Emilio Amavisca o la rebeldía para triunfar

Con Benjamín y Manuel Pablo, en una imagen reciente
En una formación de la temporada 1993/94
Getxo en 1989. De izquierda a derecha: Peña, Óscar, Manolo, Cuesta, Pablo, Juan Carlos, Cela, Amavisca, César, Piti y Víctor

José Anselmo Moreno

Nunca lo tuvo fácil José Emilio Amavisca Gárate. En Pucela tuvo que irse cedido al Lleida para ser visto con otros ojos y en el Madrid ya es conocida su historia con Valdano, que quiso prescindir de él y de Zamorano para acabar siendo titulares, ambos. Lo que nos importa aquí es su etapa en el Valladolid. Vamos con ella.

Antonio Santos no acabada de decidirse, quería verle en más partidos pero fue un domingo Fernando Redondo a verle a Laredo, aprovechando que su mujer quería ir a Cantabria a visitar a unos amigos, e hizo un partidazo el conocido como “puñal” laredano. Bastó con medio partido y Redondo se lo trajo de inmediato para el Valladolid Promesas de Piti Sanjosé, César Esteban, Pedro Peña, Cela, etc (foto de arriba, cedida por Justino Salamanca). Tras los hermanos Docal, fue otro laredano inolvidable en Pucela.

Amavisca era un extremo de zancada imponente y muy listo para leer los espacios. Tan rápido era que su compañero Alberto recuerda que, a veces, no le daba tiempo a llegar al remate. Ya en el primer equipo, durante su segunda etapa, Pepe Moré llegó a probar con él de lateral izquierdo en una defensa de cinco. Fue precisamente con Moré, al término de la temporada 93/94, cuando mejor jugó en Pucela e inmediatamente fichó por el Real Madrid. Era aquel año de la promoción con el Toledo que Emilio recuerda ahora con especial cariño pese a haber sido antes oro olímpico en Barcelona 92 y, años después, campeón de Europa o de la Intercontinental con el Real Madrid.

GOLES PARA DECIR ADIÓS

Dos goles suyos en su último partido de blanquivioleta sirvieron para dejar en Primera al Real Valladolid. Fue un 29 de mayo de 1994, en el Estadio José Zorrilla, durante la vuelta de la promoción por la permanencia con un emergente Toledo, que dirigía Gonzalo Hurtado.
Pepe Moré alineó ese día (último partido de blanquivioeta para nuestro protagonista) a Lozano; Cuaresma, Najdoski, Juli, Iván Rocha; Gracia, Chuchi Macón, Miguelo, Amavisca, Alberto (Castillo, min. 79) y Marlon Brandao (Correa, min. 46).
Para Emilio Amavisca fue una de las jornadas más felices de su carrera hasta entonces porque el Pucela ganó 4-0 (remontando el 1-0 de la ida), con un doblete suyo, un gol de Chuchi Macón (el primero) y otro de Juli. Por entonces tenía 22 años y recuerda más la alegría de la gente que sus dos goles. También la tranquilidad de que, si tenía que irse, dejaba al equipo en Primera.


Se marchó al Real Madrid, de ahí al Racing y después a un Deportivo que vivía entonces días de vino y rosas. Allí coincidió, por cierto, con Sergio González, amigo suyo. También llegó a ser internacional con la selección española, pero en su corazón aparece ese Real Valladolid que “fue el equipo que me dio la posibilidad de darme a conocer y de jugar en Primera”. De bien nacidos es ser agradecidos, eso piensa este cántabro nacido en Laredo, que llegó al club blanquivioleta con 18 años para jugar con el Promesas en Tercera División, donde permaneció dos años en los que ya tuvo tiempo de debutar con el primer equipo, concretamente en Vigo. Una vez más, Moré aparece en su biografía. Fue el entrenador que le hizo debutar ante la insistencia de un Fernando Redondo, que confiaba ciegamente en Amavisca. Con Redondo, relevo de Moré, jugó su ultimo partido aquella temporada. Fue en Zorrilla ante el Sporting y ese día debutaron Piti San José y Santi Cuesta.


