Daniel Gilé, historias de un tigre

Celebrando un gol al Almería sobre el barro en el Viejo Zorrilla
Con su compatriota Kempes, antes de la semifinal contra el Valencia
Banderín del citado partido de Copa que adorna una de las paredes de su restaurante

José Anselmo Moreno

Para empezar Daniel “El Tigre” Gilé no es Gilé, es Gili (pronunciado Yili). Su apellido es italiano pero se equivocaron en una letra en el registro y con Gilé se quedó después de que a su hermano Óscar, fino centrocampista fallecido recientemente, le llamaran así (acento incluido) en el Estudiantes de la Plata.
Su vínculo con Italia pudo ser mayor, pero cuando recibió una oferta del Catania el ambiente allí estaba convulso (acababan de asesinar al Aldo Moro) y se lo pensó dos veces. Así las cosas, vino a España y llegó al Real Valladolid en el verano de 1978 para sustituir a Palacios, un compatriota suyo que había metido muchos goles en temporadas precedentes.
Lo primero que hizo fue poner una gigantesca bandera de Argentina en uno de los balcones del Lucense que “miraban” al Paseo Zorrilla. Allí se alojó antes de vivir en un piso de Las Mercedes, a trescientos metros del estadio, aunque un día tuvo que hacerlos en coche de las patadas que le habían dado. Fue tras un partido de Copa ante el Málaga en el que marcó tres goles. Era aquella Copa en la que el Valladolid llegó a semifinales, y en ese torneo «El Tigre» Gilé vivió sus momentos de gloria.
Se casó con Toñi en la iglesia de San Andrés, un matrimonio, feliz, duradero y vigente tras más de 40 años. De ese modo, Gilé se convirtió en un vallisoletano de adopción, aunque Toñi es una salmatina originaria del campo charro y que llegó a Pucela muy joven para trabajar en la fábrica de pantalones tejanos que la marca Wrangler tenía en el polígono de Argales.
Valladolid le dejó huella y él dejo huella en Valladolid. De hecho, ha tenido hasta tres coches con la matrícula de la ciudad y recordados son los asados que preparaba su padre en las reuniones que hacía aquella plantilla (con cualquier excusa) en el Pinar de Atequera, al lado de Río Duero, en la que fue recientemente sede de Pingüinos.

Gilé tiene muchas historias. En Valladolid no pasaba inadvertida su melena rubia (tipo Mario Kempes), que llamaba la atención en las discotecas de la época. En una de ellas conoció a su mujer. El argentino es un catálogo interminable de historias pero, tal vez, una de las mejores (doble) fue en los partidos ante el Osasuna de esa temporada (anécdota de primera y segunda vuelta).
En un encuentro ante los rojillos en Zorrilla, Gilé se revolvió violentamente ante un contrario tras recibir una entrada escalofriante. Los jugadores del equipo navarro le rodearon y comenzaron a escupirle. “Alli me quedé, encarándome con ellos hasta que llegó el más bajito del equipo (Cortés) para apartarme a todos los rivales”.
‘Nos dijimos palabras bastante fuertes, dentro y fuera del campo, y me la tenían guardada para el partido de vuelta, al punto de que en Pamplona algunos me estaban esperado fuera y tuve que salir del vestuario medio disfrazado», recuerda.
Lo curioso es que era un 31 de diciembre y los jugadores habían viajado en vehículos particulares porque después cada uno iba a su ciudad para celebrar la Nochevieja. Mientras Estella y Rincón se metían en un coche, se perdieron y aparecieron casi en Biarritz, Gilé se metió (con disfraz inluido) en otro coche de un compañero que iba a Madrid, pero tenía que dejarle por el camino. Acordaron que sería en el desvio de la carrera en la provincia de Burgos.
Cuando llegaron al punto convenido, allí se quedó Gilé, muerto de frío y haciendo dedo para completar los poco más de cien kilómetros que le faltaban hasta Valladolid. No paraba nadie y allí permaneció hasta que se detuvo un coche. «A ver si hay suerte» pensó el argentino. Era un viejo Seat 131 color naranja. Al volante, Enrique Pérez, Pachín (su entrenador)

«Hombre, míster, pero usted no iba a Madrid, al final va a Pucela…?».

