Goles y partidos en la retina

Celebración de un gol de Víctor al Compostela a los 40 segundos (otro de los más rápidos)
Una pared del estadio evoca la Copa de la Liga de 1984
Un gol de Rusky al Getafe en una imagen cedida por el El Norte de Castilla
Primer once del Real Valladolid en competición europea

José Anselmo Moreno

Vayamos primero con los goles. Si hablamos de tantos históricos podemos reparar en muchas cosas. Una de ellas puede ser el sentimiento y ahí yo tengo grabados en mi retina alguno de los testarazos estratosféricos de Rusky que hoy serían repetidos una y mil veces en las televisiones. Tal vez, lo que se vive de niño se amplifica en el contexto de las emociones.

En contraposición, para este balance también se puede apelar a la fría estadística goleadora, aunque no fueran goles trascendentes. No lo fue el gol mil del Pucela en Primera, obra del croata Branco Miljus en Vigo, o el último tanto en el viejo Zorrilla, de Luis Miguel Gail con el partido casi decidido para un 2-0 ante Osasuna.

Gail tiene capítulo propio y Miljus estuvo muy poco tiempo en Valladolid, pero todo cuanto vivió fue trascendente. Le hice una entrevista para Don Balón en la cafetería del Hotel Mozart, donde residió en sus primeros meses en Pucela, con Popovic como intérprete. Era un gran admirador del técnico croata Tomislav Ivic, su descubridor, y una de las cosas que más le marcaron de su paso por España fue aquel penalti que le pitó Díaz Vega a Mauro Ravnic por un supuesto derribo a Butragueño. «Jamás vi a un portero sacar con tanta limpieza un balón de los pies de un delantero», decía el bueno de Branco, quien estuvo solo dos temporadas aquí pero le dio para marcar ese gol mil al Celta (llegando desde atrás como lateral derecho), a jugar una final de Copa del Rey y varios partidos con el Valladolid en Europa.

Además de la fría estadística, podemos quedarnos también con la belleza de los goles. Aquí se lleva la palma aquel espectacular tanto de Goyo Fonseca de chilena al Athletic Club, también el de Pedro López al Real Madrid o el de Gilberto Yearwood al FC Barcelona. Podemos incluir también en este registro de goles el ingrediente de una marca, un récord hasta ahora imbatible, como el tanto de Joseba Llorente al Espanyol y que sigue siendo el más rápido de la liga. Palabras mayores.

Otro parámetro para medir un gol sería el de la trascendencia y ahí los de la final de la Copa de la Liga deben ser los primeros, el de Miroslav Votaba en propia meta, el de Paco Fortes y el de Luis Minguela. Probablemente, en este saco se pueda incluir uno muy poco recordado, el de Javi Guerra al Alcorcón y que, tengo para mi, que pudo impedir la desaparición del club porque, al cabo del tiempo y de hablar con unos y otros, podemos tener la certeza de que ese año no subir, perder aquel partido, habría sido el final.

Por otra parte, en este ranking, apetece recordar el primero en competición europea, el que marcó Da Silva al Rijeka (concretamente a Mauro Ravnic) en el minuto 66 del primer encuentro «europeo» del Pucela, un 19 de septiembre de 1984 y también el más celebrado por la afición. Sin duda, al menos que yo haya visto, el gol más gritado en Zorrilla fue el de Ricardo Albis al Deportivo de la Coruña en aquella semifinal de Copa y eso que no daba el pase a la final, solo forzaba una prórroga, pero era ya el minuto 84 y el estadio se vino abajo. Nunca he percibido tantos decibelios y tanta rabia al cantar un gol tras un partido con más patadas que fútbol.

Cada uno tiene su gol inolvidable también dependiendo del momento, de la compañía o de las circunstancias Así, yo recuerdo especialmente uno de Kaviedes al Barcelona, que me pilló en la distancia y sufriendo mucho, rodeado de culés en una peña blaugrana de San Pedro del Pinatar, o aquel golazo de Eusebio al Mallorca desde casi medio campo (hizo otro parecido al Mérida en Copa) y que, por algún motivo, pareció más espectacular en el campo que después, visto en televisión.

