Gonzalo, el zapatero que calzaba sueños

Durante el acto de inauguración oficial del Nuevo Estadio José Zorrilla
Ante una foto de Moré con la Copa de la Liga
Imagen cedida por el club y que plasma su pasión por el Real Valladolid

José Anselmo Moreno

El Real Valladolid perdió hace bien poco a su presidente más carismático y, probablemente el más querido. Gonzalo Alonso de Paz fue el presidente de la década prodigiosa, la de los ochenta, la única de la historia del club en que estuvo todos los años en Primera, y «recolectando» también su único título oficial: una Copa de la Liga en el año 1984.

El «arquitecto» de todo eso fue este dirigente de cuerpo menudo, fallecido a los 95 años, cuyo oficio era el de zapatero y después el de constructor, un hombre de voz tenue que hacía «milagros» con el dinero y que alentaba a las masas con su capacidad para ilusionar y convencer. Su capítulo, tras hablar con unos y otros, da para mucho.

«Poco plato y mucha suela e zapato», tenía como máxima de su longevidad. Una vida llena de historias pero vayamos primero, en este rápido boceto, con lo deportivo. Como introducción, bajo su mandato, el club subió a Primera División en la temporada 79/80, además de conseguir la referida Copa de la Liga y se apuntó el fichaje del técnico argentino nacionalizado chileno Vicente Cantatore, quien después (y entonces) llevó al Real Valladolid a sus cotas más altas. Era aquel Real Valladolid de Moré, Antonio Santos, Minguela, Mario Jacquet, Fenoy, Pepín, Da Silva y el gran Pato Yáñez, aunque Gonzalo Alonso no fichó a Yáñez, lo hizo Manuel Esteban Casado, también fallecido.

A pesar de las penurias económicas que vivía el club, Gonzalo Alonso sacaba «leche de un botijo» como recuerdan exjugadores de aquella época, como Rusky o Minguela. Era «muy duro» negociando los contratos, subraya Jorge Alonso, el futbolista que consiguió el primer gol en el Nuevo Estadio José Zorrilla, recinto que también se inauguró bajo el mandato de Gonzalo Alonso.

El club vallisoletano anunció su muerte fríamente durante un partido, poco más podía hacer y en plena pandemia, ni siquiera podían tener lugar homenajes. Gonzalo Alonso fue presidente en dos etapas diferentes, de 1978 a 1982 y de 1983 a 1986, pero caló en la memoria de la gente de forma muy notable, al punto de ser considerado por muchos aficionados como uno de los mejores presidentes de la historia de la entidad.

Con él se fueron muchas historias que le gustaba recordar con cualquiera que le parase por la calle Doctrinos, donde vivía y por donde era frecuente verle pasear hasta que cayó enfermo. Yo era uno de los que se paraban a hablar con él y, en alguna ocasión, hasta le ayudaba a cruzar la calle cuando le veía algo despistado. Su físico era frágil pero tenía en la cabeza toda la historia del Pucela y te la contaba con pelos y señales.

Por esas cosas del destino, Gonzalo nació un 20 de junio, el mismo día que el club en que vivió mil y una peripecias: desde un grave problema de salud durante un partido en Sevilla, en el que el equipo se jugaba el descenso, hasta anécdotas como la de poner a disposición del público su reloj de oro en un sorteo radiofónico destinado a recaudar dinero para el club. Siempre el club.

INICIATIVAS BRILLANTES

Con sus iniciativas brillantes, llenaba el estadio, aunque los partidos fueran intrascendentes, como un encuentro de Copa del Rey contra el Martos de Jaén. Su sola presencia servía de «locomotora» para tirar del ánimo de los aficionados, de hecho, recientemente protagonizó una campaña de abonados de la entidad, que resultó conmovedora.

