. Le sucedió varias veces en su vida, con la llegada de René Higuita a Valladolid, que le apartó de una titularidad que después recuperó, o con una enfermedad grave que finalmente venció. Vamos por partes y empezamos por el final de su carrera, tal y como él rememora su trayectoria deportiva para acabar con lo más importante aquí: el Real Valladolid.

Y es que también Mauro es un ídolo en Lleida, donde se retiró. Durante la temporada que jugó en Primera con los ilerdenses acertó los catorce resultados de una quiniela (no había entonces Pleno al 15). Lo curioso es que esa misma jornada, acertó que su equipo ganaría al Barcelona en el Camp Nou, algo que entraba en el terreno de la ciencia ficción, pero que finalmente ocurrió al detener el propio Ravnic un penalti a Romario (Koeman estaba en el banquillo) y acto seguido marcar Quesada para certificar el 0-1 del Lleida en el minuto 88. Insólito pero real.

LA ENFERMEDAD

Sin embargo, Ravnic no siempre tuvo tanta suerte. En 2010 supo que padecía leucemia. Fue a finales de 2009 cuando visitó al médico por unas manchas que le habían salido en la piel. Después de las pruebas llegó el diagnóstico, era la temible leucemia. En ese momento se inició un calvario. Con la ventaja de haber cogido la enfermedad a tiempo y las nuevas medicinas, logró recuperarse. Se había retirado en el Lérida en 1994 y en aquel momento, en el de su enfermedad, era entrenador del FC Benavent, un club ilerdense.

Como ha quedado dicho, Ravnic sufrió en sus carnes la presencia de René Higuita en el Valladolid. El entrenador (Pacho Maturana) optó por su compatriota, pero las cantadas del colombiano le devolvieron a Ravnic a su puesto en la meta pucelana tras la espantada en diciembre de Higuita, que no era portero para Europa. En aquellos días dio la alternativa a César Sánchez, con quien le une una gran amistad. Fue cuando expulsaron a Ravnic en un partido contra el Barcelona en Zorrilla tras cometer un penalti. César debutó en el Valladolid ese día como suplente del croata. Lo primero que hizo fue encajar un gol de Koeman. Aquel año el equipo bajó a Segunda.

Tiene clavada Ravnic aquella temporada, se implicó mucho en el club y le dolió profundamente no haber podido evitar aquello. Aunque croata, Mauro Ravnic (Trevisan 29 de noviembre de 1959) tiene bastante de español. Sin embargo, lo único que aparece en su palmarés como deportista son dos Copas de la antigua Yugoslavia, selección con la que llegó a jugar seis partidos como internacional antes de llegar a Pucela. Como en España, allí también perdió una final de Copa con el Rikeka ante Hadjuk Split.

Sabía algo de italiano, pero enseguida se puso a estudiar español en cuanto firmó su contrato por el Real Valladolid con el verano de por medio. Recuerda que al principio vivía en la Huerta del Rey y su familia hablaba español en casa para avanzar todos en la adaptación al medio. El resto del idioma, con sus giros, lo aprendió jugando al mus con sus compañeros. Lo cierto es que hablaba (y habla) casi impecablemente, al punto de que al principio hacía de traductor de sus compatriotas Janko Jankovic y Branco Miljus, quien nunca llegó a dominar el idioma. Jankovic, que ahora regenta un exitoso negocio de pádel en su país, aprendió todos los tacos españoles antes de saber decir buenos días correctamente.

También Ravnic regenta actualmente negocios, en este caso dos. Ambos son de hostelería, el primero es el mismo que llevaba su padre en Trieste y el segundo, en Rijeka. Desde niño estuvo acostumbrado a tratar con turistas, muchos rebotados de Venecia, y los idiomas no eran un problema para él.

Recuerda Pucela con cierta nostalgia. «Para mi son muy especiales esa ciudad y ese club porque nos sentimos muy queridos allí desde el primer momento», asegura desde su país Mauro Ravnic, quien también pasa temporadas en Lleida, donde viven sus dos hijas. Es un caso muy parecido al de Miroslav Bebic, cambiando Reus por Lleida.

Se enfrentó al Real Valladolid el 21 de febrero de 1993 con el equipo ilerdense (ambos en Segunda) y encajó un gol de su amigo Walter Lozano para una derrota por la mínima (1-2). «Me sentí raro porque tenía aún muchos amigos en ese Valladolid». En efecto, Ravnic dejó su sello y muchos amigos en Pucela. Cierto es que no se ven mucho, pero eso no impide el contacto por otras vías. La afición recuerda a Ravnic con un cariño del que no es consciente el protagonista. O si lo es y no quiere manifestarlo porque si Mauro era sobrio bajo los palos también lo es en la vida cotidiana.

Actualmente vive muy lejos de Valladolid, pero sigue al equipo y estuvo presente en muchos episodios de su historia: en el primer partido europeo como rival, en la final de la Copa del Rey del 89, en una brillante victoria sobre el Real Madrid en el 92, en aquella Recopa que terminó en Mónaco con Mauro rozando un balón con la punta de los dedos cuando la tanda de penaltis agonizaba o en aquel «no penalti» escandaloso a Butragueño que pitó Díaz Vega con todos los de blanquivioleta protestando la jugada. Eran tiempos en que el Pucela era otra cosa.

Recuerda también que aquel equipo tenía mucho “desparpajo”, una palabra que le gusta mucho. “Salíamos a cualquier campo sin complejos y convencidos de poder ganar”. Sin embargo, le dolió mucho perder la final de Copa y que algunos se conformaran con haber jugado bien. “Debimos ganar ese partido”. Ese era el nivel de autoexigencia de aquel equipo, puede que eso tenga que ver con que los líderes del vestuario era gente como Mauro Ravnic. Aquellos jefes tienen un grupo de whatsapp y quedan para comer de vez en cuando: Mauro, Minguela, Lemos… El croata escribió hace poco, cuando Lemos le informó de que estaban reponiendo en Teledeporte la final de Copa: «Mira a ver si perdemos otra vez o ganamos en la reposición, galleguín». Ravnic era un ganador, un tipo querido y respetado por sus compañeros, cuando él hablaba callaban todos. Se llama personalidad.

A la izquierda, en una imagen como portero del Rijeka. Sobre estás líneas, en una formación de un partido de pretemporada de la campaña 1988/89
Ravnic en una imagen reciente

Yarza, un testigo silencioso

Yarza celebrando un triunfo del filial
Foto oficial en el organigrama del Promesas
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De espaldas y abrazando a Apa, que reaparecía tras una larga lesión

José Anselmo Moreno

Cuando le comenté a Jose Ramón Yarza el título que había pensado para su capítulo me dijo: «me gusta y me siento identificado, ya sabes que yo no hablo mucho».
Aún alberga el sueño de ser delegado algún día del Promesas en Segunda División, pero hasta que eso suceda, si sucede, habrán pasado ya 33 años de la historia del club, han pasado infinidad de jugadores, tanto en el juvenil como en el Promesas y quien siempre ha estado ahí ha sido Yarza. Un tipo querido por todos, por las horas que ha hecho en el club, tantos viajes, tantas historias, pero se siente bien pagado con el cariño de los chavales o el grupo de Whatsapp en el que le han metido porque para ellos es uno más.


Recordamos juntos épocas que ahora nos parecen ciencia ficción. Como aquellos tiempos en que la grada de los Anexos estaba hueca y no había ni donde mear. Cuando los árbitros y los jugadores se mezclaban con el público en las escaleras de los campos, ya que los vestuarios estaban en el estadio, Cuando los periodistas veíamos los partidos al lado del banquilo y del entrenador. Hasta escuchábamos las instrucciones. Nunca pasó nada, Nunca hubo ningún problema

VIAJES ETERNOS

Yarza se ha chupado kilometradas a Galicia o a Cataluña de nueve horas y al día siguiente, si tenía que abrir su pescadería en el Mercado del Val, apenas había dormido pero la ilusión y la pasión podía con todo, como él dice. Ahora vive en Tudela con su hermana tras ser operado de la cadera, De Tudela, por cierto, recordamos a Chuchete, buen lateral derecho del juvenil o del Promesas y tío de Miguel de la Fuente. De aquella época salen infinidad de nombres porque Yarza ha visto pasar ante sus ojos a todos. Absolutamente todos. A figuras que no tuvieron fortuna y a jugadores mucho más modestos que llegaron lejos.

Se da la circunstancia de que al actual entrenador del Promesas le tuvo también como jugador, Javi Baraja. Probablemente él fue alguno de los que le metió en la ducha en algún ascenso que dice que son «con diferencia» los mejores momentos que ha vivido. Esos ascensos que llegan al final de un montón de calamidades y de viajes eternos porque estos no viajan precisamente en avión.

Recuerda una vez que se les pinchó una rueda del autocar yendo a Andorra de Teruel y allí tuvo que arrimar el hombro más de uno. Otra vez que se quedaron tirados en el Puerto de San Glorio y tuvo que ir un Alsa a rescatarlos. Dice que los viajes de entonces no tienen «nada que ver con lo de ahora».
También recordamos a jugadores que sinceramente yo había olvidado, como aquel delantero listísimo, David Martín o los sobrinos de Cacho Endériz: Israel e Iván Bayón. Eran gemelos y protagonizaron algunas anécdotas curiosas jugando en el mismo equipo porque uno era delantero y el otro centrocampista. Uno era un goleador y el otro un pasador. Uno hacía faltas y otro las sufría. El caso es que eran idénticos y los árbitros se equivocaron alguna vez al mostrar una tarjeta si ambos estaban cerca en la jugada. También los contrarios a veces se confundían en la marca. Eran tiempos de marcaje al hombre.

Evoca Yarza también la época de Benjamín, de César, de Chuchi Macón de Rubén Baraja, han pasado muchos ante su mirada discreta. No olvida la amargura de los descensos, el fallecimiento de Agustín Villar, un talentoso jugador que murió de cáncer. Y otros momentos bastante comprometidos, como aquel incidente en El Bierzo con un Jefe de Seguridad en una gresca en la que se vieron involucrados entrenador y algún jugador: «No sabían que eran el Jefe de Seguridad, si no aquello no hubiera sucedido», comenta.

DE YEPES Y ENDERIZ A BARAJA

Ha sido delegado con Javier Yepez y Cacho Endériz en el Valladolid juvenil y sub 19. En el Promesas ha estado con Pepe Moré, con Antonio Gómez, con el argentino Egea, con Pérez García, con Alfredo Merino, con Onésimo, con Paco de la Fuente, Retamero, Julio Velázquez, Salvachúa, Rivera y aún podríamos seguir.

Yarza empezó en el Rondilla, ya con Cacho Endériz. Era más joven que la mayoría de los jugadores, pero él siempre estaba ahí para resolver un problema, con su discreción y su forma de ser callada al tiempo que eficiente y resolutiva.
«Siempre me he llevado bien con los jugadores, a todos les tengo aprecio y cariño, así que no quiero hablar de nombres en concreto para no dejarme a nadie», dice. Hasta en eso es prudente y tiene cuidado.
Sin dar pistas, asegura que «es evidente que cuantos más años has estado con ellos el sentimiento de pertenencia y de amistad es mucho más grande».
De las historias, la primera que enumera es el ascenso a Segunda División B en 2005. El Promesas superó en una eliminatoria al CD Lugo, al que derrotó en Zorrilla por 4-1. Aquel encuentro se disputó justo después del último partido de la temporada del primer equipo. Seis días después, aquel filial entrenado por Alfredo Merino retornó a la categoría de bronce tras empatar en la vuelta (0-0) en el Anxo Carro. «Aquello fue muy bonito, recuerdo que en el viaje de vuelta paramos en Ponferrada a comer pulpo pero eso es lo de menos, lo de más fue el ambiente de alegría, hasta nos paró la Guardia Civil y subieron al autobús y todo. Nos bañamos en la fuente de la Plaza de la Rinconada, para festejarlo, no sabíamos ni qué fuente le tocaba al Promesas».

También recuerda el último ascenso a Segunda B, el conseguido en 2014 en el campo del Somozas. El Promesas se impuso por 3-1 en la ida y, pese a caer en la vuelta (2-1), consiguió su objetivo. «Javi Torres era el entrenador y ascendimos porque Julio paró un penalti en los minutos finales». Fue otra fiesta inolvidable.
Lamenta que con Pepe Moré estuvieron a punto de meterse en una promoción de ascenso a Seguida División A. «No jugamos el play-off por golaveraje, tras empatar a 61 puntos con el Lemona, fue un temporadón».

Dice que el fútbol ha cambiado mucho desde que llegó al club. Convivió con campos de tierra y ahora son todos de césped. También admite que los ordenadores y la informática han cambiado el fútbol. «Sabes perfectamente cómo juega el equipo contrario, antes pedías referencias a amigos y poco más».

Si tiene que escoger se queda con todo, con el pasado y con el presente. Al fin y al cabo, él ha estado en todas las épocas desde hace 33 años. Eso es mucho tiempo con los mismos colores. Nunca ha estado bajo los focos, pero como decía un amigo común: «Si a Yarza le bajas el pantalón seguro que tiene un escudo del Pucela tatuado en cada nalga».

Arriba, foto que le hizo su hermana en Tudela. A la izquierda, durante la celebración de un ascenso
Los Anexos, muy distintos a los que conoció Yarza cuando llegó al club hace 33 años

De Solé a Leo Suárez, Argentina abastece

Arriba, Juan Solé (tercero por la izquierda en la fila de arriba)
Leo Suárez y en la foto de la derecha, Heinze

José Anselmo Moreno

Cuando llega un jugador a tu equipo es como si hubieran traído un mueble nuevo a tu casa. En los 93 años de historia del Real Valladolid han pasado por aquí casi mil jugadores, según Transfermark, obviamente los españoles son mayoría, y también los castellanos y leoneses, pero hay futbolistas de hasta de 48 nacionalidades diferentes de los 186 jugadores que pertenecían o pertenecen a otros países.
Entre los extranjeros, la nacionalidad abrumadoramente predominante es la argentina. Paradójicamente, actualmente no hay argentinos en la plantilla, pero han vestido la blanquivioleta hasta 37 jugadores argentinos, oriundos al margen.
El último fue Leo Suárez la campaña 2018/2019. En total, los argentinos han jugado un total de 841 partidos y han marcado 22 goles, pero de los goleadores hablaremos más adelante. Antes que Leo Suárez estuvieron Cristian Espinoza, Lucho Balbi, Juan Neira, Damián Escudero o aquel Marcos Aguirre que pasó a la historia precisamente por marcarse «un Aguirre». Es decir, no haber hecho absolutamente nada en toda la temporada y marcar el gol decisivo, cosa que también tiene su mérito.


Antes de Marcos Aguirre hubo una serie de jugadores que no pasarán precisamente a la historia por las satisfacciones que dieron a la afición vallisoletana. Hablamos de Martín Cardetti, que falló en Santander un gol a puerta vacía que pudo evitar un descenso y que iba solo de poner al cabeza. Hablamos también de Pablo Paz, que ya vino a Valladolid con una rodilla bastante tocada. También del Chapa Zapata o del guardameta Orcellet que, a su modo, también se marcó un Aguirre, apenas jugó pero el tipo paró el mismo día dos penaltis.
Antes de Orcellet estuvo el central Muñoz Mustafá, a quien Santi Llorente tenía mucha fe pero solo hizo un partido bueno, aunque absolutamente impecable, o Turu Flores, a quien mejor olvidar porque cobró una pasta y no justificó ni su fama ni su salario.

HUBO DE TODO

Jugaron muchos más aunque con distinta suerte como Pablo Javier Richetti o Albano Bizarri, ambos coincidieron con otro argentino que salió muy rentable a las arcas vallisoletanas, Gabriel Heinze, quien no solo fue traspasado por cinco millones de euros sino que el Valladolid percibió derechos de formación de sus millonarios y sucesivos traspasos. Coetáneo a Heinze está uno de los argentinos que más goles ha marcado con la blanquiovioleta en Primera, Diego Klimowiz, que recolectó siete goles a lo largo de sus dos temporadas, si bien es verdad que estuvo implicado en aquel partido que el Valladolid perdió en los despachos por alineación indebida, Sin culpa alguna del jugador, ciertamente.
Antes que Klimowicz hubo otros dos, uno bueno y otra malo. El bueno es Ricardo Albisbeascoechea, jugador fiable que vivió una de las mejores épocas en la historia del Real Valladolid y que en este libro tiene un capítulo para él solo.
El malo es Eduardo Oviedo, delantero que venía de hacer goles en Zaragoza pero que aquí no demostró absolutamente nada No metió un solo gol ni estuvo cerca de meterlo siquiera. Es más, el Valladolid no ganó un solo partido con él en el campo pero su falta de rendimiento propició en el mercado de invierno la llegada de Polilla Da Silva. Ni tan mal.
Y antes que Oviedo y después que Daniel Gilé (según muchos el delantero que más fuerte le ha pegado al balón con la albivioleta) llegó el argentino que más partidos ha jugado con el Pucela, Carlos Alberto Fenoy, portero de la década de los ochenta y probablemente, junto a Ravnic, Asenjo y César, el mejor portero que uno haya visto bajo los palos de la portería de Zorrilla. Fenoy compartió vestuario con otro argentino que ni siquiera llegó a debutar oficialmente: Mario Luna.

Antes que Fenoy hubo otro portero argentino, Osvado Santos, que vino para quitar el puesto a Llacer pero solamente pudo hacerlo durante ocho partidos. De hecho, Llacer solo vio peligrar su puesto una vez, y no fue precisamente con Fenoy. Fue el año de Miroslav Bebic. El guardameta balcánico había pasado una prueba en la concentración de la plantilla con Pachín en Bugaria. Cuando Llacer vio entrenar a Bebic se dijo a si mismo: Este año no me como un colín. Era un tipo de 1,96 que las sacaba por arriba, por abajo y llegaba a todas. Según Llacer entrenado era impresionante, El problema es que en los partidos no rendía igual. Y hay anécdota también al respecto, Entrenaba tan fuerte que en una ocasion le dio tal golpe a Rusky que salió despedido cuatro metros. Se acercó Pachín y le dijo: «Que no va a jugar, no me lesione a a los titulares, haga lo que haga no va a jugar». El caso es que no fue exactamente así porque Bebic fue el héroe de una Copa del Rey memorable y el portero, junto a Llacer, del ascenso de la temporada 79/80, ya con Eusebio Ríos en el banquillo.


Más argentinos pero que se pierden en años muy pretéritos fueron Aramendi (el más goleador), Franco o Pontoni, un defensa que jugó en la temporada 60/61 y que fue el segundo en llegar, aunque irrelevante. El primero fue Juan Solé, un defensa extraordinario que formó parte del Valladolid de los sesenta aunque llegó con apenas veinte años y sin experiencia. Una grave lesión le apartó de un carrera que estaba detinada a ser la de una estrella.

Otros argentinos fueron Oswaldo Cortés, Palacios, Rubén López, y Diego Mateo. Nos hemos dejado a dos, que protagonizaron sendas polémicas con sus fichajes: Walter Lozano, quien se dijo que costó menos de lo que se informó en realidad y que hubo de irse de Valladolid tras ser sorpendido por un directivo de juerga a altas horas de la madrugada. La noche vallisoletana le gustaba y aunque su rendimiento fue bastante notable sobre todo en la temporada del ascenso en Palamós, acabó pagando sus ganas de disfrutar de la vida.


Y el último es Fernando Alí Navarro, que costó una barbaridad en su epoca, 28 millones en el Real Valladolid de los ochenta era una salvajada, y que vino con la etiqueta de mejor extremo de América. Una vez aquí, ni justificó su fichaje ni el dinero que pagaron por él. Dio la asistencia a Jorge del primer gol que se marcó en Zorrilla y poco más De hecho, estuvo sin ficha durante algunas temporadas para dar entrada en la plantilla a Da Silva y Mágico González pero cobró todo su contrato. Uno de esos fichajes que, como el de Turu Flores, resultaron ruinosos aunque lo del segundo de ellos fue solamente una cesión.

Y de argentinos hay una historia que me contó Gonzalo Alonso en la famosa comida del 75 aniversario. En los 80, un representante le ofreció a un tal Cristóbal Espínola diciendo que hacía jugadas impresionantes para que sólo hubiera que empujar el balón a gol. El gran Gonzalo le contestó: «Vale, su chico será un fenómeno pero es que yo quiero fichar precisamente a ese, al que sólo la empuja». Genio y figura.

OTRAS NACIONALIDADES

El segundo país extranjero que más ha aportado a la historia del Real Valladolid es Uruguay, con 26 futbolistas de esta nacionalidad, algunos memorables como el gran Cacho Endériz, quien junto a Julio César Benítez y Mario Pini fueron los primeros (el último ha sido Lucas Olaza). Un uruguayo, ni llegó a debutar en partido oficial: Gustavo «Chavo» Díaz. Estuvo tres temporadas pero su bagaje en el fútbol español se limita a cuatro partidos en el Albacete.

La tercera nacionalidad por número de jugadores también es suramericana, concretamente la brasileña, con 19 jugadores y entre ellos posiblemente un de los mejores extranjeros de la historia del club: Edu Manga. Desde Colombia vinieron 12 futbolistas y el Valladolid fue precursor en traer colombianos a Europa. Probablemente sea de los equipos españoles que más colombianos han tenido en sus filas, Unos depararon un rendimiento notable, como Harold Lozano o Leonel Álvarez y otros, como Castillo, Alcatraz o René Higuita mejor olvidar.


Desde Paraguay se vistieron de blanquivioeta ocho jugadores, entre ellos uno mítico;: Mario Jacquet y el último, Hernán Pérez. Entre los europeos, el país desde el que más jugadores han llegado es Portugal, con nueve (el último, Jota). Tras Portugal se sitúa Serbia, siete jugadores, y Croacia y Francia, con seis. La mayoría de los franceses no fueron determinantes pero entre los croatas fueron inolvidables Ravnic, Jankovic, o Miljus, que metió el gol mil de la historia del Real Valladolid.


También ha habido siete chilenos (entre ellos el gran Pato Yáñez y ahora Fabián Orellana), cuatro venezolanos (algunos ni llegaron a debutar) otros cuatro húngaros y tres jugadores llegaron de Honduras (Gilberto, Guevara y Pavón) e Italia (Rossi, Verde y Fede Barba). Por último, ha habido tres jugadores de Marruecos y Ecuador, y dos jugadores llegaron de Alemanía, Bolivia, Bosnia, Bulgaría (uno de ellos, cedido, por el Atlético; Yankov), Gambia, Ghana y Grecia.
Solamente un jugador ha vestido la camiseta del Real Valladolid de países como Albania (Valdet Rama), Angola (Manucho), Arabia, Austria, Camerún, El Salvador, Eritrea, Suiza, Israel, Guinea, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial, República Dominicana, Rumanía, Suecia, Tayikistán, Japón, Macedonia, Mauritania, México, Montenegro, Nigeria, Polonia, Túnez, Turquía y Ucrania, con Lunin como único representante.
Nunca se han puesto la camiseta del Real Valladolid jugadores procedented de Inglaterra, Escocia, Bélgica, Países Bajos, China o Rusia, aunque Rachimov llegó a tener después esta nacionalidad.
En definitiva, que la fortuna ha sido muy dispar en la contratación de jugadores foráneos aunque hubo plantillas en las que venían extranjeros de relleno porque los futbolistas de la cantera eran los auténticos protagonistas. Esa etapa parece, a día de hoy, irrrepetible.

Arriba, Marcos Aguirre y a la derecha, Daniel Gilé

Saso, la historia es él

En su etapa de portero y durante sus últimos años
Saso decía de esa foto: «siempre que sale el gol del escorpión de Di Stefano salgo yo haciendo la estatua, vaya faena»

José Anselmo Moreno

Fue guardameta, entrenador, Secretario Técnico y Presidente del Real Valladolid. No hay personaje en la historia del club con tantos frentes. Combatió en todos. Siempre que se le reclamó dio un paso al frente, le viniera o no bien. José Luis Saso, falleció a los 79 años, concretamente en 2006, un año en el que club perdió a cuatro de sus ex jugadores más legendarios: el propio Saso, Lesmes I, Matito y Gerardo Coque. No mucho antes de su fallecimiento, acudía al Bar Tino, en el pasaje de la calle Miguel Íscar para ver los partidos del Valladolid. Allí vivió el descenso de 2004, se le veía sufrir y llamaba a la compasión. De vez en cuando, todavía se enfadaba ante un fallo defensivo o una falta de aplicación.