«Invidentemente, Daniel, si no qué hago yo en esta carretera a estas horas. ¡Anda sube!»

Ambos protagonistas solo estuvieron un año en Valladolid. Pachín porque recibió una buena oferta del Levante, mientras el club le daba largas, y Gilé porque ocupaba plaza de extranjero y a la temporada siguiente llegó Zoran Veckic, quien jugó poco y mal, por cierto. Después Gilé jugó muchos años más al fútbol, hasta que su rodilla dijo basta.

UN CAÑONERO

Es uno de los jugadores que más fuerte le pegaban al balón de todos cuantos han pasado por Valladolid. ‘Yo no sé qué sería capaz de hacer con los balones de ahora, lo de Roberto Carlos hubiera sido un broma a su lado, el fútbol ha evolucionado mucho”, dice su excompañero Bebic. Tanto ha evolucionado que recuerda a Borja, Aragón y Minguela recuperándose de sendas lesiones de rodilla subiendo a cuestas a Luismi Quintana por las escaleras del estadio. Esa era parte de su rehabilitación.

En la conversación con Gilé, cenando en su restaurante de Águilas sin modo alguno de abonar la cuenta, se puede comprobar que él es uno de los casos de mayor apego al club de Zorrilla en tan poco tiempo. De hecho, el asador argentino que regenta en la localidad murciana es como un museo de la historia del Real Valladolid. Allí están, entre otras joyas, el banderín de una semifinal de Copa del Rey ante el Valencia. Fue hace cuarenta años, con los vallisoletanos aún en Segunda División.

«El Tigre» ha hecho auténticas burradas por ponerse la camiseta del Real Valladolid hasta que le aguantó su maldita rodilla. Ha sido capaz de hacer 720 kilómetros en varias ocasiones para jugar unos minutos con el equipo de veteranos. Sólo por volver a vestir la blanquivioleta, a su juicio la camiseta más bonita que ha lucido. «En algunos de esos partidos de veteranos sólo he jugado 25 minutos y después he vuelto a coger el coche para regresar a Águilas, ya de noche”, relata.

Sus momentos de gloria los vivió durante la referida Copa del Rey de aquella memorable campaña 78/79, ya que metió tres golazos al Málaga en Zorrilla y, además, uno al Burgos y otro al Espanyol, con ambos equipos en Primera División y el Valladolid en Segunda. La noche de su triplete al Málaga, con prórroga incluida, fue su partido soñado.
Gilé tendía a fajarse con las defensas y no siempre se llevaba la mejor parte. Era un guerrero y de ahí lo de «tigre», apelativo que se ganó sobradamente en aquel torneo. El equipo castellano fue entonces un convidado inesperado, ya que se plantó en semifinales y estuvo a punto de eliminar al Valencia de Kempes, Darío Felman, Solsona y Fernando Morena.