En su tercera campaña en Pucela fue cedido al Lleida, donde de hartó a hacer goles y comenzó a destacar para acabar logrando la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Tras los focos de los Juegos regresó al Real Valladolid en Segunda con el objetivo de devolverle a la máxima categoría, algo que se logró en buena parte gracias a su aportación, con 9 goles marcados en 36 partidos y muchas asistencias. “Fue un año muy difícil en el que no empezamos bien con Boronat, pero acabó con uno de mis mejores recuerdos, el ascenso en Palamós”, evoca con una foto que acompaña a este texto y en la que es levantado a hombros por una afición que le adoraba. Fue la primera gran celebración de un ascenso en la Plaza Mayor.


Su padre (Emilio Amavisca Albo) también fue jugador de fútbol, aunque defensa. Jugó en el Burgos, Pontevedra y, como no, en el Laredo. Él le metió el fútbol en las venas y recuerda que, cuando todavía era juvenil, el Laredo le subió al equipo de Tercera con futbolistas mucho más veteranos. Era dura entonces aquella categoría. Ahí fue donde le vio el Valladolid para captarle.

No era fácil la decisión para él, entonces no había autovía y Pucela estaba a cuatro horas de carretera, aunque Emilio no tenía (ni tiene) coche ni carnet de conducir. Siempre fue un futbolista especial y con una personalidad notable. Estaba conviviendo con la Quinta de los Ferraris, pero él tenía sus propias ideas y siempre fue coherente con ellas. Amavisca y un Ferrari Testarossa no mezclan bien. Los valores que aprendió en casa no le hicieron cambiar mientras era portada de periódicos nacionales o jugaba (y ganaba) la anhelada séptima Copa de Europa. Pies en el suelo y siempre el mismo tipo. Su melena, camino de los 50 años, ya define un estilo de vida. En realidad, de no ser por la mili no habría fotos de Amavisca peinado impecablemente.

Volviendo a sus inicios en Pucela, siempre dice que “fue un gran cambio porque yo era un chico muy hogareño y disfrutaba mucho estando en familia”, pero enseguida se acopló a Pucela, concretamente al barrio de Parquesol. Allí vivían entonces varios compañeros y ellos le bajaban a entrenarse a los Anexos. Se hizo íntimo amigo de Alfonso Serrano, de hecho se casó el mismo día que el centrocampista de Santovenia y se fueron juntos con sus respectivas parejas de viaje de novios.

CESIÓN AL LLEIDA

Califica de gran acierto aquella cesión al Lleida, donde explotó. “Tuve suerte, el equipo hizo muy buena temporada mientras, por desgracia, el Real Valladolid iba bastante mal. Me contaron que hubo un partido contra el Betis en el que yo marqué tres goles con el Lleida y la gente se enfadaba al verlo en el marcador del estadio. Ganamos 6-2 aquel día y, de hecho, casi subimos aquel año mientras el Real Valladolid descendió”, recuerda en alusión a una temporada del Pucela que terminó con la marcha de todos los colombianos y el descenso consumado, ya de la mano de Javier Yepes. Mientras todo eso sucedía a orillas del Pisuerga, Vicente Miera citó a Amavisca para una estadía en Cervera de Pisuerga, en la que también estuvo al principio Santi Cuesta, de cara a preparar los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.

Esa llamada llegó cuando Amavisca acababa de empezar el servicio militar. “Durante el mes y medio de la concentración, entrenaba dos días en Cervera y después venía otros dos días al cuartel en Valladolid”, recuerda. A Emilio le chocó que algunas personas de Valladolid se ofendieran porque cuando fue a la selección olímpica figuraba como jugador del Lleida. En realidad él había llegado allí por su temporada en el club ilerdense pero, a día de hoy, no le da más importancia y siempre se ha mostrado agradecido al Pucela y a su afición. Esa temporada siguió acudiendo al cuartel con disciplina castrense y hubo de olvidarse de su inseparable melena mientras con Onésimo y Alberto formaba el triplete ofensivo de un Real Valladolid que por detrás de ellos tenía a Javi Rey, Walter Lozano y Rachimov o Castillo. Aquella delantera era brutal en Segunda, combinaba velocidad, habilidad y pegada. Abrazado a ese triplete subió el equipo en un solo año. Siempre le dice Onésimo a Amavisca que le hizo internacional con sus pases, pero Emilio ironiza al recordar que había partidos en que no veía ni el balón…