Basta con repasar la trayectoria de José Luis Saso en el Real Valladolid para darse cuenta de que ha sido una de la figuras más representativas en sus 93 años de historia del club. Llegó como jugador en la temporada 1948/49 y como portero defendió la meta blanquivioleta hasta la temporada 1957/58. Su autoridad sobre sus compañeros y sus dotes de mando y organización le llevaron al banquillo como entrenador, cargo que ocupó en cuatro etapas diferentes: la primera, la más larga, se prolongó desde 1958 hasta 1960; la segunda, en la temporada 69/70; la tercera en la 76/77; y la cuarta y última en la 92/93, con Moré de ayudante.

Licenciado en Derecho, Saso destacó como «cazatalentos» en su faceta de Director Deportivo y fichó a jugadores muy importantes que marcaron una época. Por último, también fue Presidente, función que ejerció en dos temporadas: 65/66 y 66/67.

Tras el ascenso de la campaña 59/60, Saso viajó a Uruguay en busca de futbolistas para reforzar el equipo y fichó a los argentinos Solé, Bagneras y Aramendi y a los uruguayos Eduardo “Cacho” Endériz y Julio César Benítez. Fue un viaje bien amortizado por su ojo clínico. Un millón de pesetas costaron los cinco jugadores. Le bastaban unos minutos para trazar el perfil de un futbolista.

EL FÚTBOL Y LA FAMILIA

Los méritos de este madrileño que se hizo pucelano fueron evidentes después de diez años como portero blanquivioleta, siete temporadas como entrenador, y el desempeño de diversas funciones dentro de la entidad que tenía grabada a fuego en su corazón. Su hija Lourdes siempre le recuerda viendo fútbol o tenis: “yo creo que no concebía su vida sin eso». Recuerda también que sus padres, que siempre iban de la mano por la calle, compraron un apartamento en Santa Ponsa y «vivían medio año en Mallorca (Saso entrenó al RCD Mallorca) y medio año en Valladolid, pero siempre estaba pendiente de su Real Valladolid».

Lourdes recuerda que con una tortilla francesa y un partido de fútbol su padre era feliz. No necesitaba mucho más. También recuerda que de pequeña tenía que poner la mesa en casa y pasar por delante de la televisión casi de rodillas, para que su padre y sus hermanos no se perdieran detalle de un partido de fútbol. También cuenta el sorprendente modo en que su padre dejó de fumar yendo a visitar a un cura de Logroño: «No sé cómo fue aquello, pero mi hermano Carlos y él dejaron el tabaco ese mismo día».

Saso, obviamente, y pese al título de este capítulo no es toda la historia, pero sí una parte muy importante de la biografía del Real Valladolid. Yo le conocí como entrenador en la temporada 92/93 tras ser destituido Marco Antonio Boronat. Ya era mayor pero se tiró al barro porque el Valladolid le necesitaba y Marcos Fernández se lo pidió. Aguantó al equipo en las primeras posiciones hasta llegar Mesones para culminar el ascenso. Se le ocurrió poner a Walter Lozano de medio centro y ahí jugó hasta su retirada. También apostó por el talento del jugador juvenil Pedro Arquero pero no llegó a despuntar como Saso esperaba. En un corrillo de periodistas nos dijo «si este muchacho quisiera…». El jugador, en efecto, era bueno pero le faltó mentalidad para dar un paso adelante en aquel momento.

Y el caso es que Saso no solía equivocarse. Veía el fútbol antes que otros. Fichó por cuatro duros a los referidos jugadores que luego fueron leyendas del club. Siempre estaba dispuesto cuando se le necesitaba. Dejó huella en mucha gente, por ejemplo en Caminero, que dice que le enseñó «mucho de fútbol» y también de «la vida» en general.
«Le conocí como entrenador cuando estábamos en segunda (temporada 92-93) y también en la tarea de representacion que tuvo en el club y a mi, particularmente, me dejó muchísimas enseñanzas en ambas facetas y no sólo destacaría lo que me enseñó de fútbol, que sabía mucho, sino también cómo debía afrontar la vida un deportista».
Saso tiene un campo con su nombre en Valladolid, de césped artificial de última generación, pero sus orígenes como portero fueron lejos de aquí y no en campos tan impecables.

Tras un paso quasi anecdótico por el Real Madrid, dato no muy conocido, recaló en el filial del Atlético de Madrid, en el Málaga y nuevamente en el Atlético de Madrid, equipo con el que debutó en Primera División en 1947 en un partido frente al Murcia. Fichó después por el Real Valladolid de Helenio Herrera en la temporada 1948/49. Ahí empezó su gran historia como blanquivioleta. Aquí lo fue todo. Es irrepetible lo que hizo. Nadie se le acerca siquiera.

Saso junto a Zaldua

Caminero y los hijos pródigos

A la izquierda, Caminero en la temporada 2001/2002 y arriba, durante su etapa de director deportivo en el Real Valladolid
De izquierda a derecha: Ravnic, Caminero, Vicente Engonga, César Gómez, Santi Cuesta, Fonseca, Pachi, Cuaresma, Minguela, Patri y Santi Aragón

José Anselmo Moreno

Si hablamos de hijos pródigos habría que empezar por José Luis Pérez Caminero. Ese jugador que deslumbró en el Mundial de Estados Unidos con la camiseta de la selección española, y que asombró con su regate a Nadal en el Nou Camp, escogió Valladolid como su lugar en el mundo.
El centrocampista de Leganés meditó mucho colgar las botas porque no quería despedirse con el amargo sabor de un descenso a Segunda del Pucela (el año de Vázquez) y, sobre todo, porque pensaba que aún le quedaba un año de fútbol a un nivel aceptable. Antes de colgar las botas marcó el último gol al Villarreal en un triunfo improductivo que no evitó aquel descenso y tuvo ofertas de Qatar, de México o hasta de un equipo suizo, pero optó por la retirada a sus 36 años y tras quince temporadas como profesional, diez de ellas en el Real Valladolid. Reconoce que el puesto de director deportivo pucelano le ayudó a sobrellevar su retirada porque era un modo de seguir vinculado al fútbol y nunca se planteó ser entrenador. Con él al mando de las operaciones, el club ascendió en aquella descomunal temporada que acabó en 2007 con la Leyenda del Pisuerga como icono de una fiesta memorable.

Siempre tuvo ofertas del extranjero en sus dos facetas deportivas. Actualmente, aunque haya cambiado de número teléfono, también las tiene. De hecho, en el momento de escribir todo esto se encuentra estudiando una proposición de Grecia para ser director deportivo del Paok de Salónica. Antes de tomar decisiones en su carrera, Caminero habló siempre antes con su mujer, Verónica, porque ella siempre siguió sus pasos. Para empezar, pidió el traslado de su puesto en El Corte Inglés de Madrid a Valladolid para estar con Jose (como le llama) cuando fichó en 1989. Entonces, todavía eran novios. Ambos se enamoraron de la ciudad e incluso cuando se iba a ir al Atlético después del ascenso en Palamós, Caminero me decía en plena celebración en el Ayuntamiento que no se quería ir. Lo mismo que le sucedió a Jaime Mata años más tarde.


Después de aquello, José Luis Pérez Caminero fue internacional en 21 ocasiones y vivió su momento de mayor esplendor con la selección española durante el referido Campeonato Mundial de Estados Unidos en 1994, cuando alcanzó un extraordinario nivel de juego que mantendría las dos siguientes campañas en el Atlético de Madrid, equipo con el que se proclamó campeón de liga y Copa en la temporada 1995/96.
Actualmente, vive apartado de la fama que le «atropelló» tras aquel Mundial en junio de 1994, pero sigue siendo muy amigo de sus amigos. muchos de ellos pucelanos y ajenos al fútbol, y un apasionado de su profesión, a la que ha regalado momentos de magia, a veces salpicado por la polémica, sus «camineradas» y las lesiones. Su aspecto frío nunca ha dejado entrever la ilusión que mantiene por su trabajo.

LA MAGIA ELEGANTE

Pese a aquellos arranques fugaces de furia sobre el terreno de juego y las consiguientes expulsiones, Caminero es el ídolo de una generación de blanquivioletas y atléticos, a quienes marcó su clase y elegancia en el campo. Aún recuerdo cuando le llamé desde Río de Janeiro porque había visto en los Juegos Panamericanos a un joven brasileño (Lulinha) que me llamó la atención. Él era director deportivo del Valladolid entonces, me devolvió la llamada y en la oficina de prensa de Efe cogió el teléfono un técnico que era colchonero hasta la médula, casi se le cae el teléfono de la emoción de hablar con Caminero. Por cierto, a Lulinha (18 años) le tenía controlado y también las ofertas que tenía sobre la mesa e inalcanzables para el Real Valladolid.


Su historia en Pucela empieza con el traspaso de Fernando Hierro al Real Madrid. Cuando llegó a Valladolid en su primera etapa era extremo derecho, pero cuando Pepe Moré, acuciado por las bajas, le colocó de líbero en un partido ante el Sevilla en el Sánchez Pizjuán su figura futbolística creció de forma sorprendente.
Lo de los goles inolvidables y su capacidad ofensiva se destapó posteriormente en el Atlético de Madrid, porque jugó en medio campo y sus recursos para sacar el balón desde la defensa con una elegancia notable le servían para llegar al área con más facilidad.
Sin embargo, su temporada más regular y más completa la jugó tal vez en Valladolid durante la temporada 90/91, a las órdenes del colombiano Pacho Maturana, quien le llevó a jugar un partido amistoso con la selección resto del mundo. Como defensa central y acompañado por el brasileño Luiz Eduardo, comenzó a darse a conocer al mundo desde el modesto escaparate del Pucela.


Pese a sus éxitos posteriores, Caminero recuerda con especial cariño su llegada a Zorrilla en aquel verano de 1989, con el reto de convertirse en un buen futbolista de primera división y tras haber pasado por el Castilla. Después de conseguirlo con suficiencia, vio como tres años después se frustró su regreso al Real Madrid, con un contrato preparado para firmar y que acabó en una papelera por la indiscreción del presidente Gonzalo Gonzalo, quien presumió de la venta antes de tiempo. Ese contrato acabó cayendo en mis manos y era más ventajoso para el club que la posterior venta al Atlético.


Caminero sabe y reconoce que pudo haber llegado más lejos en el fútbol pero, en el fondo, se conforma con lo que le dejó su bagaje profesional. No era raro verle presenciando partidos de categorías inferiores, primero trabajando para el Pucela y después para el Atlético. Algunas veces se le ha reprochado que se llevara jugadores pero era su obligación, la de detectar talento que otros no veían. Además, no se puede decir que no sea un pro-pucelano porque nunca ha renunciado a vivir aquí e incluso su hijo está formándose para fisioterapeuta actualmente en centro privado de Valladolid. Este es su lugar en el mundo.

MÁS HIJOS PRÓDIGOS

El Real Valladolid culminó con este regreso de Caminero su política encaminada a recuperar a los jugadores que fueron traspasados y que le dieron vida durante años. Así, futbolistas como Eusebio Sacristán, Gregorio Fonseca, Alberto López Moreno, Juan Carlos Rodríguez, Iván Rocha o Santi Cuesta, entre otros, volvieron al Real Valladolid después de haber sido vendidos a otros equipos. Otros futbolistas como el colombiano Leonel Alvarez, Gabriel Moya, Jorge da Silva u Onésimo estuvieron a punto de regresar en algún momento de su carrera aunque, finalmente, no fue posible por cuestiones económicas. Vamos con algunos de los que sí volvieron al «redil».


Eusebio Sacristán, que abandonó el equipo en la temporada 86-87, regresó diez años después al Real Valladolid tras pasar por Atlético de Madrid, FC Barcelona y Celta. Su paisano Goyo Fonseca, que se marchó tras descender el equipo a Segunda División en la temporada 91-92, volvió al club en la campaña 95-96 tras jugar en el Espanyol y en el Albacete.
Por su parte, Alberto volvió a vestir la camiseta blanquivioleta tras abandonar el club en la temporada 95-96 para irse al Racing de Santander, mientras que el asturiano Santi Cuesta volvió al club en la campaña 95-96 por expreso deseo del presidente Marcos Fernández, quien firmó su traspaso al Espanyol en la temporada 92-93 a cambio de 175 millones.
El leonés Juan Carlos Rodríguez volvió en la temporada 95-96 procedente del Valencia después de haber militado en el FC Barcelona y Atletico de Madrid, club al que fue traspasado en la temporada 87-88.
También el brasileño Iván Rocha retornó al club castellano en la campaña 95-96 tras ser traspasado al Atlético de Madrid en la 92-93, pero no pudo debutar en la temporada de su regreso al club de Zorrilla porque una grave lesión de rodilla se lo impidió. Y también del Atlético regresó después José Antonio García Calvo, otro enamorado de Pucela.

Más tarde también retornó a Valladolid, como era su deseo y el de su mujer (vallisoletana de Castronuño) Víctor Manuel Fernández. La salvedad y el mérito en este caso reside en que volvió a un equipo en Segunda División cuando tenía una edad muy buena para seguir en Primera y seguía marcando goles en el Villarreal.


A etapas anteriores pertenece el extremo Javier Díez, quien fichó de nuevo por el club blanquivioleta en la temporada 82-83 tras ser traspasado al RCD Español en la campaña 78-79, cuando el Real Valladolid estaba aún en Segunda.
Hay muchos más pero tal vez el más representativo de esos «hijos pródigos» sigue siendo José Luis Pérez Caminero, quien antes de volver había jugado su último partido con el Real Valladolid en Palamós el 19 de junio de 1993 antes de firmar su traspaso al Atlético de Madrid, acordado con anterioridad a esa fecha. En aquel partido el equipo, entonces entrenado por Felipe Mesones, consiguió el ascenso al ganar (1-2) con goles de Iván Rocha y a Caminero le hicieron el penalti que supuso el segundo tanto.


José Luis Pérez Caminero (Madrid, 8-11-1967) expresó en repetidas ocasiones su deseo de retirarse en el Real Valladolid y lo consiguió. Su presentación aquí en verano de 1998 fue espectacular y, que yo recuerde, la primera presentación de un jugador con patrocinador específico que hubo en aquella época. Echó raíces aquí y pasó de vivir en Boecillo (de cuyas fiestas dio el pregón de 2005) a la calle Colmenares. Ha trabajado en varios equipos más, como el Atlético de Madrid o el Málaga. Ahora se piensa lo del extranjero, pero escogió Pucela como su cuartel general.

Tres hijos pródigos en la imagen: Caminero, García Calvo y Víctor

La centella nublense, Javier Díez

Javier Díez en la actualidad
En el Bernabéu, entre Moré y Santos.

José Anselmo Moreno

Igual que es más lógico que el campeón del mundo de saltos de esquí sea noruego y no de Algeciras, es más lógico que uno de Villanubla sienta los colores del Pucela, como le pasa a Javier Díez, la centella nublense. Era velocidad pura, tanta que se lesionaba con frecuencia por sus tremendos cambios de ritmo y eso que iba para jugador del baloncesto porque Mario Pesquera le echó el ojo cuando jugaba en el colegio Lourdes y quería llevarle al Universitario.
Actualmente jubilado, vive en Villanubla, su pueblo, tras apartarse del mundo del fútbol tras una breve etapa como entrenador. Sigue al Pucela y esta temporada fue a ver el partido del Alcorcón pero dice que en el campo sufre mucho.
No jugó los partidos finales de la Copa de la Liga porque tenia un lesión de pubis de la que fue operado al término de esa temporada que recuerda como la de su reconversión definitiva de extremo rápido y goleador a «perro de presa» en el centro del campo porque con el Pato Yañez arriba afirma que no podía aspirar a jugar en su puesto, extremo derecho.
Javier Díez Valentín (Villanubla, 16 de diciembre de 1955) fue un extremo de zancada poderosa, fuerza y velocidad, era junto a Julio Cardeñosa y Chus Landáburu la gran promesa del Pucela de mediados de los 70.
Internacional sub 21, lo quiso el Atlético de Madrid y finalmente se fue al RCD Espanyol, de ahí al Rayo Vallecano y de vuelta al Real Valladolid en una segunda etapa para terminar en el Palencia junto a Moyano, con quien iba y venía en tren cada día.
La temporada de la Copa de la Liga dice que ya no la vivió como la estrella prometedora que era cuando se marchó y su función era otra, muy distinta, porque le ponían en medio campo para marcar a Gordillo o a Bernd Schuster, por ejemplo.
Saltó del equipo de su pueblo (Villanubla) a la primera plantilla del Real Valladolid en 1974. Asegura que curiosamente en su pueblo, en campos de tierra y con el frío que hace, nunca se lesionó y recuerda que su tortura con las lesiones empezó en la primera de las cuatro temporadas en el Espanyol.
Evoca especialmente tres goles de todos los que marcó. El primero, en la temporada del debut con el Pucela ante el Real Zaragoza, partido en el que marcó dos y especialmente recuerda el primero, otro de cabeza al Granada por ser «poco o nada» habilidoso en ese tipo de remates y cuando ve la foto de ese gol, que tiene en casa, aún no se cree que sea él y por ultimo rememora uno al Betis para poner al Pucela 0-1 en Sevilla en un partido para salvarse del descenso en la temporada 82/83.

Entrenador fugaz

Asegura que siempre se arrepintió de no haber seguido estudiando y que le hubiese gustado labrarse una carrera como entrenador, pero su experiencia en la UD Sur y en Medina del Campo no le llenó lo suficiente pese a sacarse el título en la promoción del 95 que se hizo en Valladolid, con Marcos Alonso, Manzanedo, Gail y Minguela entre otros muchos.
Tras dejar el fútbol, en este caso los banquillos, trabajó en el sector de los seguros hasta la jubilación. Tiene relación con los veteranos y analiza el fútbol con frialdad y desde la distancia. Sobre los jugadores de ahora asegura que como tiene visión de extremo le pone malo cuando comprueba desde la grada que no aprovechan los espacios para irse en velocidad aunque reconoce que a veces las lesiones repetidas hacen jugar a algunos futbolistas con el freno de mano puesto.
Su jubilación se centra en Villanubla y en su familia y aunque tiene casa en Valladolid, que compró tras vender la de Barcelona, el pueblo le tira mucho más.
Lamentó no poder jugar en Europa con el equipo de su vida porque la operación de pubis y ya la edad (29 años) le hicieron bajar de categoría para irse al Palencia.
Hay que recordar que en esa temporada 1983-1984, se decidió fomentar la competición otorgando una plaza en la Copa de la UEFA para el ganador. Y así, en ese momento histórico, fue como Javier Diez se despidió del Pucela, en medio de la década prodigiosa.

Jugo un total de 218 partidos como profesional y marco 27 goles, aunque lo suyo eran las asistencias. En aquella época envidiaba el remate de cabeza de Rusky y el regate de Pato Yáñez. Díez era el único que podía discutirle al chileno su velocidad, aunque las lesiones musculares y el miedo a romperse le fueran mermando hasta que a los 31 años puso el punto y final a una carrera que se quedó a medio camino de lo que prometía.

Díez en la actualidad
En la temporada 77/78, primero por la izquierda y agachado
Con la antorcha olímpica a su paso por Villanubla en 1992

Kike Sala, la Copa desde el banquillo

El día de la huelga de futbolistas de 1984. Fue el único profesional que jugó junto a chavales del Promesas y el juvenil. A la izquierda en una imagen reciente

José Anselmo Moreno

Enrique Sala Saumell, conocido como Kike Sala, era el suplente de Fenoy en la Copa de la Liga y durante dos temporadas más, solamente fue titular en tres partidos y uno de ellos fue por la huelga de futbolistas de 1984, ahora trabaja como delegado en el equipo de la mortal el Alcoyano tras haberlo sido también del Hércules y durante un desplazamiento con el equipo se muestra telefónicamente «muy agradecido» por vincularle de nuevo con aquello y repite en varias ocasiones que lleva a Pucela en el corazón.
Kike, como Aracil, fue siempre mas del Hércules. Al equipo alicantino llegó con apenas 12 años cuando ingresó en el equipo de infantiles. A partir de ahí, y tras pasar por todas las categorías inferiores y se convirtió en un icono del club al haber jugado más de 80 partidos defendiendo la elástica blanquiazul.
Fue portero del Hércules a principios de los 80, durante buena parte de la época dorada del club en Primera, cuando compartió portería con metas como César, Amador, Amigó o Tomasewsky. Tras jugar en Valladolid, lo hizo también en el Albacete, Xerez y Eldense.

Tras la retirada

Tras dejar los terrenos de juego y los negocios, Kike volvió al club alicantino para desempeñar distintas funciones, siendo la última de ellas la de delegado de campo y del primer equipo, labor que desarrolló durante nueve temporadas, una de ellas junto al exentrenador del Real Valladolid, José Rojo ‘Pacheta’.

Recuerda aquellos días de la Copa de la Liga con una alegría inmensa: «Aún me emociono al recordarlo, aunque no participé jugando sí estuve en el banquillo en todos los partidos y sobre todo recuerdo el ambiente el día de la final contra el Atlético de Madrid que fue maravilloso, con la ciudad volcada y tengo un gran recuerdo de aquel grupo, hicimos una gran amistad», afirma.

Evoca también a primera eliminatoria de la UEFA contra el Rijeka. De hecho, aquella fue la primera de las cuatro copas de la Liga, torneo que se sigue disputando en otros países, que obtuvo el premio de la participación europea. «Fuimos a lo que era la antigua Yugoslavia y también fue una experiencia inolvidable para mí, era un momento histórico para todos, siempre tengo a Pucela presente y lo he seguido siempre desde que me fui de allí», agrega Sala.

Después del fútbol, relata que continuó con un negocio familiar durante más de 20 años y cuando ya lo tuvo que dejar, como consecuencia de la crisis económica, llegó su última etapa en el Hércules, cuando empezó con un tema de marketing y de gestión de la ropa deportiva: «Llevé la tienda del hércules y después los jugadores pidieron que fuera el delegado y he estado unos 10 años de delegado del Hércules, cuando ya me iba a jubilar el pasado verano me llamó el Alcoyano para ver si los podía echar un cable, con mi experiencia delegado en el Hércules y este año en Alcoy también ha sido una experiencia agradable

Concluye recalcando que nunca podrá olvidar su etapa en Pucela y que está muy agradecido a todos sus compañeros de aquella época y a la ciudad de Valladolid. Afirma que le encantaría un reencuentro con aquellos compañeros y pregunta por algunos de ellos. Lamentó mucho la muerte de Manolo Peña, cuya tía es compañera suya en una coral de Alicante y se despide deseando el ascenso del Real Valladolid.

Fonseca, el campeón que acababa de llegar

Fonseca en la actualidad, durante una videollamada.
El año de su debut

José Anselmo Moreno

Goyo Fonseca no jugó la final de la Copa de la Liga pero estaba en aquella plantilla y fue campeón, por lo tanto. Casi acababa de llegar de su pueblo e igual que en su segunda etapa en el Real Valladolid ejerció de talismán: «Llevo una semana aquí y ya os he ascendido», le decía a Marcos Fernández cuando la famosa liga de 22 y el ascenso en los despachos. Y es que aquel año, el de la Copa de la Liga, había debutado en Zaragoza y a los diez minutos ya había marcado un gol porque el de La Seca era puro remate. Remataba con cualquier parte del cuerpo. Eso le llevó a la selección aunque su gol más famoso fue uno de chilena ante el Athletic. Probablemente el mejor visto en Zorrilla.
«Yo me divertía jugando, pero cuando llegué a Valladolid ya noté que esto era un trabajo», recuerda. Su frialdad en el campo parecía que le dejaba a medio camino del jugador que podía llegar a ser. No jugó la Copa de la Liga porque era «un pipiolo», pero sí la final de la Copa del Rey años después. Cantatore le ponía de interior por la izquierda porque le decía que tenía «muchos compromisos» en la delantera. Ahí jugaban Jankovic, Alberto o Peña, por ejemplo. El caso es que en ese puesto rindió pero él era un ariete puro con una calidad extraordinaria. Irregular, eso sí. Recuerda que el periodista Javier Ares le llamaba entonces «Curro Romero», pero todo lo que hacía Fonseca era de verdad, pura clase.