En una segunda línea yo pondría el tanto de Álvaro Rubio en Zaragoza por aquello de la elegancia, que en un jugador de tu equipo es probablemente, junto al coraje, de las cualidades que más orgulloso te hace sentir. Hay otro de Tote al Málaga yéndose de varios contrarios que fue un golazo descomunal y, por último, el de Víctor en el Bernabéu, que propició la última victoria blanquivioleta en ese estadio. Todos ellos son en Primera, en Segunda yo recuerdo uno de Óscar en Huelva, tras un escorzo en el aire espectacular, y otro de José Luis Sánchez Capdevila desde medio campo, muy difícil de superar. Hay otro más de Jorge al Murcia, tras un regate sin tocar el balón, del que no se acuerda ni él pero tampoco es de extrañar en Jorge.

No hay espacio para novelar todos estos goles, así que antes de ir a esos partidos que no se olvidan y dejar a los goleadores hay que volver a la fría estadística y recordar que los mejores artilleros en la historia del Real Valladolid en Primera División son: Alen Peternac, con 55 goles en 153 partidos (13 penaltis), Víctor Fernández, con 53 dianas en 194 encuentros (siete penaltis), Gerardo Coque, con 52 goles en 131 partidos (cinco penaltis) y Jorge Alonso, con 50 goles en 215 encuentros.

Por cierto, el «casi gol» más espectacular que yo he visto de un jugador del Pucela fue una rabona de Capdevila desde fuera del área que iba a la escuadra y que sacó el portero del Poli Ejido, Kike Burgos. Fue un lanzamiento en el último minuto y para empatar aquel partido, ya es sabido que el primer Valladolid de Mendilibar no tuvo precisamente buenos comienzos. Recuerdo ver esa acción desde la cabina y preguntar a los compañeros: ¿Lo que he visto ha pasado? Esa imagen hubiera dado la vuelta al mundo porque meterla por la escuadra desde muy fuera del área (unos 40 metros) y de esa forma no ha sucedido nunca, pero los «no goles» poco o nada cuentan en el fútbol. Nadie se acuerda, salvo que sean de Pelé y de aquel lanzamiento desde medio campo que, por más que lo evoquen los clásicos, nunca entró.

PARTIDOS INOLVIDABLES

Si atendemos al espectáculo, el mejor partido de fútbol que yo he visto nunca en el estadio Zorrilla ha sido el Real Valladolid-Barcelona (3-1) del año de Europucela de Vicente Cantatore. Jamás noté temblar a un grande de ese modo ante los nuestros. Si reparamos en el ambiente del estadio, como el día de la inauguración, la final de la Copa de la Liga o aquel España-Italia Sub 21 no ha vuelto a haber semejantes llenos, pero si atendemos a la importancia o a las emociones volvemos a la semifinal Valladolid-Deportivo después de una tormenta espectacular que acabó en fiesta. Trascendente también aquel partido de Sevilla ante el Betis con la parada de Asenjo que, probablemente sea el de mayor agonía y sufrimiento de los vistos a través de la televisión porque un gol nos mandaba a Segunda. Tremenda la tensión de aquellos últimos minutos. Como los de la final del play off contra el Alcorcón que terminó con el equipo encerrado y tanto Rueda como Valiente sacando balones de cabeza a la heroica y ambos con sendas brechas. También un gol del rival nos condenaba. Sufrir, siempre sufrir.

Recientemente el club propuso a sus seguidores en Twitter, concretamente durante el confinamiento, que escogieran los partidos que quisieran volver a ver y la gran mayoría se quedó con los de la última promoción de ascenso o el referido partido ante el Barcelona de Ronaldo en Zorrilla. Entre las elecciones había encuentros de todo tipo en los que pocos hubieran pensado, desde el 7-0 al Barça B con Joan Francesc Ferrer ‘Rubi’ en el banquillo, el 4-4 ante la Cultural Leonesa o el que valió una agónica permanencia frente al Rayo Vallecano hace dos años. Hay que reconocer que, de los últimos tiempos, lo que más apetece volver a ver es la fiesta del ascenso tras el partido en Zorrilla contra el Numancia que acabó con un gol de Mata en el último segundo. Fue todo redondo. Perfecto.


