Walter, melena al viento y el mundo por montera

Walter Óscar Lozano en la actualidad (fotos cedidas por el jugador)
Walter durante un partido en Zorrilla
De izqda a dcha: Alberto, Iván, Gracia, Walter, Correa, Najdoski, Lozano, Torres, Cuaresma, Ferreras y Alfaro.

José Anselmo Moreno

Esto sí que es un boceto cogido con alfileres porque Walter Lozano y yo tenemos una conversación pendiente para discernir (y discutir) lo que sí y lo que no. Demasiados amigos y cosas en común, demasiadas historias y, como dice un viejo maestro, hay que «guardarse» bien de lo escrito en un libro porque queda para siempre.
Walter Óscar Lozano (San Luis, Argentina, 9-1-1966) ya llegó con polémica sobre su fichaje y su precio, de lo que él no tuvo culpa ninguna. Había tenido ya, pese a su juventud, un buen recorrido en su país porque jugó con Independiente de Avellaneda la Copa Libertadores, ahí es nada, pero el caso es que a Pacho Maturana no le gustaba y tuvo que salir cedido al Lleida, donde se convirtió en líder y en una especie de divinidad. Por esas cosas del fútbol, aquella campaña (91/92) los ilerdenses subieron a Primera y el Pucela descendió.

A Valladolid llegó como defensa central y acabó siendo el cerebro del medio campo (un todocampista) la temporada en que el equipo ascendió (1992/93) después de caer al pozo de Segunda por vez primera tras la década prodigiosa. Con Javi Rey a su derecha y Rachimov a su izquierda, Walter sujetaba el medio campo y, cuando los partidos se ponían bravos, su melena adquiría una presencia notable e inconfundible. Después, con Damián a su derecha y Miguelo a su izquierda, ya en Primera, soportaba el trabajo defensivo de un 4-3-2-1 que a veces disponía Moré antes de hacerse militante de la formación con tres centrales.

Siempre con la camiseta por fuera y poco dado a la fantasía, el juego de Walter era práctico, aspirando cualquier balón perdido y ayudando siempre al compañero de al lado. Estaba muy lejos de ser un fino estilista, era más de apretar, hacer faltas tácticas (y no tan tácticas) y de ir a lo fácil, sin complicarse con el balón. Ahora trabaja en el ministerio de Deportes de Argentina y es de los que también sigue al Pucela en la distancia y viene con frecuencia porque su madre vive en Valladolid.

CARÁCTER ARGENTINO

Aquel equipo que subió en la referida 92/93, con Walter al mando de las operaciones, contaba con Onésimo y Amavisca en las bandas y Alberto de ariete. Si podía jugar un 4-3-3 era porque Walter cubría mucho campo, eso supo verlo Saso y más tarde, Felipe Mesones. Tenía bastante más aquel equipo, ya que el lateral zurdo era un tal Iván Rocha (a veces Chelis) y Cuaresma, Najdoski y Manolo completaban una defensa en la que Caminero era el mariscal.
Como anécdota hay que recordar que Najdoski debutó esa temporada en que las faltas las tiraba siempre Iván Rocha, con potencia pero no siempre con puntería. Después, el central macedonio empezó a meter golazos de libre directo a pares, tanto en los partidos como en los entrenamientos. Teledirigía el balón, que siempre superaba la barrera sin dificultad ninguna. Todas iban a puerta. En su español incipiente y malo, un día «deslizó» que él las tiraba siempre en su país. También comentó, ante la sorpresa de todos, que si no lo había dicho o no las había tirado antes era porque nadie le había preguntado. Walter se revienta a reír con historias de aquella gran temporada llena de anécdotas entre amigos y gente con mucha personalidad. Ilíja Najdoski, por cierto, había llegado ese verano del inolvidable Estrella Roja con el que fue campeón de Europa en 1991. Nada menos. Curiosa historia la suya, pronto aparecerá por aquí.