La famosa chilena

Solo alguien como él puede marcar el gol soñado: aquella chilena que entró por la escuadra a pase del malogrado Pachi. Cuenta que la ensayaba en los entrenamientos porque Maturana los ponía a rematar de todas las formas posibles. Los compañeros le instaban a intentarlo en los partidos pero él decía: «Hay que tener mucho valor, que si te sale mal haces el ridículo».
Jugó dos etapas en Pucela, tras pasar por el Málaga, el Espanyol y el Albacete, antes de regresar a Valladolid. Fue internacional absoluto y Javier Clemente contaba con él para el Mundial de Estados Unidos, pero una lesión se lo impidió. A lo largo de su carrera tuvo «muchas cornadas», como él dice.
Debutó en Primera con 18 años recién cumplidos con el referido tanto al Zaragoza. Aquella temporada se hizo famoso por marcar en todas las categorías en su primer partido. En todas. En su debut en Primera, en su estreno con el Juvenil, en su primer partido con el Promesas y en su debut con la Sub 21. A ver quién iguala eso.
Nacido en La Seca, donde jugaba por pura afición hasta que Damián Recio se lo trajo a Valladolid, recuerda su cambio de mentalidad al fútbol profesional. A ello contribuyeron de forma abrupta dos jugadores que están en esta serie: Richard y Sánchez Valles. «En el primer entrenamiento ya me enseñaron el camino del fútbol profesional. Me dio una Richard, decidí cambiarme de banda huyendo de allí y Sánchez Valles me dio más fuerte al otro lado. Les tengo que agradecer esa lección», ironiza Goyo desde la Costa del Sol.

Cesión al Málaga

Fue cedido al Málaga en una operación sorprendente porque ya para entonces opositaban al primer equipo del Pucela, tanto Manolo Peña como él (dúo letal en el Juvenil) pero fue Peña quien se quedó y él se marchó. Tras una lesión de rodilla, sus mejores temporadas y sus mejores goles llegaron de la mano de Maturana, que le tenía una fe inmensa. Tras acabar la temporada 91/92, haber metido por segundo año consecutivo 14 goles y jugar con la selección española en Zorrilla se fue al Espanyol junto a Santi Cuesta, aunque ese verano Fonseca había sonado para el Madrid o el Barcelona. Dejó en la caja casi 200 millones de pesetas.
Allí volvió a tener lesiones y tras una operación de rodilla se fue media temporada al emergente Albacete. En verano de 1995 volvió a Valladolid justo cuando el club se debatía entre Primera y Segunda por la famosa liga de 22. Curiosamente el club, presidido entonces por Marcos Fernández, le puso sobre la mesa dos años de contrato y él dijo que solo quería uno. No se veía físicamente bien y no quería engañar al club de su vida. Colgó las botas al finalizar aquella temporada, con 30 años, por no complicar su futuro como ciudadano de a pie porque «las cornadas» que él dice le podían dejar secuelas.
Su último gol con la blanquivioleta se lo hizo a la Real Sociedad el 8 de octubre del 95, a pase del hondureño Guevara. Tras dejar el fútbol se fue a vivir a Málaga, de donde era su mujer, que ya falleció. Allí se ve de vez en cuando con Ricardo Albis, recordando viejos tiempos.
Dice que a golear se aprende y sigue al Pucela con pasión. De hecho dice que actualmente es el único fútbol que ve.

Entrenador y asesor

Tras retirarse hizo los dos primeros niveles del curso de entrenador estuvo fugazmente en las categorías inferiores del Málaga para pasar después a trabajar en una asesoría de futbolistas aunque por el camino ha sido segundo entrenador de equipos andaluces en Segunda B y Tercera y del Farense, en Portugal.
De aquella plantilla de la Copa de la Liga recuerda que los veía a todos como gigantes, entre otras cosas porque él era «un pipiolo». De hecho decidió irse cedido al Málaga al año siguiente porque veía imposible competir el puesto con gente como Da Silva, por ejemplo. Sobre el actual Pucela destaca su condición de equipo ascensor. «Para mi subir de Segunda a Primera es mucho más complicado que mantenerte en la máxima categoría, que es donde debe estar el Pucela». Cuando le cuento que ahora van 20.000 al campo se emociona porque Valladolid y el Real Valladolid le siguen tirando aunque dice que difícilmente se moverá ya de Málaga.

Tercero por la derecha, de pie. En su segunda etapa de blanquivioleta y poco antes de su retirada, con apenas 30 años. La imagen de la izquierda es actual

Aracil, añoranza oculta de Pucela

A la izquierda, con el azulgrana Rojo en Zorrilla. Sobre estás líneas, una imagen enviada por Aracil tras la entrevista

José Anselmo Moreno

Tal vez un periodista no deba dar cuenta de las dificultades de su trabajo, que a nadie le importan, pero esta vez viene a cuento. Hallar el teléfono de Miguel Aracil fue tarea de investigación porque nadie de los veteranos tenía su contacto aunque todos decían que si lo localizaba le mandara un abrazo. Redondo me pasó un número que ya no existía y, como hay cosas que empiezan cerca del final, cuando esta serie de entrevistas estaba casi cerrada volví al principio del todo: a la lista donde Aracil figuraba el primero, por el orden alfabético. Llamando a escuelas de fútbol de Alicante, donde me decían que estaba, apareció por fin el lateral derecho de aquella final de la Copa de la Liga y la sorpresa es que, con todas las dificultades y pensando que tenía su etapa en Pucela poco menos que olvidada, su foto de perfil de whastapp es una con la camiseta del Real Valladolid, pese a estar desconectado de sus excompañeros a los que dice que añora aunque «lamentablemente» haya perdido el contacto.


Ahí sale el nombre de Eusebio, su compañero de habitación en Pucela o Moré, su pareja de mus. También Minguela, que pregunta mucho por él, según le transmitió Juan Ignacio Martínez o Jorge, de quien recuerda que les hacía diabluras cada que vez el Hércules venía a Zorrilla. Gail y su liderazgo o incluso el Pato Yáñez, que hizo de anfitrión en Chile para una sobrina suya y así la gran mayoría de aquella plantilla, con cuyo repaso se atisba en Miguel Aracil un punto de emoción.
«Pasé dos años y medio maravillosos allí y cualquier cosa que me pidan desde Pucela aquí me tienen. cierro los ojos y todavía me emociono», dice al hacer ese repaso de nombres e historias.


Comienza precisando que para él Valladolid es muy especial aunque se le asocie más al Hércules. «En aquella plantilla éramos todos muy buenos amigos y nos llevábamos muy bien, guardo un recuerdo extraordinario de aquello, aunque cada uno tiene su vida y parece que uno no se acuerda, pero sí».
Todo culminó con la noche de la Copa de la Liga, con el estadio lleno, algo que califica de «espectacular e inolvidable» o el primer partido en Europa, que también jugó. Salvo una lesión de ligamentos en la rodilla que se produjo en San Sebastián afirma que todo en Pucela fue bueno para él y su familia.
«Se portaron en Valladolid muy bien, era gente seria y cumplidora conmigo y con todos. Yo me fui para allá porque el Hércules estaba atravesando problemas económicos graves y allí Gonzalo Alonso dirigía muy bien el club, te discutía todo pero te pagaba hasta la última peseta».


Aracil era titular indiscutible hasta la llegada de Torrecilla y de Juan Carlos, que dice que eran «jugadorazos» y se vio desde el principio. «Nos mirábamos unos a otros y nos lo decíamos el verano que apareció Cantatore y los dio paso al primer equipo».
Canterano del Hércules, Miguel Aracil Arnau (Alicante, 18-2-1957) debutó con el primer equipo en la temporada 75-76 en Primera. Entonces jugaba de mediocentro pero enseguida se acopló al lado derecho y se convirtió en un jugador muy importante de aquel Hércules considerado el mejor de la historia de la mano de Arsenio Iglesias como entrenador, aunque se acabó de consolidar con Benito Joanet, un técnico fundamental en su vida porque le ayudó en los malos momentos.

Aracil era el único alicantino titular de aquel equipo y llegó a ser internacional sub-21, además de ser convocado varias veces por la Selección Española para los Juegos Olímpicos de Moscú aunque solo jugó la clasificación y no fue a los Juegos, ya que hubo una queja de que en la lista, de la que formaba parte, había muchos profesionales y «nos dejaron fuera a Rubio y a mí para meter a algunos del Castilla», afirma.
Precisamente Juanjo Rubio estuvo presente en su punto álgido en Pucela, aquella final de la Copa de la Liga, porque Aracil hizo un partidazo marcando al que era extremo zurdo rapidísimo del Atlético y que estaba entonces en un momento de forma impresionante.
Con Joaquín, Maceda o Gordillo coincidió Aracil en las categorías inferiores de la selección y el Barcelona se interesó por su fichaje en sus mejores años pero no cuajó. Tras siete campañas con el Hércules en Primera no pudo evitar el descenso y en 1984, un jugador de los de antes (asociado a un único club) firmó por el Pucela para volver a jugar en la máxima categoría. Aquí estuvo dos temporadas y media que no se cansa decir que fueron «maravillosas».

La lesión

En 1985, ya con Cantatore en el banquillo, sufrió una lesión que le tuvo fuera de los terrenos de juego el tramo final de la temporada. Volvió al Hércules en 1986 pero en el primer partido de pretemporada en Xátiva se acabó de romper esa rodilla y se pasó la liga en blanco. Por esas cosas de la vida su último partido con la blanquivioleta había sido precisamente contra el Hércules, el 23 de febrero de 1986, entró por el Jorge «Mortero» Aravena en un 3-1 a favor de los vallisoletanos.
Volvió a los terrenos de juego en la campaña 87-88, y ya fue esta su última temporada como futbolista, en la que el Hércules descendió a Segunda B y se retiró. Tras dejar el fútbol (entonces dice que no se vivía de las rentas) trabajó durante años como gerente de una empresa familiar de su exmujer, un horno y panadería ubicada en el centro de Alicante, y después entró en el fútbol base y en la Fundación del Hércules para después pasar a formar parte de la academia de fútbol Acaet Spain, donde permanece.


El divorcio marcó un antes y un después en su vida porque tras ese trance asegura que se quedó un poco «en fuera de juego» pero le permitió volver a engancharse al fútbol. Se sacó el título de entrenador y sigue vinculado a las tareas de formación.
Volviendo al año de la Copa de la Liga insiste en que lamenta mucho haber perdido el contacto con sus compañeros porque le han contado tanto Samuel Llorca como Juan Ignacio Martínez que algunos preguntan por él. «Yo también me acuerdo de todos ellos, hace tiempo que no subo a Valladolid pero quiero que la gente sepa que me acuerdo mucho de Pucela». Dicho queda.

A la izquierda , en su etapa en Valladolid. Sobre estas líneas, mientras trabajó en el Hércules

Sánchez Valles, mejor con espinilleras

Javier Sánchez Valles en los 80 y en la actualidad.

José Anselmo Moreno

En Valladolid, y en tantos sitios, ya no quedan apenas kioscos, ni buzones, ni cabinas de teléfono ni tampoco nacen ya futbolistas como Javier Sánchez Valles. Tiempo ha, en el fondo sur, había un vecino de localidad que me decía, entre caladas a su inmenso puro, que la mujer del jugador del barrio de La Victoria probablemente tendría que cocinar con espinilleras. Y es que balón y jugador no solían entrar juntos por su banda, la izquierda. Lo de aguerrido le venía corto, aunque eso no le impide ser el máximo goleador como defensa del Real Valladolid: diez goles en 275 partidos. Es un dato que lleva muy a gala, así como el de ser el décimo jugador con más partidos en Primera de los nacidos en Valladolid. Los trofeos a la furia inundan su casa. Se marchó al Betis y solo una lesión pudo con él. Tenía solo 30 años cuando se retiró.


No jugó la final de la Copa de la Liga por sanción, por una entrada al «Tronquito» Magdaleno en Sevilla porque el jugador criado en el norte de Valladolid veía que a su equipo se le estaba yendo el partido de semifinales. Cómo sería aquella patada para que el defensa pucelano, que ha vivido estos años entre Miami y Sevilla, diga que aquella expulsión fue merecida. Cree recordar que le metieron cuatro partidos de sanción.

Sánchez Valles era muy echado «pa lante». Tanto que cuando aparecieron Torrecilla y Juan Carlos en el primer equipo y algunos compañeros se miraban temiendo por el puesto, él los tranquilizaba porque la palabra miedo no va con él. Eso sí, tuvo que reconvertirse a veces en defensa central aprovechando su brutal (y valiente) juego aéreo y añade que aquella plantilla era tan buena que pudo conseguir bastante más que el trofeo que levantó Pepe Moré. No lo considera suficiente.


El carácter y el nivel de exigencia de Sánchez Valles lo conocen bien en Sevilla, aunque uno de los jugadores más aguerridos y bravos de la historia del Pucela ni fuma ni bebe, lo mismo que cuando era futbolista, y dice que recuerda con mucha «alegría y tristeza a la vez» aquella final porque no pudo participar.
«A todo el mundo le gusta jugar una final pero a mí me expulsaron en semifinales. Veía que se nos iba el partido en Sevilla y quise parar aquella sangría con una entrada fuerte a Magdaleno, pero también sentí mucha alegría el día de la final al ver nuestro estadio como estaba y por ganar aquel trofeo, que aunque no esté en la foto es como si estuviera porque participé en casi todos los partidos», dice.

De Cristo Rey al Real Madrid


Sobre sus orígenes, afirma: «Nosotros no salimos de escuelas de fútbol, nosotros salimos del barrio y salimos de los colegios, a mí me fue a buscar el Real Madrid a Cristo Rey y estuve dos años en la cantera madridista. Allí aprendí mucho con Groso o Amancio de entrenadores».
Ramón Martínez le ofreció poder jugar en el primer equipo muy joven, pero al principio lo hizo con ficha amateur y porque el Real Madrid no lo quería soltar y no le daba la carta de libertad. Hasta que eso no sucediera la primera fichar profesional tenía que ser de madridista.


Cuenta que decidió volverse a Pucela básicamente por amor. «Yo tenía mi novia en Valladolid, la que hoy es mi mujer, y creía que iba a perder algo importante en mi vida, entonces me fui para Valladolid después de un partido contra este Athletic, me marché y en el Madrid ya no me volvieron a ver más el pelo».


Volviendo a la Copa de la Liga, no puede ocultar la rabia de no haber jugado la final porque expulsiones no había tenido muchas en su carrera, «con la cantidad de cera que dábamos en aquella defensa del Valladolid, menudos cuatro éramos», ironiza Sánchez Valles y con toda la razón.
Luego llevó su coraje y su audacia al Betis y, en este contexto, asegura: «La gente valora esa entrega que yo tenía. Aquí en Sevilla me tienen un cariño terrible y yo creo que es por eso que han marchado tan bien mis negocios, pero yo hice entonces lo único que sabía hacer y era ser honrado y defender la camiseta que me pagaba, a tope siempre, aquí y en Valladolid».


Fue capitán del Real Valladolid con 24 años y a día de soy sigue, sufre y disfruta los partidos del equipo desde Sevilla. Allí los negocios funcionaron con el apoyo de la familia, que ahora los lleva. Ha llegado a tener varias cafeterías y bares de noche, hasta cinco a la vez, que en algún caso atendían sus cuñados.


Vivió también varios años en Miami, pero cuenta que los seguros allí no cubren las consecuencias de un huracán y eso le hizo plantearse las cosas tras una mala racha. «Tuvimos dos huracanes en un año y nos asustamos un poquito, decidimos vender porque temimos perderlo todo y nos vinimos para Sevilla».
Se compró una casa en la sierra, rodeada de un terreno con olivos y encinas, donde a sus 65 años intenta ya disfrutar de la vida. La pregunta de qué queda del jugador del barrio de La Victoria se responde sola: Javier Sánchez Valles no vive aquí, pero Pucela le corre por las venas.

Pucela y los hombres de negro

Arriba, Mauro Ravnic y Brutragueño coinciden en el área y a la izquierda, crónica de mi compañero Javier González (Norte de Castilla) sobre el penalti referido en el texto
Gol de Osasuna al Real Valladolid en el partido que se prolongó 17 minutos


José Anselmo Moreno

No quiero ser excesivamente llorón con los árbitros, nada es peor en fútbol que justificarse en la labor de los árbitros para esconder las carencias propias, pero este «personaje» (antiguamente de negro) tenía que tener su capítulo en este libro aunque, por deseo propio, será el más corto. He de admitir que este episodio no estaba previsto pero es que buceando en la historia del club, leyendo crónicas de partidos, te das cuenta de que nuestra afición ha sufrido también, y mucho, con los arbitrajes. También los hay buenos pero nuestro Pucela, mucha suerte no ha tenido con los trencillas, al menos en líneas generales.

Hay cosas surrealistas que, probablemente, sólo le han pasado al Real Valladolid. Corría un caluroso mes de abril de 2013 y, durante un partido de Liga ante el Valencia en Mestalla, el árbitro señaló un saque de banda a favor de los vallisoletanos pero un jugador contrario sacó por su cuenta y riesgo, ignorando la decisión de un colegiado que dejó seguir la jugada. Eso, nunca visto en el fútbol, propició un contragolpe que acabó con un gol en contra en el tiempo añadido. El colegiado era Hernández Hernández, el protagonista del Valladolid fue Mikel Balenziaga, que demoró el saque, y el valencianista Rami se puso la indumentaria de «pillo» ese día para coger el balón y sacar. No se recuerda nada igual, ni siquiera el reglamento contempla semejante situación. Por fortuna, aquel partido no fue decisivo para un descenso aunque pasó a la historia como «el minutazo», ya que el Real Valladolid pidió que se repitiera ese último minuto de partido y sacando el equipo que debía sacar, no el primero que pasó por allí.

Otro «suceso» muy recordado fue el penalti que Díaz Vega le pitó a Mauro Ravnic tras sacar limpiamente el balón de los pies de Emilio Butragueño o aquel partido de semifinales ante el Valencia donde Soriano Aladrén no pitó un penalti a Hipólito Rincón y, con ello, impidió el pase a la final. Hay muchos para recordar en este contexto arbitral.

UNAS POCAS HISTORIAS

En realidad este será el capítulo más corto del libro, ya que solo recordaré unas pocas historias, pero podría ser el más largo. Insisto en que hay mucho que contar, incluso hasta en la historia más reciente. Así por ejemplo, el Valladolid ha sido «banco de pruebas» con el vídeo arbitraje en el año que se creó. Hubo jugadas insólitas que el VAr corrigió en contra del Pucela, fueras de juego posicionales o manos que otras veces no se pitaban, pero eso está en la memoria más reciente de todos. Si nos vamos tiempos pretéritos (1977) nos encontramos con un partido ante Osasuna en El Sadar en el que el árbitro (Barbosa Álvarez) prolongó 17 minutos el tiempo reglamentado, hasta que el equipo local marcó. Fue el partido en que le tiraron una botella de coñac a Manolo Llacer desde la grada, golpeó en el larguero y lo único que le dijo al árbitro fue: «deje al menos que quite los cristales del suelo antes de seguir». Era otro fútbol.

Yo también recuerdo especialmente un arbitraje de Álvarez Margüenda en un Real Valladolid-Real Madrid de 1982, el día que debutó Pato Yáñez. Señaló una falta escandalosa, que claramente no fue, y que Stielike transformó en un 2-2 ya en el último minuto. Además, favoreció al Madrid durante todo el encuentro de un modo especialmente sibilino. No era la primera vez, pero sí la que más me enfureció personalmente. Otro arbitraje curioso ante el Madrid fue en la temporada 87/88, en el último partido en el que el Madrid se proclamaba campeón de liga y se homenajeaba a Carlos Santillana. Se anuló un gol en el último minuto para el empate a dos al Valladolid tras un remate de cabeza en el que Fonseca (que ese día metió un golazo) fue empujado por un compañero. El árbitro, sin embargo, vio empujón del futbolista del Pucela a un defensa madridista y la fiesta final no quedó deslucida.

Un año antes Zorrilla se había levantado en armas en uno de los mayores escándalos que yo recuerdo. Fue un 8 de febrero de 1987 y el desaguisado estuvo protagonizado por el colegiado onubense Abilio Caetano Bueno, que dirigió el Real Valladolid 0-Mallorca 1, en el que expulsó por motivos en algún caso incomprensibles a tres jugadores locales (Victor Porras, Manolo Hierro y Quique Moreno). El Valladolid, con ocho jugadores, encajó al final un gol de Hassan.

Al final del partido se coló un tipo por el túnel de vestuarios y le dio con una amohadilla en la cabeza al colegiado. El aficionado en cuestión había sido político y la cosa dio para ríos de tinta. La bronca del público fue de cuerpo a tierra ese día, de las pocas veces que yo he visto Zorrilla opositando a una «clausura».

Otro colegiado memorable en el aspecto negativo fue uno de los «responsables» de que el Real Valladolid no ascendiera a Primera en la extraordinaria temporada 1978-79. Se trata de Pínter Pastor. A mi me pilló aquello con 13 años y, tal vez, tenga el recuerdo algo distorsionado. Lo que yo recuerdo es un Valladolid-Betis de la penúltima jornada de liga de Segunda (10 de Junio de 1979) y un arbitraje infame para un día de primavera radiante y pleno de ilusión en Pucela. Me había dado mucha prisa en comer, como todo Valladolid solo que yo celebraba la comunión de mi hermano en el restaurante Los Álamos. Tanta prisa como el camarero que nos servía. De hecho, él me llevo al partido en su coche y llegamos por los pelos.

El mencionado Pínter Pastor anuló ese día un gol claramente legal a Toño y no pitó un penalti sobre Juanjo Estella (ambas cosas las he hablado con los protagonista). El público despidió al árbitro con una pañolada espectacular y gritos de «arbitrucho, arbitrucho» y «tío pelele», que eran expresiones muy de Valladolid. Aquel partido acabó con victoria (1-0) pero se necesitaban dos goles de ventaja porque el golaverage particular estaba empatado y el general beneficiaba al Betis que, finalmente, acabó subiendo, En la ultima jornada necesitaba el Valladolid marcar siete goles en Ferrol y solo ganó por 0-1.

Hemos hablado de enfados del público, pero probablemente el día que mas enfurecidos he visto a los jugadores del Valladolid «comiéndose» prácticamente al árbitro fue en el referido penalti pitado por Díaz Vega a Mauro Ravnic. El trencilla pasó del área al medio campo esquivando jugadores del Pucela y eso que Minguela pretendía poner calma. Al final, expulsó a Pepe Lemos por llamarle loco. Ese día de octubre de 1988 sucedió algo impensable en estos tiempos: los periodistas pudimos hablar tras el partido, sin ningún problema, con Díaz Vega, con Mauro Ravnic, con Pérez Herrán y hasta con Butragueño, a quien metí la grabadora en un ojo sin querer, obviamente. El último arbitraje «perpetrado» injustamente contra el Pucela fue el de Jaime Latre en el Camp Nou, con un penalti a favor no pitado y una expulsión que no era. El equipo perdió 1-0 en el minuto 90. Otro nombre que se suma a Caetano Bueno, Díaz Vega, Soriano Aladrén o Hernández Hernández, entre otros.

Con todos estos errores, no es que uno quiera estigmatizar la figura del árbitro porque entiendo que es tarea complicada, más aún sin las ayudas tecnológicas de ahora (ayuda que si tuvo Latre, por ejemplo). No hay animadversión alguna contra ellos. Nada más lejos de la realidad. Tengo varios amigos árbitros, pero en este capítulo se habla de días en que los colegiados no estuvieron especialmente inspirados o perjudicaron gravemente al Valladolid. Sólo eso. Y no es que, para acabar, quiera de algún modo edulcorar este capítulo, pero tengo para mi la reflexión de un compañero y amigo de Efe en Pamplona, fallecido recientemente, y que era hijo de un famoso colegiado de los setenta, Fermín Zariquiegi. Un día me llamó para contarme que había un tipo con una camiseta del Pucela corriendo los sanfermines y acabamos hablando de árbitros. Me dijo que su padre se tiraba noches sin dormir cuando había cometido un error. Con ello solo quiero reflejar que cuando hay una equivocación sufren todas las partes, aunque aquí solamente se hayan reflejado errores contra nuestro Pucela y sus propios sufridores.

