Ravnic, el rival que se hizo mito

Con el exportero del Valladolid Kepa
Durante una cena con excompañeros del Valladolid: Luismi, Aramayo y Javier Mínguez
En la formación de un partido de la temporada 1988/89

José Anselmo Moreno

Conoció al Real Valladolid como rival, concretamente como portero del Rijeka. Fernando Redondo le tomó la matrícula en aquella primera eliminatoria europea del Pucela y le captó con otro trío de balcánicos formado por Skoblar (entrenador), Jankovic y Branco Miljus. Fue a fichar al delantero, pero al descanso del partido que estaba viendo en Croacia le dijeron que Ravnic quedaba libre ese verano y lo firmó rápidamente, no se lo fueran a quitar.

Quien más huella dejó de ese grupo de croatas fue Ravnic que pasó de rival a ídolo en muy poco tiempo. En mi opinión, Fenoy, César, Asenjo y él forman el grupo de mejores porteros que yo he visto en el Real Valladolid. Ravnic era muy bueno con el balón en los pies y, además, era un líder del vestuario, de esos que tiraban siempre del carro. En una ocasión, Pérez Herrán convocó a los capitanes de la plantilla (Minguela, Albis y Ravnic) para solventar el mal rendimiento del equipo, que se iba a Segunda la temporada posterior a jugar la final de Copa. Eran casi los mismos, pero la cosa no funcionaba. Ese grupo fuerte del vestuario, del que formaba parte Ravnic, solucionó los problemas de puertas para adentro con una profesionalidad digna de elogio. En realidad, como siempre recuerda Mauro, aquella plantilla «era una pandilla de amigos que jugaban al fútbol».

Ravnic nunca lo tuvo fácil. Cuando llegó a Pucela ya había sido internacional con Yugoslavia (no lo fue con Croacia). Siempre, cuando parecía que le iba a ir bien, pasaba algo pero finalmente él ganaba la batalla. Le sucedió varias veces en su vida, con la llegada de René Higuita a Valladolid, que le apartó de una titularidad que después recuperó, o con una enfermedad grave que finalmente venció. Vamos por partes y empezamos por el final de su carrera, tal y como él rememora su trayectoria deportiva para acabar con lo más importante aquí: el Real Valladolid.

Y es que también Mauro es un ídolo en Lleida, donde se retiró. Durante la temporada que jugó en Primera con los ilerdenses acertó los catorce resultados de una quiniela (no había entonces Pleno al 15). Lo curioso es que esa misma jornada, acertó que su equipo ganaría al Barcelona en el Camp Nou, algo que entraba en el terreno de la ciencia ficción, pero que finalmente ocurrió al detener el propio Ravnic un penalti a Romario (Koeman estaba en el banquillo) y acto seguido marcar Quesada para certificar el 0-1 del Lleida en el minuto 88. Insólito pero real.

LA ENFERMEDAD

Sin embargo, Ravnic no siempre tuvo tanta suerte. En 2010 supo que padecía leucemia. Fue a finales de 2009 cuando visitó al médico por unas manchas que le habían salido en la piel. Después de las pruebas llegó el diagnóstico, era la temible leucemia. En ese momento se inició un calvario. Con la ventaja de haber cogido la enfermedad a tiempo y las nuevas medicinas, logró recuperarse. Se había retirado en el Lérida en 1994 y en aquel momento, en el de su enfermedad, era entrenador del FC Benavent, un club ilerdense.

Como ha quedado dicho, Ravnic sufrió en sus carnes la presencia de René Higuita en el Valladolid. El entrenador (Pacho Maturana) optó por su compatriota, pero las cantadas del colombiano le devolvieron a Ravnic a su puesto en la meta pucelana tras la espantada en diciembre de Higuita, que no era portero para Europa. En aquellos días dio la alternativa a César Sánchez, con quien le une una gran amistad. Fue cuando expulsaron a Ravnic en un partido contra el Barcelona en Zorrilla tras cometer un penalti. César debutó en el Valladolid ese día como suplente del croata. Lo primero que hizo fue encajar un gol de Koeman. Aquel año el equipo bajó a Segunda.

