Amarillo y un productivo cambio de cromos

Amarillo posa en el viejo estadio Zorrilla al comienzo de la campaña 1975/76

José Anselmo Moreno

El Real Valladolid debe mucho a Alfredo Amarillo, con su fichaje por el FC Barcelona se llevó un buen dinero (12 millones de la época) y, a cambio, vinieron en propiedad jugadores que fueron decisivos en la historia del club.
El entonces técnico del Barcelona Rinus Michels pidió su fichaje tras verle en un partido del Trofeo Ciudad de Valladolid, y Amarillo ingresó en el Barça en junio de 1976 a cambio de esos 12 millones más los servicios de los jugadores del Barcelona Atlético Pepe Moré, el guardameta Oswaldo Santos (cedido), Rusky, Costa y el entrenador catalán Luis Aloy. Con ambas entidades tan «afines», a punto estuvo de venir después el Lobo Carrasco (aún juvenil) pero al final se fue cedido al Tarrasa.
Alfredo Amarillo Kechichian nació en Montevideo en 1953, y allí vive actualmente. Recuerda su etapa en Valladolid como «una de las más felices de su vida». Vivía junto al antiguo mercado de Portugalete y comía a diario en el restaurante Cuberito. El café lo tomaba en el bar del hermano de Manolo de Vega, con quien a veces jugaba a las cartas.
Su memoria en Pucela tiene mucho de gastronómica:

Recuerdo ir también a otro restaurante.

¿Cómo se llamaba? En la Avenida de Gijón…

Los Chopos o algo así. Los Chopos, sí.

Y allí iba con Docal o los concuñados Cardeñosa y Manolo Llacer a comer conejo en salsa y unas chuletillas «bárbaras». Entonces no se medía tanto el índice de grasa. Sí había que darse un homenaje en Los Chopos, la cosa pasaba inadvertida. Además, Alfredo siempre estaba fino.

Me cuentan algunos excompañeros, como Pérez García y el propio Llacer, que era un jugador extraordinario, capaz de recorrer toda la banda, físicamente un portento y no exento de calidad y disparo. En el Barcelona anotó el que fue elegido mejor gol de Europa en una temporada, una volea al Valencia en un partido en el que Manolo Clares anotó cinco goles. Era el Barcelona de Cruyff, su gol de aquel día fue un latigazo desde fuera del área que dio la vuelta al mundo. La imagen está en unos archivos de Barcelona y le cobran por verlo así que Alfredo, por puro orgullo, no lo ha visto: «No voy a pagar yo, que fui el que metí el gol». Un argumento demoledor.

En Valladolid dejó buenos amigos porque era un tipo alegre y de buen trato. Aún recuerda que fue a la boda de Julio Cardeñosa en su Seat 127 color mostaza lleno de gente. «Es el día que más calor he pasado en mi vida». Dice que aquí pasó el mayor frío y el mayor calor, aunque eso no es novedad, le ha pasado a mucha gente de fuera. Pucela y sus cosas.
A Valladolid llegó en 1973, temporada en la que Biosca era entrenador y Amarillo fue aquel año el principal asistente de Manolo Álvarez, goleador del equipo. De hecho, en un partido contra el Cádiz le puso en bandeja las asistencias de los tres tantos que marcó en aquel partido (3-0).
Más tarde, cuando Héctor Núñez cogió al equipo, Amarillo iba retrasando su demarcación y, ya en el Barcelona, acabó jugando de lateral zurdo tomando el relevo de otro exblanquivioleta, el leonés Toño de la Cruz. En Valladolid concidió también con Rudi Gutendorf, aquel entrenador alemán que hacía madrugar a los jugadores para que vieran entrar a trabajar a los empleados de las factorías del Polígono de Argales. Una iniciativa más populista que ejemplarizante.


Amarillo tiene muchas historias antes y después de su paso por el Real Valladolid. Comenzó jugando en el Nacional de Montevideo donde destacó muy pronto y, tras una gira por España, fueron varios los equipos interesados en ficharle, pero al final fue el Real Valladolid el que se hizo con sus servicios y firmó un negocio redondo con su venta. La temporada de su llegada al Barcelona fue espectacular y rindió a un altísimo nivel. Después fue perdiendo protagonismo para ser cedido al Salamanca en 1978. Tras la UD Salamanca se fue a un emergente Espanyol.

A PUNTO DE SER INTERNACIONAL

Jugaba como oriundo al tener ascendencia española, algo abierto a la polémica como otros sudamericanos de la época. Sin embargo, consiguió la nacionalidad española (el mismo día que Zubiría o Heredia) y estuvo a punto de ir al Mundial de Argentina 78 con España, pero se descubrió que había llegado a ser internacional juvenil uruguayo con solo 18 años, mientras jugaba en el Nacional de Montevideo. Eso le impidió ser convocado por Kubala para la selección cuando prácticamente ya tenía la maleta hecha para irse a una concentración en Madrid.
«La idea de Kubala era que jugara Camacho como lateral derecho y yo de lateral izquierdo». Eso fue antes de la grave lesión de José Antonio Camacho, pero como ni uno ni otro pudieron ir a Argentina, al final fueron De la Cruz y Uría los laterales zurdos de aquel Mundial.

Tras una segunda temporada en el Espanyol, donde coincidió con el también exblanquivioleta Paco Fortes, se fue a jugar a México, concretamente al Toros de Neza, pero no aguantó mucho allí debido a la inseguridad que había por entonces en aquella ciudad. De un día para otro decidió regresar a Uruguay y jugar en el Danubio de Montevideo. Allí apadrinó a un jovencísimo Rubén Sosa y jugó hasta que se retiró, volviendo a adelantar su demarcación porque ya le costaba más defender.

Aunque afincado en Uruguay, dice que parte de su corazón está en España pues tiene una nieta en Barcelona y a sus dos hijos, Alfredo y Darío, que viven y trabajan en la capital catalana. Hasta no hace mucho llevó el bar de un club social en Piedra Honda, del barrio de Buceo, en Montevideo. A sus 67 años sigue devorando partidos de fútbol y pendiente de sus equipos en España: Real Valladolid y Barcelona los que más y mejor marcaron su memoria.

Con el pasaporte español y en su último año en Valladolid
Real Valladolid de la temporada 74/75. Alfredo Amarillo es el primero por la derecha, debajo de Santos

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