TAMBIÉN A FAVOR

A cambio, por poner un contrapunto, hay que recordar por ejemplo a Carmona Méndez y a Japón Sevilla. Ambos dirigieron, respectivamente, aquel partido de vuelta en el ascenso de Palamós y el 3-8 al Oviedo, con cinco penaltis a favor del Valladolid en este caso. En Palamós nos pitaron un penalti del portero sobre Roberto Martínez que fue, cuando menos, dudoso y otro más sobre Caminero, un metro fuera del área. Ambos, transformados por el brasileño Iván Rocha, rubricaron un ascenso
En cuanto a Japón, fue el colegiado del famoso e irrepetible 3-8 al Oviedo y pitó cuatro penaltis a favor del Valladolid, algunos de ellos ciertamente de los que no se suelen pitar. Como todo en una feria, cada uno la cuenta según le va en ella, pero al menos he querido reflejar unas pocas historias y me resisto a seguir hablando de arbitrajes porque no es de lo más agradable del fútbol. Hay que admitir, no obstante, que han mejorado y empezando por un aspecto físico que poco (o nada) tiene que ver con aquellos árbitros barrigudos que pitaban a distancia. Por fortuna, todo eso ha cambiado notablemente y ahora hay colegiados que están tan en forma como los propios jugadores. Otra cosa son sus decisiones. La salsa del fútbol.

Captura de un momento que es historia del fútbol, el germen del memorable «minutazo»

Jaime Mata, agitador de las redes

Celebrando uno de los dos goles en el El Molinón de Gijón
Agitando las redes
Haciendo un control en un partido ante el Rayo
Foto con la afición tras uno de los partidos de la promoción de ascenso

José Anselmo Moreno

Es un re-Mata-dor madrileño pero, de algun modo, siempre será uno de los nuestros desde aquella temporada en que agitó las redes tantas veces que las rompió. No las redes pero sí las estadísticas. Cuando hablamos de redes, no hablamos de redes sociales sino de las otras. Jaime Mata se metía casi siempre en la portería para agitar la red después de marcar un gol y así fueron hasta 36 dianas en el ejercicio 17/18, superando los 28 goles en una temporada regular de Javi Guerra, hasta entonces máximo goleador profesional del equipo en una sola campaña, la 2010/11.

Ese logro son palabras mayores en un club en el que han militado delanteros como Jorge «Polilla» da Silva, Goyo Fonseca, Víctor Fernández, Alen Peternac, el que fue nueve de España, Diego Costa, o jugadores míticos como Gerardo Coque y Emilio Morollón. Fue el propio Mata quien eligió aparecer en esta relación. Le hacía ilusión estar en un libro del Pucela. Antes de trazar su perfil se lo consulté porque al ser un jugador en activo en otro club me vi en la obligación plantearlo antes, pero no hubo problema para empezar a dibujar su semblanza.

Ya dijo cuando se fue: «Valladolid se ha vuelto muy mía». Y seguía viniendo antes de la pandemia, de hecho. También Mata se volvió muy de Valladolid. Le costó llorar al marcharse pero le decían: «Coño, que estás aquí al lado. No te vas a China». Aquella «piña» del último ascenso aún mantiene su grupo de whatsapp, aunque cada uno esté en una punta de España. Aquí le quedan a Mata amigos como Óscar Plano, Kiko Olivas, Nacho…

«La fuerza de la unión» fue su tweet fijado la última temporada en Pucela sobre una foto haciendo esa piña con sus compañeros. Si dos cosas caracterizaron a Mata aquí fueron su espíritu de equipo y su poca predisposición a darse importancia. No solo marcó goles, también regaló asistencias. «La verdad es que yo nunca pensé que fuera a hacer los números que hice ese año, con el paso del tiempo se valora aún más, ser el mejor goleador de una temporada para un club como el Real Valladolid me hace sentir orgulloso», asegura el futbolista.

«Aquello fue mágico e irrepetible. Aún recuerdo los recibimientos al equipo al llegar al estadio Zorrilla o incluso en los desplazamientos, cuando salíamos del hotel. Afición y equipo nos unimos muchísimo, pero yo ni siquiera pude dirigirme a los aficionados en la celebración. Fue una emoción no fingida, lo pasé bastante mal al marcharme», evoca el jugador.

Fue curiosa y llamativa la evolución en Pucela de Jaime Mata. Paco Herrera le situaba como extremo izquierdo en su primera temporada aquí, en la que falló oportunidades de todos los colores y solamente consiguió anotar cinco goles. Se entregaba, sobre todo, a la tarea de defender a su lateral. Cosas de esos entrenadores que, a veces, tienden a hacer ver el fútbol más difícil de lo que es o a enredar lo que resulta elemental. Aquel año estaban De Tomás, Jose Arnaiz, Juan Villar, Mata, Jordán… Bueno pues nos fuimos a por Ortuño porque al equipo le faltaba gol. Es el tiempo el que casi siempre hace ver las situaciones con mejor perspectiva y hace caer las cosas con el peso de lo evidente. Por algunos de aquellos jugadores se pagaron traspasos millonarios, dos ya han sido internacionales y otro puede serlo pronto (Joan Jordán). Por cierto, Jaime Mata se fue de aquí y seguía metiendo goles «para el Pucela», concretamente a todos los rivales que peleaban por la permanencia con el equipo vallisoletano en la temporada 18/19 aunque él ya no se acercó, ni de lejos, a las cifras del año del ascenso.

NUNCA TANTOS

Hasta su última campaña en Valladolid, el máximo registro de la carrera de Mata había sido en el Lleida, militando en Segunda División B. Entonces fueron solo quince goles, porque Mata no parecía un jugador llamado a las cifras que manejó la temporada del inolvidable ascenso en la que, paradójicamente, comenzó de suplente en el primer partido de Liga ante el Barcelona B. Esta vez la decisión fue de Luis César. Aquel día Iban Salvador fue el ariete titular.

Tras aquel partido saliendo desde el banquillo, Jaime Mata fue el jugador de campo que más minutos jugó esa temporada pero recuerda que el cansancio no pesaba porque el aspecto físico va mucho con la cabeza. «Cuando los balones entran las piernas siempre van».

Amante de la familia, de los paseos y de la vida tranquila, Mata tenía a la afición vallisoletana «en el bolsillo» porque no solamente fueron los goles sino que luchaba por cada balón como si le fuera la vida en ello. Y eso, con un contrato ya firmado por otro equipo. Igual que en algunos casos otros jugadores que terminaban relación contractual en Pucela levantaban el pie del acelerador, Mata lo pisaba incluso más camino de un ascenso que, en buena parte, llevó su nombre. Desde luego, no hubiera sido posible sin su contribución porque aquel año remataba hasta un frigorífico. La temporada, de hecho, acabó con un gol suyo en el último segundo de la final de la promoción.

Su profesionalidad nunca se cuestionó. Ni su compañerismo. Un detalle: siendo el máximo goleador de la categoría, dejó tirar varios penaltis a sus compañeros, pese a ser él un gran especialista, y era después el primero en correr a celebrar el gol. Esto sucede cuando la persona va por delante del futbolista. Y no es muy común porque un goleador tiende al egoísmo. Al fin y al cabo vive de las cifras. De sus cifras.

Jaime Mata Arnaiz (Madrid, 24 de octubre de 1988) sigue siendo el mismo que empezó su carrera deportiva de adolescente en Tres Cantos, en las categorías inferiores del Pegaso. En el año de su nacimiento (1988) el club vallisoletano afrontaba una de las temporadas más exitosas de su historia, en la que acabó jugando la final de la Copa del Rey. Desde el Pegaso fichó por el Rayo Vallecano, donde solo llegó a jugar con su filial en 2011 para pasar posteriormente al Lleida, donde marcó 31 goles en dos campañas. Su primera gran eclosión le llegó tras fichar por el Girona en Segunda División y la última, y definitiva, la de los 36 goles. Un despertar tan tardío como atronador. Todo sucedió en Pucela, de ahí la relación de pertenencia que aún no se ha roto.

Por cierto, que poco antes de irse de Valladolid fue padre de un pucelano que nació al lado del Campo Grande. Así pues, tiene múltiples razones para sentirse un poco de aquí. También su mujer. Aquel grupo de amigos, que empezaron formando las parejas de Deivid, Antoñito y Mata depararon un ascenso con unos números brutales en los últimos partidos. El ambiente que propiciaban aquellos jugadores, que estaban juntos fuera del fútbol sin tener ninguna obligación, fue una de las claves. Después llegó Ronaldo Nazario y el saneamiento económico. Desde entonces ha habido picos y valles, y hasta un descenso, pero no hay quien nos quite aquellos dos meses de 2018. A veces parece un sueño lejano. Todo fue perfecto. Eso queda ahí. Y ya es para siempre.

Celebrando con la afición el gol número 33
Tras otro tanto suyo, junto a Toni Martínez

López y la «foto robada»

En la temporada 85/86 y en la actualidad

José Anselmo Moreno

Sobrecoge escuchar a Jesús Ángel López que la foto de la final de la Copa de la Liga le parece a veces «una foto robada», por estar él ahí. Considera que era Minguela el que tenía que estar en esta foto y se lo ha dicho muchas veces. Dice mucho en su favor, López habla como si su presencia ahí, en una de las imágenes más representativas de la historia del club, fuera un errata en el argumento.
Afirma que es un recuerdo inolvidable porque estaba haciendo ese año el servicio militar y estaba en el Promesas, así que verse en esa foto aún le conmueve aunque insiste: «me parece como que estoy allí quitándole el sitio a otro, que se lo merecía más que yo. Simplemente yo tuve la fortuna de estar ahí».
Recuerda que jugó las semifinales y Redondo le puso a jugar la final de interior derecho, aunque él era un jugador ofensivo. Jugaba de delantero en el Valladolid Promesas y después actuó de medio centro, interior, lateral de ambos lados y dice que Cantatore lo quería reconvertir a defensa central.

De Tercera a la final

De jugar en campos de tierra en Tercera a tener el único título de la historia del club como protagonista. Tremenda experiencia la suya. Asegura que el día de la final estaba muy nervioso y que le impresionó la salida al campo lleno de papelitos, como si fuera el Mundial de Argentina, pero que echó el resto y lo dio todo.
«Yo creo que en aquellos años me faltó soltarme un poco más porque tenía miedo a no hacerlo bien», lamenta ya con el paso del tiempo y la perspectiva de los años.
Recuerda que se lo decía Eusebio, compañero suyo de habitación antes de jugar un partido en el Bernabéu. «Me decía que estuviera tranquilo, que me soltara, que el Madrid te deja jugar y que no eran como los de Tercera, que daban muchas patadas».
Evoca que en aquella Tercera División de campos de tierra, en algunos casos, había que sacar a veces de banda medio metro dentro del campo o te daban un paraguazo.
Tras jugar varias temporadas en Pucela se fue al Granada pero no cobraba y después se machó al Xerez. Allí estuvo dos temporadas y, de hecho, tiene una hija jerezana.
Volvió a Palencia y se retiró joven para ayudar su hermano en un negocio común, una imprenta. Se dedica a ello todavía, aunque ahora trabaja a media jornada y, a los 60 años, se está apartando poco a poco de la primera línea.
Reconoce que nunca dejó de vivir en Palencia cuando estaba en el Real Valladolid. Iba y venía todos los días. «Estaba donde mis padres y el club me dejó vivir en mi casa aunque muchas veces cogía el tren por miedo a tener un percance con el coche y llegar tarde a los entrenamientos».
Para acabar, recuerda que no se celebró nada aquel título, que se fueron cada uno para su casa, aunque sí asegura que había alguna botella de cava en el vestuario.

Promesa palentina

López prometía más de lo que luego deparó su carrera. Había debutado como juvenil (17 años) en aquel Palencia que estuvo a punto de subir a Primera División a comienzos de los 80. Nunca tuvo una demarcación concreta, jugaba en todas partes y hubo un entrenador que le dijo que había visto a muy pocos jugadores con tantas cualidades a la vez. López no era un diez en nada, aunque iba muy bien de cabeza, por ejemplo, pero era un aprobado en casi todo.
Guarda la camiseta de la final como oro en paño, y dice que no tiene muchas más en su colección. A los sumo dos. Afirma que esa blanquivioleta fue la más bonita que vistió nunca. Eso lo dicen muchos jugadores. No es novedad.

Lozano, el colombiano que jugaba silbando

A la izquierda, Harold durante su primer año en el Valladolid. Arriba, una imagen reciente
Con un excompañero en el Valladolid y amigo, el brasileño Julio César Correa

José Anselmo Moreno

John Harold Lozano era uno de los jugadores que más y mejor hacían vestuario. Con una actitud ante la vida siempre optimista y alegre, era el bromista contumaz e impenitente, el amigo de todos. Hasta intentó enseñar a bailar la cumbia a algún compañero, sin mucho éxito. Nunca perdió el humor pese a que una lesión en el cartílago de su rodilla derecha le amargó sus últimos años de carrera.
Hasta finales de 2019 fue el director deportivo del América de Calí y ahora tiene una empresa de representación de futbolistas, pero en los últimos tiempos ha venido muchísimo por Valladolid y, de hecho, aquí me lo encontré un día. En Cali se dedica a su empresa de representación, además de dirigir su propia escuela de fútbol, al estilo de su amigo Juanma Peña.

Harold tenía un bagaje notable cuando llegó al Real Valladolid en el verano de 1996. Ya había estado en la selección colombiana del Mundial de Estados Unidos, con la particular historia que tuvo aquello para el combinado cafetero. En Pucela estuvo primero a las órdenes de Cantatore y después Kresic, Ferraro, Moré… pero dice que el entrenador que, además de Cantatore, más le marcó en su etapa en España fue Gregorio Manzano, quien le dirigió en Valladolid durante la temporada 1999/2000 y que se lo llevó después al Mallorca, donde completó una campaña extraordinaria y jugó más que nunca, pese a que su rodilla ya daba síntomas de fatiga. De hecho, firmó entonces un contrato condicionado a su lesión, ante las dudas razonables de los médicos. «Manzano me daba mucha confianza en el campo», recuerda.

Además de para Manzano, Harold también tiene palabras para Vicente Cantatore, quien le previno de que el fútbol en Europa es más rápido y que tenía que soltar antes el balón. «Él era un entrenador que nos tenía a todos enchufados, era un gran psicólogo, hasta nos dejaba salir de fiesta los jueves pero ya sabía que el domingo nos mataríamos a correr por él en el campo».
Lozano, independientemente del entrenador que dirigiera sus pasos, era un futbolista muy fiable y que siempre daba un mínimo de ocho en clave de rendimiento. Al margen de la rodilla, no tuvo muchos percances físicos y sigue siendo, a día de hoy, el segundo colombiano con más partidos en Primera División, solo por detrás de Luis Amaranto Perea.

EL FAMOSO SILBIDO

Memorable es la anécdota más conocida de Harold, cuando decidió imitar el sonido del silbato del árbitro en el Bernabéu, lo que permitió que el Real Valladolid marcara un gol ante una zaga madridista que se quedó parada, pensando que se había pitado falta sobre Javi Torres. Tote siguió la jugada y sirvió el gol en bandeja a Fernando para el empate a uno. Fue a los seis minutos de un partido que se jugó un 29 de septiembre de 2001. Aquello dio para mucho porque, además, varios jugadores madridistas fueron amonestados al reclamar al árbitro una jugada surrealista en la que se habían parado al escuchar un silbato. Los compañeros de Harold no tenían dudas, siguieron la jugada porque sabían perfectamente de las habilidades del colombiano, que ya lo hacía en los entrenamientos para enfado de quien los dirigía, fundamentalmente Pepe Moré.

Zidane había marcado un minuto antes pero, tras el saque de centro, aquel pitido desconcertó a los jugadores del Madrid y el referido Fernando Fernández, cedido entonces por el Real Madrid, marcó casi a puerta vacía. Tras señalar el centro del campo, Téllez Sánchez, el árbitro de aquel partido, aseguró a todos que él no había pitado nada y se montó el lío. Fue lo más mediático de aquella semana en la prensa madrileña. Mientras las protestas de los futbolistas locales se sucedían, había un jugador sobre el campo que sonreía con cierto disimulo y que esa misma semana declaraba en rueda de prensa: «Que busquen a quien silbó, porque yo en ningún momento hice eso. Yo sólo silbo en el baño. Ojalá supiera silbar así». Todo ello, obviamente, por evitar una sanción que ya ha prescrito hace mucho tiempo.

El caso es que ese partido finalizó con el resultado de 2-2, lo cual empeoró bastante las cosas. Harold solamente reconoció aquello con el paso de los años y hasta cuenta ahora una anécdota muy curiosa. El guardameta César Sánchez fue a abrazarle a él tras el gol de Fernando y le dijo: «Vete de aquí, huevón, que me vas a delatar».

Todo esto se amplificó porque al final del partido el mexicano Cuahtemoc Blanco marcó un golazo a Iker Casillas y eso suponía la igualada y la sorpresa. Ahí viene otra intrahistoria de aquel partido. En aquellos tiempos la plantilla jugaba una quiniela, rellenada por jugadores y personal auxiliar, y apostaron a un 1 en ese partido. Pues bien, no ganaron muchísimo dinero por ese gol del «Cuate», que impidió cobrar un Pleno al 15, que se confirmó con el partido del lunes, el último de la jornada. Sin embargo, todos dieron aquel gol del mexicano al final del partido por bien empleado. Blanco no estuvo mucho tiempo en Pucela pero dio para muchas historias. Lozano, por ejemplo, recuerda del delantero mexicano esa vez en que casi se ahoga en una piscina. Le mandaron meterse en el agua para recuperarse de una lesión y él se tiró aunque no sabía nadar. «Yo no sé nadar, pero si me dicen que me tire yo me tiro». Fue tal cual.

TRAYECTORIA ITINERANTE

John Harold Lozano Prado nació en la tropical Cali un 30 de Marzo de 1972. Debutó profesionalmente en la temporada 91-92 precisamente con el América de Cali y en la temporada 94-95 fichó por el Palmeiras. Allí no tuvo éxito, su fútbol no era para Brasil y, tras esa única temporada, pasó al América de México y donde llamó la atención del Real Valladolid.

Aquí estuvo siete temporadas a un nivel notable, desde la temporada 96-97 hasta la 2001-02. Cuando parecía en su declive se fue al Real Mallorca, donde en su única temporada allí, ganó una Copa del Rey. Al de Cali le tocó la misión de sustituir en Mallorca a Vicente Engonga y su rendimiento fue brutal. Titular indiscutible, su modo de cubrir los espacios le permitió a Manzano jugar con un rombo en medio campo, con Lozano como único medio centro, con Álvaro Novo por la derecha y Albert Riera por la izquierda, Ibagaza en la media punta, y Pandiani y Eto’o como delanteros. Es curioso, porque aquí en Pucela casi siempre jugó con alguien al lado, Eusebio, Vizcaíno, Richetti, Gutiérrez, Turiel, Caminero o Edu Manga.

De España pasó al Pachuca mexicano, donde tras ganar un campeonato de apertura se retiró del fútbol profesional al finalizar esa temporada. Con la selección colombiana jugó un total de 48 partidos y participó en dos mundiales, el referido de Estados Unidos 94 y el de Francia 98, También estuvo en los Juegos Olímpicos de Barcelona.

HIPERACTIVIDAD TRAS RETIRARSE

Cuenta que tras retirarse a finales de 2004, pasó por el mundo de la política y participó en un reality de su país, también fue comentarista y, como está dicho, actualmente tiene su propia escuela de fútbol pero Pucela sigue pesando en su pasado y en su presente.
«De todos los equipos en los que estuve para mi Valladolid ha sido el más especial, por todo lo que viví y por el compañerismo o el cariño de la gente. Aún hoy me para la gente por la calle para decirme que se acuerdan de mí», subraya el jugador que fue presentado ante solo tres periodistas en Pucela durante el mes de julio de 1996. Fue en el hotel Felipe IV tras llegar a Valladolid de la mano del mismo representante que trajo después a Julio César y a Edu Manga: José Rubulotta.
Recuerda Lozano que cuando llegó a Pucela los primeros meses fueron muy duros: «el frío me mataba, pero aguanté y al final, hasta me acostumbré y todo». Tiene raíces en Pucela porque su hizo Nicolás nació en Valladolid. En total, jugó 105 partidos con la camiseta del Real Valladolid en Primera División (más 10 en Copa y 1 en la UEFA) e hizo tres goles. Entre esos partidos está el de la recordada alineación indebida ante el Betis en Zorrilla.

Más tarde llegó su relatada historia en Mallorca adonde llegó ante la insistencia de Gregorio Manzano y, aunque no pasó el reconocimiento médico, la apuesta del técnico jienense salió bien. Lozano jugo más que nunca, y como el contrato estaba condicionado a su lesión de rodilla lo cobró entero y, además, una suculenta prima por ganar la Copa del Rey. De Mallorca se fue al referido Pachuca, para echar allí el telón a su carrera deportiva.

Recientemente estuvo varios meses en Valladolid, aquí se dio un baño de nostalgia y comprobó que el cariño por los amigos que mantiene en Pucela es mutuo. Se pasaba por los entrenamientos y su presencia era todo un acontecimiento. En el club aún quedan Alberto Marcos, Paco Santamaría, Javi Torres, Alberto López Moreno y muchos más de una época en la que el Valladolid se mantenía con solvencia en Primera. Lozano compensó de algún modo aquella temporada en que la llegada de varios compatriotas acabó en un doloroso descenso. Él ni siquiera conoció en Pucela el riesgo o la zozobra de los últimos puestos salvo en la campaña 2000/01 en la que apenas pudo jugar por su lesión. Harold, en plena forma, contribuyó a una gran estabilidad del equipo entre los grandes, algo que ya no volvió a darse durante tanto tiempo. Fue el último gran Pucela y allí estaba «El negro», como le llamaban y le llaman algunos excompañeros. Como dice Chema, era una roca y… chocar contra él durante los entrenamientos no era muy recomendable. Seguramente alguno de los que salieron despedidos tras un encontronazo con Harold echen de menos su buen humor y su actitud ante la vida. Su peremne sonrisa (y sus silbidos) no se olvidan.

Lozano en una alineación del Valladolid que ganó en el Camp Nou
Con Eusebio en su última visita a Pucela

Chema, el valor del esfuerzo

Durante la temporada 99/2000 y en la actualidad
De izquierda a derecha: César, Peña, Caminero, Santamaría, Julio César, Turiel, Víctor, Peternac, Torres Gómez, Marcos y Chema

José Anselmo Moreno

No es ciencia ficción, hubo un tiempo en que los periodistas podíamos llamar directamente a los jugadores, hasta a su teléfono de casa. Todo era más fácil, más directo y más cercano. En ese registro, el de la cercanía, Chema era de los que siempre atendía con un talante admirable. Aunque estuviera durmiendo la siesta o viendo su serie favorita. Buenas parrafadas echábamos en esos tiempos en que las relaciones prensa-jugadores eran bien distintas. Mucho antes de que los clubes, todos o casi todos, se transformaran en una especie de búnker.

Y admito que Chema era uno de mis “sobrinillos”. No sé si es que los futbolistas corajudos y que se dejan la piel me interesan especialmente porque era a lo más que yo podía aspirar con un balón. Sin embargo, José Manuel Jiménez Sancho (Pamplona, 09-05-1976) no era solamente pundonor. Esto es solo un resumen de su capítulo pero, por poner algún ejemplo, yo le vi meter golazos desde fuera del área, como uno de volea al Mallorca y otro al Athletic Club, o dar pases plenos de talento, como el que le metió a Fernando Sales en Riazor en un gol decisivo para la permanencia aquella temporada 2000/2001. Ese día, Moré revolucionó el once, cambió a Bizarri por Ricardo, recuperó a Kaviedes y situó a Chema en la media punta. Difícilmente un carrilero puede jugar de media punta, pero Chema jugaba de todo. En Valladolid jugó hasta de lateral izquierdo o en el doble pivote defensivo.

Se formó en la cantera de Osasuna y allí llegó hasta el equipo juvenil para firmar después por el Tudelano. Desde ahí dio el salto al Atlético de Madrid B, donde militó durante dos temporadas. Recuerda de esa etapa allí un golazo desde medio campo al Real Madrid. Al comienzo de la campaña 1997-98 llegó a Valladolid, en principio como suplente de Quevedo. Fue el año en que el equipo participó en la UEFA, pero las cosas no empezaron bien, ni para Chema tampoco. Cantatore fue destituido y Sergio Kresic, tardó bastante en darle una oportunidad. En concreto hasta la octava jornada, por las lesiones de Torres Gómez y Juan Carlos Rodríguez. Jugó de lateral derecho en una línea de cinco. Su debut fue un 19 de octubre de 1997, en un partido con empate ante el Sporting de Gijón y gol de Julio César. A partir de entonces, Kresic confió en él y la afición siempre valoró su sacrificio en el campo. A veces llegó a partirse literalmente la cara.

