El jilguero elegante, Álvaro Rubio

Tras regatear a Pedro y salir de forma espectacular en una victoria sobre el Barcelona
De iqzda a dcha: Rueda, Jaime, Valiente, Rubio, Nauzet, Óscar, Peña, Balenziaga, Guerra, Víctor Pérez y Jofre
En un partido diputado en Riazor.
Durante una tertulia en la SER

José Anselmo Moreno

Álvaro Rubio ha sido uno de los jugadores más elegantes que uno ha visto de blanquivioleta. Su carrera empezó de central pero siguió y acabó, como era su destino, de cerebro. Se quedó en Valladolid, actualmente forma parte del cuadro técnico y el ámbito de la moda continúa siguiéndole los pasos. Además de ser hijo de comerciantes del mundo de la confección, su esposa vende sus diseños en un céntrico local de la capital vallisoletana. Amante de la Santa Espina y de su entorno, Álvaro se fue a jugar unos meses a la India tras dejar el Real Valladolid pero «El Jilguero», como le llamaba Marcos, nunca dejó de ser un pucelano más.

En 2015 dijo adiós a diez años en Valladolid. Se fue de forma elegante y sin darse importancia. Había lucido 311 veces la camiseta de un club donde vivió picos y valles pero siempre puso a todo ello el contrapeso de su fútbol con clase exquisita, la simetría y ese equilibrio tanto dentro y fuera del campo.

Probablemente, junto a dos internacionales como Eusebio Sacristán o Víctor, sea el jugador que más huella haya dejado entre la afición en las dos últimas décadas por su calidad, su entrega y su carácter solidario. De perfil discreto, nunca levantó la voz y siempre lo dio todo aunque aparentemente no fuera el típico jugador corajudo. Hay una anécdota que ilustra su modo de ser en su última temporada. Jugó una segunda parte lesionado pero no se marchó, aún a riesgo de empeorar su lesión, que empeoró. Todo porque su entrenador había hecho precipitadamente los tres cambios antes del descanso y no quería dejarle en mal lugar o que le afición se le echara encima.

Inteligente, técnico, aseado (como dicen los sudamericanos) y muy solidario en el campo, fue un centrocampista de los que actualmente, en los tiempos de la presión y del músculo, hay muy pocos. Dicen que en el suelo, los jilgueros se desenvuelven mejor que otros de su especie, manteniéndose siempre en postura erguida. Eso define gráficamente la elegancia de Álvaro Rubio. Se fue erguido y hasta rechazando, sin miramientos, una propuesta del club porque él quería ser «útil» y aún no se veía mentalizado para otra cosa que no fuera jugar. Por eso se fue unos meses a la liga de India.

RETIRADA Y CAMBIO DE ROL

A su regreso, sí acepto aquella propuesta. «No fue fácil cambiar el rol, la transición es dura porque sabes que no puedes volver a hacer lo que más te gusta y tienes que adaptarte a un papel muy diferente, necesitas un tiempo para darte cuenta, por mucho de que cuando vas siendo veterano ya lo pienses», dice «El arquitecto» otro de los montes que le pusieron sus compañeros.

Precisamente, por el hecho de haber colgado las botas hace poco, afirma que se siente “más un compañero que un entrenador” y que se vuelca especialmente en “fomentar la cohesión del grupo”. Álvaro siente “un poco de envidia sana” con el ambiente que hay actualmente en Zorrilla pues reconoce que como jugador nunca vivió esa comunión entre equipo y afición. A su juicio, la gente está muy volcada y eso «es fundamental».

Campeón del mundo sub 20 con la selección española, esa generación que acabó ganando el Mundial de Sudáfrica, Álvaro Rubio no ha ganado más títulos pero este medio centro, que se retiró con 37 años, ha repartido lecciones de fútbol sin apenas copas o medallas que adornen su palmarés. La precisión de su juego no era muy común. Tal vez con el tiempo, Álvaro Rubio Robres (Logroño, 18 de abril de 1979) perdió capacidad defensiva pero sus pases «de seda» aún le permitían sobrevivir en la elite.

DE ÁLVARO A RUBIO

Álvaro empezó a ser Rubio a orillas del Pisuerga para diferenciarle de su homónimo Álvaro Antón. Llegó con 27 años pero ni siquiera entonces era muy rápido, ni iba bien de cabeza o al choque, ni era un goleador, aunque todos los entrenadores que tuvo contaron siempre con él.

En Pucela, siempre conectó con la grada y el consenso en torno a su figura casi siempre resultó incontestable. Y es que muy pocos ha habido con su talante y su perfil de futbolista que inventa, que «dibuja» fantasía y que añade un impecable punto de cohesión al juego de sus compañeros.

La afición no pudo aplaudirle el último día en Zorrilla, consciente de que ya era su último partido. Su adiós se fue diluyendo un verano en que Herrera se pensaba si contaba o no contaba con él. Al final le confirmó que tenía seis centrocampistas y que no había hueco para él en la plantilla. De esa relación, sólo Joan Jordan era superior a él pero el riojano se marchó sin una mala palabra: «Herrera fue sincero, que es lo que yo le pedí», dice. Y el caso es que hubiera podido renovar antes de la llegada de Paco Herrera, pero no quería quedarse en el Valladolid «por estar» y llevarse parte de un presupuesto que estaba muy ajustado. Eso le parecía injusto para el club así que bajó la persiana a su carrera en la elite.

Después de eso jugó unos meses en la India, donde se proclamó subcampeón de la AFC Cup 2016 con el Bengaluru. En la India, asegura que vivió «un choque» de culturas y echó de menos a la familia. «La diferencia en el día a día es muy grande aunque tuve la fortuna de ir con otro español, vivíamos juntos y eso nos ayudó».
En opinión de Rubio, la gente de la India es «encantadora» y, aunque el idioma fue un «impedimento importante», califica la experiencia como fantástica. «Viví la miseria muy de cerca porque allí hay mucha pobreza pero todo lo compensa el cariño de la gente, la gente es lo mejor que tiene ese país».

En la India abrochó una carrera cuyos albores se sitúan en el Zaragoza, prosiguió su trayectoria en el Albacete y en julio de 2006 comenzó su historia aquí, cuando fichó por el Real Valladolid. Vivió ascensos y descensos, malos y buenos momentos pero nunca dio un solo disgusto o preocupación. Tal fue el reconocimiento, que el club puso «un foco» a su despedida y recibió la insignia de oro de la entidad. Eso, aunque Álvaro Rubio no era mucho de focos. La luz en el campo la encendía él. Ahora la pone en otro ámbito pero siempre con el balón muy cerca. Siempre se han llevado bien.

Abrazándose a Alberto Marcos el día de su homenaje antes de un partido en Zorrilla ante el Rayo Vallecano

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