Volvamos a Walter Lozano, quien recuerda que en aquel equipo había descaro (Onésimo), gol (Alberto), clase (Caminero), contundencia (Rocha) y mucho carácter (Najdoski). El otro con carácter era él, el auténtico «beatle» del vestuario. Y es que a Walter le gustaba divertirse. Fue algo así como el Pepín de los años 90. Aquel era conocido por su famoso Renault Fuego verde y su habitual presencia en discotecas, pero después se mataba a correr en el campo y en eso era el primero. En esta comparación, al argentino, también melenudo, solo le faltó el Fuego (el coche, digo) porque el resto es todo muy coincidente. Ambos eran polivalentes, desenfadados, vitales, graciosos y respiraban intensamente el ambiente de Valladolid. Lo único, que en la época del argentino la mítica discoteca Atomium ya no estaba de moda. Ni Pierrot, hoy Tintín.

No era extraño, en absoluto, ver a Walter Lozano en las zonas de copas de Pucela, salvo si era el día anterior a un partido. Eso sí, después era el que más metía la pierna, el que más iba al suelo y el que más corría en las transiciones defensivas.
Walter Lozano era una fuerza de la naturaleza, algo así como el Paul Breitner de La Pampa. Cuenta el exguardameta Toni Schumacher en su libro «Tarjeta Roja» que Breitner (internacional alemán y exjugador del Real Madrid) salía a divertirse con sus compañeros y siempre era el último en recogerse. Al día siguiente, quienes habían estado con él se arrastraban sobre el campo y Breitner era el que más kilómetros hacía o más balones recuperaba.

WALTER, UN PUCELANO MÁS

Muy integrado en Valladolid, donde tiene muchos amigos, Walter Lozano lamentó como un pucelano más la muerte de su amigo Lalo García y sigue el día a día, no solo del equipo sino también de la ciudad, de Castilla y León y de otros clubes vallisoletanos ajenos al fútbol, como el basket, el balonmano o el rugby. Siempre amigo de sus amigos. Siempre.

Su trayectoria en el Real Valladolid, entidad con la que tuvo seis temporadas de contrato, aunque dos jugó en Lleida, se resume en 82 partidos disputados (casi todos de inicio) y tres goles, todos ellos en la mencionada temporada del ascenso, en que lo jugó casi todo. Además, actuó en el Salamanca (entonces ocupaba plaza de extranjero) y un tiempo en el Vitoria de Guimaraes. Con 29 años su rodilla derecha se inflamaba, se había roto los meniscos en el 91 y regresó en un tiempo récord porque se machacó y trabajó para ello, incluso más de la cuenta. Walter y sus cosas. Sus excesos. La vida siempre al límite.

Su salida del Real Valladolid, también con historia (más de una), no supuso su marcha de Pucela porque aquí tuvo un restaurante y sigue teniendo familia, más un incontable e incondicional ejército de amigos. Su momento de gloria aquí coincide con una fiesta, y qué mejor que una fiesta para alguien que sabe apurar la vida. Fue el ascenso en Palamós, aquel tren de aficionados, los nervios del partido, la llegada a la Plaza Mayor… Posiblemente era la primera vez que había alocuciones desde el balcón del Ayuntamiento. Allí, en el fragor de la batalla recién ganada, Walter prometió cortarse la melena mientras se la recogía con una goma a modo de coleta (aún no se llevaban los moños tipo Bale o Borja).

No hace mucho, por motivos personales, el exjugador regresó a vivir a su San Luis natal donde aún se sorprenden de que haya perdido parte de su acento argentino y él dice, con orgullo, que ha vivido en la ciudad donde se habla «el mejor español del mundo». De su polémica salida hablamos en el libro, esto es solamente un boceto… Walter Óscar Lozano es como un pucelano más, de esos que vienen y el embrujo del Pisuerga (por la noche) los atrapa.

Un gesto muy suyo. Genio y figura.
El año de su debut en Pucela
Lozano, Caminero, Walter, Alberto, Iván Rocha, Najdoski, Cuaresma, Onésimo, Manolo, Javi Rey y Amavisca

Deja un comentario