Hijo, son malos tiempos para la lírica pero… hay que seguir

Imagen cedida por El Norte de Castilla. Padre e hijo en un partido con lluvia y con derrota

José Anselmo Moreno

Pues sí, como cantaron Golpes Bajos y antes había escrito Bertolt Brecht: «son malos tiempos para la lírica». Me ha dado una pena brutal el descenso del Real Valladolid esta temporada (más de lo normal). Hay muchos factores pero, sobre todo, por el ambiente que hay en Zorrilla en los últimos años. Sigo sin aceptar que con más apoyo social que nunca, más ingresos atípicos y mejor economía (aparentemente) estemos en unos tiempos de mediocridad nunca vistos en los 80 y 90. De 1980 a 2004 sólo militamos una temporada en Segunda, y el nivel de exigencia era muy superior al actual. La gente que ahora apoya sin condiciones no se merece lo que pasó el domingo y, sobre todo, los más de 20.000 fieles de cada partido (hubo tiempos de 8.000) NO se merecían este descenso y la poca o ninguna empatía que tuvieron que soportar al día siguiente. Este club vivió un descenso en 24 años y lleva cinco en 19. Pese a todo, fueron más de 26..000 seguidores a echar el resto este domingo. Como obviamente no conozco a todos y cada uno, voy a focalizar este texto en una sola persona aunque eso, y la mayor carga de sentimiento y crítica, lo dejaré para el final.


Es cierto que hubo errores arbitrales, incluso mala suerte y fallos puntuales de dos porteros (Asenjo y Masip) que han costado puntos de los que nos acordamos cuando ya no hay remedio. Al margen de todo, y de los entrenadores, es obvio que hubo muy mala planificación deportiva.
Los fichajes de verano fueron calamitosos y los fichajes de invierno se lesionaron casi todos. Además no vino Cabral y tuvo que jugar muchos partidos Óscar Plano en la banda izquierda porque no había otro. Hemos jugado con varios futbolistas que ya habían descendido, con algunos de ellos nos jugamos la vida el domingo cuando (en algún caso) ya sabían que no iban a continuar.

Momentos previos al partido ante el Getafe

También es cierto, insisto, que hubo varios arbitrajes de esos que te hacen enfadar y despiertan tu lado oscuro. Con todo, a mi juicio, fue el partido de Valencia el que dio la vuelta a todo. Ganar ese día era sellar la salvación pero sucedió de todo: error garrafal de Masip, lesión de uno de los mejores en ese momento (Amallah) y gol encajado en el último suspiro. Nada de esto es extraño, este club y la Ley de Murphy suelen ir de la mano. Este año hasta nos anularon un gol cuando el balón estaba a punto de besar la red. Todo esto lo hablaba el domingo en la grada con un amigo que había cambiado el turno de trabajo para ir al partido, y que entró al campo diciendo: «sé que vamos a bajar, pero tenía que estar aquí». Ese amigo, como yo, jamás recibió dinero de su padre para ir al fútbol cuando era un chaval. Lo cual hace todavía más incomprensible esa entrega a los colores.

Un ejemplo bien cercano

No es en ese aficionado en el que quería focalizar este descenso sino en alguien mucho más cercano, y que ha sufrido en los últimos tiempos lo que es querer al Pucela. Eso que se mete dentro y que es un puto veneno para toda la vida. Escuché decir una vez a un argentino que a veces la derrota congrega a más incondicionales, pero no estoy de acuerdo. Es mejor ser de un equipo que gana. Y mucho más fácil.
Los años te hacen relativizar un poco, pero hay una edad en la que todo afecta más, las alegrías y las penas. Todo te parece tremendo. Y voy a hablarles de alguien que ha vivido esta temporada en esa fase de la vida, alguien para quien el partido del domingo, que vivió a mi lado en el estadio, era «ganar o morir». Voy a intentar mirar lo que ha sucedido con los ojos de Raúl.
A Raúl Moreno, de pequeño, no le gustaba el fútbol, pero en su adolescencia (casi de un día para otro) se convirtió en un friki del Pucela aunque, además, conoce a jugadores de todo el mundo con una profusión de detalles que no alcanzo a entender. Sí, se trata de mi hijo, y justo cuando se enganchó al fútbol irremediablemente, el Pucela nos da a todos más disgustos que alegrías.


