Landáburu, un cerebro entregado a causas sociales

En un acto oficial del Real Valladolid
Landáburu, segundo agachado por la izquierda, en 1974
Landáburu con la camiseta del Real Valladolid en 1973

José Anselmo Moreno

Famosos eran sus goles olímpicos y ahora se dedica a ayudar a los demás. Chus Landábaru, Guardo (Palencia) 1955, fue un fino estilista con el balón, por algo el fútbol era para él poco más que un juego y lo definía como «salir al recreo». Con la jubilación laboral se buscó otro «recreo» y se hizo voluntario de Red Íncola y de Entreculturas. Acabó siendo presidente de la primera de las organizaciones. Precisamente, en ruedas de prensa dedicadas a causas sociales empecé a coincidir con él tras haberle perdido la pista después de dejar el fútbol, aunque yo le recuerdo en el Rayo, el Barcelona y en el Atléético, nunca le vi en directo con el Real Valladolid.

En una conversación telefónica sin desperdicio empezamos, como debe ser, por el principio. Llegó al colegio San José desde su Guardo natal porque allí no había instituto. Jugó en el equipo del colegio y debutó con la blanquivioleta en Segunda División, con solo 17 años. Fue visto y no visto. Llegaba del equipo juvenil del Colegio San José, donde estaba en régimen de internado, y en cuestión de días pasó del patio del colegio a los estadios.

Tras seis temporadas en el Real Valladolid fichó por el Rayo Vallecano, que entonces acababa de subir a Primera División. Antes pudo ir al Sevilla pero su problema de corazón, detectado en Valladolid por el doctor Martín Luquero, y que no tenía importancia, le paró el fichaje por el club hispalense. Le hicieron hasta un cateterismo, que en aquella época no era ninguna broma.
Tras frustrarse lo del Sevilla destacó en muchísimo en el equipo de Vallecas y, de ahí, al FC Barcelona y a la selección española de Ladislao Kubala. Más tarde, ficharía por el Atlético de Madrid y allí estuvo hasta los 33 años, cuando llegó un ciclón llamado Jesús Gil y bajó el pulgar. La cosa acabó muy mal porque despidieron de forma ilegal al propio Landáburu, a Quique Ramos y a Juan Carlos Arteche, entre otros, para hacer sitio a los nuevos. Más tarde ganaron aquel litigio en los tribunales.
Sin embargo, él se había preparado para el final de su carrera deportiva de manera muy concienzuda. Su vida tras dejar el fútbol estaba ya perfectamente diseñada porque su padre le puso como condición para jugar al fútbol que no aparcara nunca los libros
Mientras jugaba, terminó la carrera de Ciencias Físicas, superó un máster de ESADE y, en sus últimos años en el Atlético, trabajó a tiempo parcial en una empresa de postproducción de vídeo. Tras ser consultor y residir en Madrid durante varios años, en 2007 regresó a Valladolid donde, ya jubilado, ocupa sus días colaborando en ONGs. Siempre disponible. Siempre dispuesto.

DEL SANJO A ZORRILLA

Durante la conversación incidimos en ese paso supersónico de un colegio al profesionalismo. Estando en el juvenil del Colegio San José, le llamaron para completar un partido de entrenamiento de los jueves en el Real Valladolid de Héctor Martín. De la Plaza Santa Cruz al viejo estadio del Paseo Zorrilla en un pis pas.

De cantar las alineaciones del Pucela por la cale a vestirse al lado de ellos. Lo hizo tan bien en la prueba que inmediatamente le ofrecieron fichar por el primer equipo y debutó en Mestalla ese mismo año ante el filial del Valencia. Corría el año 1972. «Fue inesperado, yo nunca me plantéé dedicarme seriamente al fútbol pero me dieron todo tipo de facilidades. El Valladolid me ayudaba con los libros y con las clases, que me ayudasen con los estudios fue la única condición que impusieron mis padres». También le impusieron a él acabar la carrera y lo hizo sin dejar de lado nunca los estudios, que acabaría en la Complutense de Madrid, cuando ya jugaba en el Rayo Vallecano.

Tiene la espina clavada de no haber jugado con el Real Valladolid en Primera, aunque recuerda que en la campaña 1975-1976 «estuvimos cerca de ascender». Landáburu era un centrocampista con llegada, buen disparo y goleador, 49 goles marcó en sus 164 encuentros de blanquivioleta.

Como ya está contado, con 22 años recién cumplidos intentó ficharle el Sevilla pero una arritmia, que se quitaba con el esfuerzo, se lo impidió aunque él no considera eso un golpe de mala suerte y lo recuerda con toda la naturalidad del mundo.
«Habíamos llegado a un acuerdo con el Sevilla, pero no pudo ser e inmediatamente se puso en contacto con nosotros el Rayo Vallecano, que acababa subir a Primera y, precisamente, lo dirigía Héctor Núñez, que me conocía del Valladolid», recuerda.


