Cuando la fortuna suelta la mano

Germán Hornos y Ariza Makukula protagonizaron dos de las historias de mala suerte para el Real Valladolid a las que se alude en el texto.

José Anselmo Moreno

En un ejercicio de memoria y de fustigamiento uno llega a la conclusión de que son muchas las veces que la Ley de Murphy se ha cebado con el Pucela: Ha habido cosas graves e irreversibles como la muerte del presidente Marcos Fernández o el accidente de Germán Hornos en Navidad, que le dejó fuera de un equipo que ya había cogido la onda.
Además, el Valladolid debe ser de los pocos que perdieron un partido por meter a un futbolista que apenas tocó el balón en cinco minutos pero que propició una alineación indebida. Fue en aquel encuentro ante el Betis, en el que la salida de Harold Lozano al campo provocó un 0-3 en los despachos. También hubo un tiempo en que aquí venían estrellas de otros países, como el japonés Shoji Jo o el mexicano Cuauhtémoc Blanco y, al poco, se rompían la rodilla.
Algunos jugadores no pudieron inscribirse en tiempo y forma (eso no fue mala suerte) pero sí cuando el equipo se fue a jugar a Barcelona la permanencia en la última jornada de la 09/10 y resultó que, tras una carambola, el Barça se jugaba ese día la Liga.

También hay que recordar otras graves lesiones de jugadores, casi siempre delanteros. La de Makukula, con el equipo en puestos de UEFA y cuando se acababa de ceder a Pachón, o la más reciente de Roger, que era el único delantero nato del equipo. De las últimas cosas surrealistas que le han pasado al Real Valladolid, fueron un gol del Valencia tras un saque de banda que el árbitro había señalado a favor o el gol del guardameta sevillista Bono, el único en toda la historia de la liga española marcado por un portero rival en jugada. Para colmo era el minuto 94 de un partido decisivo.

Muchísimo más grave y más lejano en el tiempo, en la madrugada del 29 de agosto de 1949, el autocar en el que viajaban los jugadores del Real Valladolid fue arrollado por un tren de mercancías a ocho kilómetros de Burgos. En fin, Murphy y su ley inexorable.

EN DETALLE

Vamos por partes. «Cada segundo es tiempo para cambiar todo para siempre», la frase es del genial Charles Chaplin quien, a buen seguro, nunca pensó en aplicarla al fútbol. Y es que, en efecto, hay hechos, momentos, minutos o segundos en la vida de un club que cambian su destino invariablemente. Pasa con las personas y, al fin y al cabo, un club está formado por una serie o sucesión de personas. El componente aleatorio del fútbol, en el caso que nos ocupa, se pone a favor o en contra y, con ello, gira el carrusel del destino. Como la vida misma. A veces lo hace de forma abrupta. A veces, de forma amable. A veces la fatalidad golpea sin remedio. Otras, solo un tropiezo. Un susto. En cualquier caso, para nuestro Real Valladolid las cosas nunca fueron fáciles… Y dicen que cuanto mayor es la dificultad mayor es la gloria, tal vez por eso Pucela celebra tanto los éxitos de su equipo de fútbol que, a veces, parece tener un «idilio» con el infortunio.
Cuando Joaquín Sabina canta al Atlético de Madrid aquello de… «qué manera de sufrir», la estrofa le encaja al Valladolid como un guante. Pese a todo, el club ha cumplido ya los 93 años con las constantes vitales aceptables y unos mínimos de salud. Y por la salud empezamos esta galería de fatalidades del Real Valladolid porque, sin duda, la enfermedad y posterior fallecimiento de Marcos Fernández Fernández ha sido lo que más ha podido cambiar la biografía reciente del club. Tras su desaparición, ya nada fue igual. Se adivinaba un futuro esplendoroso, con Cantatore al frente del equipo y las ideas claras por parte del entonces dirigente y máximo accionista. De hecho, el equipo se había clasificado para la Copa de la UEFA aquella temporada, era el Europucela y tenía toda la pinta de «romper» a ser en cualquier momento un nuevo Súper Dépor.
Al margen de este golpe en plena mandíbula a la historia del club, lo cierto es que al Real Valladolid no le ha agarrado la suerte de la mano en las últimas décadas. Casi nunca. La Liga de 22, por el descuido contable de dos clubes (Celta y Sevilla), ha sido de las pocas ocasiones en que el carrusel de la fortuna o de la providencia «viró» a favor de los vallisoletanos.
Al Valladolid le ha pasado de casi todo. Desde el referido accidente gravísimo durante la Navidad de un jugador como Germán Hornos, que se había convertido en pieza clave, hasta perder 0-3 un partido que había ganado claramente después de los 90 minutos.
Lo de Hornos, por ejemplo, marcó el devenir de aquella plantilla de la temporada 2004/05 porque el entonces entrenador, Sergio Kresic, que había dado con la tecla del funcionamiento del equipo, perdió el rumbo y con ello, se diluyeron las opciones de ascenso de un club que hubo de permanecer en Segunda dos campañas más.