SU GOL DEL SIGLO

Gilé aún evoca aquello con la nostalgia de una vieja gloria y, sobre todo, su famoso gol de falta al Espanyol en Sarriá, en el que dobló las manos de Urruti, que solo puso un jugador en la barrera porque el balón estaba a más de 40 metros.
“Ya le había metido uno de falta en el Trofeo Ciudad de Valladolid y Canito se lo recordó para que pusiera más gente. Me salió un obús cercano a la escuadra, aunque un locutor decía, al ver cómo me perfilaba desde tan lejos, que eso era gol o bien podía romper los cristales de los edificios cercanos”.
Durante la conversación, Gilé habla con ese periodista, recordando aquel partido (único e inolvidable) en el que el Valladolid jugó con varios juveniles y algunos ni se conocían entre ellos. «Salieron Pablo y Lorenzo que ni nos sabíamos el nombre, les pedíamos el balón por el número que llevaban a la espalda”. Tal cual.
Gilé recuerda que el equipo había salido a las 5 de la tarde desde Villanubla y el partido era a las 20,30. «No viajó ni Tomás (el utilero), llevábamos nosotros mismos las botas, la equipación y un bocadillo. Nada más».
Era cuestión de ahorrar costes porque el presidente, Gonzalo Alonso, miraba la peseta más que nadie. «Me acuerdo mucho de Gonzalo, el presidente que me fichó, y de Ramón Martínez o Antonio Santos, que han venido a verme al restaurante y lo agradecí muchísimo».

En aquella plantilla del Valladolid había jugadores como Mir, Botella, Camacho, Poli Rincón, Gail o Jacquet, aunque Daniel Gilé destaca especialmente a Estella y Serrat, que al año siguiente fueron titulares en el Barça. «Éramos un equipazo y nos quedamos a un gol del ascenso y de la final de Copa. Pudimos hacer historia», subraya.

“Después del partido de Sarriá el Espanyol me quería, yo entonces era un crío porque llegué a España muy joven y tras irme de Valladolid no tuve demasiada suerte con algunos entrenadores», dice ‘El Tigre» que después de salir de Pucela paseó su voracidad y su coraje por el Córdoba y el Castellón, del que recuerda a Cabrera, Ibeas, Roberto y al guardameta Racic, a quien tuvieron que amputarle las piernas y ha ido «sorteando» la vida caminado con dos prótesis hasta que recientemente falleció. «Fui hace un año a su homenaje en Castalia, los homenajes hay que hacerlos en vida y viajé en cuanto me lo comunicaron», afirma. Las noticias las recibe inmediatamente Gilé de sus excompañeros de Castellón, ya que el argentino siempre dejó huella, y mucha, allá por donde pasó.

Cuenta que una vez en París, subiendo a la Torre Eiffel le paró un vallisoletano y le dijo: «Tú eres Gilé, te recuerdo del Pucela». Era el entonces alcalde de Tudela de Duero, Carlos Palomo. El jugador llevaba gorra, gafas de sol y ya no tenía aquella inconfundible melena rubia pero para algunos vallisoletanos su cara es tan reconocible como aquellos disparos brutales, secos y rotundos.

Daniel perdió hace poco a su hermano Oscar, que tuvo una gran trayectoria en Argentina y Chile, donde jugó en el Lotta Schwager y allí coincidió con Vicente Cantatore.
«Mi hermano tuvo mejor carrera deportiva que yo, yo la tuve mejor que la de mi hijo y espero que mi nieto (Thiago) nos supere a todos», dice tras encajar un balonazo del nieto en plena boca del estómago.
Su hijo (también Daniel) jugó en el Lorca, junto al exblanquivioleta Iñaki Bea, y después en el Águilas, de Segunda B. Admira a su padre, a quien echa una mano en el restaurante presidido por una gigantesca foto de su progenitor con Mario Kempes antes de esa semifinal Valladolid-Valencia. Esa imagen es para Gilé su fetiche aunque ya está algo descolorida. La fotografía acompaña este texto, está Kempes con la equipación suplente del Valencia y Gilé con la violeta de finales de los 70. Pocas veces una camiseta dejó tanta huella en tan poco tiempo. De hecho, cuando Gilé apuesta es incapaz de hacerlo por una derrota de su exequipo y, claro, no siempre le resulta rentable. En sus apuestas siempre gana el Pucela.

En la cena en que salió esta historia

De izquierda a derecha: Antonio Santos, Osvaldo Cortés, Gilé y Bebic

Daniel Gilé, con el actor aguileño Paco Rabal y su esposa (Asunción Balaguer), en la terraza de su restaurante.

Deja un comentario