Tiene clavada Ravnic aquella temporada, se implicó mucho en el club y le dolió profundamente no haber podido evitar aquello. Aunque croata, Mauro Ravnic (Trevisan 29 de noviembre de 1959) tiene bastante de español. Sin embargo, lo único que aparece en su palmarés como deportista son dos Copas de la antigua Yugoslavia, selección con la que llegó a jugar seis partidos como internacional antes de llegar a Pucela. Como en España, allí también perdió una final de Copa con el Rikeka ante Hadjuk Split.

Sabía algo de italiano, pero enseguida se puso a estudiar español en cuanto firmó su contrato por el Real Valladolid con el verano de por medio. Recuerda que al principio vivía en la Huerta del Rey y su familia hablaba español en casa para avanzar todos en la adaptación al medio. El resto del idioma, con sus giros, lo aprendió jugando al mus con sus compañeros. Lo cierto es que hablaba (y habla) casi impecablemente, al punto de que al principio hacía de traductor de sus compatriotas Janko Jankovic y Branco Miljus, quien nunca llegó a dominar el idioma. Jankovic, que ahora regenta un exitoso negocio de pádel en su país, aprendió todos los tacos españoles antes de saber decir buenos días correctamente.

También Ravnic regenta actualmente negocios, en este caso dos. Ambos son de hostelería, el primero es el mismo que llevaba su padre en Trieste y el segundo, en Rijeka. Desde niño estuvo acostumbrado a tratar con turistas, muchos rebotados de Venecia, y los idiomas no eran un problema para él.

Recuerda Pucela con cierta nostalgia. «Para mi son muy especiales esa ciudad y ese club porque nos sentimos muy queridos allí desde el primer momento», asegura desde su país Mauro Ravnic, quien también pasa temporadas en Lleida, donde viven sus dos hijas. Es un caso muy parecido al de Miroslav Bebic, cambiando Reus por Lleida.

Se enfrentó al Real Valladolid el 21 de febrero de 1993 con el equipo ilerdense (ambos en Segunda) y encajó un gol de su amigo Walter Lozano para una derrota por la mínima (1-2). «Me sentí raro porque tenía aún muchos amigos en ese Valladolid». En efecto, Ravnic dejó su sello y muchos amigos en Pucela. Cierto es que no se ven mucho, pero eso no impide el contacto por otras vías. La afición recuerda a Ravnic con un cariño del que no es consciente el protagonista. O si lo es y no quiere manifestarlo porque si Mauro era sobrio bajo los palos también lo es en la vida cotidiana.

Actualmente vive muy lejos de Valladolid, pero sigue al equipo y estuvo presente en muchos episodios de su historia: en el primer partido europeo como rival, en la final de la Copa del Rey del 89, en una brillante victoria sobre el Real Madrid en el 92, en aquella Recopa que terminó en Mónaco con Mauro rozando un balón con la punta de los dedos cuando la tanda de penaltis agonizaba o en aquel «no penalti» escandaloso a Butragueño que pitó Díaz Vega con todos los de blanquivioleta protestando la jugada. Eran tiempos en que el Pucela era otra cosa.

Recuerda también que aquel equipo tenía mucho “desparpajo”, una palabra que le gusta mucho. “Salíamos a cualquier campo sin complejos y convencidos de poder ganar”. Sin embargo, le dolió mucho perder la final de Copa y que algunos se conformaran con haber jugado bien. “Debimos ganar ese partido”. Ese era el nivel de autoexigencia de aquel equipo, puede que eso tenga que ver con que los líderes del vestuario era gente como Mauro Ravnic. Aquellos jefes tienen un grupo de whatsapp y quedan para comer de vez en cuando: Mauro, Minguela, Lemos… El croata escribió hace poco, cuando Lemos le informó de que estaban reponiendo en Teledeporte la final de Copa: «Mira a ver si perdemos otra vez o ganamos en la reposición, galleguín». Ravnic era un ganador, un tipo querido y respetado por sus compañeros, cuando él hablaba callaban todos. Se llama personalidad.

A la izquierda, en una imagen como portero del Rijeka. Sobre estás líneas, en una formación de un partido de pretemporada de la campaña 1988/89
Ravnic en una imagen reciente

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