Me da mucha pena por él y por la gente joven que se ha incorporado, y que ahora casi llena el estadio, día sí y día también. Mucha pena por ellos porque, al fin y al cabo, la gente de mi generación ha disfrutado con este equipo. Yo he visto, y he escrito, del Europucela, del Real Valladolid de la década prodigiosa (los 80), he visto a Moré levantar la Copa de la Liga, he vivido una final de la Copa del Rey, he visto (y contado) el gol más rápido de la historia, he disfrutado de aquel Pucela-Barca con Cantatore en el banquillo (el partido perfecto), vi al Pato Yáñez hacer cosas imposibles, a Gilberto meter goles desde Honduras, a Víctor ser el más listo de la clase, a Fenoy disparar a los balones que se iban a Continente, a Edú Manga hacer rabonas, y tantas y tantas cosas que no caben en este texto porque, aunque a veces tenemos complejo de «pupas», el Pucela nos ha dado también grandes satisfacciones.

Sin embargo, ese no ha sido el caso de Raúl. Cuando voy al fútbol con él y veo esa cara de sufrimiento a veces me espanta. En algunos momentos hasta me siento culpable y le digo que sólo es futbol, que no es importante (me siento como un pájaro disparando a una escopeta). Raúl ha conocido casi tantos descensos en sus 20 años de vida como su padre en casi 58. Y es que verlo sufrir llama a la compasión. Un padre, por el mero hecho de serlo, prefiere que todo lo malo le pase a él primero pero… que gane el Pucela, no depende de uno.

En el Fondo Sur, el sitio de Raúl en Zorrilla (y el mío a su edad)

A veces me pregunto cómo es posible salir indemne de una «castaña» de partido, de esos que hemos vivido esta temporada con goleadas en contra. Raúl, como tantos otros, está en esa fase de transformar un 0-3 en un disgusto de tal calibre que le amarga el fin de semana. Pero vuelve a la carga. Siempre con su camiseta y dispuesto a ilusionarse antes de cada partido cuando unos tipos de blanquivioleta saltan al campo. No se pregunta demasiado el porqué de las cosas. Sólo quiere que gane su equipo. Mi sensación es otra, lleva impresa la deformación profesional de más de tres décadas militando al otro lado, en ese donde pones «distancia» porque hacer bien tu trabajo es lo primero, Y claro, por defecto, tiendes a analizar los «detalles», esa palabra fetiche de Pezzolano.

Las cosas que nos pasan

En esas tres décadas he visto cosas que solo le pasan al Pucela. Como encajar gol tras un saque de banda nuestro, como ser el primero en perder 0-3 por tener un extranjero más sobre el campo, como que te venga un japonés sin ligamentos, como pillar un virus en una gran efeméride, como que se destroce la rodilla el mejor extranjero de tu historia (Gilberto) o que arrolle a tu plantilla un tren de mercancías (eso fue en 1949). Son solo algunos ejemplos, hay mil.


Todo esto, las desgracias y las alegrías, se lo he ido contando a mi hijo hasta que se formó un cóctel explosivo. Sí, es del Pucela a muerte y en la camiseta que se pone cada partido no está el nombre de una estrella sino el de un jugador que también es «a muerte» de este club: Anuar Tuhami. Mientras nuestro Real Valladolid le ha ido dando disgustos, y muchos, yo me he sentido responsable de su sufrimiento pero ¡ay, señores! cada vez que se deja la garganta cantando el himno o cuando un gol a favor en el minuto 93 le convalida una noche de juerga. En momentos así, por ejemplo, yo soy un padre orgulloso.


Sin embargo, lo admito, salí el domingo del estadio dudando de que todo esto compense. Y ya no hay remedio. Espero que Raúl nunca tenga mis filias y mis fobias, que en todo caso sea una versión corregida y que nunca le irriten mis demonios, pero… en eso de ser del Pucela ya no puedo hacer nada. Ya es tarde. Es ese puto veneno. Y ya es para siempre. No se merece este sufrimiento, ni se lo merecen las más de 20.000 personas que han acudido cada jornada a Zorrilla. Y ahora las lágrimas de Pezzolano no me valen, tampoco las explicaciones NADA convincentes de Ronaldo, abriendo frentes innecesarios en un día especialmente sensible para todos y, menos aún, las excusas de algunos jugadores. Los aficionados han estado MUY por encima de todo y de todos y es impresentable lo que ha pasado. Hay que seguir, pero no nos tomen el pelo, son dos descensos en tres años: aprendan, pidan perdón y háganselo mirar.