CONCATENACIÓN DE LESIONES

Antes de eso, con el equipo en Primera, había sucedido lo del japonés Shoji Jo o lo del mexicano Cuauhtémoc Blanco. Ambos llegaron como delanteros provenientes de destinos poco habituales pero cuando habían empezado a rendir se lesionaron gravemente de una rodilla. Rotura del ligamento cruzado. Lo mismo en ambos casos. Insólito.
Como insólito fue lo de aquella alineación indebida. Era la primera vez en Liga que se daba por perdido un partido a un equipo en los despachos. Lo que había sido una buena victoria ante el Betis con dos goles del croata Alen Peternac se convirtió en un 0-3 por haber alineado a un extranjero más durante apenas cinco minutos. No influyó para nada en el partido pero, por primera vez en la historia, se cumplió la reglamentación y un partido ganado se fue al limbo. Hasta hubo una manifestación popular en Pucela, algo más propio de movilizaciones sindicales que del fútbol.
Otro caso poco habitual, esta vez de dopaje, también afectó al Real Valladolid. En el periodo de fichajes invernal de la temporada 93/94, el club había firmado como incorporación estrella a Antonio José Gomes de Matos ‘Toni’, un delantero del Valencia. Sin embargo, al poco de llegar, el jugador brasileño se vio implicado en un caso de dopaje. Se habló entonces de un colirio que contenía nandrolona, la sustancia en cuestión, pero aquello nunca se aclaró del todo.
Y otra historia peculiar es la del delantero francés Dagui Bakari, un jugador que llegó para suplir a Ariza Makukula, quien también se lesionó en un momento de dulce, y que finalmente no pudo inscribirse. Unas horas antes de la lesión del congoleño se había cedido a Sergio Pachón al Getafe y solo quedaba en la plantilla el argentino Martin Cardetti como delantero nato y Roberto Losada como apoyo. El equipo se fue a segunda, precisamente por su falta de pegada, y de un delantero de referencia. Cosas del destino.

Tal vez el último momento en que la historia del Valladolid pudo virar bruscamente fue en mayo de 2014. Pasado el tiempo reglamentado un Betis, sin nada en juego, consiguió un gol desde medio campo que suponía el 4-3 para los sevillanos en un partido revolucionado y loco. Más tarde, se descubrió que había prima para los verdiblancos. La cosa acabó en los juzgados.
El caso es que un empate en ese partido, el 3-3 vigente hasta el minuto 92, hubiera podido dar la permanencia al Real Valladolid porque en la última jornada llegaba el Granada a Zorrilla y ambos equipos se salvaban con un reparto de puntos, lo cual hubiera propiciado tal vez «un cambalache» fácil de adivinar.
Entre esas cosas que le pasan al Valladolid está también lo sucedido durante la celebración de su 75 aniversario. En una comida multitudinaria, que tuvo lugar en el Museo Patio Herreriano, entre insignias de oro y reencuentros inolvidables decenas de personas resultaron intoxicadas con uno de los postres. Aquello se recuerda como el «Día de la Chirimoya» más que como la importante efeméride que pretendía ser. Episodios privativos de este club…

