Anuar y Toni, cantera y un escudo grabado a fuego

Tras el primer partido en que ambos fueron titulares
Toni en sus primeros años en los Anexos
Anuar en una pretemporada con el primer equipo
Gol de Anuar en Zaragoza, primero como profesional

José Anselmo Moreno

Ambos son el espejo donde actualmente se mira la cantera. Dicen que son almas gemelas pero más bien son como los Zipi y Zape del Pucela. Es curioso, lo que le falta a uno lo tiene el otro pero ambos tienen en común que el escudo del Real Valladolid les sale por la boca. No es una impostura. Su incondicional amor a esos colores se lo he escuchado varias veces en un ámbito privado, como pocas veces se ha visto y oído a otros futbolistas del fútbol contemporáneo.

A la pregunta ¿quién es más pucelano de los dos? Anuar dice: «yo, que llegué antes». Toni va un poco más allá: «le debemos la vida prácticamente al Valladolid y le estaremos siempre agradecidos». Es el sentimiento de pertenencia que brota entre los canteranos y que, en ocasiones, también da puntos. Nuestra década prodigiosa de los 80 estuvo cimentada sobre jugadores de cantera: Jorge, Gail, Eusebio, Juan Carlos, Fonseca, Peña, Minguela, Borja Lara, Sánchez Valles, Patri o Torrecilla, entre otros.

En el caso de Anuar y Toni, fueron compañeros de habitación en la residencia del Real Valladolid y son protagonistas de una historia tremenda. Volvamos por un momento al mes de enero del año 2008. Un niño ceutí que acababa de cumplir 13 años llegaba a los campos Anexos para intentar superar una prueba de una semana e intentar convertirse en nuevo jugador del Real Valladolid. Sus primeros rivales no calzan botas, son la niebla y el frío. Anuar jugaba de delantero y, con tres goles en su primer entrenamiento, sorprende por su velocidad, sacrificio y su capacidad para estar en todas partes. “Te quedas, chaval”, le dijo Javi Torres Gómez.

No mucho después, Anu fue uno de los encargados de dar la bienvenida, ya en la campaña 2010/11, a Toni Villa, un chico murciano que a simple vista parecía débil pero que tenía una fortaleza, una inteligencia y una calidad fuera de lo normal. Torres Gómez también se fijó en él durante un partido de la categoría cadete murciana entre el Cieza y el Lorquí, su pueblo.

Los dos debutaron con el Promesas en edad juvenil e, incluso, el mediocentro fue clave en la consecución del ascenso a Segunda B, categoría en la que brilló el atacante en su primera temporada de la mano de Rubén de la Barrera. Los dos se forjaron en los Anexos, con el frío y la niebla, sobre el duro césped artificial, justo enfrente de «la resi», como ellos dicen. Allí Zipi y Zape compartían habitación, conversaciones y sueños a partes iguales.

TONI MARA-VILLA

Vayamos por orden inverso de llegada y empecemos por Toni, conocido entonces por «Raspilla» en la residencia por su extrema delgadez. He de reconocer que el primero que me habló de él fue el Jefe de Prensa del club, Mario Miguel. «Ha llegado un chico de Murcia que es como Iniesta». Fue durante un partido en la cabina siete del estadio Zorrilla y, la verdad, no le hice mucho caso. En aquel momento Iniesta era Dios y Mario tiene un punto adorable en que no sabes si te habla en serio o en broma. Eso sí, me quedé con el nombre: Toni.

Tal vez como un homenaje a ambos titulé «El Iniesta de Murcia» el primer reportaje que hice sobre el jugador tras una tertulia en la Ser. Y es que si había un futbolista que llamaba la atención en ese Valladolid que irrumpió de nuevo en Primera era Toni Villa. Le califiqué entonces como la joya de la corona, una especie de Iniesta (su ídolo), un jugador de esos que piensan mientras se entretienen en conducir el balón y que salen de donde parece que no es posible. Arriesga, inventa, muchas veces para desesperación de la gente.

En contra de las opiniones de varios entrenadores y periodistas a Toni Villa le gusta siempre partir desde la izquierda y buscar espacios por dentro. Tal y como hacía Iniesta. Su juego a veces es de regates imposibles pero, a rachas, efectivos. De hecho, las estadísticas de aquellos primeros meses en Primera decían que era uno de los mejores regateadores de la Liga, aunque Toni nunca lo tuvo fácil…

En el verano de 2017 vivió la zozobra de la incertidumbre, de si se quedaba o regresaba a León, con su guante de seda en el pie derecho y su cara de pillo. Y es que Toni Villa Suárez tuvo que hacer una especie de servicio militar en la Cultural Leonesa para que el Real Valladolid viera sus cualidades, ejerciera una opción de recompra y quedarse ya en Pucela con galones de primer equipo. Paco Herrera no había visto lo que era evidente.