TODOS CONTARON CON CHEMA

Como todos los de aquella generación, Chema destaca el buen ambiente del vestuario. En una conversación en la cafetería de los Campos Anexos junto a Marcos, Víctor y Turiel uno se les queda mirando y percibe que aquella unión de grupo dio mucho al club en momentos muy complicados. La importancia de un núcleo fuerte en el vestuario es evidente y los cuatro te lo hacen ver. Los entrenadores van y vienen, pero esos jugadores que tiran del carro y, además, son amigos tienen la virtud de aglutinar y contagiar al resto.

En total, fueron diez temporadas de Chema aquí y todos los técnicos contaron con él, Gregorio Manzano, Fernando Vázquez, Pancho Ferraro Pepe Moré y, de hecho, fue con Mendilibar cuando empezó a jugar menos. Tras cumplir contrato, firmó por la Cultural Leonesa donde acabó convirtiéndose en capitán. Más tarde se fue al Guijuelo de Jonathan Martín Carabias. Allí se rebeló como goleador y colgó las botas. Ahora vive entre Gujuelo y Valladolid. Se retiró en el 2013 en el Club Deportivo Guijuelo para coger las riendas de su dirección deportiva.

Actualmente lleva una empresa de mercadotecnia con productos ligados al fútbol, pero cuando le dijeron de venir a Pucela a entrenar a chavales se vino a toda pastilla. Sobre su Real Valladolid recuerda que era un equipo de currantes, no exento de músculo (Harold, Heinze y Julio César) y de calidad (Caminero, Víctor y Eusebio). Buena parte de aquellos compañeros siguen siendo una familia y quedan los jueves para cenar o jugar en las instalaciones de Isailovic. Eso era antes de que la maldita pandemia acabara con todo eso, “pero lo volveremos a hacer”, afirma convencido.

Cuando estaba en León o en Guijuelo seguía viendo al Pucela e iba al estadio todo lo que podía porque su hijo es un hincha incondicional del Real Valladolid. “Aquí en casa me toca ver todos los partidos porque me gusta seguirlo, y además mi hijo insiste bastante en ello porque es muy forofo desde bien pequeño”.

No sé si tanto como el progenitor. El padre dice ahora, cuando han pasado ya catorce años desde que vistió por última vez la camiseta albivioleta ante el Numancia en Soria (con asistencia a Toché) que le costó volver al estadio Zorrilla porque echaba de menos las sensaciones vividas. Antes de eso había jugado 236 partidos con el Real Valladolid y había marcado nueve goles. Hablamos solamente de sus números en la Liga porque la Copa era una de sus especialidades. Como no, participó en aquella eliminación al Real Madrid galáctico estando el Valladolid en Segunda, con Kresic al frente.

PERMANENCIAS LUCHADAS

Con la perspectiva del tiempo, adquiere un mérito inmenso aquel equipo de Moré que se salvó con Pachón, Aganzo, Chema, Jonathan, Óscar Sánchez o Richhetti. Le sobraron diez puntos y aquella temporada se ganó al Barcelona, al Atlético de Madrid, a una Real Sociedad subcampeona de liga (3-0) y se empató al Real Madrid. Chema recuerda aquel equipo heterogéneo como una compendio de virtudes y defiende la calidad más o menos oculta de algunos jugadores que destacaban básicamente por su entrega, pero no solo eso. “Cuando destacas mucho por el coraje se te valora por esa cualidad, pero nosotros también jugábamos al futbol, la tocábamos, teníamos regate, finta, buenos centros y algunos jugadores con una clase inmensa».

“Sí que es verdad que algunos hemos pasado a la historia por ese coraje y la gente aún me para por la calle y me dice que si hubiera cuatro como nosotros otro gallo cantaría ahora en el Pucela” (hablamos cuando el equipo está en puesto de descenso)

Eso nunca se sabe porque el fútbol es un catálogo lleno de cosas sin explicación pero Chema era de los que siempre sumaba, jugara o no. Vino como suplente de Quevedo y asumió su rol hasta que le llegó la oportunidad. Sobre el coraje me dice algo que llama a la reflexión… Según Chema, el coraje se contagia y eso se demuestra en clubes como Osasuna, por ejemplo o el Getafe de temporadas anteriores. “Nosotros nos pegábamos unas palizas impresionantes a correr y teníamos un porcentaje de grasa del diez por ciento, ahora creo que están en el seis, pero recuerdo a Javi Torres y a Marcos hacer kilómetros y kilómetros y llegar de punta a punta del campo, sin descanso”. Dice que ahora ve a futbolistas que se le suben los gemelos en muchos partidos y eso no pasaba tanto en su época, aunque las carreras eran antes más cortas.

Comenta también que actualmente el futbol es más pausado, el juego es más elaborado, no se llega tanto, no se centra tanto y los jugadores son más atletas, pero entonces, con menos físico, “corríamos como bestias”. Admite Chema que sus recuerdos en el Pucela solo pueden ser buenos y le cuesta descifrarlos porque se mezclan con muchos años o compañeros. En diez años fueron muchas las historias y muchos los amigos que hizo y que mantiene.

Ese compañerismo derivó en una amistad que se alimenta a base de cenas y partidillos de los jueves. Son más de veinte ex jugadores y allegados. Por lo que me cuentan, en esos amistosos saltan chispas porque Chema sigue siendo un purasangre. No sabe jugar con el freno de mano puesto. Es lo que tienen los corajudos.

A la izquierda, con el equipo de veteranos del Real Valladolid. Sobre estas líneas, celebrando un gol al Barcelona

Javier Clemente y aquel milagro que no fue

Javier Clemente el día de su presentación en Valladolid
Con Javi Baraja, al que convirtió en centrocampista
Costa y Borja cabizbajos tras una derrota en Mestalla contra el Valencia (como decía Clemente, buscando setas). Fue el debut de Onésimo esa temporada.

José Anselmo Moreno

Su llegada fue como un huracán, y lo que parecía una huída hacia adelante estuvo a punto de salir bien. Llegué a pensar que Javier Clemente, el primer entrenador que perdió en el Nuevo Zorrilla, estaba reanimando definitivamente al Pucela aquella recta final de la temporada 2009/10. Esa que todo el mundo ya daba por amortizada y que pudo acabar en un milagro que, al final, no fue tal.

La llegada de Clemente tuvo efectos curativos inmediatos para todos los males del equipo, como aquella leyenda del bálsamo de Fierabrás que aparecía en los cantares de gesta y, precisamente, una gesta es lo que casi consigue el técnico de Baracaldo, cuya llegada fue en aquel momento una especie de «desfibrilador» para un enfermo que apenas respiraba. El Valladolid era un equipo muerto.


Sin embargo, lo de Clemente fue más cabeza y determinación que fútbol. Al habla con algunos jugadores, tuvo más de un nombre propio aquella mutación de equipo que perdía siempre y contra cualquiera a otro que solo cayó dos veces (Atlético y Barcelona) con el de Baracaldo a los mandos. Fue, como tantas otras veces, un núcleo fuerte del vestuario el que tiró del carro con Alberto Marcos ejerciendo de capitán plenipotenciario. Es lo que suele decir Albis, si hay un núcleo fuerte de vestuario siempre se podrá recurrir a la autogestión y salir adelante.
Clemente lo percibió y fue listo. Atrajo hacia él los focos y la presión, lo mejor que hizo fue no estorbar y hacer ameno con sus historias el ambiente de un vestuario deprimido. Sus charlas eran desternillantes, por ejemplo bromeaba con Manucho y los leones de su país (Angola), aunque a veces ni le llamaba por su nombre. De vez en cuando le llamaba Maniche y a Asier del Horno le llamaba Aitor pero el caso es que aquello funcionó hasta que en la última jornada el Valladolid se vio obligado a no perder en el Camp Nou ante un Barcelona que se jugaba la vida. Con lesiones y todo en contra. De hecho, ese día Raúl Navas tuvo que pasar de un Promesas en Tercera a Primera División. Clemente no se cortaba con eso. Ni Navas tampoco, tuvo el descaro en ese escenario de tirar un caño a un rival en una salida de balón.

Con Clemente hubo varias anécdotas, algunas de ellas las cuenta su ayudante, Jorge Alonso, el hombre en el que se apoyó al llegar a Valladolid. El partido ante el Atlético en el Calderón encierra una de ellas. El equipo perdía 3-0 y decidieron quitar a Manucho con el fin de reservarle para el siguiente partido, pero no había llegado el angoleño al banquillo tras ser cambiado cuando Sesma recortó distancias. Quedaba un cuarto de hora y no se podían hacer más cambios. Hubo hasta una expulsión en el Atlético y al equipo le faltaban delanteros para intentar el empate. Perdió sentido ese último cambio y Jorge, que es de pensar mucho en todo, le dijo al míster: «También es mala pata haber quitado a Manucho, podemos decir a la prensa que tenía alguna molestia o algo». Ahí salió el genio envenenado de Clemente: «¿Y qué me importa a mi la prensa? que le den a la prensa, la prensa, la prensa…»

Otra es del día anterior a un partido contra el Sevilla en Zorrilla en el que Clemente alineó un ejército de centrales con Diego Costa y Manucho en punta, el resto (menos Nauzet) eran todos defensas. Cuando me entregaron la alineación yo no sabía ni cómo colocar a los jugadores en el campo. Pues bien, pocas veces he visto al Pucela atacar tanto, Durante la primera parte el Sevilla apenas pasó del medio campo y se ganó bien ese partido, aunque acabaron jugando de carrileros en una línea de cinco; Barragán por la izquierda y Marcos por la derecha (a pie cambiado). Insólito todo. Precisamente lo de Barragán también tiene su historia, Clemente preguntó a Jorge qué le parecía poner tres centrales y al jugador andaluz de lateral zurdo (su pierna mala). Jorge le dijo que con cinco atrás no lo terminaba de ver porque Barragán era muy vertical y tenía más recorrido por la derecha. Bueno pues Antonio Barragán jugó siempre en esa banda izquierda con Clemente. Lo mismo había hecho años antes con el céltico Otero en la selección española. Clemente y sus cosas. Aquí también convirtió en centrocampista a un central como Javi Baraja, tal y como hizo con Miguel Ángel Nadal en el equipo nacional.

A Clemente le iban los jugadores corajudos, como mucho uno o dos con talento cabían en un once, pero hay que reconocer que el de Baracaldo acabó sacando cierto rendimiento a Pelé, un centrocampista creativo, díscolo, indócil y perezoso a partes iguales. Llegó ese mismo año y el técnico vasco consiguió meterle en cintura. Le duró muy poco. Al año siguiente en Grecia, Pelé se pegó con un compañero por tirar una falta y tras pegarse (literalmente) la lanzó y la metió por la escuadra, En Valladolid, Pelé vivía en Sotoverde, también lejos del resto, era muy bueno técnicamente pero mentalmente disperso y poco dado a la disciplina dentro y fuera del campo.

VESTUARIO COMPLICADO

Según admite Aramayo, aquella temporada fue una de las dos en 30 años en que recuerda un ambiente convulso en el vestuario. Famosos son algunas declaraciones de Alberto Marcos instando a sus compañeros a meter la pierna o a «arrancar la cabeza» de quien se pusiera por delante para intentar ganarle a un Valladolid que fue dando tumbos aquel año desde la misma pretemporada. Marcos se enfureció especialmente el día que Haris faltó al respecto al público de Zorrilla tras lanzar una falta y llevarse la mano a los oídos por los pitos de la afición.

No solo el referido Haris, jugadores que no eran del estilo de Mendilibar, como Hector Font, Marquitos o el mencionado Pelé llegaron para dar ese típico «salto de calidad» que casi siempre ha salido mal en Valladolid. Sí, exactamente igual que aquel año de los Matosas, Nilson, Belodedici, Pablo Gómez. Cuando se ha dado un volantazo exagerado, el equipo ha terminado bajando o a punto de hacerlo. Así lo dice la historia.


Sin embargo aquella temporada de Clemente habían llegado refuerzos de invierno que sí dieron cierto rendimiento, como Asier del Horno y Henrique Sereno. Con ellos se arregló parcialmente el roto defensivo. Un equipo al que le hacían goles con una facilidad «insultante» solo encajó un tanto en los cuatro primeros partidos de Javier Clemente, y de un disparo lejano, el del defensa sevillista Cala, que ni siquiera era ocasión de gol. Esa faceta, la defensiva, que venía siendo un lastre, con la llegada del técnico de Baracaldo pasó a ser el punto fuerte del equipo, pero ahí también influyó Marcos y su «siempre juntos». El equipo se juntó dentro y fuera del campo. Esta vez no hizo falta recurrir a la Casa Vasca, las cosas se arreglaron en el mismo vestuario.

El Valladolid adquirió mecanismos que le dotaron de una solidez extraordinaria. Antes, el portero era siempre el «adalid» del equipo y después apenas tenía que intervenir. Nos llegaban siete veces solos delante de Justo Villar y después ya daba igual quien se pusiera en la portería. Ni nos llegaban. Y es que Clemente eligió el camino de tirar al equipo deliberadamente para atrás y generar espacios para la velocidad y el juego directo. En aquel equipo estaban Nauzet, Keko y sobre todo un Diego Costa explosivo. El Valladolid atacaba con balones largos, aprovechando las condiciones de sus futbolistas y, fundamentalmente, la envergadura de Manucho.
Precisamente Manucho fue, junto a Nivaldo Santana, uno de los jugadores «reanimados» por Javier Clemente, aunque ambos también tuvieron su propio anecdotario con el técnico. Del primero dijo que había que enseñarle a rematar de cabeza y del segundo (Nivaldo) comentó que podía ser un buen delantero centro en caso de necesidad. Lo de Pelé es caso aparte, Clemente simplemente hurgó en su cabeza y pasó de la grada a ser titular.

Pese a todo, esa defensa poblada, impermeable y rocosa no llegó a tiempo. Lo que parecía un milagro se quedó en un pequeño amago que no evitó un doloroso descenso y que pudo haber acabado con la supervivencia del club si dos años después ese «SomosValladolid» de Djukic no hubiera logrado subir en una agónica promoción con el Alcorcón. Ya entonces el club estaba herido de muerte en lo económico.

Hoy Javier Clemente Lázaro tiene más de 70 años y es un abuelo feliz, un jubilado de sonrisa perenne que no hace recordar ese carácter de mil demonios cuando se enfadaba. Añora entrenar porque eso le hace sentirse joven. Siempre dijo que tratar con chavales de 20 años era algo que le hacía ponerse a su altura. Al menos en espíritu. En el fondo era y es una buen persona. Aquí todos los que estuvieron trabajando a su lado hablan bien de él. Los que no, también. Así lo atestigua Manuel Retamero quien siempre dice que tiene mucho que agradecer a Clemente en su paso por Libia, país del que fue seleccionador el técnico de Baracaldo (una de sus muchas aventuras). En Pucela solamente estuvo unos meses, en los que vivió en un hotel y hasta tuvo tiempo de jugar al golf pero no le dio para culminar aquel milagro que no fue….

Borja, Manucho, Pedro López, Javier Baraja, Pelé, Justo Villar, César Arzo, Del Horno, Medunjanin, Sesma y Diego Costa
Alineación en un partido de Copa de aquella temporada

Goles y partidos en la retina

Celebración de un gol de Víctor al Compostela a los 40 segundos (otro de los más rápidos)
Una pared del estadio evoca la Copa de la Liga de 1984
Un gol de Rusky al Getafe en una imagen cedida por el El Norte de Castilla
Primer once del Real Valladolid en competición europea

José Anselmo Moreno

Vayamos primero con los goles. Si hablamos de tantos históricos podemos reparar en muchas cosas. Una de ellas puede ser el sentimiento y ahí yo tengo grabados en mi retina alguno de los testarazos estratosféricos de Rusky que hoy serían repetidos una y mil veces en las televisiones. Tal vez, lo que se vive de niño se amplifica en el contexto de las emociones.

En contraposición, para este balance también se puede apelar a la fría estadística goleadora, aunque no fueran goles trascendentes. No lo fue el gol mil del Pucela en Primera, obra del croata Branco Miljus en Vigo, o el último tanto en el viejo Zorrilla, de Luis Miguel Gail con el partido casi decidido para un 2-0 ante Osasuna.

Gail tiene capítulo propio y Miljus estuvo muy poco tiempo en Valladolid, pero todo cuanto vivió fue trascendente. Le hice una entrevista para Don Balón en la cafetería del Hotel Mozart, donde residió en sus primeros meses en Pucela, con Popovic como intérprete. Era un gran admirador del técnico croata Tomislav Ivic, su descubridor, y una de las cosas que más le marcaron de su paso por España fue aquel penalti que le pitó Díaz Vega a Mauro Ravnic por un supuesto derribo a Butragueño. «Jamás vi a un portero sacar con tanta limpieza un balón de los pies de un delantero», decía el bueno de Branco, quien estuvo solo dos temporadas aquí pero le dio para marcar ese gol mil al Celta (llegando desde atrás como lateral derecho), a jugar una final de Copa del Rey y varios partidos con el Valladolid en Europa.

Además de la fría estadística, podemos quedarnos también con la belleza de los goles. Aquí se lleva la palma aquel espectacular tanto de Goyo Fonseca de chilena al Athletic Club, también el de Pedro López al Real Madrid o el de Gilberto Yearwood al FC Barcelona. Podemos incluir también en este registro de goles el ingrediente de una marca, un récord hasta ahora imbatible, como el tanto de Joseba Llorente al Espanyol y que sigue siendo el más rápido de la liga. Palabras mayores.

Otro parámetro para medir un gol sería el de la trascendencia y ahí los de la final de la Copa de la Liga deben ser los primeros, el de Miroslav Votaba en propia meta, el de Paco Fortes y el de Luis Minguela. Probablemente, en este saco se pueda incluir uno muy poco recordado, el de Javi Guerra al Alcorcón y que, tengo para mi, que pudo impedir la desaparición del club porque, al cabo del tiempo y de hablar con unos y otros, podemos tener la certeza de que ese año no subir, perder aquel partido, habría sido el final.

Por otra parte, en este ranking, apetece recordar el primero en competición europea, el que marcó Da Silva al Rijeka (concretamente a Mauro Ravnic) en el minuto 66 del primer encuentro «europeo» del Pucela, un 19 de septiembre de 1984 y también el más celebrado por la afición. Sin duda, al menos que yo haya visto, el gol más gritado en Zorrilla fue el de Ricardo Albis al Deportivo de la Coruña en aquella semifinal de Copa y eso que no daba el pase a la final, solo forzaba una prórroga, pero era ya el minuto 84 y el estadio se vino abajo. Nunca he percibido tantos decibelios y tanta rabia al cantar un gol tras un partido con más patadas que fútbol.

Cada uno tiene su gol inolvidable también dependiendo del momento, de la compañía o de las circunstancias Así, yo recuerdo especialmente uno de Kaviedes al Barcelona, que me pilló en la distancia y sufriendo mucho, rodeado de culés en una peña blaugrana de San Pedro del Pinatar, o aquel golazo de Eusebio al Mallorca desde casi medio campo (hizo otro parecido al Mérida en Copa) y que, por algún motivo, pareció más espectacular en el campo que después, visto en televisión.

En una segunda línea yo pondría el tanto de Álvaro Rubio en Zaragoza por aquello de la elegancia, que en un jugador de tu equipo es probablemente, junto al coraje, de las cualidades que más orgulloso te hace sentir. Hay otro de Tote al Málaga yéndose de varios contrarios que fue un golazo descomunal y, por último, el de Víctor en el Bernabéu, que propició la última victoria blanquivioleta en ese estadio. Todos ellos son en Primera, en Segunda yo recuerdo uno de Óscar en Huelva, tras un escorzo en el aire espectacular, y otro de José Luis Sánchez Capdevila desde medio campo, muy difícil de superar. Hay otro más de Jorge al Murcia, tras un regate sin tocar el balón, del que no se acuerda ni él pero tampoco es de extrañar en Jorge.

No hay espacio para novelar todos estos goles, así que antes de ir a esos partidos que no se olvidan y dejar a los goleadores hay que volver a la fría estadística y recordar que los mejores artilleros en la historia del Real Valladolid en Primera División son: Alen Peternac, con 55 goles en 153 partidos (13 penaltis), Víctor Fernández, con 53 dianas en 194 encuentros (siete penaltis), Gerardo Coque, con 52 goles en 131 partidos (cinco penaltis) y Jorge Alonso, con 50 goles en 215 encuentros.

Por cierto, el «casi gol» más espectacular que yo he visto de un jugador del Pucela fue una rabona de Capdevila desde fuera del área que iba a la escuadra y que sacó el portero del Poli Ejido, Kike Burgos. Fue un lanzamiento en el último minuto y para empatar aquel partido, ya es sabido que el primer Valladolid de Mendilibar no tuvo precisamente buenos comienzos. Recuerdo ver esa acción desde la cabina y preguntar a los compañeros: ¿Lo que he visto ha pasado? Esa imagen hubiera dado la vuelta al mundo porque meterla por la escuadra desde muy fuera del área (unos 40 metros) y de esa forma no ha sucedido nunca, pero los «no goles» poco o nada cuentan en el fútbol. Nadie se acuerda, salvo que sean de Pelé y de aquel lanzamiento desde medio campo que, por más que lo evoquen los clásicos, nunca entró.

PARTIDOS INOLVIDABLES

Si atendemos al espectáculo, el mejor partido de fútbol que yo he visto nunca en el estadio Zorrilla ha sido el Real Valladolid-Barcelona (3-1) del año de Europucela de Vicente Cantatore. Jamás noté temblar a un grande de ese modo ante los nuestros. Si reparamos en el ambiente del estadio, como el día de la inauguración, la final de la Copa de la Liga o aquel España-Italia Sub 21 no ha vuelto a haber semejantes llenos, pero si atendemos a la importancia o a las emociones volvemos a la semifinal Valladolid-Deportivo después de una tormenta espectacular que acabó en fiesta. Trascendente también aquel partido de Sevilla ante el Betis con la parada de Asenjo que, probablemente sea el de mayor agonía y sufrimiento de los vistos a través de la televisión porque un gol nos mandaba a Segunda. Tremenda la tensión de aquellos últimos minutos. Como los de la final del play off contra el Alcorcón que terminó con el equipo encerrado y tanto Rueda como Valiente sacando balones de cabeza a la heroica y ambos con sendas brechas. También un gol del rival nos condenaba. Sufrir, siempre sufrir.

Recientemente el club propuso a sus seguidores en Twitter, concretamente durante el confinamiento, que escogieran los partidos que quisieran volver a ver y la gran mayoría se quedó con los de la última promoción de ascenso o el referido partido ante el Barcelona de Ronaldo en Zorrilla. Entre las elecciones había encuentros de todo tipo en los que pocos hubieran pensado, desde el 7-0 al Barça B con Joan Francesc Ferrer ‘Rubi’ en el banquillo, el 4-4 ante la Cultural Leonesa o el que valió una agónica permanencia frente al Rayo Vallecano hace dos años. Hay que reconocer que, de los últimos tiempos, lo que más apetece volver a ver es la fiesta del ascenso tras el partido en Zorrilla contra el Numancia que acabó con un gol de Mata en el último segundo. Fue todo redondo. Perfecto.


Al margen de todos estos o de los pucelazos, ya enumerados en otro capítulo, están medio escondidos en la memoria colectiva dos partidos que quiero rescatar, uno fue en el viejo estadio y otro en el actual Zorrilla. El primero de ellos no está en mi retina porque yo no lo viví, pero me lo contó muchas veces mi compañero y entonces presidente del club, Santiago Gallego. Durante años, él hacía las crónicas para el Diario As y yo los vestuarios. Cuando falleció, en noviembre de 1995, me dejó «la herencia» de firmar esas crónicas.

