El germen de una década prodigiosa, Osvaldo Cortés

Imagen del Valladolid, con Cortés, durante la Navidad de 1978 en el viejo Zorrilla
Osvaldo Cortés en la actualidad
En su presentación (imágenes cedidas por el exjugador)

José Anselmo Moreno.

Osvaldo «Petiso» Cortés (Buenos Aires, 6-1-1950) fue uno de los jugadores que integraron aquel Pucela memorable que puso las bases de la década prodigiosa (así le gusta a Ramón Martínez que la llame). Fue la de los ochenta, el único decenio en sus 90 años de historia en que el Real Valladolid estuvo todas las temporadas en Primera División.
Tras retirarse, estudió educación física y ha sido docente, incluso documentalista y bibliotecario por algún tiempo. Llegó a Valladolid procedente del Elche y desde aquí regresó a Argentina, donde jugó en el Platense y el Huracán antes de retirarse. Entonces solo se permitían en España dos extranjeros por club más oriundos, que no era su caso, lo que le impidió continuar tras haber sido titularísimo en liga y decisivo en la Copa del Rey de 1979.
Desde Argentina evoca aquella etapa con más afección y cariño que nostalgia: «El equipo que integré fue un ejemplo y un orgullo para mí, era un grupo con fuerza interior, confiado y valiente», subraya un Osvaldo Cortés recordado entre los aficionados por sus disputas de cabeza «propulsado» por un brutal tren inferior y, además, por sendos goles de falta que valieron un empate en El Sadar ante Osasuna (2-2), lo que clasificó al Real Valladolid para una semifinal copera ante el intratable Valencia de finales de los setenta.

PACHÍN, GENIO Y FIGURA

«Cuando llegué al club, con 28 años, había un entrenador nuevo «Pachín» (Enrique Pérez Díaz) y tengo tres palabras para él: directo, honesto y respetuoso», así define Cortés a un técnico que protagonizó diversas anécdotas y chascarrillos como cuando le dijo a un jugador que no fuera su novia a verle a los entrenamientos porque se la iban a quitar. Además, son conocidos sus enfados porque alguien de la plantilla de jugadores le había escondido el Interviú (después aparecieron cinco) y famosas también sus patadas al diccionario durante las charlas porque para Pachín (genio y figura) evidentemente era «invidentemente» y algunos nombres de jugadores extranjeros, auténticos trabalenguas.

Así era Pachín. Sin embargo, veía el fútbol con clarividencia y había sido campeón de Europa con el Real Madrid. Solo con ese bagaje se pueden «inventar» cosas como poner a un ariete de central y que funcione, al punto de que aquel jugador acabó su carrera en esa demarcación (Luis Miguel Gail).
Ese fue el entrenador al que tanto elogia «Petiso» Cortés, quien llegó a Valladolid tras jugar cuatro temporadas en Primera con un histórico Elche a las órdenes de preparadores como Roque Olsen, Felipe Mesones o Marcel Domingo. Allí tenía de compañeros a Gilberto, Gomez Voglino, Trobianni o Rubén Cano entre otros grandes jugadores que hicieron del equipo franjiverde una de las revelaciones de la liga. Gonzalo Alonso le echó el lazo atendiendo la recomendación de Ramón Martínez, quien entonces mezclaba con maestría cantera y jugadores consagrados como «El loco» Fenoy, Paco Fortes, García Navajas o el propio Osvaldo Cortés.
El defensa argentino recuerda que en Pucela se fue acomodando en las primeras semanas a una ciudad muy distinta a la capital ilicitana. «Cuando subí a las oficinas de la calle Angustias pensé que dónde me había metido, pero enseguida cambió mi percepción. Me gustaba mucho el ambiente del vestuario, los referentes de la plantilla, el entrenador, la afición y la prensa. Todo era familiar, ese era el secreto, yo sabía que en algún momento todos ellos y yo disfrutaríamos del fútbol, que es de lo que se trata».
Así fue, poco a poco y paso a paso el Petiso Cortés encontró su lugar. «Los veteranos me aceptaron enseguida y la comunicación era fluida», destaca Cortés quien señala que esas interacciones y la dinámica de grupo eran «muy fuertes» y que, a su juicio, había «talento, esfuerzo y liderazgos compartidos, especialmente con los más jóvenes». Se refiere a los canteranos Minguela, Gail, Lolo, Sánchez Vallés, Jorge, Borja y Juanjo Aragón. Cortés recuerda ante todo, las reuniones vividas fuera del fútbol, las salidas familiares (sobre todo a Segovia), los encuentros en el bar Estadio y en la bolera Holpas, próxima al viejo Zorrilla, o los asados en el pinar cercano a Puenteduero junto al río Pisuerga y que años después sería una conflictiva sede de Pingüinos.