Al margen de todos estos o de los pucelazos, ya enumerados en otro capítulo, están medio escondidos en la memoria colectiva dos partidos que quiero rescatar, uno fue en el viejo estadio y otro en el actual Zorrilla. El primero de ellos no está en mi retina porque yo no lo viví, pero me lo contó muchas veces mi compañero y entonces presidente del club, Santiago Gallego. Durante años, él hacía las crónicas para el Diario As y yo los vestuarios. Cuando falleció, en noviembre de 1995, me dejó «la herencia» de firmar esas crónicas.

Entonces ya teníamos una línea de teléfono en la cabina siete del estadio (lo cual nos había costado MUCHO conseguir) y cada día llevaba uno su terminal de casa para conectarlo y poder «cantar» el texto a los taquígrafos. Como ambos íbamos al fútbol con mucho tiempo de antelación hablábamos de su época de presidente. Cuando él mandaba en el club yo tenía 5 años y uno siempre tuvo curiosidad por las cosas, así que tener a Gallego al lado me provocaba un irrefrenable deseo de hacer preguntas. Eso, mientras esperábamos que llegara el público al campo y, a veces, casi hasta los jugadores.

Santiago Gallego pilló como presidente un declive muy profundo del club, con un descenso inesperado y cruel a Tercera División. Tan inesperado fue que Pérez García me contó que firmó su contrato con el equipo en Segunda y era tan impensable el descenso que ni pusieron cláusula alguna al respecto. Cuando llegó a Valladolid era un jugador de Tercera División después de haber desestimado ofertas mucho mejores. Tras aquel descenso, se celebraron elecciones y Gallego asumió la presidencia (no había mucho más). Ya por entonces era periodista, y de los buenos. Pocas veces alguien ha estado en dos trincheras tan contrapuestas.


Con una mirada pícara y sonriente detrás de sus gafas de pasta, me dijo un día que cuando llegó al club decidió tirar de la cantera y transformar el entonces Europa Delicias en el Valladolid Promesas. «Bueno Moreno, yo no decidí nada, es que era la única opción y no se puede escoger entre una sola cosa, se coge y ya está», ironizaba. Por el Promesas de entonces ya asomaba el talento de Julito Cardeñosa, cuyo traspaso al Betis (15 millones) permitió a Gallego dejar la presidencia sin deudas por primer vez en la historia, y bien que presumía de ello.

Lo cierto es que a su llegada la situación económica era una catástrofe. Santiago Gallego hasta tuvo que convencer a Concha Velasco para ser madrina del equipo y hacer el saque de honor en un partido. Cualquier ayuda era bienvenida. Un presentador de televisión natural de Montemayor de Pililla se hizo socio para arrastrar a otros y los comerciantes ayudaban en los que podían. Por cierto, uno de ellos tenía una zapatería en la calle Angustias y se llamaba Gonzalo Alonso de Paz.

Santiago Gallego no sabía ni cómo compensar la sangría de socios, que entonces eran el único sustento del club. Para colmo, no hizo buen inicio de campaña el Valladolid en Tercera pero en una recta final impresionante consiguió el ascenso, como segundo clasificado, tras el Tenerife, en el único grupo en que subían dos equipos. Y ahí aparece ese día o ese partido decisivo al que, si me permiten, yo quería hacer referencia. Fue en un tiempo lejano (1971), en un viejo Zorrilla sin luz todavía y contra un rival nada histórico (el Tudelano) pero aquel día y aquel partido supuso ganar una «muerte súbita» y volver a nacer, como el referido encuentro ante el Alcorcón de 2012.