Entonces ya teníamos una línea de teléfono en la cabina siete del estadio (lo cual nos había costado MUCHO conseguir) y cada día llevaba uno su terminal de casa para conectarlo y poder «cantar» el texto a los taquígrafos. Como ambos íbamos al fútbol con mucho tiempo de antelación hablábamos de su época de presidente. Cuando él mandaba en el club yo tenía 5 años y uno siempre tuvo curiosidad por las cosas, así que tener a Gallego al lado me provocaba un irrefrenable deseo de hacer preguntas. Eso, mientras esperábamos que llegara el público al campo y, a veces, casi hasta los jugadores.

Santiago Gallego pilló como presidente un declive muy profundo del club, con un descenso inesperado y cruel a Tercera División. Tan inesperado fue que Pérez García me contó que firmó su contrato con el equipo en Segunda y era tan impensable el descenso que ni pusieron cláusula alguna al respecto. Cuando llegó a Valladolid era un jugador de Tercera División después de haber desestimado ofertas mucho mejores. Tras aquel descenso, se celebraron elecciones y Gallego asumió la presidencia (no había mucho más). Ya por entonces era periodista, y de los buenos. Pocas veces alguien ha estado en dos trincheras tan contrapuestas.


Con una mirada pícara y sonriente detrás de sus gafas de pasta, me dijo un día que cuando llegó al club decidió tirar de la cantera y transformar el entonces Europa Delicias en el Valladolid Promesas. «Bueno Moreno, yo no decidí nada, es que era la única opción y no se puede escoger entre una sola cosa, se coge y ya está», ironizaba. Por el Promesas de entonces ya asomaba el talento de Julito Cardeñosa, cuyo traspaso al Betis (15 millones) permitió a Gallego dejar la presidencia sin deudas por primer vez en la historia, y bien que presumía de ello.

Lo cierto es que a su llegada la situación económica era una catástrofe. Santiago Gallego hasta tuvo que convencer a Concha Velasco para ser madrina del equipo y hacer el saque de honor en un partido. Cualquier ayuda era bienvenida. Un presentador de televisión natural de Montemayor de Pililla se hizo socio para arrastrar a otros y los comerciantes ayudaban en los que podían. Por cierto, uno de ellos tenía una zapatería en la calle Angustias y se llamaba Gonzalo Alonso de Paz.

Santiago Gallego no sabía ni cómo compensar la sangría de socios, que entonces eran el único sustento del club. Para colmo, no hizo buen inicio de campaña el Valladolid en Tercera pero en una recta final impresionante consiguió el ascenso, como segundo clasificado, tras el Tenerife, en el único grupo en que subían dos equipos. Y ahí aparece ese día o ese partido decisivo al que, si me permiten, yo quería hacer referencia. Fue en un tiempo lejano (1971), en un viejo Zorrilla sin luz todavía y contra un rival nada histórico (el Tudelano) pero aquel día y aquel partido supuso ganar una «muerte súbita» y volver a nacer, como el referido encuentro ante el Alcorcón de 2012.

VOLVER A NACER

El Pucela se jugaba ese día el ascenso contra el Atlético Osasuna, cuya rivalidad con los blanquivioeta era brutal en aquellos años. Los partidos eran muy calientes, tanto en el campo como el grada. Cuentan Llacer o Gilé (éste, años después) que a veces tenían que salir del estadio de El Sadar en coches particulares y al portero hasta le tiraron un día una botella de coñac a la cabeza que, por fortuna, golpeó antes en el larguero y allí se vio el pobre Llacer con los cristales rotos por el suelo y el aroma del coñac llegando a su nariz pero, como él dice, le iba la marcha.

En aquel Sadar «territorio comanche» había perdido el Pucela en la penúltima jornada de aquella temporada y, para subir, ya dependía del resultado de los navarros y de ganar también a otro equipo navarro, el Tudelano. Pues bien, se dio la cuadratura del círculo. El Osasuna, que dependía de sí mismo, no consiguió ganar al Calvo Sotelo y el Valladolid ganó ese partido en Zorrilla al Tudelano (2-0). No hubo glamour, ni cámaras de televisión, ni baños en ninguna fuente pero ese día el Real Valladolid volvió a nacer.

Aquel ascenso en blanco y negro lo recordé una tarde con Javier González y Pepe Pérez García. Ambos me hicieron comprender, al igual que Santiago Gallego, que aquel partido fue decisivo en la supervivencia del club pero está injustamente perdido en el olvido. Gracias a aquello tenemos lo de hoy. Tanto Javier como Pepe almacenan fotos de esa temporada, pero ni se acordaban con exactitud de los jugadores que lograron aquel ascenso. Me costó encontrarlo pero al final, gracias a la hemeroteca de El Norte, supe que aquella jornada, un 5 de junio de 1971, el Pucela saltó al campo con Benjamin, Salvi, Docal, Pérez García, Astrain, Cacho Enderiz, Sedano, Lorenzo, Lizarralde, Manolo Álvarez y Fede. Pues ahí queda. Ya contado.

Para acabar, me van permitir ustedes que ese partido que recuerde del Nuevo Zorrilla sea una derrota. No todo van a ser alegrías. Se trata de la mayor goleada que yo he vivido en contra y el día que más cabreado me he ido de nuestro estadio. Para colmo, acababa de facturarme el peroné y subí como pude a mi cabina, obviamente con muletas. Y todo eso fue para ver cómo a mi equipo le metían seis goles y algunos aficionados vallisoletanos se levantaban y alzaban los puños para celebrarlo, cosa que siempre me ha resultado inconcebible. Era ante el Barcelona, aquel «dream team» que acababa de proclamarse campeón de Europa y que prácticamente nos condenó a Segunda tras trece años consecutivos en Primera, la etapa más larga entre los grandes.

Esa semana había estado con mis amigos Víctor Ferreras y Santi Cuesta, que ese día estuvieron en el banquillo. Echando cuentas, llegamos a la conclusión de que una derrota era definitiva al noventa por ciento. Hasta qué punto a uno puede cegarle la pasión que no descartaba pillar desprevenido, perezoso o relajado a un equipazo en el que estaban Laudrup, Koeman, Eusebio, Nadal, Guardiola, Begiristain o Stoichkov. Fue un monólogo, un doloroso festival goleador blaugrana. Lo mismo que subieron seis al marcador pudieron ser ocho o diez. Lo único bueno es que aquel día debutó César Sánchez tras un penalti cometido por Ravnic y la consiguiente expulsión. Fue el único cambio de un equipo donde estaban el difunto Quique Moreno, Alfonso Serrano, Pepe Lemos, Cuaresma, Caminero, Fonseca, Aragón, Engonga… Aún quedaba casi un mes de competición pero ese partido marcó ya un fin de ciclo, el más largo del Pucela en Primera. Al menos, el tiro de gracia nos lo dio el campeón de Europa.

Ronaldo, cabizbajo, en el partido aludido en el texto A la derecha, la fiesta del último ascenso con Zorrilla abarrotado

Hervías, querer estar aquí

Pablo Hervías en una internada por su banda en Zorrilla
El día de la celebración del último ascenso, junto a Toni y Plano. A la izquierda, con su perro

José Anselmo Moreno

Quería incluir en esta segunda entrega a un jugador actual, como en la primera parte, y la semblanza de Pablo me pareció tentadora. Me lo pidió, además, un amigo común. La historia más emocionante de Hervías relacionada con Pucela es todo lo que hizo, y fue mucho, por volver a vestir de blanquivioleta. Conmueve ese deseo, sobre todo cuando hay varios casos de jugadores que han hecho todo lo posible por marcharse, incluso siendo de aquí. Hervías es un ejemplo de adhesión incondicional. Tantas ganas tenía de venir que, con la pierna inmovilizada por su lesión de rodilla, iba al estadio para estar cerca de sus compañeros tras varias horas de coche. Quería estar y jugar en Pucela, fuera como fuera. Y lo consiguió. Está donde quiere estar y la suya es una preciosa historia que hay que contar para que la afición lo valore.

La última temporada llegó a jugar varios partidos de lateral, marcando a jugadores probablemente peores que él. El nuevo Jesús Navas le decían los colegas. Y se fijaba en Navas. Cualquier cosa con tal de mejorar, cualquier sacrificio por estar en el verde. Su vocación de futbolista es infinita, lo que le lleva a ser un friki de este deporte y ver partidos a todas horas. Su sueño era jugar en la Premier, según me confesó durante una tertulia de la Ser en 2017. Me sorprendió en aquel momento, pero le dije: «Aún puedes, eres muy joven». Con el tiempo, su anhelo fue jugar en el Real Valladolid. Algo tuvo que ver aquel ambiente del ascenso o ese público entregado cada vez que Pablo se perfilaba para lanza una falta. Días mágicos para todos.

Dicen que hay que desearlo tanto que la vida no tenga más remedio que dártelo y ese fue el caso de «Pablito», como llaman sus compañeros a Hervías, a quien de pura alegría le costaba fijar la mirada cuando entró en la sala de prensa para la presentación en su regreso a Pucela. Miraba al techo, dando las gracias a todos porque había soñado muchas veces con volver y, ya para entonces, pasaban de 50 las veces que había visto el vídeo del ascenso. Lo dicho, un adorable friki.

La ilusión le rebasaba, sobresalía, casi se le derramaba por la cara. Tras mucho negociar, y poner TODO de su parte, el jugador riojano era presentado un 24 de enero de 2019 en su regreso al club vallisoletano, de nuevo cedido por el Eibar. Fue una jornada inolvidable para él. El contrato era el mismo que la campaña anterior, solo que esta vez la opción de compra era obligatoria si el equipo se quedaba en Primera. Lo que pudo sufrir Pablito con la permanencia aquella temporada…

Hervías dice que ambicionaba volver a Pucela porque aquí se siente «como en su casa» y reconoce que su principal obsesión ya no es, a día de hoy, jugar en la Premier League. Lo es jugar y sentirse importante en el Real Valladolid. La lástima es que al poco tiempo de volver se lesionó en esa rodilla izquierda y pasó por momentos muy difíciles hasta que volvió. Lo hizo con toda la energía de quien es un apasionado por su trabajo. Sufre las derrotas como nadie. Ni duerme. No puede evitarlo.

Pablo Hervías Ruiz (Logroño, 8 de marzo de 1993) fue una de las claves en el último ascenso, con buenísimas actuaciones, goles y asistencias, tanto en los últimos partidos de Liga como en la promoción. Ahí sumó dos tantos decisivos en momentos vitales ante el Sporting y el Numancia. En las celebraciones se desató y, por primera vez, apartó su timidez y su carácter reservado para «explotar» de alegría junto a sus compañeros.

DONDE QUIERE ESTAR

Valladolid era donde quería estar. De la ciudad le gustan muchas cosas, la zona donde vive, el buen tapeo, le gusta el clima, la cercanía a Logroño, hasta a su perro le agrada, de modo que el poco tiempo que tiene para pasear lo hace, mucha veces, con su mascota. Y es que Hervías se harta de ver partidos de fútbol a todas horas, excepto los meses en que no sabía si se iba a recuperar de su última lesión. En este contexto, admite que es una especie de obsesionado del fútbol, pero así es como lo disfruta y, de paso, se fija en jugadores que actúan en su misma posición. Cuando sale a despejarse de tanto fútbol, le gusta ir con su chica por el centro de la capital del Pisuerga, cuyo «embrujo» le ha atrapado. Y de qué manera.

«Volver se convirtió en un sueño porque aquí me siento muy bien, esa es la verdad». Y ya lo de currar «como el que más» y comerse «la hierba» (una expresión muy suya) va en su carácter y en su pasión por este deporte. Con lo que no contaba era con jugar alguna vez de lateral derecho y, ante las necesidades del equipo, lo hizo con un rendimiento notable. «El primer día ante el Real Madrid estaba muy pendiente de la línea del fuera de juego, por si me despistaba, me liaba y metía la pata», recuerda.

Después de ese encuentro, se puso vídeos de laterales para fijarse bien en las peculiaridades de su nueva demarcación. Aunque reconoce que su puesto es la banda derecha, con intenciones ofensivas, no tiene inconveniente en jugar a pie cambiado si es necesario, algo que ha hecho muy poco en Pucela (sí en otros equipos) y que haría explotar su disparo rotundo y casi siempre atinado, entre los tres palos.

LA COMPETENCIA DE LAS FALTAS

Tenía en Pucela muchos «enemigos» para lanzar las faltas (Rubén Alcaraz o Míchel, entre otros), pero enseguida se hizo un hueco con su efectividad y su confianza al tirarlas. De hecho, en Zorrilla se escuchaba un murmullo entre el público cuando Pablo se perfilaba para lanzar una, con esos primeros pasos casi de puntillas. El año del ascenso metió dos prácticamente iguales y desde el mismo sitio, ante Osasuna y Sporting de Gijón. Fue ahí donde se forjó su idilio con la afición, interrumpido por la pandemia.

Cuando volvió al Real Valladolid admite que lo hizo «enrabietado» porque no quería irse y, en su opinión, había perdido cinco meses de felicidad y de fútbol. Su relación de pertenencia incluía a los compañeros, todos estaban pendientes de Pablito. También a la afición: «Por la televisión, desde Eibar, veía el estadio Zorrilla lleno y eso me ponía la piel de gallina, me comía la tele».

Sin embargo, pese a todo lo relatado, no lo ha tenido nada fácil Hervías en su carrera futbolística. Eso, a pesar de ser una de las joyas de la cantera de la Real Sociedad desde bien pronto. El extremo sufrió en 2011 un grave percance en su ojo izquierdo, concretamente un edema en la córnea, y los galenos realistas le prohibieron durante bastante tiempo participar en actividades específicas con balón o en las que existiera contacto físico. Estuvo varios meses de baja, en lo que fue una de las peores etapas de su carrera. Tras superar la enfermedad y sucesivas cesiones a Osasuna, Oviedo y Elche, más su paso por el Eibar de Mendilibar, halló su sitio en Pucela. Todo ello tras tener que pelear siempre contra los elementos, aunque había debutado en Primera División muy joven, el 19 de abril de 2014, precisamente con los colores de la Real Sociedad. Tardó cuatro largos años en volver a jugar entre los grandes. Su meritocracia hasta alcanzar el reconocimiento de todos ha sido laboriosa y persistente. Sin embargo, ya lo tiene. Y lo disfruta. Una frase suya lo explica todo: el trabajo siempre paga.

Conduciendo balón, siempre destacó al hacerlo a gran velocidad
Celebrando uno de sus goles de falta con Antoñito y Óscar Plano

Navajas, el García que acabó en Pucela

Sobre estas líneas, cuarto por la izquierda y agachado. En la imagen de la derecha, en la actualidad.

José Anselmo Moreno

Del mítico «Madrid de los García» en honor a una generación de jugadores que tenían en común aquel apellido, aunque ningún vínculo familiar (García Remón, García Cortes, García Navajas, García Hernández y Pérez García), uno de ellos acabó en Pucela tras haber sido internacional y subcampeón de Europa con el equipo madridista. Entre sus títulos está la Copa de la Liga con el Real Valladolid y precisamente en ese torno metió su único tanto con la blanquivioleta,
Se trata de Antonio García Navajas (Posadas, Córdoba, 8-3-1958), que coincidió en el Madrid con jugadores contrastados como Miguel Ángel, Camacho, Del Bosque, Stielike, Juanito o Santillana y que pudo llegar al fútbol profesional precisamente a través del Real Valladolid en una historia completamente desconocida.

Pudo llegar antes


«Lo de llegar a Valladolid ya venía de largo, porque yo tuve un entrenador en el Linares, que fue donde empecé a jugar al fútbol y tengo que agradecerle haber sido jugador de fútbol, se llamaba Julio Chicote, era de Valladolid y tenía amistad con Ramón Martínez, que siendo yo juvenil, fue a ficharme, pero no se hizo, y a la semana fiché por el Burgos», dice.
De ahí pasó al Madrid y tras terminar contrato y perder una liga precisamente en Valladolid pagó los platos rotos de una renovación de plantilla y de nuevo apareció el Real Valladolid en su vida.
Aquí se asentó durante cuatro temporadas y vivió en el barrio de Santa Clara, cerca de la cafetería Concorde. Califica la temporada de la Copa de la Liga como de rara.
«Andábamos regular en la Liga, jugando para salvarnos y llegó Redondo y dio con la tecla. Creo que hizo unos poquitos ajustes y luego, lo que para mí fue lo más importante, es que los jugadores nos dimos cuenta que había que sacar todo adelante e hicimos una piña alentada por el entrenador», agrega.
Antes de seguir con su etapa en Pucela, cuenta que de aquí se fue al Rayo Vallecano y se retiró en Almería. Dice que el último año en Valladolid lo tiene borrado de su mente porque su deseo y el de su familia era retirarse aquí y no pudo ser.
«No sé el motivo y todavía estoy esperando que alguien me ofrezca explicaciones. De terminar una Liga jugando titular indiscutible, jugando bien porque un jugador sabe eso, en pretemporada jugué todo y de repente me sacaron del equipo y nunca he sabido el porqué. Estaba muy a gusto, era un equipo que me gustaba, había buena gente y buen compañerismo, pero la vida es así», lamenta.
No fue nunca conflictivo en el vestuario ni mal compañero: «En los años que he jugado, 12 en Primera División, creo que me han sacado 16 tarjetas amarillas. Estoy orgulloso de que en todos los lados donde voy y donde he estado tengo grandes amigos. Respecto a Valladolid, todos los días les pongo los buenos días por mensaje de whatsapp a Minguela, a Jorge, a Javi etc».


Cuenta García Navajas una anécdota curiosa. En su primer año aquí Felipe Mesones, le ponía en el centro campo y quitó a Minguela para que jugara él. «Yo me daba cuenta que estaba perjudicando a un compañero y que mi equipo estaba jugando con uno menos porque yo no sabía jugar en el centro campo y tal cual se lo dije al entrenador para que pusiera a otro», relata.

Tras la retirada

Tras el fútbol estuvo trabajando en una empresa de recreativos y después se metió en la Fundación del Real Madrid y ahí permaneció durante 23 años hasta que se jubiló el año pasado.
En los últimos años gestionó el tema social del club con una fundación que está por todo el mundo y atiende proyectos en centros penitenciarios, centros de acogida, residencias de mayores, escuelas socio deportivas etc.
No le llamó nunca lo de ser entrenador porque lo considera un trabajo complicado «En el banquillo tienes que andar muy fino. Para mí lo importante en un entrenador es que sea un buen psicólogo y que sepa darle a cada jugador lo que necesita o que sea justo. Hacer una piña del equipo, como en ese momento hizo Fernando Redondo», asegura.
Recuerda que tras ganar el trofeo llegaron al vestuario y Redondo les hizo formar una piña a todos, desde Tomás, el del material, hasta los que arreglaban el campo.
Por último, no se resiste a contar una anécdota con Minguela, también amante de la caza. Le hizo llevar su Opel Kadett nuevecito a una jornada cinegética metiéndolo por tierras de labranza y demás. «No volcamos de milagro». La versión de Minguela es un poco menos dramática. Tal vez porque no era el dueño del coche.

En una imagen de la temporada 84/85 y a la derecha, con Pastor y Paco Fortes

Gonzalo, el zapatero que calzaba sueños

Durante el acto de inauguración oficial del Nuevo Estadio José Zorrilla
Ante una foto de Moré con la Copa de la Liga
Imagen cedida por el club y que plasma su pasión por el Real Valladolid

José Anselmo Moreno

El Real Valladolid perdió hace bien poco a su presidente más carismático y, probablemente el más querido. Gonzalo Alonso de Paz fue el presidente de la década prodigiosa, la de los ochenta, la única de la historia del club en que estuvo todos los años en Primera, y «recolectando» también su único título oficial: una Copa de la Liga en el año 1984.

El «arquitecto» de todo eso fue este dirigente de cuerpo menudo, fallecido a los 95 años, cuyo oficio era el de zapatero y después el de constructor, un hombre de voz tenue que hacía «milagros» con el dinero y que alentaba a las masas con su capacidad para ilusionar y convencer. Su capítulo, tras hablar con unos y otros, da para mucho.

«Poco plato y mucha suela e zapato», tenía como máxima de su longevidad. Una vida llena de historias pero vayamos primero, en este rápido boceto, con lo deportivo. Como introducción, bajo su mandato, el club subió a Primera División en la temporada 79/80, además de conseguir la referida Copa de la Liga y se apuntó el fichaje del técnico argentino nacionalizado chileno Vicente Cantatore, quien después (y entonces) llevó al Real Valladolid a sus cotas más altas. Era aquel Real Valladolid de Moré, Antonio Santos, Minguela, Mario Jacquet, Fenoy, Pepín, Da Silva y el gran Pato Yáñez, aunque Gonzalo Alonso no fichó a Yáñez, lo hizo Manuel Esteban Casado, también fallecido.

A pesar de las penurias económicas que vivía el club, Gonzalo Alonso sacaba «leche de un botijo» como recuerdan exjugadores de aquella época, como Rusky o Minguela. Era «muy duro» negociando los contratos, subraya Jorge Alonso, el futbolista que consiguió el primer gol en el Nuevo Estadio José Zorrilla, recinto que también se inauguró bajo el mandato de Gonzalo Alonso.

El club vallisoletano anunció su muerte fríamente durante un partido, poco más podía hacer y en plena pandemia, ni siquiera podían tener lugar homenajes. Gonzalo Alonso fue presidente en dos etapas diferentes, de 1978 a 1982 y de 1983 a 1986, pero caló en la memoria de la gente de forma muy notable, al punto de ser considerado por muchos aficionados como uno de los mejores presidentes de la historia de la entidad.

Con él se fueron muchas historias que le gustaba recordar con cualquiera que le parase por la calle Doctrinos, donde vivía y por donde era frecuente verle pasear hasta que cayó enfermo. Yo era uno de los que se paraban a hablar con él y, en alguna ocasión, hasta le ayudaba a cruzar la calle cuando le veía algo despistado. Su físico era frágil pero tenía en la cabeza toda la historia del Pucela y te la contaba con pelos y señales.

Por esas cosas del destino, Gonzalo nació un 20 de junio, el mismo día que el club en que vivió mil y una peripecias: desde un grave problema de salud durante un partido en Sevilla, en el que el equipo se jugaba el descenso, hasta anécdotas como la de poner a disposición del público su reloj de oro en un sorteo radiofónico destinado a recaudar dinero para el club. Siempre el club.

INICIATIVAS BRILLANTES

Con sus iniciativas brillantes, llenaba el estadio, aunque los partidos fueran intrascendentes, como un encuentro de Copa del Rey contra el Martos de Jaén. Su sola presencia servía de «locomotora» para tirar del ánimo de los aficionados, de hecho, recientemente protagonizó una campaña de abonados de la entidad, que resultó conmovedora.

Al habla con Ramón Martínez, dice que aquella época, la de Gonzalo, fue la que más disfrutó en su carrera. Anécdotas hay mil. Una muy buena fue cuando le ofrecieron al extremo argentino Cristóbal Espínola (me lo contaba y recordaba perfectamente el nombre). El agente le dijo que Espínola hacía jugadas impresionantes, de modo que solamente hacía falta que alguien «la empujara» a medio metro de la línea de gol. Alonso le respondió: «tráigame usted al que solo tiene que empujarla, es lo que necesito». Genio y figura. Con Gonzalo Alonso se fue una época, la última del viejo estadio Zorrilla o la de Ramón Martínez y Santiago Llorente, en cuyos conocimientos delegaba los fichajes para entrar él a negociar con una habilidad reconocida siempre por sus interlocutores.

Precisamente Martínez dice que poca gente ha valorado, en su justa medida, lo conseguido en aquellos 80, en buena parte con Gonzalo al mando de las operaciones. «Fue una época muy bonita. El fútbol, entonces, no era tanto un negocio y esos años los recuerdo con mucho cariño y como los mejores de mi vida profesional». Gonzalo y Ramón formaron un tándem prodigioso, como yo siempre denomino a aquella década.

Vamos ahora con los orígenes y la vida personal de Gonzalo, este palentino genial que procedía de El Cerrato. Nació en 1925 y Gonzalo Alonso de Paz siempre estaba a medio camino entre pucelano y palentino. Vivió también con sus padres en Madrid y allí le hicieron socio infantil del Real Madrid, pero enseguida se le metieron los colores blanquivioletas en la sangre como a su hijo, también zapatero y que fue portero suplente del Real Valladolid en un amistoso en Morelia (México).