Al habla con Ramón Martínez, dice que aquella época, la de Gonzalo, fue la que más disfrutó en su carrera. Anécdotas hay mil. Una muy buena fue cuando le ofrecieron al extremo argentino Cristóbal Espínola (me lo contaba y recordaba perfectamente el nombre). El agente le dijo que Espínola hacía jugadas impresionantes, de modo que solamente hacía falta que alguien «la empujara» a medio metro de la línea de gol. Alonso le respondió: «tráigame usted al que solo tiene que empujarla, es lo que necesito». Genio y figura. Con Gonzalo Alonso se fue una época, la última del viejo estadio Zorrilla o la de Ramón Martínez y Santiago Llorente, en cuyos conocimientos delegaba los fichajes para entrar él a negociar con una habilidad reconocida siempre por sus interlocutores.

Precisamente Martínez dice que poca gente ha valorado, en su justa medida, lo conseguido en aquellos 80, en buena parte con Gonzalo al mando de las operaciones. «Fue una época muy bonita. El fútbol, entonces, no era tanto un negocio y esos años los recuerdo con mucho cariño y como los mejores de mi vida profesional». Gonzalo y Ramón formaron un tándem prodigioso, como yo siempre denomino a aquella década.

Vamos ahora con los orígenes y la vida personal de Gonzalo, este palentino genial que procedía de El Cerrato. Nació en 1925 y Gonzalo Alonso de Paz siempre estaba a medio camino entre pucelano y palentino. Vivió también con sus padres en Madrid y allí le hicieron socio infantil del Real Madrid, pero enseguida se le metieron los colores blanquivioletas en la sangre como a su hijo, también zapatero y que fue portero suplente del Real Valladolid en un amistoso en Morelia (México).

LLEGADA A PUCELA

A los 15 años vino a Valladolid y estuvo de aprendiz en una zapatería del centro. La mezcla de fútbol y zapatos presidieron su vida. Un representante de calzado que se jubilaba le propuso llevar la representación de la marca. Era una buena fábrica y eso le cambió la vida. Así lo contaba su hijo mientras negociaba con mi padre el alquiler de un local. Se le notaban también los genes a Gonzalo Junior, igual de vendedor que su padre solo que el padre fue alguien irrepetible. No volverá a haber un presidente como él. De esos ya no existen.

Cuenta mi compañero Fernando Pastor que tras acudir como invitado al palco en un partido del Palencia, vio con extrañeza que el equipo local jugaba solamente con 10 futbolistas. Los directivos le explicaron que no contaban con más jugadores. Su respuesta fue: “hay que arreglar la situación”. “¿Cómo?”, le preguntan, y él: “no se preocupen, que el miércoles tiene un equipo nuevo”.

Se fue a hablar con el secretario técnico del Real Valladolid, Héctor Martín, que era íntimo amigo suyo, y logró que cediera al Palencia a nueve jugadores, con los que el equipo morado quedó campeón ese año, 1957, ascendiendo a 3ª División. En agradecimiento, Gonzalo recibió la Insignia de Oro del Palencia.

Sin embargo, el Real Valladolid le propuso tiempo después integrarse en el club como vocal y contador. “¿Pero qué tengo que contar aquí, si no hay ni un duro?”, respondió. Pero aceptó. Estuvo como contador desde 1971 hasta 1975 y posteriormente como tesorero. No había casi ni para comprar material médico o balones. Difícil de imaginar.

Después fue vicepresidente con Fernando Alonso y ya como presidente, desde 1978, fue cuando yo le conocí. A través de mis padres, que tenían tiendas de ropa. Del ramo, por lo tanto. Él recordaba la primera vez que me vio, siendo yo un niño, y durante la comida del 75 aniversario del club lo comentamos. Sí, la famosa comida. Fue una sobremesa sentado a su lado que dio para horas de jugosa conversación.

En su primera temporada como presidente al Real Valladolid le faltó un solo gol para ascender a 1ª División, el que anuló Pinter Pastor a Toño ante el Real Betis. La siguiente lo logró tres partidos antes de la finalización del campeonato, aunque no fue un año fácil. Recuerdo cómo nos contaba que en un mismo día tuvo que pedir dos cesiones a Atlético y Barça (Julián López y Pedro Gratacós) porque el equipo se había quedado sin centrales. Hizo ambos viajes en horas.