VOLVER A NACER

El Pucela se jugaba ese día el ascenso contra el Atlético Osasuna, cuya rivalidad con los blanquivioeta era brutal en aquellos años. Los partidos eran muy calientes, tanto en el campo como el grada. Cuentan Llacer o Gilé (éste, años después) que a veces tenían que salir del estadio de El Sadar en coches particulares y al portero hasta le tiraron un día una botella de coñac a la cabeza que, por fortuna, golpeó antes en el larguero y allí se vio el pobre Llacer con los cristales rotos por el suelo y el aroma del coñac llegando a su nariz pero, como él dice, le iba la marcha.

En aquel Sadar «territorio comanche» había perdido el Pucela en la penúltima jornada de aquella temporada y, para subir, ya dependía del resultado de los navarros y de ganar también a otro equipo navarro, el Tudelano. Pues bien, se dio la cuadratura del círculo. El Osasuna, que dependía de sí mismo, no consiguió ganar al Calvo Sotelo y el Valladolid ganó ese partido en Zorrilla al Tudelano (2-0). No hubo glamour, ni cámaras de televisión, ni baños en ninguna fuente pero ese día el Real Valladolid volvió a nacer.

Aquel ascenso en blanco y negro lo recordé una tarde con Javier González y Pepe Pérez García. Ambos me hicieron comprender, al igual que Santiago Gallego, que aquel partido fue decisivo en la supervivencia del club pero está injustamente perdido en el olvido. Gracias a aquello tenemos lo de hoy. Tanto Javier como Pepe almacenan fotos de esa temporada, pero ni se acordaban con exactitud de los jugadores que lograron aquel ascenso. Me costó encontrarlo pero al final, gracias a la hemeroteca de El Norte, supe que aquella jornada, un 5 de junio de 1971, el Pucela saltó al campo con Benjamin, Salvi, Docal, Pérez García, Astrain, Cacho Enderiz, Sedano, Lorenzo, Lizarralde, Manolo Álvarez y Fede. Pues ahí queda. Ya contado.

Para acabar, me van permitir ustedes que ese partido que recuerde del Nuevo Zorrilla sea una derrota. No todo van a ser alegrías. Se trata de la mayor goleada que yo he vivido en contra y el día que más cabreado me he ido de nuestro estadio. Para colmo, acababa de facturarme el peroné y subí como pude a mi cabina, obviamente con muletas. Y todo eso fue para ver cómo a mi equipo le metían seis goles y algunos aficionados vallisoletanos se levantaban y alzaban los puños para celebrarlo, cosa que siempre me ha resultado inconcebible. Era ante el Barcelona, aquel «dream team» que acababa de proclamarse campeón de Europa y que prácticamente nos condenó a Segunda tras trece años consecutivos en Primera, la etapa más larga entre los grandes.

Esa semana había estado con mis amigos Víctor Ferreras y Santi Cuesta, que ese día estuvieron en el banquillo. Echando cuentas, llegamos a la conclusión de que una derrota era definitiva al noventa por ciento. Hasta qué punto a uno puede cegarle la pasión que no descartaba pillar desprevenido, perezoso o relajado a un equipazo en el que estaban Laudrup, Koeman, Eusebio, Nadal, Guardiola, Begiristain o Stoichkov. Fue un monólogo, un doloroso festival goleador blaugrana. Lo mismo que subieron seis al marcador pudieron ser ocho o diez. Lo único bueno es que aquel día debutó César Sánchez tras un penalti cometido por Ravnic y la consiguiente expulsión. Fue el único cambio de un equipo donde estaban el difunto Quique Moreno, Alfonso Serrano, Pepe Lemos, Cuaresma, Caminero, Fonseca, Aragón, Engonga… Aún quedaba casi un mes de competición pero ese partido marcó ya un fin de ciclo, el más largo del Pucela en Primera. Al menos, el tiro de gracia nos lo dio el campeón de Europa.

Ronaldo, cabizbajo, en el partido aludido en el texto A la derecha, la fiesta del último ascenso con Zorrilla abarrotado

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