LUCHANDO EN BUENA LID

En opinión de Cortés, todas esas pequeñas cosas le iban dando forma y valor a esa plantilla. «Teníamos un objetivo que era ascender, pero también estaba la Copa que a medida que avanzaba nos proponía otra meta, más responsabilidad y, sin todo ello, ese partido famoso contra el Espanyol en el torneo copero jamás se hubiera ganado». El argentino dice que aquel equipo de suplentes y juveniles que viajó a Barcelona tres horas antes del encuentro para ganar 1-2 en Sarriá comprendió el mensaje de Pachín que siempre proponía «ser valientes» y dejó huella o una especie de estela para el posterior e inminente ascenso.
Memorables son anécdotas de aquel encuentro en el torneo del KO porque varios jugadores empezaron a relacionarse en el avión y ni siquiera se llamaban por el nombre en el campo. Así, un jugador internacional del Espanyol (Rafa Marañón) al escuchar esa noche a su marcador preguntar el nombre del blanquivioleta Lorenzo (un juvenil que salía desde el banquillo) no pudo por menos que gritar: «Es que no se conocen y nos están ganando, no me jodas». El Valladolid, militando en Segunda, eliminó a un equipo que venía de jugar la UEFA. Una gesta de esas que se cantan en el himno primigenio del club, ese que habla siempre de luchar «en buena lid» porque hallar otra rima para el nombre de la ciudad es peliaguda tarea, más propia del poeta que prestó su apellido al viejo y nuevo estadio Zorrilla. Osvaldo Cortés recuerda que la personalidad y el liderazgo en aquella plantilla del 79, germen de la mejor época de la entidad, eran muy fuertes aunque no estaban en un solo jugador sino en varios. En ese contexto, destaca a Manolo Llacer, a Mario Jacquet, a Rusky, a Pepe Moré, a Antonio Santos y a Mellado. «Cada uno tenía un rol en el vestuario o en el terreno de juego, no había fisuras».


LO CORTÉS Y LO VALIENTE

El exfutbolista rememora que aquel equipo era «estable, corajudo y valiente» y recuerda que se cuidaban mucho «los afectos o los valores». Era una familia.
Sin embargo, lamenta que al final no se pudo conseguir ninguno de los objetivos (ascenso y final de Copa) por un solo gol en ambos casos, pero la recompensa fue «sentir que hicimos todo lo que pudimos». A veces el triunfo se encuentra en el esfuerzo, no en el resultado y «un esfuerzo total es como una victoria completa», reflexiona. No es mal planteamiento, tal vez por ello ese equipo y aquellos jugadores que se quedaron a un metro del objetivo son más recordados que otros mejor tratados por la fortuna. A menudo, la épica, el sufrimiento o un fracaso inmerecido congrega a más fieles. Acompañar la costumbre de ganar no es tan meritorio. No obstante dolió, y mucho, tener la gloria tan cerca y solo rozarla porque aquel Real Valladolid Deportivo venía de una larga travesía por el desierto. «Tras quedarnos a las puertas del éxito nos ayudamos y estrechamos vínculos entre nosotros, de esa forma disminuimos el margen de una frustración que era inevitable», asegura Cortés.
«Reconocíamos el valor en el compañero, sabíamos lo que podíamos dar porque faltó muy poco para triunfar y todo eso se demostró con el ascenso al año siguiente, con la misma base de plantel, yo ya no estaba pero me alegré muchísimo, me consideré parte y lo celebré desde muy lejos».
Así, con la celebración lejana de un ascenso que no disfrutó, termina su catalogo de recuerdos en Pucela un Osvaldo Cortés que fue internacional argentino, palabras mayores y algo muy poco frecuente entonces en equipos de la Segunda División española. Y es que fue integrante de la denominada «selección fantasma», el equipo que en 1973 viajó a Bolivia para entrenarse en altura y afrontar diversos partidos de cara al Mundial del 74 en Alemania.
Recientemente, la Televisión Pública Argentina presentó un documental que cuenta la historia de resistencia y espíritu deportivo de aquellos modestos futbolistas que formaban una selección argentina B, ya que las grandes estrellas jugaban en Europa. La paradoja es que, con el tiempo, aquel grupo se evidenció brillante e inolvidable con jugadores como Pato Fillol, Lucho Galván o Mario Alberto Kempes, que acabarían ganando el Mundial de 1978. Ser internacional le impidió ser oriundo en España pese a ser descendiente de gallegos.
Por esas cosas del destino Osvaldo «Petiso» Cortes (en Argentina «Baby» Cortés) también estaba merodeando por allí, en los cimientos de la Argentina campeona del mundo, igual que en los albores de la década prodigiosa del Real Valladolid. Tal vez su carácter supersticioso le hayan hecho ser un poderoso talismán a uno y otro lado del Atlántico y él, sin advertirlo siquiera, provocaba la cita con el éxito.

         

De izquierda derecha: Llacer, Jacquet, Serrat, Santos, Mellado, Cortés, Toño, Moré, Gilé, Rusky y Sánchez Valles. A la derecha, con la camiseta de la selección argentina

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