Bebic, el gigante de la indumentaria color lagarto

El guardameta serbio en la actualidad
Bebic en la temporada 78/79
Bebic, Aparicio, Santos, Moré, Toño, Gail, Andrés Ramírez, Jacquet, Jorge, Sánchez Valles y José Ramírez
Bebic, Laguna, Santos, S. Valles, Jacquet, Toño, Moré, Jorge, Veckic, Rusky y Morera

José Anselmo Moreno

Tres de los bigotes inolvidables en el Real Valladolid de los 70 y 80 son de Pepe Moré, Juan Ramón Docal o Radoslav «Tito» Bebic. Este último solo estuvo dos temporadas en Pucela, pero en tan poco tiempo dejó una huella imborrable para los chavales que vivían su adolescencia a principios de los ochenta. Se le había perdido la pista pero ya apareció, vive feliz en Novi Sad (Serbia) y no hace mucho estuvo en Oviedo en un torneo de juveniles, representando a uno de ellos. Le sigue gustando vestir de amarillo, un color que tradicionalmente está asociado a la mala suerte y que algunos compañeros de su etapa en el Valladolid ni siquiera pronunciaban, «color lagarto» le decían a la camiseta que solía lucir el guardameta balcánico. Según me cuenta Llacer, es el mejor portero que ha visto nunca entrenando. Cuando vio sus maneras durante los primeros entrenamientos de pretemporada se dijo a sí mismo: «este año no tengo nada que hacer».


Bebic tiene historia en España más allá del Valladolid. Tras dejar el fútbol, puso una librería en Reus, donde continúa viviendo su exmujer (Pilar), su hija (Miriam) y dos nietos (Gerard y Gemma). También colaboró en la gestión de un club de tenis y a partir de 1989 ha trabajado como intermediario de futbolistas llevando jugadores a todas las partes del mundo. «Nadie quería ir a Rusia en 1997, por ejemplo, pero abrí un mercado de jugadores serbios y bosnios que hoy sigue siendo fructífero», dice el exguadameta que está deseando contactar con compañeros de su etapa en Pucela.
«No sé si me reconocerían porque me he afeitado el bigote, pero me gustaría volver a pasear por Valladolid y que alguien todavía se acodara de mi», subraya Bebic que envidia lo que le sucedió un día a su excompañero Juanjo Estella, quien después de muchos años sin pisar Pucela y paseando por la calle Santiago hubo personas que le reconocían, entre ellos un tal Jorge Enrique Alonso Mantilla, que fue compañero de ambos en aquella inolvidable temporada de la casi final de Copa y el casi ascenso. 
Actualmente, Bebic continúa trabajando de intermediario y vive en la referida Novi Sad, la ciudad natal de Boskov o de Ivan Bzcic, entre otros deportistas que marcaron una época en el fútbol de la antigua Yugoslavia.»En Valladolid estuve como en casa y allí dejé grandes amigos que hace tiempo que no veo, pero cuando me preguntan por Pucela digo siempre que es un sitio muy recomendable para vivir», comenta Bebic quien, además, agrega: «El ascenso de la temporada 79/80 fue uno de los grandes momentos de mi carrera deportiva, jugué muchos partidos y me sentí enteramente partícipe, igual que en la Copa del Rey el año anterior». En efecto, Bebic fue clave en aquel ascenso, no solo parando sino a veces dando asistencias de gol con un saque de puerta que llamaba la atención por su potencia y colocación. Llegó al Valladolid tras haber jugado en el Sarajevo. «Cuando fiché no sabia ni donde iba, no conocía la ciudad, pero jugar en España era algo muy importante para los jugadores yugoslavos de aquella época, y, de hecho, había bastantes en la liga española». Tras dos temporadas en Pucela con un rendimiento irregular se fue al Levante, otras dos campañas, allí coincidió con Johan Cruyff, y después volvió a jugar en Serbia.

Al llegar a Valladolid llamó la atención por su altura y su bigote, parecía un portero de la entonces Alemania Federal, todos enormes y muchos de ellos con un uniforme similar al que utilizaba Bebic en Pucela, una camiseta enteramente amarilla que entoces también usaba con frecuencia Toni Shumacher y que 25 años después puso de moda Santi Cañizares en el Valencia. Por poner en contexto la palabra enorme, hay que recordar que entonces el portero del Real Madrid era Miguel Ángel, que medía 1,73 y poco más, la mayoría de sus colegas coetáneos. Bebic era un gigante simpático, campechano, llano, cordial y amable. En los entrenamientos los chavales le llamaban a voces por su apelativo en España (Tito) y él siempre devolvía sonrisas con Pachín, su entrenador, echándole alguna bronca de las suyas, a medio camino entre la vehemencia y el cariño. Lo sé porque quien esto escribe era uno de los chavales que reclamaban su atención…

Pachín les transmitía «atrevimiento, fuerza y coraje». Recuerda Bebic que un día les contó lo que pensó cuando fueron a verle a Pamplona para fichar por el Real Madrid. Se preguntó para qué le querían al lado de Di Stéfano, Gento o Puskas y llegó a la conclusión de que era para dar patadas. Esa noche no durmió, pero al día siguiente dio tantas patadas que hasta le expulsaron. El lunes ya estaba firmando su contrato.