Incluso en momentos de gloria hubo desgracias, como el accidente de un aficionado en la fuente de la Plaza de Zorrilla durante la celebración del ascenso de 2007. De lo último que recuerdo es el chaparrón apocalíptico que cayó durante una cena sobre el césped del estadio con motivo de la celebración del ascenso de 2018, que coincidía con el 90 aniversario. Había un concierto preparado de Café Quijano, que tuvo que suspenderse. Hasta eso.

EN LOS OCHENTA, TAMBIÉN

Mucho más atrás en el tiempo, en una espléndida década de los ochenta con todos los años en Primera División, también hubo casos de decisiones tomadas bajo la influencia de la inexorable Ley de Murphy. Hasta la celebración del ascenso que iniciaba esa época no fue tal porque una derrota (0-2 ante el Palencia) convirtió la fiesta en bronca. Ni eso.
Para empezar, en la temporada 81/82, hubo dos delanteros a prueba, el venezolano Gaby Suárez y el argentino Mario Luna pero solo se podía fichar a uno. El entonces entrenador, Paquito, acabó diciendo tras un partido amistoso que los dos eran buenos, que ambos podían quedarse y que escogiera el club. Y el club eligió a Luna pero el jugador tuvo problemas con la nacionalización y solamente jugó algunos partidos amistosos con la camiseta blanquivioleta. No llegó a alinearse en ningún partido oficial, como también sucedió años después con Pablo Amo, Chavo Díaz, Razak, Félix «El Gato» Hernández o Cristiano, que tampoco llegaron a jugar nunca partidos de verdad con el club, aunque por diferentes razones.
El tal Mario Luna, eso sí, marcó dos goles (uno de bandera) en un partido por el tercer y cuarto puesto del Trofeo Ciudad de Valladolid. Y ese fue todo su bagaje. Su nombre reapareció en los periódicos décadas después al poner su título de entrenador a disposición de Dimitri Piterman cuando éste ejercía «de todo» en el Deportivo Alavés. Luna hacía el trabajo de campo con los jugadores y Piterman tomaba las decisiones técnicas. Por cierto, el otro jugador a prueba, Gaby Suárez hizo carrera en su país y acabó siendo internacional. Murphy y su ley… Otra vez.

En los ochenta, esa década prodigiosa, también hubo más ejemplos de infortunio, como la última lesión (ya definitiva) de Francisco de Borja Lara Adánez. Esa fue otra historia de verdadera mala suerte. Era un futbolista destinado a marcar una época en el club y, de hecho, el Real Madrid ya tenía una opción de compra sobre él, lo que hubiera permitido crecer en lo económico a un Real Valladolid siempre modesto. Complicaciones de una lesión de ligamentos acabaron propiciando su retirada del fútbol tras varias recaídas. La última de ellas tras un entrada del defensa españolista Secundino Ayfuch.
Otra lesión acabó también con la carrera de uno los mejores extranjeros que han vestido la camiseta blanquivioleta, el hondureño Gilberto Yearwood. Una entrada en Mestalla le produjo también la temible «triada» y aquel defensa, que aún hoy sería elegido en una alineación histórica de cualquier aficionado veterano, ya no volvió a ser el mismo. Llegó del Elche con un contrato largo y a cambio de 28 millones de pesetas (una fortuna para la época) pero su aportación apenas duró dos temporadas.
Hay un cómico que dice que el Real Madrid o el Barcelona no saben lo que es celebrar un ascenso. Probablemente, para un modesto sea lo más equivalente a un título y de esos, el Valladolid tiene muchos. Así pues, cuando la sufridora afición de Zorrilla canta aquello de «vamos mi Pucela, vamos campeón» es porque, de alguna manera lo quiere ver así. A pesar de todo.

Shoji Jo durante su presentación en diciembre de 2000 y en la actualidad

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