“La verdad es que fui muy feliz en Valladolid y más cuando en mi segunda temporada mi hermano se vino a vivir conmigo para estudiar en la Facultad de Económicas”. Eso fue después porque, al principio, yo le recuerdo viviendo con una señora y allí le llamé una vez cuando me dio su teléfono (obviamente un fijo) durante el calentamiento de un partido del Promesas que tuve la osadía de interrumpir. Mal hecho. «En realidad tengo más contacto con los excompañeros del Promesas que con los del primer equipo, a veces organizan cenas y yo me apunto, fueron años muy bonitos, aunque fuera duro subir y bajar desde el primer equipo a Tercera División”. En el Promesas era extremo, pero después incluso llegó a jugar de lateral izquierdo en una defensa de cuatro, concretamente en un partido internacional disputado en Valladolid ante la República Checa. “Clemente me dijo que tenía que tapar a un jugador checo y salí de lateral zurdo, sin problema”.

AL MADRID

Su fichaje por el Real Madrid fue un tanto extraño, ya que había firmado un precontrato, pero Valdano al principio no le quería. “Me preguntaban mucho por el tema durante la celebración del ascenso, pero yo estaba muy tranquilo porque si me quedaba en Valladolid estaba tan contento, aunque al final me fui”. Y se fue para volar muy alto, aunque subraya que siempre ha tenido claro que, sin su estancia en el Real Valladolid, difícilmente habría llegado como llegó al Real Madrid en un momento que el tiempo evidenció oportuno.

Hubo una época en que sus goles llevaban adherido un ritual. Una rodilla en el suelo, cabeza inclinada y su dedo índice de la mano derecha señalando al cielo, recordando a un amigo fallecido. Tras jugar en el Madrid cinco temporadas, lo hizo también en el Rácing de Santander (tres años), el Deportivo de La Coruña (otros tres) y en el Espanyol de Barcelona, donde al término de la temporada 2004-95 se retiró con 33 años. Desde entonces, ha seguido vinculado al fútbol como comentarista radiofónico (RNE) y director de la Escuela Municipal de Fútbol del Ayuntamiento de Santander. “El fútbol de ahora se ha hecho muy físico, no es el de antes, pero siempre me encanta verlo y comentarlo”.

Sobre el Valladolid dice que la afición y la ciudad se merecen un equipo en Primera División. Respecto a la llegada de Ronaldo como presidente y máximo accionista se muestra convencido de que va a poner al Real Valladolid mucho más arriba y, mientras tanto, él observa en la distancia y anima al Pucela desde su casa en Cantabria. El fútbol y la vida le trataron muy bien después, pero recuerda que todo empezó entre Laredo y Pucela. Lo proclama con la misma fuerza que sopla el viento cuando se pone a ello en la playa de la Salvé. Laredo y Valladolid no solo tienen en común a los veraneantes, también a Emilio Amavisca. Acabamos hablando de esos jugadores, algunos excompañeros suyos que tras el fútbol no han podio adaptarse a la vida posterior, al momento en que giran los focos. «Algunos siguen necesitando la fama y yo no, a veces hasta agradezco la mascarilla». Emilio, que tiene un polideportivo con su nombre en Laredo, tiene muchas inquietudes y muchas cosas que hacer, todas ellas apegadas a su tierra, donde se baña cada 1 de enero en el Cantábrico, una tradición que empezó con unos amigos y que sigue cumpliendo cada año.

Estuvo dos temporadas en el primer equipo y dos en el Promesas, él mismo me rectifica el dato porque la memoria traiciona y yo había registrado solo una en el filial, asimilando una campaña en que jugó varios partidos en Primera como integrante de la primera plantilla. Como ha dicho, no fue fácil para él debutar con los grandes y bajar de nuevo al Promesas, cuya puerta acabó tirando a empujones para escribir después esta historia aquí resumida. Pucela y Laredo son palabras que podrían contraerse en un recurso morfológico porque tal y como acaba una empieza la otra. Amavisca consiguió unirlas mucho antes de que se hiciera realidad la Autovía de la Meseta.

En la temporada 93/94
Durante un partido contra el Mallorca en 1992 en Zorrilla
Con su perro, Balú.
Celebrando el inolvidable ascenso de Palamós

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