Los de Vallecas pagaron 15 millones de pesetas, bastante menos que el acuerdo cerrado con el Sevilla. No salió tan mal la cosa. Era aquel Rayo denominado matagigantes de Tanco, Uceda, Guzmán, Fermín, Rial… Ganaron a todos los equipos grandes y precisamente eso le permitió acabar en un grande porque llamó mucho la atención en esos partidos.

Con la carrera de Ciencias Físicas bajo el brazo y su especialización en Cálculo Automático e Informática se fue al Barcelona en 1979. Fue de blaugrana cuando entró en varias de convocatorias de Ladislao Kubala. Debutó como internacional en Vigo, en un partido amistoso ante Holanda.
«En Barcelona coincidí con grandes jugadores y pasé a pelear por la Liga y por jugar en Europa, pero aquello era muy grande, había mucha presión, mucha prensa y los resultados no acababan de llegar», rememora.

LA PRESIÓN DE UN GRANDE

Chus notaba la presión de un equipo grande pero, sin embargo, triunfó en sus dos primeros años en el Barca en los que jugó 68 partidos y marcó 16 goles cuando ya había retrasado su posición en el campo. Más entregado a la tarea de defender y distribuir que de atacar.

Sus compañeros de entonces eran Olmo, Artola, Alexanco, Rexach, Migueli, Quini o Schuster y con ellos logró en 1981 su primer título: la Copa del Rey. El seguía estudiando y acabó un Máster de ESADE cuando decidió trasladarse a Madrid. Siempre en paralelo la formación y el fútbol.
Acabó en el Atlético de Madrid a las órdenes de Luis Aragonés y con él alcanzó su mejor rendimiento. Como medio centro organizador dio auténticos recitales y se convirtió en un especialista a balón parado. Consiguió la Copa del Rey de 1985 ante el Athletic Club.

Tiene precisamente una leyenda que me desmiente con Luis Aragonés. Dicen las malas lenguas que en una ocasión dio la noche libre a la plantilla para que se «limpiara la cabeza» porque no ganaban. El equipo estaba concentrado y Chus Landáburu se quedó en el hotel estudiando. Cuentan que El Sabio de Hortaleza entró en su habitación y le echó de allí para que saliera a divertirse. El mundo al revés. Sin embargo, eso no fue así. Chus llevaba los libros a las concentraciones, eso es cierto, pero Luis nunca le quitó la intención de estudiar.

El de Guardo admiraba a Luis Aragonés porque, entre otras cosas, dice que siempre defendía a sus jugadores y decía las cosas a la cara. En el Atlético fue muy feliz hasta que llegó Gil con sus fichajes de campanillas para, entre otras cosas, ganar las elecciones (Futre, Eusebio, López Ufarte, etc). Como no cabían tantos en la plantilla, despidió de forma improcedente a cinco jugadores. Mientras la cosa acababa en los tribunales, Landáburu decidió retirarse y fue casi un alivio porque era el momento más oportuno y él ya se había formado para ese instante de la vida, para cuando giran los focos del fútbol profesional

Fue de los primeros afiliados a la AFE y nunca entendió lo del derecho de retención, «ni siquiera podíamos ir a los tribunales porque te quitaban la licencia». Lo dice alguien que ahora lucha por la desigualdades y las discriminaciones, que siempre estuvo preocupado por las injusticias y que, además, tiene un hermano entregado al sacerdocio y a las necesidades de los demás. Visto con la perspectiva del tiempo, aquel derecho de retención pasaba por ser una especie de «secuestro» deportivo. Inimaginable en los tiempos actuales.

LA FORMACIÓN Y SUS VENTAJAS

Es curioso sus padres le avisaron de que estudiara porque una lesión podía acabar con la carrera de un futbolista en cualquier momento. Landáburu me dice que no se lesionó en su vida, «no tuve ni un tirón en 17 años de carrera», subraya. Y aprovechó su formación para tener una vida plena tras dejar el fútbol. Como en otros muchos casos, no hubo traumas ni falta de adaptación «al día después».

Con la incipiente informática asomándose al mundo, Chus Landáburu tuvo éxito en su vida profesional al margen del deporte profesional. Escogió bien su formación. Trabajó en una consultoría de empresas y cansado de la vida frenética de Madrid, regresó a Valladolid. Mucho más cerca de su pueblo.

Entreculturas y Red Incola le ocupan ahora su vida. Le obsesiona defender el derecho a la educación que, a su juicio, es el mayor arma para luchar contra la pobreza.

Tras abrochar su trayectoria profesional, todos sus consejos van en esa línea: la preparación es clave en el futuro de una persona. Chus Landáburu es un inmenso ejemplo de vida. Acaba diciendo: «mejor no me pongas de ejemplo de nada, que no me gusta». Vale, pues no incidiré en ello. Lo dejamos aquí.

En un acto de la Diputación y en la sede de Red Incola
En el centro, con Llacer y Amavisca.
Landáburu, agachado y con el balón en una foto cedida por mi amigo Chechu Acero (el niño de la imagen)

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