Toni lo pasó muy mal aquel verano. Reconoce, en círculos privados, que es un poco pesimista. A veces se pone en lo peor para que, de este modo, todo lo que llegue le sorprenda para bien. Humildad en estado puro. Tal vez eso le venga de familia, como la sencillez o la naturalidad… Laureano Antonio Villa Suárez es de Lorquí, donde sus padres tienen un restaurante en el que alguna vez le tocó ayudar. Cuando acababa de asomarse a la adolescencia, un agente contactó con Javier Torres Gómez, en aquellos momentos coordinador de cantera del Real Valladolid, para que fuese a ver a Toni a su pueblo, en su hábitat.

A Javi Torres le gustó y a Toni, tras una visita con su familia, le agradó también Valladolid. Amante del Campo Grande y de la Plaza Mayor, un incondicional de nuestros cines y nuestros monologuistas, aquí se quedó Toni recién cumplidos los 15 años y dejando muy lejos a sus padres. En «la resi» se hizo enseguida amigo de Anuar. Ellos eran los ya referidos Zipi y Zape, no solo por traviesos sino porque siempre estaban juntos, de modo que cuando ahora se encuentran en el campo la complicidad irradia con motivo de sobra. Ambos «conspiraron» para comprar una Play Station que en la residencia estaba prohibida. Trastadas adolescentes.

Aún hoy son inseparables. Hablan el uno del otro con un afecto y consideración que conmueven pero si algo destaca en ambos es esa humildad que, lejos de ser superficial o epidérmica, está muy por debajo de la piel. Al margen de esa GRAN virtud tienen otra cosa en común, hablan de quedarse en el Valladolid muchos años. Ambos vivieron como recogepelotas el ascenso de 2012 y eso marca. El escudo, eso de los colores, les ha atrapado para siempre. Es ese «pellizco» de pertenencia que otros NUNCA van a poder tener. Simplemente porque no han vivido la realidad de un club o se han empapado de su ADN.

ANUAR, EL PITBULL DE CEUTA

Vamos con Anuar Tuhami, un jugador que ha llegado donde está «abrazado» al trabajo porque, obviamente, no tiene el talento innato de su amigo. Ni de lejos. Tal vez lo suyo tenga más mérito porque tenía peores cartas para ganar esta partida. Y la ganó. Anuar acomete siempre, nunca se rinde, ni cuando tiene uno de sus tobillos como un botijo, como en su último partido en el Camp Nou. Le tuvieron que cambiar pero él seguía corriendo justo antes del cambio. Poco después recogió su primera copa como capitán del Pucela, el trofeo de la ciudad y, a la semana siguiente, firmó un contrato con su Real Valladolid hasta junio de 2023. Lo da todo, juegue 90 minutos o uno solo, para perder tiempo. Esos cambios ante los que otros se ofenden o arrugan la cara.

Anuar Mohamed Tuhami (Ceuta, 15 de enero de 1995) remató su particular y preciosa historia subiendo en 2018 con el Real Valladolid a cuyo último ascenso, en junio de 2012, asistió como recogepelotas. Lo mismo que Rafa Nadal y aquella Copa Davis del año 2.000.

Como Toni, es de ese tipo de jugadores que llegan de pequeños a un club y sienten sus latidos como algo propio. Representa ese espíritu de pertenencia y de arraigo cada día más denostado e infrecuente en el fútbol profesional. Anuar suele hablar del escudo con pasión, eso de sentir los colores se ha reflejado siempre en cada esprint, en cada disputa, en cada balón robado. No es un virtuoso, y lo sabe, pero sí es un jugador necesario en cualquier plantilla de 25. Su sueño es ser capitán algún día, de los que expliquen a los nuevos qué es ser del Pucela. No en vano, se emociona cuando escucha a la afición cantar el himno «a capella». No es ese «Nunca caminarás solo» del Liverpool pero, para el caso, viene a ser casi lo mismo. Y Anuar se lo sabe de memoria desde muy pequeño, obviamente.

Con un lenguaje casi bélico que contrasta con su bonhomía, Anuar habla a menudo de partidos «a vida o muerte» y menciona con frecuencia una de sus palabras favoritas: «orgullo». Está orgulloso de su camiseta. Por esas vueltas de la vida, tras una lesión de Míchel en Gijón, acabó llevando la manija del equipo que ascendió en 2018, el mismo al que devolvía los balones en el ascenso de 2012. También fue protagonista de esa gesta su inseparable Toni. Como siempre, éste la seda y aquel la fuerza. Ambos, la blanquivioleta grabada a fuego. Y así, como mínimo, hasta junio de 2023. También por esas vueltas de la vida, Anuar ha aceptado alguna cesión para volver con más fuerza y retirarse en Pucela como es su sueño. Y, si le dejan, no anhela nada más. Ni nada menos…

Celebración del 0-3 en Soria, camino de Primera
Toni, con Manuel Heredia, recogiendo un trofeo de máximo goleador
En una tertulia radiofónica tras el ascenso

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