LLEGADA A PUCELA

A los 15 años vino a Valladolid y estuvo de aprendiz en una zapatería del centro. La mezcla de fútbol y zapatos presidieron su vida. Un representante de calzado que se jubilaba le propuso llevar la representación de la marca. Era una buena fábrica y eso le cambió la vida. Así lo contaba su hijo mientras negociaba con mi padre el alquiler de un local. Se le notaban también los genes a Gonzalo Junior, igual de vendedor que su padre solo que el padre fue alguien irrepetible. No volverá a haber un presidente como él. De esos ya no existen.

Cuenta mi compañero Fernando Pastor que tras acudir como invitado al palco en un partido del Palencia, vio con extrañeza que el equipo local jugaba solamente con 10 futbolistas. Los directivos le explicaron que no contaban con más jugadores. Su respuesta fue: “hay que arreglar la situación”. “¿Cómo?”, le preguntan, y él: “no se preocupen, que el miércoles tiene un equipo nuevo”.

Se fue a hablar con el secretario técnico del Real Valladolid, Héctor Martín, que era íntimo amigo suyo, y logró que cediera al Palencia a nueve jugadores, con los que el equipo morado quedó campeón ese año, 1957, ascendiendo a 3ª División. En agradecimiento, Gonzalo recibió la Insignia de Oro del Palencia.

Sin embargo, el Real Valladolid le propuso tiempo después integrarse en el club como vocal y contador. “¿Pero qué tengo que contar aquí, si no hay ni un duro?”, respondió. Pero aceptó. Estuvo como contador desde 1971 hasta 1975 y posteriormente como tesorero. No había casi ni para comprar material médico o balones. Difícil de imaginar.

Después fue vicepresidente con Fernando Alonso y ya como presidente, desde 1978, fue cuando yo le conocí. A través de mis padres, que tenían tiendas de ropa. Del ramo, por lo tanto. Él recordaba la primera vez que me vio, siendo yo un niño, y durante la comida del 75 aniversario del club lo comentamos. Sí, la famosa comida. Fue una sobremesa sentado a su lado que dio para horas de jugosa conversación.

En su primera temporada como presidente al Real Valladolid le faltó un solo gol para ascender a 1ª División, el que anuló Pinter Pastor a Toño ante el Real Betis. La siguiente lo logró tres partidos antes de la finalización del campeonato, aunque no fue un año fácil. Recuerdo cómo nos contaba que en un mismo día tuvo que pedir dos cesiones a Atlético y Barça (Julián López y Pedro Gratacós) porque el equipo se había quedado sin centrales. Hizo ambos viajes en horas.

Además, Helenio Herrera se llevó a mitad de aquella temporada a la estrella del equipo: Andrés Ramírez. Sin embargo, con jugadores modestos y fichajes rocambolescos como el extremo Chuchi García que vino del Murcia porque le tocó hacer la mili en El Pinar, el Pucela subió tras dieciséis años alejado de la elite. Ayudó bastante la normativa de tener que alinear a dos jugadores sub 20 porque aquí sobraban y no solo no eran cambiados a la media hora sino que eran de los destacados del equipo. Jorge Alonso y Luismi Gail fueron los goleadores de aquella campaña. Como casi siempre, la cantera al rescate.

EL ASCENSO Y LOS OCHENTA

Ese año, el del ascenso, el Palencia también estaba en Segunda División, y el calendario deparó en la penúltima jornada un enfrentamiento Real Valladolid-Palencia en el viejo Zorrilla para celebrar el ascenso conseguido ante Osasuna siete días antes. Los blanquivioleta, ya ascendidos, no necesitaban los puntos y los palentinos necesitaban al menos no perder para no bajar. Y para evitar suspicacias y que alguien pudiera pensar que intentaría beneficiar al Palencia (del que había sido directivo), ofreció una prima doble a sus jugadores de la que ya tenían estipulada por ganar. Se perdió 0-2 y hubo gritos de tongo en la grada, pero futbolistas de aquella época me han jurado que no hubo absolutamente nada, solo que llevaban toda la semana de cenas y casi sin entrenarse.

Tras esa temporada se agigantó el hombre de las ideas brillantes y llegaron los fichajes de Gilberto, la grada supletoria del fondo norte, las cesiones de Polilla da Silva y de Mágico González, la adquisición definitiva de Pato Yáñez, las derramas entre los socios, la gira por Latinoamérica, el nuevo estadio Zorrilla, el cambio de sede del club a Macías Picavea, el partido de la final del europeo Sub 21 en 1986, los viajes a Madrid para que no televisaran los partidos más taquilleros, la Copa de la Liga, la llegada de Cantatore y tantas y tantas cosas que dan para un libro solo de Gonzalo Alonso.

Sin embargo como no hay espacio para desarrollar todas ellas y algunas ya están en los capítulos de Jorge, Yáñez, Cantatore, Llacer o Moré, voy a terminar con una semblanza de la persona por encima del presidente. Decía que no se podía crecer si vendías a los mejores. Él solo dejo irse a Yáñez porque un entrenador le dijo que era muy propenso a lesionarse de los tobillos. No dejó irse a Minguela, no dejó fichar a Jorge por el Atlético de Madrid a cambio de 70 millones, inició una renovación de Gilberto que después culminó Pedro San Martín.

Esa filosofía choca con la que después ha regido el club durante las décadas posteriores. Esa persona luchadora y hecha a si misma lo pudo tener muy fácil liquidando una plantilla plenas de buenos peloteros, pero prefería arañar una peseta de donde fuera antes que presentarse ante los socios, sus socios, con una venta no deseada. Por eso, entre otras muchas cosas, fue diferente. Por eso y su cercanía los aficionados le seguían hasta el fin de mundo.

Por todo ello, en 2003 recibió la Insignia de Oro y Brillantes del club. En su trayectoria se hizo acreedor de decenas de placas de reconocimiento de parte de muchos equipos y peñas. Su fallecimiento fue una conmoción para el futbol local y también nacional (el Real Madrid lo anunció en sus redes) pero la maldita pandemia impidió una despedida acorde con su historia. Allá donde esté, seguro que este zapatero genial sigue fabricando ideas y «calzando» sueños.

Como siempre, con la gente y entre la gente
Con la plantilla que ascendió en la temporada 79/80

Los Lesmes, leyendas de otro tiempo

Sobre estas líneas, Rafa Lesmes. A la izquierda, su hermano mayor Paco (Lesmes I)
Alineación de una época dorada del Real Valladolid con Paco Lemes en el centro y de pie, junto a Román Matito

José Anselmo Moreno

Traté en algún momento a los dos hermanos. Primero a Paco, como encargado del estadio, con su permanente silbido y buen humor, después a Rafa, en un acto de la Cadena Ser. Aquel día se me sentó al lado una leyenda, y yo era consciente de ello, porque para interactuar con él me puse a hablar con su sobrina África, conocida sobradamente por todos los periodistas de esta ciudad.

Los dos hermanos vivían en el entorno de la calle Italia y ambos paseaban a sus perros por esa zona. En esa calle vivía mi novia, de modo que con Paco eché unas buenas parrafadas sobre el fútbol de antes. Decía que no tenía nada que ver con el contemporáneo, empezando por los balones, las botas, las reglas y los campos. No coincidí tanto con su hermano pequeño, que fue el primer campeón de Europa que vistió de blanquivioleta, aunque lo fuera como madridista.

Cuando falleció Rafa Lesmes, en octubre de 2012, ya solo quedaba él. Poco antes habían fallecido Román Matito, Paco Lesmes, José Luis Saso y Gerardo Coque y con él murió el último mito de la etapa dorada del Pucela. Con la muerte de Lesmes II se dio «carpetazo» y se puso el sello a una época memorable en el club.
Rafael Lesmes tenía 85 años cuando murió en su domicilio de la calle Puente Colgante. Con Fernando Hierro es el exblanquivioleta más laureado. En su palmarés figuran cuatro Ligas y cinco Copas de Europa consecutivas (1956, 1957, 1958, 1959 y 1960) con el Real Madrid que presidía Santiago Bernabéu y en el que jugaban Di Stéfano, Zárraga y Paco Gento, entre otras muchas estrellas. Rafa era muy reacio a dejarse ver, no se daba nunca importancia y era una estrella anónima y silenciosa, pero no por ello menos refulgente.


Rafael Lesmes Bobed (Ceuta, 9 de noviembre de 1926) comenzó su trayectoria futbolística en el Atlético Tetuán y en el verano de 1949 llegó a Valladolid en compañía de su hermano, Paco. El fichaje de Rafa lo había puesto como condición su hermano mayor para recalar él mismo en el Valladolid, procedente del Granada. Aunque era Paco el que llegaba como figura consagrada, fue Lesmes II el que cosechó los mayores éxitos. Algo muy parecido sucedió años después con Manolo Hierro y Fernando Hierro.
Junto a Matito y Saso, los hermanos Lesmes formaron una de las mejores retaguardias de la Liga española en los años cincuenta hasta llevar al Valladolid a su primera final de la Copa del Rey, en la que Telmo Zarra dio el título al Athletic Club (1950). Lesmes I (Francisco) y Lesmes II (Rafael) fueron bautizados con el sobrenombre de la «zaga mora» debido a su origen.
Años más tarde, acabado su prolífico periodo madridista, Lesmes II regresó al Real Valladolid en 1960 para disputar sus dos últimas campañas antes de retirarse en 1962. Se quedó a vivir para siempre en Valladolid.
Había jugado ocho temporadas y más de doscientos partidos con la camiseta del Real Madrid, hasta participó en una película, pero Lesmes II siempre quiso regresar a Pucela y al anonimato. Se dice que tenía un fuerte carácter, que se enfadaba si no jugaba su hermano Paco pero los veteranos del club subrayan que siempre se aprendía algo de fútbol y de la vida a su lado.
Fue internacional con la selección española. Debutó con la roja en Madrid el 15 de octubre de 1958 ante el combinado de Irlanda del Norte (6-2). Esa fue su única actuación con la camisola nacional, aunque estuvo en el partido del mítico gol de Zarra en el estadio Maracaná de Río de Janeiro pero en la grada, ya que no estaba convocado.
El actual presidente de la Asociación de Veteranos del Real Valladolid, Juan Carlos Rodríguez, dice que Rafa Lesmes era «una auténtica leyenda» y «un icono de éxito» porque su trayectoria es «un ejemplo». La última aparición pública de Rafael Lesmes fue en marzo del 2011, en la inauguración del campo de fútbol municipal «Hermanos Lesmes» en la urbanización El Peral.

PACO, EL GRAN PATRÓN

Por su parte Francisco Lesmes Bobed, Lesmes I, otro legendario en la historia del Pucela, falleció en agosto de 2005. Fue el primero en morir, a los 81 años, de la referida zaga mora, que los hermanos formaban junto a Román Matito. También nació en Ceuta, un 4 de Marzo de 1924, y llegó al Real Valladolid en la temporada 1949-1950. En Valladolid permaneció durante 12 temporadas, donde se consolidó como uno de los mejores defensas centrales del país y su calidad le llevó a debutar con la Selección española el 6 de Enero de 1954 (España, 5-Turquía, 1).

Paco Lesmes, a quien nunca dejó marchar el Valladolid pese a contar con ofertas, jugó durante su larga estancia en Pucela un total de 279 partidos de Liga y marcó 2 goles. Fue también empleado del Real Valladolid, encargado del campo, entre los años 1988 y 1996. El último acto público que contó con su presencia fue el 11 de Noviembre de 2003, cuando el presidente del Real Valladolid, Carlos Suárez, le impuso la insignia de oro y brillantes, dentro de los actos conmemorativos del 75 aniversario. Vivió hasta su muerte en la calle Portugal, vecino pues de su hermano Rafa.

Es obligado hablar de ambos aunque su época sea en blanco y negro. Uno no tiene recuerdo de ellos como jugadores en activo ni, por supuesto, puede incluir aquí sus declaraciones. Solamente las de la hija de Paco, África Lesmes, exjugadora de baloncesto, internacional júnior y tantos años al frente del Polideportivo Pisuerga. «Recuerdo pasar horas y horas de pequeña en el viejo Zorrilla, allí veía entrenar y jugar a mi padre y a mi tío y allí aprendí también a conducir porque mi padre me metía en una furgoneta y me dejaba dando vueltas en el campo de tierra que había al lado del estadio. En mi casa solo recuerdo deporte, deporte y deporte pero, sobre todo, vivirlo todo con pasión y ese fue el legado que nos dejaron y lo que ambos nos transmitieron». Deporte y pasión. Nada que añadir.

Sobre estas líneas Lesmes I posa junto a sus compañeros, con su característico gesto. A la izquierda, con su hermano Rafa en un partido en el Bernabéu

Angeloso, un Manolo el del bombo pucelano

En un partido en el Nuevo San Mamés y a la derecha, con Gonzalo Alonso durante la campaña XII Pucela
Con una de las tortillas que llevaba los jueves a los jugadores desde la temporada 2017/18

José Anselmo Moreno

Angeloso ha hecho burradas por seguir al Real Valladolid. Unos días antes de hacer la comunión su hija había que bautizarla porque no lo estaba y para no perderse un viaje del Pucela a Huesca le dijo al cura que había quedado en Aragón con unos compañeros de la Univerdad para una cena (Ángel nunca fue a la Universidad). El párroco de Tudela le dio cita para bautizar a la niña otro sábado pero al final coincidía con otro partido, que habían cambiado de día. Le dijo a don Antonio que su tía de Murcia estaba enferma e iba a verla. La mala suerte es que le enfocaron en televisión y el partido no era en Murcia. El cura le vio y le echó una bronca de cuerpo a tierra. Don Antonio es brasileño, un cura joven y moderno, lleno de energía, lleva diez años en Tudela y perdona todos lo pecados a sus parroquianos pero por eso ya no pasó. Un dia fue a preguntarle Ángel una cosa, ya sin milongas de por medio, y le dijo: «que no te cambio más los días, este sábado y punto, aunque el Pucela juegue la final de la Champions».

Asi es Ángel , amigo de Pablo Hervías, de Toni Martínez, de Asier Vilalibre y de Jaime Mata o de Paco Herrera, entre otros. Con ellos tiene contacto habitual pero, en general, con toda la plantilla a la que llevaba tortillas gigantescas los jueves antes de la pandemia, pero solo si el equipo ganaba. Ha salido en programas de televison, de radio, de estreaming para Latinoamérica. Es uno de nuestros aficionados más famosos, hasta se ha pegado por el Pucela un par de veces, y ha llorado, claro. Es nuestro Manolo «el del bombo» y, de hecho, se conocen pero fue Manolo quien le pido una foto a Ángel. A tal punto llega su dimensión, y no solo corporal porque un dia empezó a coger peso y dejó atrás su época de portero de futbol en el San Pío.

Incondicional del Pucela desde los 12 años, tuvo que alejarse a los 23 del equipo de su corazón. Se marchó a trabajar a Estados Unidos, acompañado de su bandera y su camiseta blanquivioeta. Estaba ilegal. Como español tenía tres meses de permiso para estar en el pais, pero al tercer mes pasaba la frontera e iba un par de días a Canadá para regresar después. Así podía estar otros tres meses.

Estuvo también en Nueva York, en Chicago y acabó en la Valladolid mexicana: Morelia. Eso fue hace 19 años, seguía al equipo por internet en aquella época. Llevaba por la calle la camiseta del Pucela hasta que empezó a engordar y hubo de conformase con una bisera. Un día en un mercadilo mexicano vio una camiseta blanquivioeta de Cauthemoc Blanco, compró varias.

Volvió a España, andaba sin un duro pero se hizo abonado a través de un préstamo. Comenzó a ir a los entrenamientos y se hizo inseparable de todos los jugadores. Más tarde se hizo de la peña El infierno de Zorrilla y de la Peña Víctor Fernández. Incluso acabó incorporando a actores a la causa blanquivioeta, como Javier Losán, el Ovejas de la serie El Pueblo, con quien ha ido a Zorrilla.

Dice que el peor momento que recuerda como incondicional del Real Valladolid fue cuando echaron a Vicente Cantatore y el mejor, el primer partido que vio de la Copa de la UEFA ante el Spartak de Moscú.

Aún estaba estudiando cuando hacía pellas para ir a los entrenamientos, aunque intenaba esconderse de las cámaras para que no le pillaran. Su pasión le lleva a ir siempre a la llegada de los jugadores y se pone en la grada de animación porque no vale para estar sentado y tranquilo.

Y eso que precisamete ahora es más tranquilo,»voy con mi hija de doce años y hay que dar ejemplo a los pequeños», reflexiona. Lejos queda su época en que se zurró con aficionados del Sporting o del Sevilla. Y lejos también queda la época del mejor jugador que dice que ha visto de blanquivioeta, Edu Manga. Se queda con el brasieño, con Eusebio y con el Peternac del primer año que estuvo en el Valladolid. Como entrenador no duda en quedarse con Cantatore.

Juega a la Play con jugadores del Valladolid y tiene una anécdota con Míchel a quien ganaba un partido y tras fallar Míchel un gol con su propio alter ego del FIFA dijo: «Que malo eres Míchel, cómo no te van a pitar». Lo dijo el centrocampista valenciano, siempre bromista y ácido hasta consigo mismo.

LAS TORTILAS DEL PUCELA

Lo de las tortilas tiene su historia. Les llevó la primera y empezaron a ganar sin parar el año del ascenso. Se dejaba un dineral en tortillas, así que les dijo que solo les llevaba una si ganaban un partido «Hay que ser de palabra, cada vez que ganaban antes de la pandemia les llevaba dos, una con cebolla y otra sin cebolla».

Le dijo Borja que se las llevara los jueves porque ya había pasado el día en que les controlaban el índice de grasa. Popeye tiene las espinacas y el Valladolid las tortillas, tituló el reportaje de un programa de television nacional.

Asi se pasaron de los jamones de los jueves a las tortillas de Angeloso. A 18 euros por tortilla llegó a un acuerdo también en la Copa, como si fuera una prima: «Hay tortillas si pasáis eliminatorias, no por partido ganado». Es que era una pasta…

Admira a Ronaldo y también a Suárez, a quien considera responsable de que el club haya subsistido en los peores años. «Está claro que Ronaldo le da más nombre al club y que se ha mejorado en muchas cosas».

Por último, dice que no le gustaría morirse sin ver al Valladolid en Champions, «aunque nos eliminaran en la primera ronda». Como pedirá que le entierren con el escudo del Pucela, nunca se separará de estos colores. Ahora se ha aficionado al baloncesto también porque lleva el nombre del Real Valladolid. Solo por eso. El escudo es lo primero, aunque no encuentre camisetas de su talla. Aun así lleva la más grande que existe de Adidas, aunque como él dice «parezca un lomo embuchado».

Da igual, al menos el escudo queda en su sitio, cerca del corazón.

Con Asier Villalibre y su padre.
A la derecha, de pie, como portero del San Pío
Con Miguel Ángel Gómez y Jesús.
Angeloso

Eusebio Sacristán, el cerebro que nos tuvo en vilo

Arriba, imagen del verano de 1983 y a la derecha, durante la temporada 84/85 en Sarriá
Durante su segunda etapa en Pucela con una camiseta de apoyo a Marcos Fernández

José Anselmo Moreno

Era el cerebro por excelencia del Real Valladolid, el hombre que pensaba en el campo y veía los pases imposibles. Los que no veía nadie. Sin embargo, Pucela contuvo no hace mucho la respiración por el estado de salud de Eusebio Sacristán, de su cerebro precisamente. Mientras llegaban mensajes de apoyo y adhesión desde todo el mundo y los clubes de los que formó parte, el exjugador de La Seca estaba en coma inducido, tras la intervención a la que fue sometido después de sufrir un traumatismo craneoencefálico severo. Fueron días muy duros. Y de mucha incertidumbre.

Tras recuperarse en el Hospital Clínico se trasladó a Barcelona para una rehabilitación integral en una clínica especializada en su dolencia. La noticia impactó en Pucela, donde había establecido su residencia en 2019 para atender sus negocios y la gestión de la fundación que lleva su nombre, a la que se entrega con causas sociales de todo tipo e iniciativas enmarcadas en el deporte base. El chaval que empezó a jugar al fútbol dando patadas al balón contra la pared de la iglesia de su pueblo ha podido comprobar tras su percance cómo dejó huella en muchos lugares, pero sobre todo en Barcelona y en Valladolid, donde comenzó su carrera y se retiró. Así lo quería él. La primera llamada que yo recibí en 2021 fue de un exjugador del Barcelona para interesarse por su estado de salud. Y era en nombre de varios excompañeros más.

Curioso lo de la pared de la iglesia. En una visita a la Agencia Efe nos dijo que, con el paso del tiempo, descubrió que allí consiguió la técnica. «En la calle también agudicé el ingenio, eso es lo que da el fútbol de la calle”. Recordar su debut a los 19 años en el Valladolid, con el bético Julio Cardeñosa como su gran ídolo aún le pone la piel de gallina y después llegó la etapa del Atlético y del Barcelona.

Por esas cosas del fútbol, pasó de estar de las órdenes de Menotti a las de Cruyff. Eso le marcó para siempre. Pero antes estuvo Cantatore de quien dice: «Yo tenía 20 años cuando llegó al Valladolid y fue uno de los entrenadores que más huella me dejó por el valor del reconocimiento. Cada vez que hacías algo bien te valoraba y decía tú vas a ser internacional, tú vas a ser importante y yo me dije que cuando fuera entrenador quería tener esa cualidad». 

UNA LEYENDA DE LA LIGA 

Eusebio Sacristán Mena entró por méritos propios en la galería de leyendas del fútbol español el día que se convirtió en el primer futbolista de campo en superar la cifra de 524 partidos jugados en primera por Manuel Sanchís. Después han superado su marca, pero para la historia ha quedado su fútbol y sus etapas en el Celta, Valladolid, Atlético de Madrid y Barcelona, donde formó parte del “dream team” que logró la primera Copa de Europa con Eusebio Sacristán en el campo, aunque tal vez no fuera en su verdadero puesto. Pasó de jugar en un doble pivote, junto a un futbolista más físico, a hacerlo en un rombo en el medio campo dentro de aquel 3-4-3 de Cruyff. Disfrutó, y mucho, pero ya no era el eje del equipo.

Algunos excompañeros piensan que si Eusebio hubiera jugado entonces en su demarcación natural de medio centro, y no por la derecha (a veces hasta de lateral), hubiera marcado una época como la marcó Xavi Hernández, con cuyo fútbol presentaba notables semejanzas. Sin embargo, Eusebio asegura que tuvo en el Barcelona lo que no tuvo en otros sitios, “infinitas opciones de pase”. Desde ese punto de vista, y aunque él no fuera el epicentro del equipo, halló el paraíso futbolístico porque lo mejor de Eusebio, sin duda, era el pase y la lectura del juego. Hasta convertirse, con 24 años, en uno de los referentes de aquel inolvidable Barcelona, su carrera encierra jugosas anécdotas.

La primera fue el día en que le hicieron la prueba con el Real Valladolid durante un amistoso en Pedrajas de San Esteban. José Antonio Tejedor, entonces entrenador de las categorías inferiores, le dijo al mentor de Eusebio: “¿Qué me traes aquí? Este chaval tendrá que crecer, no le dan de merendar en casa o qué, si está escuchimizao, hoy se lo van a comer”. Ese mentor era Damián Recio, tío de Fonseca (también exjugador del Valladolid e internacional). Recio era alcalde de La Seca y había sido también jugador del Real Valladolid, de modo que utilizó sus contactos en el club para que Eusebio pasara esa prueba. Al poco de empezar aquel partido en Pedrajas, Tejedor le guiñó un ojo a Recio y dijo: “Tu enano es canela, hace jugar a todo el equipo, ya es el dueño del partido”.

Precisamente eso de jugar “tan bien” al fútbol fue un problema con uno de sus primeros entrenadores en el Valladolid, José Luis García Traid. Comentaba de él que “solamente sabía jugar al fútbol”. Cuando dijo eso en una rueda de prensa, un periodista le respondió: “Esto no va de jugar al parchís, míster”. Ese periodista era Javier González.

Ya con Redondo y Cantatore se asentó como titular junto a su amigo Juan Carlos, con el que también jugó en el Barcelona, y con quien cantó el histórico gol de Ronald Koeman de cuya celebración Juan Carlos salió “tuerto” por el codazo de un compañero. Cuánto se pudo reír Eusebio de aquello. Juan Carlos y Use son inseparables, incluso en plena convalecencia se retaban al padbol por teléfono. “Ya verás cuando me recupere”, decía Eusebio.