Además, Helenio Herrera se llevó a mitad de aquella temporada a la estrella del equipo: Andrés Ramírez. Sin embargo, con jugadores modestos y fichajes rocambolescos como el extremo Chuchi García que vino del Murcia porque le tocó hacer la mili en El Pinar, el Pucela subió tras dieciséis años alejado de la elite. Ayudó bastante la normativa de tener que alinear a dos jugadores sub 20 porque aquí sobraban y no solo no eran cambiados a la media hora sino que eran de los destacados del equipo. Jorge Alonso y Luismi Gail fueron los goleadores de aquella campaña. Como casi siempre, la cantera al rescate.

EL ASCENSO Y LOS OCHENTA

Ese año, el del ascenso, el Palencia también estaba en Segunda División, y el calendario deparó en la penúltima jornada un enfrentamiento Real Valladolid-Palencia en el viejo Zorrilla para celebrar el ascenso conseguido ante Osasuna siete días antes. Los blanquivioleta, ya ascendidos, no necesitaban los puntos y los palentinos necesitaban al menos no perder para no bajar. Y para evitar suspicacias y que alguien pudiera pensar que intentaría beneficiar al Palencia (del que había sido directivo), ofreció una prima doble a sus jugadores de la que ya tenían estipulada por ganar. Se perdió 0-2 y hubo gritos de tongo en la grada, pero futbolistas de aquella época me han jurado que no hubo absolutamente nada, solo que llevaban toda la semana de cenas y casi sin entrenarse.

Tras esa temporada se agigantó el hombre de las ideas brillantes y llegaron los fichajes de Gilberto, la grada supletoria del fondo norte, las cesiones de Polilla da Silva y de Mágico González, la adquisición definitiva de Pato Yáñez, las derramas entre los socios, la gira por Latinoamérica, el nuevo estadio Zorrilla, el cambio de sede del club a Macías Picavea, el partido de la final del europeo Sub 21 en 1986, los viajes a Madrid para que no televisaran los partidos más taquilleros, la Copa de la Liga, la llegada de Cantatore y tantas y tantas cosas que dan para un libro solo de Gonzalo Alonso.

Sin embargo como no hay espacio para desarrollar todas ellas y algunas ya están en los capítulos de Jorge, Yáñez, Cantatore, Llacer o Moré, voy a terminar con una semblanza de la persona por encima del presidente. Decía que no se podía crecer si vendías a los mejores. Él solo dejo irse a Yáñez porque un entrenador le dijo que era muy propenso a lesionarse de los tobillos. No dejó irse a Minguela, no dejó fichar a Jorge por el Atlético de Madrid a cambio de 70 millones, inició una renovación de Gilberto que después culminó Pedro San Martín.

Esa filosofía choca con la que después ha regido el club durante las décadas posteriores. Esa persona luchadora y hecha a si misma lo pudo tener muy fácil liquidando una plantilla plenas de buenos peloteros, pero prefería arañar una peseta de donde fuera antes que presentarse ante los socios, sus socios, con una venta no deseada. Por eso, entre otras muchas cosas, fue diferente. Por eso y su cercanía los aficionados le seguían hasta el fin de mundo.

Por todo ello, en 2003 recibió la Insignia de Oro y Brillantes del club. En su trayectoria se hizo acreedor de decenas de placas de reconocimiento de parte de muchos equipos y peñas. Su fallecimiento fue una conmoción para el futbol local y también nacional (el Real Madrid lo anunció en sus redes) pero la maldita pandemia impidió una despedida acorde con su historia. Allá donde esté, seguro que este zapatero genial sigue fabricando ideas y «calzando» sueños.

Como siempre, con la gente y entre la gente
Con la plantilla que ascendió en la temporada 79/80

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