LOS PENALTIS Y SU 1,96

Tanto Pachín como Bebic trataban con mucho cariño a la chavalería de aquellos años. Tan es así, que en un partidillo de los jueves Bebic se quedó a parar penaltis a sus admiradores más pequeños y cuando iban muy ajustados se dejaba meter el gol (alguno encajó). Precisamente, respecto a los penaltis hay una anécdota muy curiosa de Tito Bebic. En una eliminatoria de Copa ante el Burgos, que entonces estaba en Primera División, el Valladolid había empatado en Zorrilla (2-2) y tras la vuelta en El Plantío se registró ese mismo resultado y hubo que recurrir a los lanzamientos desde los once metros. El Valladolid pasó la eliminatoria con el serbio de portero y el Burgos lanzó fuera tres de cuatro penaltis. Al término del partido sus jugadores dijeron que veían al portero del Valladolid tan grande y con los brazos tan largos que querían ajustar sus disparos y se iban fuera.

Y eso que a Bebic, que mide 196 centímetros, no le resultó fácil jugar en el Valladolid puesto que peleaba con toda una leyenda blanquivioleta, de las de verdad: Manolo Llacer. En su primera temporada, el yugoslavo sólo jugó siete partidos de liga y la Copa. Su segunda temporada en el club fue más fructífera, puesto que a Eusebio Ríos le gustaba alternar a los porteros y Bebic llegó a disputar 17 partidos ligueros (Manolo Llacer jugaría el resto) y 9 de Copa del Rey.
Bebic comenzó la temporada 79/80 de titular pero seis goles recibidos en dos partidos consecutivos le lastraron. Fueron tres de aquel Castilla que llegaría ese año a la final de Copa y otros tres del Osasuna en el Sadar. Eso le costó el puesto y regresó en un partido decisivo para aquel ascenso en Cádiz (0-1), con una actuación personal destacada y un gol de Moré en el último minuto.
Radoslav Bebic (1 de Septiembre de 1952, Platichevo, Yugoslavia) se marchó al finalizar esa campaña 79-80 dejando al equipo en Primera tras 16 años apartado de la elite. Como en el caso de Osvaldo Cortes o de Daniel Gilé no estuvo mucho tiempo en Pucela pero tenía la rara habilidad de estar en los momentos clave y de no pasar nunca inadvertido. Es una impronta que a sus 66 años sigue dejando allá por donde va, con su carácter abierto y sus permanentes ganas de hacer amigos, toda una filosofía de vida. Bebic y Daniel Gilé fueron los grandes protagonistas de una noche inolvidable en la historia del Valladolid. El famoso y ya muy recordado partido de Copa en Sarriá, adonde el Valladolid viajó en el día y no fue ni el utilero por ahorrar el billete de avión. Fueron convocados varios juveniles y algunos jugadores no se conocían, así que en el campo se llamaban por el número que llevaban a la espalda.»Habíamos salido desde Villanubla en un avión muy pequeñito, fuimos directos al campo y yo notaba a varios chavales, que eran críos, muy nerviosos, la verdad es que algunos ni nos conocíamos», relata Bebic.

SOMOS VALLADOLID

El guardameta veía a todos tan asustados que pensó: «con estas caras, me van a meter cinco». Entonces recuerda que empezó una arenga junto al argentino Gilé. «Empezamos a gritar en el vestuario como locos: ¡Vamos, que somos mejores, vamos a ganar, somos Valladolid!. Ese «Somos Valladolid» que años después acuñó Djukic como lema de un ascenso, lo inventó Bebic aquella noche de enero del 79.»Habíamos llevado cada uno su equipación y cena fría, nada más», rememora el serbio pero el Pucela ganó aquel partido (1-2) con un zambombazo de Gilé desde 40 metros, que dobló las manos de Urruticoechea, el portero de un RCD Espanyol donde había varios internacionales. Lo meritorio es que aquel día jugaron de blanquivioleta cinco chavales de 17 o 18 años, como Jorge, Lolo, Minguela, Sánchez Valles o Gail, todos ellos titulares, y otros dos aún más jóvenes (Lorenzo y Pablo) salieron desde el banquillo. Pachín había dicho en la previa que era mejor ser eliminados para centrarse exclusivamente en la Liga porque la plantilla no daba para dos competiciones. Así, hasta llegar a semifinales ante el último campeón de este torneo, el Valencia. Esa noche de Sarriá nació lo de «Mazinger Bebic», cuando a un locutor le dio por llamarle así durante la narración del partido en pleno éxito de la serie de dibujos animados. Una paradoja, pues al meta ya le llamaban sus compañeros «puños fuera». Recuerda que Mario Jacquet le instaba a salir más de puños porque notaba que se asustaban los delanteros rivales. Bebic cuando llegó era algo tímido, pero cogió confianza, aprendió muy pronto el idioma y después era el primero en pegar un grito en el vestuario o en contar un chiste, la mayoría de ellos sin gracia. Así era y es Radoslav Bebic, aquel portero que se asomó a la historia del Real Valladolid en un momento clave, el arranque de su década prodigiosa, la de los ochenta, en la que no se apeó nunca de Primera. Los puños del gigante de amarillo mostraron el camino. El gigante se fue, pero nadie se va del todo si ha dejado algo para recordar. Es el caso.

Bebic, Laguna, Jacquet, Santos, S. Valles, Toño, Aramayo, Andrés Ramírez, Jorge, Moré, Rusky y Lolo
A la izquierda, con Cortés, Gilé y Santos
Bebic junto a Julián López Zoran Veckic

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