El de La Seca ironiza al afirmar que se dedicó al fútbol cuando se dio cuenta de lo duro que era vendimiar. Recuerda sus primeros años en el pueblo, recogiendo la uva de los viñedos de su familia: “No fue mucho tiempo porque pronto me fui a Valladolid”, adonde regresó hace dos años a su casa después de estar afincado en Sitges. “Aquí están mis padres, mis hermanas, el negocio familiar de los viñedos y la Fundación, estoy más cerca de todo y de todos”.

Ahora se ha aficionado a eso del padbol, un deporte a medio camino entre el fútbol y el pádel. Al pádel juega mejor Juan Carlos y al fútbol Eusebio, así que hacen una pareja demoledora. Lo practicaban en las instalaciones indoor de Dragan Isailovic en el Polígono de Argales. Ahí Eusebio no puede dar pases entre líneas pero así mataba el gusanillo tras sus años como entrenador y de fútbol a pie de campo.

En cuanto al mundo del vino, entró en serio en ello durante su segunda etapa en Pucela, le surgió la oportunidad de una bodega en Toro (Zamora) y entró. Su familia sigue viviendo en La Seca, donde todo empezó para este campeón de Europa. Curioso lo de este pequeño pueblo, que no llega a mil habitantes y que ha dado a España dos futbolistas internacionales: el mencionado Goyo Fonseca y el propio Eusebio, lo fue más veces y durante más tiempo el segundo de ellos. Y Use tuvo, además, la fortuna de militar en un Barcelona de leyenda.

El chaval de la tierra del verdejo ganó de blaugrana, entre otros títulos, cuatro Ligas, una Copa del Rey y una Recopa de Europa con el equipo catalán, en el que estuvo siete temporadas en las cuales vistió la camiseta de la selección española en quince ocasiones. Además, repartió lecciones de fútbol y generosidad en 243 partidos con el Real Valladolid, 203 con el Barcelona, 67 con el Celta y 27 con el Atlético de Madrid.

UN JUVENIL DE ORO

De juvenil era un portento, parecía tener diez años más que sus rivales, jugaba de interior y tanto su calidad en el pase como su cambio de ritmo le convertían en un jugador atrevido e insolente para su edad (18 años). Al subir al primer equipo, a pesar de jugar entonces con futbolistas de notable clase, como Moré o Jorge Alonso, el chaval de La Seca era ya “el tiralíneas” del equipo. La precisión de su fútbol no era muy común en la temporada de su debut en Primera División, el juego era más tosco y el toque no aparecía demasiado en los futbolistas entonces. En la España del “tiki taka”, por ejemplo, Eusebio Sacristán Mena hubiera encajado como un guante. Fue un adelantado a su tiempo.

Con el tiempo, Use, siempre equilibrado dentro y fuera del campo, perdió capacidad defensiva, pero sus pases “de seda” todavía le permitían sobrevivir en la elite hasta que decidió retirase con casi 38 años, una edad que lejos de lastrar su fútbol lo surtían, a veces, de una mayor entereza. Memorable el gol que le marcó en Zorrilla al Mallorca desde casi medio campo.

Ciertamente nunca fue rápido, no iba bien de cabeza, no tenía un buen regate, carecía de capacidad goleadora y de aptitudes para defender bien, pero todos los entrenadores que tuvo contaron con él. Muy pocos había con su talante y su perfil de futbolista que inventa, que “dibuja” fantasía y que añade un impecable punto de cohesión al juego de sus compañeros. Después llegó su faceta de entrenador en varios equipos y con la ilusión, pocas veces expresada pero latente, de entrenar algún día a su Real Valladolid. En una ocasión estuvo a punto, incluso hubo una comida en La Criolla, pero él ya se había comprometido con otro equipo y hubo de renunciar a su sueño.

Como técnico, Eusebio bebió de la fuente de Johan Cruyff, que revolucionó el fútbol con una nueva ocupación de los espacios. Siempre tuvo claro que, al abandonar la práctica del fútbol, sería entrenador. «Acabo como jugador y decido prepararme para entrenador, porque era lo mejor para seguir con la pasión por el fútbol, quería hacer jugar a mi equipo como a mí me gusta ver el fútbol». En este contexto la aparición de Rijkaard, de quien fue ayudante resulta decisiva, «para aprender un modelo de gestión junto a una persona que era un director de equipo diferente a Cruyff».

Sin embargo, Eusebio Sacristán nunca tuvo a sus órdenes un equipo con la calidad inmensa que había en aquel Barcelona. Por algo era el “dream team”. El de la Seca disfrutó en aquel equipo, como lo hizo en el primer Valladolid de Cantatore junto a Jorge, Torrecilla, Minguela, Yáñez, Aravena y compañía.

Siempre fue más blanquivioleta de lo que muchos piensan. Eusebio se fue joven pero pocos han permanecido tan fieles a sus raíces. Hasta no hace mucho, esa pared de la iglesia de su pueblo, contra la que pegaba balonazos, le veía pasar con bastante frecuencia. Ahí empezó todo. Paradójicamente, de aquellos pelotazos germinaron sus pases de seda mil veces aplaudidos. No sólo de goles va el fútbol. Alguien tiene que “inventar” y cocinarlos primero.  

A la izquierda, en una foto de 1998 y sobre estas líneas en una formación de la temporada 1999/2000
Tras conquistar un Trofeo Ciudad de Valladolid

Vicente Cantatore, cuando la memoria grita

Su último año en Deportes Concepción, ya le iba bien el blanco y violeta
En el centro, con Iván Campo, Sandy, Peña y Pavón
En su primera temporada en Pucela

José Anselmo Moreno

Quería hacer un inciso y convertir en excepcional su presencia en esta relación. Alguien que no fuera jugador. Había dos opciones: Gonzalo Alonso, presidente que dejó una inmensa huella, y un entrenador admirado. Así pues, uno de los capítulos de esta primera serie no fue jugador (al menos en el Real Valladolid) pero hizo grandes a muchos de los jugadores de esas historias que anteceden a esta. Se trata de DON Vicente Cantatore, aquel entrenador que decía: «en fútbol se divierte el que gana», en contraste con la frase del brasileño Sócrates: «no hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden». Cantatore nos hacía ganar y además se volvió inolvidable.

Hace dos años me pareció verle en Tudela de Duero. Tanto me impresionó, que mandé parar el demarraje ciclista de mi hijo y le dije: «Espera, Raúl, voy a comprobar una cosa». Y sí, era él, Vicente Cantatore Socci, y lo cierto es que estaba mucho mejor de lo que yo imaginaba. De hecho, unos niños jugaban al fútbol junto a la silla roja donde estaba sentado, él observaba y sonreía. Pocas cosas me han sobrecogido tanto como aquel reencuentro en la terraza de El Bailadero tudelano y eso que, la última vez que hablamos, Cantatore me había dado un abrazo a la puerta de su casa y también, como ese día, me quedé petrificado. Fue poco antes de ser destituido en 1997, le llevé el boceto de un libro que bajo el titulo «Entrenadores, un poder inestable» iba a editar El País Aguilar. Me habían encargado el capítulo de Cantatore porque era el entrenador de moda en España. Quería que él me diera su visto bueno. Vivía en un chalet de Parquesol, desde su terraza se veía el estadio, lo sé porque me la mostraron con cierta complicidad, como si hubieran comprado aquella casa por las vistas. También salió a recibirme su mujer (Nelly). Vicente iba a salir y aparentaba cierta prisa, me agradeció el detalle del libro y una de sus últimas frases fue:

«Esta va a ser una temporada muy muy difícil».

Pero Vicente, si estamos en Europa y la gente entregada…

«No se te olvide lo que digo, José»

Me llamaba siempre con el acento en la «e» especialmente marcado. Tuvo mucha razón en su presagio. Aún no habían transcendido algunas cosas y yo seguía preguntándome, al irme de allí, cómo era posible que, en medio de la euforia, él fuera tan pesimista. Días después fue destituido en un programa de radio, mientras los jugadores lo escuchaban en sus habitaciones y salían al pasillo del hotel a preguntarse unos a otros si habían escuchado bien.

Sólo unos meses antes habíamos quedado para comer. Se presentó en el restaurante de Las Francesas con su inevitable cigarrillo en la mano derecha y propicié enseguida una conversación más personal que futbolística. «Nunca me han preguntado eso», me dijo varias veces, y yo le respondí: «Voy en dirección contraria, míster, siempre tuve otra mirada de las cosas». Y ponía una sonrisa a medio camino entre la aprobación y la extrañeza mientras, eso sí, continuaba fumando.

Comentó que sus padres eran emigrantes de Bari y Catania (de ahí sus apellidos tan italianos), y que recordaba su infancia jugando interminables partidos en la calle. Precisamente de eso habló a sus jugadores antes de la final copera del 89: «A quienes se van a enfrentar aprendieron en la calle, no hay Universidad de fútbol, son como ustedes». Así de fácil. Cantatore simplificaba el fútbol y la vida.

CANTATORE Y EL TAXISTA
A los postres de aquella comida, el camarero le dijo algo sobre «Mami» Quevedo y Cantatore contó una jugosa anécdota: «El jueves me monté en un taxi y el taxista me hizo una observación sobre el equipo y pensé cómo carajo este tipo, todo el día metido en su taxi, puede tener tanta razón en lo que está diciendo».
Con esa convicción de que siempre hay algo que aprender absorbía como una esponja todo aquello que oliera a fútbol. Se pasaba el día y la noche viendo partidos, a veces le podía el sueño, se daba una ducha y volvía a la carga. Al día siguiente comentaba con algún jugador el partido de la noche y se enojaba cuando le decía que no lo había visto. A su juicio, el fútbol es vocacional y las profesiones vocacionales hay que vivirlas con pasión.
A Cantatore le encanta el cine y afirmaba que una película es buena si la sala se llena. Puro pragmatismo. Tal vez de ahí nació aquello de «en fútbol se divierte el que gana». Sin embargo, tenía sus peculiaridades como no ensayar las jugadas de estrategia. Pensaba que era mejor dar libertad y había gente que veía una dejada de cabeza al segundo palo en un gol y le felicitaba por un trabajo premeditado. Pues no, en opinión de Cantatore, la improvisación es la chispa del delantero y, en lo posible, no debe coartarse. Otro aspecto que le diferenciaba es que hablaba muy poco del contrario antes de un partido. «En fútbol nadie se come a nadie, los importantes son los míos y si hablo constantemente del contrario les estoy despreciando o tal vez se obsesionen con el rival». Tal cual.


Hay tres historias que definen su marcado perfil de psicólogo, aunque nunca cayeron en sus manos libros de Psicología Motivacional. Una es cuando decía a la prensa el año del Europucela que el objetivo era salvarse y a sus jugadores los apretaba en el vestuario. Eso lo recuerda mucho Alvaro Gutiérrez: «Ahora vas a jugar unos metros más adelante porque hay que arriesgar e ir a por la UEFA», le exigía al uruguayo.
Otra historia muy elocuente es cómo mentalizó a Hierro cuando le hizo debutar: «Si lo haces mal es culpa mía y si lo haces bien es mérito tuyo, pero trabaja duro y pronto serás internacional, estoy seguro», se lo dijo a un futbolista que llegaba de Tercera. Y otra anécdota se enmarca en el trabajo psicológico con Benjamín Zarandona, aún el traspaso más caro de la historia del club. Un día le cogió tras un entrenamiento y le dijo: «La prensa te da bola y la gente quiere que juegues. Tienen razón, eres de lo mejor que tengo y yo ni te convoco. Lucha conmigo, pelea contra este chileno pelotudo que no te pone». Le hizo acumular esa rabia y «explotó» en su reaparición. Metió un golazo y decidió el partido.

En este contexto, el de la motivación, la última historia me la contó Albis, que recuerda una charla en la que Cantatore le dijo:

“Tú de pequeño guardabas las botas de fútbol bajo la cama y era lo primero que mirabas al levantarte, ¿no es cierto?

Sí, míster. No sé cómo puede saberlo…

Pues recuerda eso y sal hoy al campo con esa imagen en tu cabeza”.

Tal cual. El jugador dice que no sabe exactamente lo que hacía aquel tipo, pero los mentalizaba de una manera que salían al campo a comerse a todos los rivales. Se llamaran como se llamaran… Así lo recuerda muchos años después Ricardo Raúl Albisbeascoechea, conocido en algunos lugares como “el vasco” por razones evidentes. Cuenta, como dato curioso y diferencial, que Cantatore apelaba mucho a la infancia. Tal vez porque la cultura del esfuerzo que inculcaba a sus jugadores la aprendió desde muy niño.

Su padre era marmolista, él estudiaba por la noche y trabaja durante el día como repartidor de un comercio, con solo doce años. Más tarde, empezó a jugar en el Talleres Belgrano a cambio de un puesto en la empresa. Admirador de Di Stéfano, Cantatore pasó por varios equipos y se retiró a los 37 años. No le costaba entrenarse pero sí ya jugar los partidos y, de un día para otro, pasó de compañero a jefe. Eso fue en el Deportes Concepción, donde colgó las botas y empezó su carrera de técnico. En Chile protagonizó las mayores hazañas con equipos modestos, en aquella época Lota Schwagger y Cobreloa (Los Mineros). Con estos últimos, equipo que lleva ese nombre por las minas de cobre y el río Loa, que atraviesa la ciudad, ganó dos ligas, y sumó dos subcampeonatos de Libertadores. El brasileño Zico impidió con el Flamengo una de las mayores gestas del fútbol sudamericano.

LAS GESTAS EN PUCELA

Cantatore debió pensar que para gestas estaba también el Real Valladolid, tal como dice su himno. Y se presentó de incógnito en Pucela para ver partidos del equipo en la primavera de 1985. Firmó y propició al año siguiente el mejor fútbol visto en Zorrilla durante décadas. Aquel equipo empató 3-3 en San Mamés y salió ovacionado por el público bilbaíno, puesto en pie. Cantatore miraba a la grada y no se lo podía creer, decía que aquello no lo había visto en su vida. También se ganó 1-4 al Atlético con triplete de un imperial Jorge Alonso porque, como dice el propio jugador leonés: «Vicente nos hacía sentir los mejores». En diciembre del 85 cayó en Zorrilla el Real Madrid de la Quinta del Buitre (3-2) pero eso no es todo, era la época de los pucelazos, y con Cantatore al mando, también se derrotó al Barcelona tanto en el Camp Nou como en Pucela. De este último partido (3-1) bien se acordará el actual presidente del Valladolid, que marcó un gol y después asistió a una exhibición descomunal de su rival.

Nadie se ha olvidado de él en Pucela, una enfermedad le ha borrado la memoria y pasa sus últimos días en una residencia de Zaratán pero la memoria colectiva suele escoger bien lo que deja grabado para siempre. Cantatore es el mejor entrenador de la historia del Real Valladolid para muchos aunque, resultados al margen, hay un detalle que selló para siempre el idilio entre ambas partes. El chileno dice que cuando se siente querido y confían en él no sabe decir que no. Pues bien, en medio de un año sabático, recibió una desesperada petición de auxilio desde Pucela y cogió el primer avión para venir a rescatar a un equipo ya moribundo que se iba de cabeza a Segunda. Cambió la playa frente a su casa en Viña del Mar por un invierno especialmente crudo en Valladolid, el de 1996. Famosa es aquella frase que comentó al ver la clasificación: «Con la cantidad de goles que encajan lo primero que tengo que comprobar es si el portero tiene manos» (era César).
Acabó aquella temporada manteado por sus jugadores en una salvación sin precedentes y después, el Europucela. Si había que recoger parabienes, Cantatore se ponía al final de la fila y decía: «el mérito es de los jugadores». No, don Vicente, el mérito es suyo porque todo eso ya no ha vuelto a suceder. El fútbol no sufre de Alzheimer. Pucela tampoco.

Foto que se explica sola, los jugadores y su devoción por DON VICENTE

Peternac, el gol en la sangre

Peternac recientemente, durante un entrenamiento
Con la afición tras el 3-8 de Oviedo
Con sus compañeros en un partido de la 95/96 en Zorrilla

José Anselmo Moreno

Trece de trece. Nunca falló un penalti con el Valladolid. Obviamente, no solo por eso Peternac ha sido uno de los mejores delanteros de las historia del Real Valladolid. No alcanzó las grandes cifras goleadoras de Pucela en otros equipos pero aquí ha sido Dios y, para toda una generación, lo sigue siendo. Dicen los argentinos que a la buena suerte no hay que patearla y el croata se abrazó a ella en Valladolid. Aprovechó su momento.

Paradójicamente, metió 55 goles en cuatro temporadas y solamente dos en las cuatro siguientes. Posiblemente Zaragoza y Murcia no comprendan la forma en que se admira a Alen Peternac por estos lares, pero vamos a tratar de explicarlo.

Vino a prueba con solamente 23 años y costó poco más de 40 millones de pesetas. Fue fichado para esa temporada 95/96 en la que, al principio, el paisaje iba a ser el de la Segunda División pero Alen debutó de blanquivioleta en Primera. Aquella Liga de 22 descubrió a un cañonero que «enchufaba» todo lo que tocaba, pero también tuvo un buen rendimiento en su tercera y cuarta temporadas, con 13 goles en cada una de ellas. Su segundo año estuvo marcado por una lesión. De eso hablaremos más adelante.

En concreto, de todas las dianas de Alen Peternac, yo recuerdo dos golazos a los grandes de la Liga: uno al Barcelona en el Camp Nou, tras recorrerse todo el campo, buscar un apoyo en Víctor y marcar de cabeza, y otro al Real Madrid en Zorrilla después de hacer un impresionante control orientado con el pecho y fusilar a Illgner.

Curiosamente, Alen llega al club el mismo día y en el mismo viaje que un jugador mucho más conocido y que después no logró triunfar en Pucela, a pesar del cartel que ya traía de su país: el centrocampista Sehad Halilovic padre de Alen, ex jugador del Barcelona y del Sporting de Gijón, entre otros.

Al principio, con Rafa Benítez en el banquillo, el punta croata, compartía delantera con Goyo Fonseca y con Raúl Ibáñez (llegó a jugar hasta con el hondureño Pavón). Su capacidad goleadora hizo que la Real Sociedad ofrecieron 800 millones de pesetas por él en lo que hubiera sido entonces el traspaso récord de la historia del club, pero Marcos Fernández logró retenerlo. Antes de dejar Pucela, hizo dos apariciones con la selección absoluta de Croacia. Su debut se produjo contra Dinamarca en un amistoso el 10 de febrero de 1999.

Su primer año aquí fue brutal y el segundo llevaba camino de serlo pero cuando empezó a coger su racha goleadora, el brasileño Roberto Carlos le hizo una entrada escalofriante y se lo llevó por delante antes de enviar el balón a saque de banda. El croata se lesionó posiblemente en su mejor momento. Era el año del Europucela y fue sustituido hasta final de temporada por un reconvertido Fernando Sánchez Cipitria. Peternac volvió, jugó tres años más y dejó Pucela como el máximo goleador de la historia del club en Primera División, con 55 goles.

El exdelantero croata es ahora segundo entrenador en el Dinamo de Zagreb, sigue hablando español con claridad y a sus 49 años se ha pasado al bando de los técnicos.
Recuerda la campaña 1995-96 como la mejor temporada de toda su vida, “aunque al año siguiente clasificamos al equipo para la UEFA en un éxito de todos, también de la afición”. Vistió más camisetas, pero dos fueron las que más le marcaron: “Mis equipos son el Dinamo de Zagreb, donde me crié, y el Real Valladolid. A los dos los llevo en mi corazón y son los que me hacen sentir emoción cuando ganan”.

Alen aparece ahora como una persona agradable y con un inmenso cariño por Pucela, no es tan frío y serio como yo le recordaba. Cuando le dije que era el jugador que menos necesitaba para hacer un gol lo agradeció porque los futbolistas son más agradecidos con estas cosas cuando se retiran. Peternac marcaba en jugadas que ni siquiera eran de peligro, algunos goles que hizo aquí aún están en nuestras retinas. Decía Cruyff que cualquiera sabe jugar al fútbol si le das cuatro metros de distancia pero a Peternac le sobraban tres y medio. Para él no era del todo imprescindible el espacio, ni siquiera un buen centro… pues ya se buscaba la vida para adelantarse al defensa, acomodar el cuerpo y rematar, aunque fuera un melón.

PUCELA LE MARCÓ

Pucela tiene mucho de singular para él, de esas cosas que se valoran especialmente con el paso de los años. “En Valladolid pasé los mejores años de mi carrera pero es que además tengo muy buenos amigos, y siempre que paso por España voy a verlos. La afición también está en mi corazón porque siempre me apoyó y veo todos los partidos del equipo que puedo”. Tenemos pendiente un café cuando venga porque, en efecto, Pucela sigue muy presente en su vida.

Padre de un hijo y una hija (ésta, española) a sus cinco años en Pucela le siguieron dos en Zaragoza y uno en Murcia. No volvió a acercarse ni de lejos a sus cifras goleadoras de Valladolid. Tal vez la clave es que aquí estuvo con dos de los mejores técnicos de su carrera, ambos fallecidos recientemente: Cedomir Jovivevic y Vicente Cantatore.
Su día de gloria fue aquel 3-8 en Oviedo con sus cinco goles (tres de penalti). Cuenta que Cantatore prometió pagarle una cena durante el viaje en autobús hasta Asturias. El pacto era de dos goles y cena en La Criolla. En el viaje de vuelta, Peternac fue quien se dirigió hasta el asiento de su entrenador y le dijo: “A qué me invita usted con cinco goles, don Vicente”.

Alen Peternac nunca se apartó del fútbol porque dice que es su pasión y lo que más le gusta. Se mueve por motivación, ese pellizco interior que le mantiene vivo y aún con ganas de meter goles. “Conozco compañeros que han acabado hartos de fútbol tras retirarse pero no es mi caso y, de hecho, juego siempre que puedo con veteranos o en los entrenamientos del equipo”. Tras retirarse, primero fue representante junto a su amigo Zoran Vekic y luego pasó a los banquillos. Durante un tiempo se trasladó a vivir a Marbella, donde fue también empresario. Como entrenador también trabajó unos meses en los Emiratos Árabes, concretamente en el Al-Ain. Volvió a su país y la pasada temporada llegó a dirigir al Dínamo en un partido de la Europa League porque el primer entrenador, Zoran Mamic, era baja por haber contraído la covid.

SIEMPRE LA GENTE

Precisamente sobre la pandemia dice que “mató la alegría del fútbol, la alegría de tener a los aficionados en los estadios y, además, a diario tratábamos de no mezclarnos con nadie para protegernos del virus. El fútbol sin tu público no es lo mismo”.

Se le hacía muy difícil lo de los partidos a puerta vacía porque él siempre tenía como referencia a los aficionados. Celebraba sus goles con ellos, la conexión con la grada en Zorrilla fue algo mágico en sus primeras temporadas. Peternac era un delantero por y para la gente, no era de los que se señalaba el número tras un gol, era más bien de tirarse al suelo de rodillas y señalar a la grada, provocando la fiesta, algo que también le gustaba, dicho sea de paso.

Pucela le adoraba. Su último partido con la camiseta del Real Valladolid fue un 19 de marzo de 2000 en Vallecas, ya con Goyo Manzano de entrenador. Abrochó un lustro memorable. En su primer año había logrado una permanencia histórica y su última temporada fue la del octavo puesto, la mejor clasificación del equipo en sus últimos 21 años de vida. Llegó y se fue con dos auténticos «milagros» deportivos de la mano.

Su mejor momento en Pucela había pasado ya para entonces, el brasileño Rodrigo Fabri era el goleador y el faro de aquel equipo, pero lo que no ha pasado, ni pasará nunca, es la devoción que la afición pucelana siente por su mejor goleador de todos los tiempos, y eso que le quitaron dos tantos. Fueron aquellos que marcó contra el Betis en el partido perdido en los despachos, aunque él los lleva también en su particular bagaje.

Si contamos 55 goles, más esos dos que se fueron al limbo, pueden pasar varias décadas hasta que alguien supere sus registros. Puede que este libro quede desactualizado en unos pocos años, eso es inevitable, pero difícilmente será porque alguien haya superado los números de don Alen Peternac.

Durante la temporada 1998/99 en Zorrilla. A la derecha, celebrando un gol de Víctor
Imparable en carrera